Cuando paso por la carretera comarcal aún lo veo claramente. A pesar del cierre de piedra de robusto granito que su propietario se empeñó en levantar para protegerlo de intrusos, a pesar de la cadena cruzando el hueco de una puerta fantasma, nada ocupa tras los años ese descampado. Sólo hierbas altas y matorrales inundan lo que un día fue nuestro lugar favorito para encuentros fugaces dentro de tu auto.
El coche daba saltos, aunque entrabas en primera, lleno como estaba aquel campillo de roderas, guijarros y ramas secas. Aparcabas en el fondo, lo más alejado posible del camino de entrada y del desvío, y yo temía las noches de verano de luna llena, cuando todo refulgía y los haces de luces de los coches que regresaban de las verbenas atravesaban el descampado, que quedaba en un nivel más bajo con respecto a la carretera. Quizá eso daba más euforia a aquellos encuentros tan apremiantes, apresurados y sofocantes. Nada nos importaba entonces, sólo arrancarnos a medias la ropa y acomodarnos en el asiento. Tú sentado y yo a horcajadas sobre ti, cabalgándote, mordiéndote los labios mientras los cristales se empañaban con el vaho que exhalaban nuestros cuerpos ardientes. A veces nos parecía escuchar un ruido y nos deteníamos unos segundos, expectantes, a la escucha; yo sintiendo los latidos de tu polla que se quedaba quieta, gruesa y caliente dentro de mi coño exigente. Pero comúnmente era cualquier bicho, un ratón de campo, una lechuza o búho, un perro que deambulaba perdido. Y reanudábamos con más intensidad las acometidas, los frotamientos, los besos.
Otras veces nos colocábamos en el asiento de atrás y yo medio me tumbaba, abriendo las piernas en una extravagante posición y tú me arremolinabas el vestido en la cintura, sin quitármelo siquiera, apartabas la braga y entrabas punzante y desaforado, como un chiquillo al que han tardado mucho en darle su premio. Aún hoy me pregunto cómo eran posibles aquellas contorsiones, aquel doblarse en posiciones inverosímiles, cómo hacíamos sitio a piernas y brazos en un habitáculo tan pequeño, pues hasta en tu asiento nos lo hacíamos, y a mí me machacaba las lumbares el volante, pero nada sentía más que tu frenesí y el mío envueltos, enredados y temerosos de ser descubiertos.
En invierno la escarcha crujía bajo las ruedas y se rompía el hielo de algún charco congelado al cruzar el descampado. El frío era brutal y al apagar el motor para no delatarnos, nos quedábamos ateridos, besándonos con ardor y lanzando yo grititos cuando tus manos heladas alcanzaban mi espalda o apresaban un pecho. Yo me arrodillaba en el asiento y metía la cabeza en el portón trasero, y tú me bajabas pantis y braga y me asaltabas con esmero. No había muchos preámbulos entonces, era todo ansiedad y fuego. Cómo recomponía de nuevo la ropa, es un misterio: las medias llegaban a casa enteras, sin enganches ni carreras, y derechas.
Y chupártela golosa mientras en primavera olía a mimosa y a brezo. Después nos quedábamos quietos, apenas unos momentos, antes de salir al camino de nuevo. Tú ibas fumando y a cada rato me dabas la mano, que yo besaba con embeleso.
Aún hoy veo el descampado cuando ocasionalmente a esa carretera llego. Y me brota en los labios una sonrisa, pues recuerdo.
Ya queda todo tan lejos… todo se lo ha llevado el viento, tus ojos, mis labios, el fuego.
Otras pasiones llegaron o se fueron.
Pero el descampado permanece, sólo un poco más inhóspito, más oculto, pero quizás más nuestro.
Uol Free
¡Lo que se llega hacer por follar!
ResponderEliminarTengo que reconocer y reconozco que conozco todas esas posturas.
El descampado, no.
La chica me parece que también era distinta.
¿No hay un descampado en tu vida? ¡Qué raro! ja ja ja
ResponderEliminarBueno, Guille, al menos ya tenemos algo en común: por follar uno se vuelve contorsionista :)
Nooooo, nada de descampado.
ResponderEliminarEl coche aparcado en la ciudad.
Gente pasando cerca (lo que añadía morbo).
Utilización voluntaria de la opción coche (había casa posible).
¿Lo mejor? Yo sentado tras el asiento del conductor. Ella recostada, los pies en el asiento tras el copiloto, el cuerpo frente al mio.
Desde ahí mi mano llegaba a todas las zonas "vitales". Mi boca también. Su boca también.
Excelente y fogozo relato Uol !!
ResponderEliminarComo para conmover hasta a un dinosaurio :P
La calentura y la juventud todo lo pueden.
Besos.
Ahora contorsionismo de cama o sofá ja ja ja (el gustito es el mismo, pienso)
ResponderEliminarGracias por comentar, dinosario. Es un placer verte por aquí.
Ufff, tu texto me recordó viejas épocas... Otros descampado, en Buenos Aires... Buenas épocas, por supuesto...
ResponderEliminarUn saludo
Eva, yo creo que la época descampado es casi universal ja ja ja
ResponderEliminarSaludos!
¡Qué lindo picadero!
ResponderEliminar(Quién no guarda uno o más de uno en la memoria.)
(Se te daban bien ¿eh?, Alonso, je je)
ResponderEliminarConsejo del día: Vuelve al descampado, y si a pesar de tener un coche más grande y cómodo que entonces te acaba doliendo todo, es que es el momento de hacer dieta y deporte.
ResponderEliminarBasado en una historia real.
Hace algún tiempo que dispongo de confortables acomodos, pero garacias por el consejo, Torpe. Ya he pasado de la fase descampado ;)
ResponderEliminarQue suerte tienes, yo no puedo evitar subidas de temperatura en las que necesito parar urgentemente el coche en cualquier lugar para dar rienda suelta a la pasión.
ResponderEliminarA veces falta demasiado tiempo para llegar a la comodidad del hogar...
No, por Dios,¡qué suerte tiene tu pareja!, porque para hacerte una manola no necesitas espacio, ¿no?
ResponderEliminarBievenidas Señorita Pérez y MMT, encantada de que se dejen caer por aquí. Pasen y comenten sin miedo je je.
ResponderEliminarEvidentemente, en mi vida también existen un par de descampados, con dos coches y dos tipos diferentes.
ResponderEliminarHace poco tuve un apretón/calentón, coche aparcado en una calle medianamente transitada, y no pudimos: yo porque ya no tengo los huesos tan flexibles y él porque le dió corte.
¿Tendrán edad las etapas-descampado?
Claro que tienen edad Belkis. La etapa en que no tienes muchas alternativas, y la siguiente en la que es solo por gusto...
ResponderEliminarEva, tu relato posee sobrado interés. Es pura literatura de una fuente real.Tenías que ir pensando en publicar libros. Y lo digo en plural.
ResponderEliminarUn beso.
Moni.
Belkis, Torpe tiene razón, pero lo de ir al descampado por gusto declina y desaparece por la comodidad de otros refugios y la elasticidad perdida (la desvergüenza parece que la perdemos también con la edad y la respetabilidad ja ja ja. Pero por contra tenemos jacuzzi, spas, saunas públicas... quizás ahí nos volvamos de nuevos sinvergüenzas ja ja ja
ResponderEliminarSaludos!
Moni, no sé para quién iba dirigido tu mensaje, pero esta blogger que te escribe se llama Uol Free; tu Eva no sé quién es, pero como diría Juan José Millas, equivocadamente el mensaje llegó a quien deseaba escucharlo je je
ResponderEliminarQue afortunada es la chica. Yo vivía en la frontera entre la ciudad y lo rural;la urbe es insaciable, construyeron casas, parques y centros comerciales en mis rincones de primeros besos y escarceos, en mis descampados y caminos oscuros. Ahora esos lugares ya no existen, ya no puedo pasear junto a ellos y que me asalten los recuerdos.
ResponderEliminarBonito relato.
Ishtar, el descampado existe.
ResponderEliminarDonde yo vivo, el tiempo parece detenerse...
Que bueno. Que grandes recuerdos nos trae a un pasado en el que el sexo era lo único y se vivía con pura pasión.
ResponderEliminarCreo que todos y todas nos podemos dar por reflejados en tu relato.
Enhorabuena.
Gracias, Alejandro. Yo deseo seguir viviendo el sexo con pura pasión. Lo bueno de la mente es que envejece más lentamente que el cuerpo, así que no pierdo la esperanza de prolongar más la época pasional.
EliminarSaludos!!