viernes, 30 de noviembre de 2012

Éxtasis


Cuando me abrazas.
Éxtasis.
Brillemos esta noche,
tú y yo.
Hagamos refulgir esta habitación.
Nuestros cuerpos brillando en la oscuridad.
Brillemos.
Tú y yo.
Éxtasis.

Cuando me abrazas,
es lo que hace distinto el goce entre otros y yo.
Entre tú yo aparecen diamantes en el cielo.
Y floto en el mar profundo
y soy yegua que trota al viento, sobre la loma,
encabritada de placer.
Y el viento
me vuelve salvaje,
sintiendo. 
Embriagada de este fuerte elixir.
Éxtasis.
 
Brillemos, tú y yo.
Me haces brillar.
Éxtasis,
fulgor,
esplendor.
Delirio,
frenesí.
Paroxismo,
paroxismo,
paroxismo.  

Resplandecemos.
Tú y yo.
Brillamos.
Tú y yo.
Amor,
como diamantes en el cielo.

Uol 




Música: Diamonds by Rihanna

martes, 27 de noviembre de 2012

El masajista

     Valen la pena los 600 euros del bono-masaje, joder, pero yo pensaba que cuando decía un completo era un completo. ¡Ay, madre, con lo bueno que está! Pero es todo un profesional, ni una palabra de más ni una de menos y yo me consumo, ¿lo oyen?, me con-su-mo. 
¡Qué manos tiene este hombre, por dios!, que seguro que todo lo hace bien, que sabe cuando tiene que presionar o percutir o pulsar. 
Ya me imagino sus dedos en mi clítoris con la localización exacta, la presión debida y el movimiento preciso.

¡Señor!, es que me pone a doscientos en tres segundos, los que tardo en verle las manos, qué manos, qué venas, qué dedos, qué brazos, qué todo. Eso es lo que quiero yo, TODO, que me mato a trabajar y total, para qué, para dormir sola y aguantar la barrila de mi socio snob, pues para eso prefiero hacerme bonos con el masajista éste, que menudos precios tiene, porque el bono es de cinco sesiones, pero claro, se lo disputan todas, ¡que hasta hay lista de espera! Menos mal que Lisa me cedió su plaza ahora que se ha casado y su marido le ha pedido que mejor vaya a pilates, ¡ja!, pilates, ¡pilates tu madre! En fin, que es caro, pero lo que vale, pues hay que pagarlo. ¡Ay!, si él se fijara en mí... no es que quiera los masajes gratis, es que yo quiero otros masajes y frotamientos, muchos frotamientos delanteros, traseros, de costado, por arriba, por abajo, en ángulo, en tijereta... señor, señor, qué gusto, me derrito ya al pensarlo, y también... también darle masajes yo, hummmm, ¿cómo será?


domingo, 25 de noviembre de 2012

Expectativas


Hoy me siento como princesa corriendo a la entrada del castillo.
Voy al encuentro de la vida,
al encuentro del amor.
Todo es posible en esta mañana de frío y sol.

Uol

Música: James  Galway.
Brian Boru's March

jueves, 22 de noviembre de 2012

Florero

Confidencias de bar

- ¿Y qué cuenta?
- Siempre se queja de ser una mujer-florero.
- Bueno, es que siempre está con un capullo.

Uol

martes, 20 de noviembre de 2012

La pregunta XXIV

-¿Por qué por qué por qué por qué? -le gritó al viento y a la lluvia frente al faro del cabo Vilán.

Faro Cabo Vilán en Camariñas (A Coruña), Galicia (España)

Una gaviota le cagó en el hombro.

Pudo ser peor. 

Uol 



Faro Cabo Vilán, A costa da Morte, en Camariñas, A Coruña, Galicia (España)




sábado, 17 de noviembre de 2012

Esas cosas que nunca pasan

    Las conocemos. Son de película. Cuando las contemplamos en la pantalla, se nos queda cara bobalicona tras las palomitas.
De este lado, dicen que ocurren. Tú nunca has conocido a nadie al que le haya pasado. Pero las hay, como las meigas.
Porque a una prima segunda de la cuñada de tu amiga le pa. Se conocieron así, como de película. Ahora ya se han divorciado, pero bueno, ése es otro cantar, que en las pelis no se ve nada tras el The End.
Y un amigo de tu hermano conoció así a su churri, por internet, y se trasladó al lago Inari, que Inge vive por allá arriba.
Y, claro, están todas esas parejas de "Españoles por el mundo", que se largan a sitios exóticos arrebatados por el amor de un nativo o secuestrados por los encantos de una autóctona; y allá viven felices, extrañando tan solo el jamón ibérico y el cocido de la abuela.

¿Por qué? ¿Por qué a mí no me pasan esas cosas? 
Marc Chagall: El paseo
Aunque se me joda el coche, aunque se me queme la cocina, pero que sea en medio de una comarcal y que aparezca uno como ése con chaleco (y no un tractorista con palillo en la oreja), o el bombero cachas (y no el patrón que me dice señorita, cuando esté chateando no ponga la pota al fuego).

¿Por qué? ¿Por qué a  mí no me pasan esas cosas?



Dedicado a Belkis, este anuncio me ha recordado a su gruista .


(Aviso: No hago publicidad deliberada de esta compañía de seguros ni cobro comisión  :P)

jueves, 15 de noviembre de 2012

Celos




LA RIVAL

La luna, si sonriera, se te parecería.
Das la misma impresión
de cosa bella, pero que aniquila.
Ambas sois grandes tomadoras de la luz.
Su boca de O se aflige por el mundo; la tuya se queda indiferente,

y tu primer don es el de trocarlo todo en piedra.
Me despierto en un mausoleo; estás aquí,
tamborileando con los dedos en la mesa de mármol, buscando cigarrillos,
con rencor de mujer, pero sin tantos nervios,
muriéndote por decir algo que no admita respuesta.

También la luna envilece a sus vasallos,
pero a la luz del día hace el ridículo.
Tus insatisfacciones, por otra parte,
llegan al buzón con amorosa irregularidad,
blancas y vacías, tan expansivas como monóxido de carbono.

Ningún día está a salvo de noticias tuyas,
tú que andas por África, tal vez, pero pensando en mí.

(1961)
SYLVIA PLATH: Ariel.

The Rival
If  the moon smiled, she would resemble you./ You leave the same impression/ Of something beatiful, but annihilating./ Both of you are great light borrowers./ Her O-mouth grieves at the world; yours is unaffected,// And your first gift is making stone out of everything./ I wake at a mausoleum; you are here,/ Ticking yours fingers on the marble table, looking for cigarettes,/ Spiteful as a woman, but not so nervous,/ And dying to say something unanswerable.// The moon, too, abases her subjects,/ But in the daytime she is ridiculous./ Your dissatisfactions, on the other hand,/ Arribe through the mailslot with loving regularity,/ White and blank, expansive as carbon monoxide.// No day is safe from news of you,/ Walking about in Africa maybe, but thinking of me.

Canción:Yuluga
Álbum:  Into The labyrinth.
Dead Can Dance 

lunes, 12 de noviembre de 2012

La prisión del deseo

Andrómeda by Tamara de Lempicka

¿Acaso no lo sabes?
En la prisión del deseo estoy... junto a ti.

He tardado pero... 
Por fin he encontrado el camino.
He desechado por siempre la fruta podrida. 

¿Acaso no es evidente?
Jamás me vio nadie llorar así. 
De cada mirada ardía el recuerdo en mi interior. 

¿Debo decírtelo otra vez?
En la prisión del deseo estoy... junto a ti. 

¿Qué busco? 
Esta noche me espera el amor en tus labios.
Por fin he encontrado el camino.
En la prisión del deseo estoy... junto a ti.


Música: Mar adentro by Héroes del silencio


jueves, 8 de noviembre de 2012

Magosto

Nuestra relación flotaba como un témpano a la deriva sobre aguas semicongeladas. 

Consciente de la inminente catástrofe a no ser que hiciera un gesto heroico, Martín decidió darle una sorpresa a Celia y reservó una noche de hotel en aquel Parador perdido. Una mañana entera dedicó a rastrear parajes bucólicos en lugares no excesivamente distantes en los que avivar las brasas de una pasión que, sin saber muy bien por qué, se les escapaba. Las fotos del lugar eran espectaculares, seguro que a Celia le fascinaba el enclave.

No le informó del destino, le dijo que llevara ropa cómoda para el día y un vestido elegante. A ella le brillaron los ojos y canturreó toda la tarde, mientras revolvía el armario y los potingues del cuarto de baño. Frunció el ceño cuando lo vio a él guardar el portátil en su funda. 

   ¿Vas a trabajar? Si sólo es una noche…
No, sólo será un momento, tengo que comprobar unos datos y los envío por correo, nada más, lo prometo.

Siempre decía lo mismo, pero lo cierto es que en el último año ya no había sesión de tele nocturna arropados bajo la manta o despelotados en la chaise longue. Ahora se aferraban a sus ordenadores, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. Uno al lado del otro y, sin embargo, ajenos y distantes, hasta que alguno cerraba la tapa y decía me voy a la cama. Y el otro no corría detrás, sino que mascullaba, ya acabo. Indefectiblemente, el primero dormía o se hacía el dormido cuando el rezagado llegaba. Y, no obstante, ella añoraba su calor cuando él se le aproximaba, cuando se acoplaba y le hacía de sillita. Y él hundía la nariz en su cuello. Pero eso era todo. Desde hacía meses. Añoranza de ganas.

Dudó si meter su portátil en el breve equipaje. Decidió que no, maldita sea, no iba a perder el tiempo leyendo blogs o escribiendo en el suyo. Iba a ocuparse de pasarlo bien. Con su chico.

El sábado amaneció frío y soleado. Se pusieron en camino. Dejaron atrás autopista y carretera nacional. Las montañas eran suaves, viejas y redondeadas. Alcanzaron carreteras comarcales bordeadas de árboles dorados, ocres, rojizos y verdosos. El otoño estallaba en pleno esplendor, casi ofensivo de tan hermoso. Celia se maravillaba de la paleta de colores que brillaban en las copas,  observaba desde la ventanilla los bosques densos; muchos castaños con los erizos reventados en el suelo, las castañas asomando; robles con bellotas oscuras; alcornoques, los rojizos arces. El coche avanzaba despacio, todo le parecía a Celia hermoso, sensual, profundo. Y experimentó la esperanza.

Llegaron al destino a mediodía. El lugar superaba lo esperado. Incluso Martín se sorprendió, hecho como estaba al fraude de las fotografías de los catálogos, siempre mostrando el mejor perfil y ocultando los horrores estéticos. Pero allí nada sobraba y, desde luego, nada faltaba. El Parador estaba instalado en un antiguo monasterio benedictino que en tiempos fue desde luego cenobio de recogimiento y oración. Allí uno debía sentirse cerca de Dios, tan apartado estaría entonces de todo, en aquel otero, con el río Sil abajo, retorciéndose entre cañones, y rodeado de un bosque nada inhóspito; uno podría allí sentirse anacoreta buscando inspiración. Celia y Martín debían expiar sus pecados cometiendo otros bien gratos.

San Estevo de Ribas de Sil (Ourense, Galicia, España)


Comieron en el restaurante del propio monasterio y se dejaron querer por el tibio sol otoñal en la terraza del claustro dos cabaleiros, mientras saboreaban un café fuerte con aguardiente blanco.

Antes de que atardeciese, dada la época, se calzaron las zapatillas deportivas y bajaron por un caminito que descendía hacia la ribera. Los castaños estaban cuajados de frutos y los estrechos caminitos entre muros bajos, a veces cubiertos de losas de piedra, parecían de cuento de hadas. Por veces, el silencio era brutal. Iban cogidos de la mano y se besaban de vez en cuando. Celia renovó sus esperanzas. Martín hablaba  poco, pero respondía a las curiosas preguntas de la mujer a sabiendas de que las formulaba para  mantener conversación.

San Estevo de Ribas de Sil (Ourense, Galicia, España)

Cuando regresaron al alojamiento, Celia sugirió tomar un baño juntos o ir al spa. Pero Martín dijo que no había tiempo, ya era hora de cenar. Celia empezó a inquietarse. ¿No habían venido para follar?

Celia se esforzó por apartar turbios pensamientos durante la cena y bebió abundante vino tinto. Todo estaba delicioso y a ella se le veía preciosa a la luz de las velas con el vestido de crepe de color aguamarina que realzaba su mirada. Miraba a Martín y le pareció aún apuesto, aunque algo distraído. Se besaron mientras subían por la grandiosa escalinata central.

Supo que algo iba mal cuando salió del baño y le enseñó la espalda para que le bajase la cremallera y lo vio sentado en la cama con el portátil sobre las rodillas.

  Sólo es un  momento –se excusó él ante la mirada de reproche de ella.

Celia salió al balcón, acalorada de pura rabia. Entonces escuchó las risas, los gritos, música y vislumbró el resplandor de un fuego. Los habitantes de las cuatro casitas frente al monasterio celebraban el magosto. En un segundo se decidió. Martín seguía enfrascado en lo suyo. Se vistió de nuevo con vaqueros y zapatillas. 

   Salgo un momento a ver el festejo.
  No tardes −dijo, pero no levantó la cabeza del ordenador.

Los aldeanos bailaban alrededor de un fuego donde se asaban castañas. Apenas eran una veintena de personas, aunque vio a otra pareja que también se alojaba en el Parador. Intentó mantenerse algo alejada, pero enseguida se le acercó una mujer algo mayor que ella ofreciéndole un trozo de pan con un chorizo asado que ella rechazó amablemente. Ya he cenado, gracias.

Castañas

No pudo, sin embargo, rechazar el vaso de vino y el trozo de bica mantecosa. Al rato hablaba con unos y otros y se sentó cerca del fuego, pues la noche había refrescado. Comió castañas calentitas y sabrosas, tan diferentes a las que vendían en la ciudad y siguió con un chupito de licor café. Reía y se sentía flotar. Él se sentó a su lado con la segunda copa y la tercera carcajada.

  Una mujer como tú no debería estar sola.
   No estoy sola.
   Lo parece.
   Ahora estás tú.

Celia se sintió un poco atrevida. El hombre era guapetón  y los ojos vivaces semejaban lobunos en aquella oscuridad.

   ¿Tú estás solo?
   Lo estaba.

Apenas dijeron nada más. Ella bebió más licor y decidió olvidarse de Martín y su frialdad. El hombre sacaba castañas del fuego y las hacía rodar entre las manos, gesticulando porque quemaban. A ella se le escapaba la risa. Él las pelaba para ella, que las comía golosa. Entonces el hombre cogió un palo medio quemado y se tiznó los dedos. Con ellos asió la barbilla de Celia y le pintó la cara. Ella se levantó de un salto riendo, agarró otro palo  e intentó devolverle la jugada, pero el hombre salió corriendo y ella fue detrás. La fiesta estaba en pleno apogeo y nadie les prestó mucha atención. Él se refugió en el umbral oscuro de una puerta y ella intentó tiznarle la cara, pero él le atenazó los brazos, la aproximó hacia él y la besó. Celia sintió la presión de sus labios, cálidos, saboreó su lengua dulce por el licor café. Se abandonó al beso. ¡Cómo anhelaba ser besada, acariciada, deseada! Las manos del hombre se colaron bajo el jersey y se deslizaron por la espalda. Eran manos grandes, fuertes y decididas. Ella se apretó contra él y notó su erección desatada, sin complejos, exigente y desprejuiciada. También ella acarició la espalda del hombre y era ancha y robusta. Se separaron un momento y él la interrogó con la mirada.
 
    ¿A dónde vamos? –preguntó ansiosa.

La abrazó y la condujo, mientras se paraban a besarse y sobarse, caminito arriba hasta una casita que no era más que un galpón donde se acumulaban erizos repletos de castañas.

Se desnudaron apresuradamente. Celia no sentía frío, más bien ardía, y una voz lejana le decía que aquello era una locura, pero las atrevidas caricias del hombre la acallaron.


     −   ¡Qué hermosas tetas! Hummm, de vicio, están de vicio.

A Celia le daba vergüenza oír aquello de un desconocido, pero al tiempo le excitaba.

     −    ¿Y mi coño? ¿Qué te parece mi coño?

Él lo chupó.

    −   Tu coño es manjar de dioses, más sabroso que las natillas de mi abuela y más narcótico que un licor de hierbas.

Follaron con alegría, generosidad y goce. Para su sorpresa, él guardaba condones en un cajón de un armarito, y su polla resultó tan decidida, osada y jugosa como había imaginado cuando la sintió contra su vientre.

Cuando la acompañó de vuelta al Parador, la fiesta continuaba y todos parecían bastante borrachos.

Celia tuvo que borrar la sonrisa que permanecía en sus labios cuando advirtió que Martín seguía despierto. En cuanto la oyó entrar, cerró la tapa del ordenador portátil.

   Has tardado.
   Me divertía.
    Estás toda pintarrajeada.
     Claro, es la tradición. Voy a ducharme.

Se demoró en la ducha. El agua casi hirviendo borró de su piel todo rastro de la pasión vivida, pero no su recuerdo.

Martín la esperaba en la cama.

   ¿Estás bien? Pareces algo bebida.
    Sí, el alcohol corría a raudales.
    Pues descansa.

La besó un segundo en los labios y se estiró largo.

−  Yo estoy muerto –suspiró.

Eso parece, pensó ella, muerto y bien muerto.

Por la mañana Martín se levantó el primero.

  ¿Desayunamos aquí?
   Vale.

Avisó por teléfono en recepción y se metió en la ducha.

Celia se asomó a la ventana. Nubes grises ocupaban el cielo ayer límpido y claro. Amenazaba lluvia.

Cuando Martín salió duchado y afeitado, ella escribía en su móvil con conexión a internet algo que él no acertó a leer.

Nuestra relación flotaba como un témpano a la deriva sobre aguas semicongeladas. 

Uol


Cañones del río Sil (Ourense, Galicia, España)
Plano de San Estevo de Ribas de Sil (Ourense, Galicia, España)


lunes, 5 de noviembre de 2012