lunes, 30 de noviembre de 2020

Chuvia



Chuvia 

Escoito  chover, 
mañanciña  escura  é,
déixame morrer.

Doces  sospiros
exhalo ó teu lado, amor,
fóra bágoas van

e veñen, amor,
mellor collo o paraugas;
frea, corazón!

Monótono son
pum, toc, chas, pam, dálle fol,
soa outra vez.

A chuvia cae; 
poñerei botas novas,
auga e paixón.

Uol
Haiku churros enlazados 





jueves, 19 de noviembre de 2020

Jugar la partida

 

Quizás sí es cierto que con el tiempo nos volvemos cobardes: cuando tienes veinticinco años vas a pecho descubierto. Yo lo hacía. Pero eso no significó que lo valorasen, se ve que a los muchachos les advierten para que piensen que todo son imposturas; los aleccionan para desconfiar de las verdades, sobre todo de las que dicen las chicas, pues al parecer urdimos un papel que representamos y que no hay que creer demasiado. Yo no era así. Incluso a un novio le escribí un decálogo que incluía no sólo las cosas que me gustaban y algunas posibles virtudes sino, sobre todo, mis manías y defectos, para que no se viniese a engaño, para que me conociese de antemano. Así de radical era yo, un horror, lo sé, siempre hay que dejar espacio para el misterio y el descubrimiento. Yo pensaba que pese al decálogo todavía quedaba mucho margen para el misterio. Es que entonces me consideraba muy misteriosa. Hoy sé que solamente era miedosa. Y cobarde. 

Pero entonces yo me pensaba valiente, valiente y segura como para confesar los propios defectos y pecados. Sin embargo, con los años uno se vuelve cobarde; se da cuenta de que todas las bondades van borrándose como las anotaciones de un viejo ticket de compra, todas las lindezas estropeándose de forma irremediable, y eso nos vuelve cada vez más apocados: comenzamos a retrasar la partida. 

En la época del decálogo muy mal se tienen que dar los naipes para que no llegue a tus manos algún as o al menos una sota. Si la partida acaba mal te retiras del juego un tiempo, pero irremediablemente la vida te lleva de nuevo al tapete y un día estás barajando y mirando tus cartas con esperanza. ¿En qué momento el mazo oculta sus mejores triunfos para ti? Ni siquiera un mísero ocho de bastos para hacer un arrastre. Te quedas fuera de juego. Y es en esas circunstancias cuando decides no jugar. Ya no es divertido participar porque nunca ganas, nunca. Así que te retiras del tapete y casi casi de la vida. Buscas otras aficiones. Y están bien. Te dicen que están bien. Al principio tú no lo crees, pero con el tiempo te percatas de que sí están bien. Bueno, es algo, vida también. Pero, como los jugadores adictos a la vida, echas de menos aquella emoción, aquellas expectativas esperando que en el reparto de la suerte caiga en tus manos un as, un tres, un rey, un caballo, la sota de oros... Y comenzar, una vez más, la partida.

Uol


martes, 10 de noviembre de 2020

Sin máscara


SIN MÁSCARA

Dame tú, alma, lo que la realidad
destruye. Conserva la melodía
que escuchamos a solas y en silencio
en el rincón de paz que compartimos.
Nunca permitas, alma, que abandone
el sendero en el que escriben mis pasos
la verdad, aunque se adentre en la noche
y llegue una vez más a desvelarnos.
Derriba sin piedad el edificio
que mi falso equilibrio muestra al mundo,
déjame inerme, exígeme que sea
vástago tuyo también en el dolor.
Saberte siempre cerca es suficiente
para sentir la vida en las entrañas
como un fuego tenaz, como un cuchillo
que separa la luz de las tinieblas.
Protégenos de los disfraces, alma,
rompe la malla, quiebra la máscara
de todo lo que muere o se pervierte
–sin llegar a ser nada– cada día.

Alfredo Buxán: La transparencia.(Cuadernos de Niebla, 3)