lunes, 30 de octubre de 2017

Sopesar



―La cuestión es sopesar si le das más valor a los que serán los últimos treinta años de tu vida o a los treinta anteriores. Y creo, Uol, que tú ya has elegido.

Uol

 Sopesar: vbo. Examinar con atención las ventajas e inconvenientes de un asunto.

lunes, 16 de octubre de 2017

Suposiciones erradas





En algunas ocasiones durante los últimos años recreé tu rostro en mi mente (no, nunca nos hicimos fotos juntos en ese año y medio de idas y venidas) y se me escapaban algunos rasgos. Pero en cuanto nos cruzamos te reconocí sin la menor vacilación a pesar de tu pelo pintado de canas aquí y allá. Siempre supe que no sufrirías de alopecia precoz: tu cabello crecía entonces fuerte y sin claros, abundante y oscuro. Tú también me reconociste, te lo leí en los ojos. Hace muchos años aún nos saludábamos al encontrarnos casualmente en las calles, a pesar de ir acompañados de nuestras nuevas parejas. Pero de eso hacía tres lustros. Me reconociste y desviaste la mirada; yo tampoco hice ademán de pararme. Porque nos cruzamos en el vestíbulo de un hospital. Yo salía y tú entrabas llevando en brazos a un  recién nacido envuelto en toquillas. Tenías rostro de padre primerizo y asustado. Lo asías con miedo y veneración, una cabecita diminuta muy tapada.  Pensé, sí que ha tardado años.  La mujer que caminaba un par de pasos detrás, ocupada en cerrar su bolso o cogiendo algo en él, sin embargo no mostraba aparente preocupación. Incluso esbozaba una media sonrisa. Juraría que no era aquélla con la que ibas de la mano cuando nos cruzábamos antaño. Ésta era más joven, más alta, distinta.


Siempre pensé que serías padre mucho antes, que no llegarías a los 42 sin serlo. ¿Qué ocurrió? A los 25 eras un muchacho serio y reservado, de ésos que llevan mal la iniciativa femenina; pero también amable y respetuoso. Siempre te desconcerté. Siempre erraste en todas las hipótesis que hiciste sobre mí, las que me confesaste e, imagino, las que te guardaste para ti. Y, sin embargo, no podías evitar acercarte a mí, dejarte arrastrar por mi vehemencia, mi impulsividad, mi irritante manía de adelantarme a tus deseos. Me gustabas mucho, te diste cuenta, -nunca lo disimulé o callé, eso también te prevenía contra  mí-. Adoraba tus labios gruesos, tus mejillas ruborosas, los ojos sensibles, oscuros y profundos, tu timidez; el tatuaje con el que yo no contaba - no te pegaba nada-  y que descubrí aquella primera vez en el sofá. Anhelaba, sin ceder en intensidad, nuestros encuentros apasionados, tu rubor y tu dulzura; y me enternecían las vueltas que dabas para tratar de quedarte a solas conmigo.


Te fuiste retrayendo, medio insinuaste que estábamos en distinta onda y fase de vida. Fuiste galante hasta para no decirme que no estabas enamorado de mí, al menos no tan enamorado como para plantearte una relación más convencional que la que mantuvimos durante casi año y medio (sé que para ti no era una relación, fuimos amantes, un romance, un rollete). Y eso es lo que yo pensé, que tú querías otro tipo de relación, más previsible, más como la de todos, ser padre joven, una vida más tranquila, con visitas a la casa familiar y domingos de sofá y manta  ( y yo no era a tus ojos candidata).  Quizás me equivoqué. Porque has sido padre ahora. ¿Cómo si no explicar el modo como llevabas a tu hijo en brazos -un frágil cristal valioso que alguien acaba de ponerte en brazos-  si no fuese tu primogénito?


Entonces me pregunté por qué derroteros te habrá llevado la vida. No volvimos a coincidir. ¿Te trasladaste a otra ciudad? ¿Se estropeó aquella relación y con ella tus primeros sueños? ¿Te divorciaste? ¿Fue un matrimonio sin hijos y ahora te has apresurado a ser padre con la siguiente? Tú entrabas al hospital y yo salía, también acompañada, pero no por mi pareja sino por uno de mis hermanos. ¿Habrás pensado que es mi marido? ¿Habrás pensado está mayor, está igual, qué hará aquí, me ha visto y reconocido? Sé que no, ibas a alguna consulta pediátrica con tu hijo y tenías rostro preocupado de padre primerizo. Pero me reconociste y desviaste la mirada.


Yo sí lo pensé. Que a pesar del tiempo transcurrido seguías igual de guapo, y de frágil, y de follable. (Así son los desvaríos fantasiosos, pensar eso como si hubiese la más mínima posibilidad). Pero ahora eres padre. Intocable.


Al final yo también erré en mis suposiciones. Y me he quedado un poco melancólica toda la jornada: tu vida no ha sido como yo me imaginé.

Uol