domingo, 29 de junio de 2014

La pregunta XL

-¿Por qué escribes cosas tan tristes siendo tan alegre?
-Es que me jode esta oda continua que existe a los alegres y optimistas.


jueves, 26 de junio de 2014

Corazón



A Zazu le era indiferente aquel matrimonio, como le era indiferente todo lo ajeno  a su vida interna, oscura y abrasada. "Nunca se preocupó nadie de mi corazón. Mi corazón y yo crecimos extrañamente, dentro de un mundo frío y distante. Yo he ido buscando siempre algo, y no sé qué he buscado. Alguna cosa me grita mi corazón, a veces, y yo no sé que es". Ella entregaba su cuerpo fácil, iba detrás de su cuerpo fácil, con su alma difícil y distante. Con su alma asomada detrás de la vida, porque no veía nunca lo que había al otro lado de las cosas. "Mi cuerpo lleno de secretos, que, al fin, no sabe nunca decirme nada. Mi pobre cuerpo equivocado y triste, como un grito en la noche, la inmensa noche que asusta a los niños, esconde a los pájaros y abre negros vacíos debajo de mis pies. Mi pobre corazón, como una lámpara enterrada".

Ana María Matute: Pequeño teatro. (1954)

In Memoriam
(1925-2014)

martes, 24 de junio de 2014

Ulises cuestionado



TESTIMONIO DEL GAVIERO

Si he de decir la verdad,  
me pareció otro gesto de presunción, 
muy suyo, 
aquella urgencia con que nos pidió  
que lo atásemos al mástil 
para escapar al canto de las sirenas.

Las sirenas cantaban, eso es cierto,  
pero no precisamente para seducirlo a él.

¿Y por qué no a cualquiera de nosotros? 
¿Por qué tendrían que pretender seducir a alguien? 
¿Quién puede asegurar que no cantaban simplemente?
¿O que guardaban silencio y cada uno oía 
su propio canto de sirenas dentro?

Era él quien luchaba contra su vocación de perdidizo.  
Era él quien creía que las sirenas lo amaban. 
Era él quien, con cualquier pretexto, 
nos ponía a sus órdenes. 
Era él quien no sabía qué inventarse 
con tal de demorar nuestro regreso a Ítaca.

Yo quería volver a mi patria, abrazar a mi esposa,  
cuidar a mis padres ya ancianos,  
ver crecer a mis hijos.

Nos lo ordenó y lo atamos.  
Si hubiera sido por mí lo habríamos dejado en alta mar,  
hubiésemos puesto rumbo a Ítaca y allí se habría quedado,  
atado al mástil, solo, de nuevo a la deriva.

Y habría muerto así, atado a su extravío, 
mientras que las sirenas seguían, seguirán,  
cantando para nadie, como siempre.

Juan Vicente Piqueras: Atenas. Visor, Madrid, 2013

sábado, 21 de junio de 2014

Soy aire



AIRE SOY

Una idea, un continente, una mirada,
casi sin querer,
se me escapa, se me nubla, no se acaba,
casi sin querer.

No hay nada ya,
no hay nada ya.
Tocarte por dentro, besar.
No hubo y no habrá,
no hay nada aquí ya,
volarme y al tiempo volar...

Aire soy al aire,
el viento no, el viento, el viento no,
que sin ti soy nadie, sin ti yo no, sin ti yo no...

Una fuga,
un SOS,
una parada,
casi sin querer...
Y la duda en sentimiento transformada,
casi sin querer.

No hay nada ya,
no hay nada ya.
Tan bello es caer a tus pies.
No hubo y no habrá,
No hay nada aquí ya.
¿De quién este cielo es,
de quién?

Aire soy al aire.
El viento no, el viento, el viento no,
que sin ti soy nadie,
sin ti yo no, sin ti, sin ti yo no...

No hay nada ya,
no hay nada ya,
tan bello es caer a tus pies...
No hubo y no habrá,
no hay nada aquí ya,
¿De quién este cielo es,
de quién?

Aire soy al aire,
el viento no, el viento, el viento no...
Que sin ti soy nadie,
sin ti yo no, sin ti, sin ti yo no...

Aire soy al aire...
el viento no, el viento, el viento no...
Que sin ti soy nadie,
sin ti yo no, sin ti, sin ti yo no,
yo no, yo no, yo no...


Música: Aire soy, del álbum Salamandra (1986) by Miguel Bosé.


 

miércoles, 18 de junio de 2014

Camino en rojo

Rojo, rojo, rojo.
Las zapatillas rojas llevándome por los caminos, por los senderos de la vida, por tierra y asfalto, por cemento y madera, por alfombras y moquetas. Rojo en sueños y en infiernos, en cielos y en realidades. Mis pies rojos empujándome a bailar hasta el final.

Roja Uol

























sábado, 14 de junio de 2014

Miedo y pereza


El presente cabalga lentamente. Pero el futuro es un precipicio, un abismo que me espera al final de la cabalgada; me quiero bajar del caballo, pero a la vez tengo miedo: sé que me haré daño.

Él es el potro desbocado. Yo cabalgo con él, miedosa, porque sé que al final de la loca cabalgada, el potro me tirará y yo volaré sobre su cabeza, directa al abismo, a ese precipicio sin fondo, irremediablemente descabalgada.



No hay futuro y no hay vuelta al pasado. Porque todo el recuerdo que yo guardo del Otro, todo ese amor no es más que la luz de un fuego que se extinguió hace mucho, mucho tiempo. Demasiado. Y esa luz ha viajado a través de la oscuridad del espacio, pero la estrella ya no existe. Se apagó hace lustros, sólo que yo no lo sabía.

Beatriz de Haya tenía razón en esto; pero se equivocaba en una cosa: cuando creemos que el gran fuego se ha apagado y que ya no podemos aspirar más que a pequeñas brasas, a rescoldos que simplemente nos reconforten, erramos. El incendio se origina cuando menos lo esperamos. Y todo vuelve a empezar, la rueda vuelve a girar.  El dilema no es ahora si el tiempo nos concede otra oportunidad sino si tendremos ganas de tomar nuestras cartas y comenzar, una vez más, la partida. Pereza. A veces uno decide, elige, no ver sus cartas, dejarlas boca abajo sobre la mesa y retirarse a leer al jardín. A sentir el propio corazón. Sólo el propio.

Uol


Música: Allegro molto moderato. Piano concerto en A minor. Op.16. by E. Grieg.


domingo, 8 de junio de 2014

"Programa de mano" (tercer aniversario)

Hombre leyendo el ACTO I del Programa de Mano

Obra: Programa de Mano (versión de Uol Free)

ACTO I
 
TOSCA (1900), de Giacomo Puccini.
Música: Tre Sbirri, una carrozza by Enzo Mascherini.



Scarpia desea a Tosca (solo).

Te deseo y no me ves. Sólo soy un nombre que ignoras, alguien invisible, el que pone normas que no sigues; ése al que no se mira a los ojos, un lacayo, un plebeyo, un mal necesario pero al que no se tiene en cuenta, un mero funcionario que lleva cuentas y listas y nombres. No me ves, Tosca, no me ves. Pero yo te deseo. Mis ojos te siguen cuando pasas por mi lado con tu meneo de caderas sobre los tacones, ésos que hacen un sonoro ruido por el adoquinado, por las losetas, por el azulejado suelo de la oficina. Pasas frente a mí con tu contoneo, tus manos alejando la melena del cuello, aves migratorias revoloteando. Tu perfume, bandera que ondea tras tu paso poniendo firme a mi soldado. Pero tú me ignoras, acaso me desprecias, soy invisible ante tus ojos. Pero yo te deseo, Tosca. Ven a mí, paloma, gacela, tigresa. Ah, te deseo, te deseo como el guepardo que olisquea a su presa, de forma sangrienta y visceral, sin dudas y con ansias, con hambre y sed voraces, sin disculpas, sin culpas. Te deseo con rabia y celos, pues no sé en quién se posan tus ojos, tus labios, tus senos, tu coño. Y ahora voy a tocarme con frenesí. Un solo de mi mano, esperando entre la música de la conquista futura, de la rendición, del mordisco aniquilador en tu cuello, que un día me toques tú a mí, tus labios en los míos, tu coño en mi boca, tu boca en mi polla, mi polla en tu coño... ah, ah, ah, Tosca, mi Tosca.


ACTO II 

CARMEN (estrenada en 1875), de Georges Bizet. 

Don José quiere la capitulación de Carmen (dúo) 

Modernos Carmen y don José.


Don José espera a la moza en la taberna. Tirarse a Carmen no le ha aliviado la tensión en la entrepierna, antes bien, diríase que anda en celo de continuo, no consigue apartar a  la moza de su pensamiento; nunca se había sentido así, en estado de excitación permanente, como adolescente que se ha masturbado por primera vez y descubre emocionado los placeres de la carne. Pero follarse a Carmen no ha resultado como él pensaba. A ver, entiéndase, ha sido placentero, más que placentero, ha sido celestial, exquisito, ¡mierda!, ha sido alucinante, brutal, una explosión de los sentidos. Pero Carmen, aunque ha gemido y se ha corrido, se ha reído mucho, lo ha mirado con medias sonrisas y ha salido de la cama canturreando y, coño, no es eso lo que él quería. Él quería la cara de arrobo que por desgracia se le ha instalado a él en la suya; entrega, entrega total, rendición y no armisticio quería de Carmen,  pero Carmen es mucha Carmen, por lo visto. Así que don José ha ideado un plan.

Carmen entra en la taberna y lo busca con los ojos. En cuanto lo descubre, su rostro adquiere una expresión de suficiencia y petulancia que, sin embargo, no engaña a don José. Chiquilla caprichosa, él ha visto lo que escondía un segundo antes el rostro de la muchacha: expectación y cierta ansiedad. El hombre respira hondo, aún puede ganar esta partida. Le va a enseñar él quién es en realidad. 

Bajo la mesa su mano ha ascendido de la rodilla al muslo y ella ha hecho ademán de levantarse con alguna excusa, ir al baño, pedir otra ronda en la barra, pero ya don José deja unas monedas sobre la madera y se la lleva de la mano a la terraza, atrancando la puerta tras él, previo soborno al tabernero.

Ay, don José, don José, no hay quien lo reconozca, anda usted muy soliviantado.
Nada de eso, Carmen, soy muy reconocible, eres tú quien no me conoce, todavía...

Lo mira intrigado la mujer, pero ya don José rodea sus mullidas nalgas con las manos, la arrima a su cuerpo, le besa la boca, la asfixia con su deseo. Carmen, Carmen. Una mano sigue el contorno de una nalga y bordea su hendidura, acaricia y presiona. La mujer ondula su cuerpo, no se sabe si buscando o evitando los dedos de don José, bien pudieran ser ambas cosas. Carmen, Carmen. Y la humedad aparece, nítida, innegable en las yemas de los dedos. Le desabotona la blusa. ¿Pero aquí? Sí, aquí, ahora. Mía. Y una mano rodea el seno, turgente y lleno, suave y dulce para su boca. Nos van a descubrir, don José. Nos van a ver. La acalla con su lengua, con sus dedos que acarician los pliegues tibios de su carne de hembra. Calla, Carmen, calla. Hoy vas a saber, vas a saber tú cuál es mi nombre. La arrima al murete de la terraza, le levanta la falda, le baja la braga y sigue tocándola. La mujer gime, echa la cabeza a los lados, tiene ganas de morderse los nudillos, de gritar o golpear algo. Bájame los pantalones, ordena él. Y ella lo hace, su polla erecta salta liberada a su encuentro. Y Carmen se arrodilla y se llena la boca con la picha hinchada de don José. Sé que te gusta, Carmen. Y lame y chupa. Y don José se arranca la camisa y alza a Carmen. Le arranca la ropa, la gira. Apoyada en el murete, la calle polvorienta se ve allá abajo, un perro pasa. Se arrima a ella, pero no entra. Le muerde el cuello. ¿Qué quieres, Carmen, qué quieres? La mujer echa hacia atrás su trasero, se aprieta contra él, sus manos buscan el culo del hombre. ¿Qué, dime, qué? Carmen toma en su mano la polla del hombre, la acerca a su hendidura, pero él se aparta un poco, no entra. Ella gime. Dilo, Carmen, dilo, y los dos sabremos quién soy y quién eres. ¿Qué, qué? Ya sabes qué. Pero lo grita ¡Joder, José, fóllame ya! Y don José penetró y derribó la última frontera, allí, contra un murete de una terraza de una taberna de un barrio polvoriento. Y Carmen gritó y gritó de puro placer, allí contra el muro, viendo las chimeneas, terrazas y tejados de un barrio polvoriento de una vieja ciudad. Y cuando acabaron no hubo canturreos, sólo jadeos y ojos brillantes de saciado deseo.


ACTO III

FAUSTO (1859), de Charles Gounod, inspirada en el Fausto, parte I, de Goethe.

Fausto vende su alma a cambio de un elixir de eterna juventud.


Fausto rejuvenecido

Mi tiempo se acaba. Un suspiro, me ha parecido un suspiro. Pero ya está, se acabó. Me pregunto si mi vida ha servido para algo, para alguien. Me pregunto si la he desperdiciado en trabajo y más trabajo. Yo pensaba que era feliz, ahora no lo sé. No he tenido tiempo para el amor. Bueno, he tenido amores, muchos. Pero los apartaba, sin querer, sin pretenderlo; alejaba de mí a esas mujeres que me querían. No tenía tiempo para atender sus peticiones, sus necesidades. No necesitaba a nadie. Más tarde, en todo caso. Ahora ya es inútil, mi tiempo se acabó, se acabó. Se acabó sin darme cuenta. Ya es tarde.

 ―¿Se puede? 

Así me presenté.

El pobre idiota lloriqueaba allí sentado por el tiempo malgastado. Mirando por la ventana como quien ve pasar tren tras tren sin decidirse a comprar billete. Podría haberlo dejado consumirse en su melancolía, dejar que se bañase en su culpa. Pero simpatizo con los atormentados. Será el oficio. En fin, se lo propuse. Al principio disimuló, el muy hipócrita, como si no hubiese sido él quien me convocó, quien imploró ayuda a los mismísimos infiernos, negando esa ciencia en la que tanto se apoyó, en la que tantas horas invirtió, perdida ya la fe. Bien, los que pierden la fe son mi caldo de cultivo. Y acudí. Es mi naturaleza. 

Había una mujer, siempre la hay. Margarita. Fue una joven que le amó cuando estaba en la treintena. Podrían haber sido felices, pero él se escondió en su trabajo, no es el momento, ya habrá tiempo. Nunca quiso saber qué había sido de ella. Y ahora Margarita se había reencarnado en la imagen de Patricia, aquella pizpireta auxiliar de laboratorio que le hablaba con respeto y distancia, que lo miraba como quien mira a su abuelo. Y el viejo languidecía, quería recuperar el tiempo perdido. 

La transacción fue rápida. Tu alma. ¿Qué me das a cambio? Una polla dura, vigor, vitalidad, atractivo. Ya he dicho que fue rápido, no dudó el muy ladino. Se creyó el rey del mambo, se anilló hasta la polla. Y se acercó a Patricia. 

La muchacha se acostaba con Óscar, su novio encofrador, y para que Fausto quedase bien enganchado al contrato diabólico, y para facilitar de paso la tarea, lo largué cual Urías una temporadita a las Canarias, malo sería que allí no se despistase con alguna chicharrera. Despejado el camino, Fausto se deshizo en halagos con Patricia, no cejaba en invitaciones a comer y a cenar, e incluso se atrevió con rozamientos indiscretos. La pava no caía. Hasta que Fausto, tanto tiempo perdido en su vida, se lanzó a las bravas. La esperó en su despacho en pelotas, con la polla tiesa y anillada. Esta Betsabé sintió curiosidad, claro, nunca hubiese imaginado tal artillería herrada en su sosote jefe, y se lo cepilló. Fausto no cabía en si de alegría. Se sentía joven de nuevo, vigoroso, su polla dura como una piedra. Se hizo ilusiones. Un hogar. Patricia esposa y madre. Quizás no fuese tarde todavía. Pero la joven lo esquivaba. Le hizo gracia ese Fausto inesperado, pero dudaba. Se dejaba querer, pero se acordaba de Óscar. ¿Qué haría allá en Tenerife? 

Fausto volvió a requerir mis servicios. 

No puedes dejarme a medias, Mefistófeles. La quiero. Quiero que sea mía. Necesito conquistarla del todo. 

¡Pobre diablo! ¿Cómo explicarle que el amor no se compra? Ni siquiera yo, con todo mi poder, podía comprar  más que un cuerpo.  Y eso ya lo tenía. Patricia se acostaba con él, pero para Fausto esto no era suficiente. Quería amor, que lo amase, que hiciese planes, futuro. Pero a él el futuro ya lo había rebasado. 

Está bien, le dije. Esta noche invocaré al Jefe. Tú pon de tu parte. Pero recuerda que tu alma es mía y me la cobraré. 

Patricia llegó a la oscura casa llorando. Acabó confesando que Óscar se había caído de un andamio y había muerto en el acto. Fausto la arropó, la acunó entre sus brazos, la llevó al lecho y la desnudó. Patricia llevaba unas braguitas tan delicadas como alas de mariposa. A Fausto le saltó el corazón en el pecho. Era tan hermosa, tan joven, con tanto tiempo por delante... Eso le dijo. Ya verás, el tiempo te calmará, aliviará tu pena, te volverás a enamorar. La muchacha lo miró con cariño, por primera vez. Y lo besó con ternura. Y Fausto la amó con toda la voluntad de su cuerpo prestado, con toda la bondad de su alma alquilada, con toda la fuerza de la eternidad soñada. Y Patricia amó a aquel hombre que la había condenado y protegido a la vez. Y aquella noche gozaron el uno del otro. Y Fausto se sintió dichoso durante unas horas antes de que su corazón reventase de felicidad y obstrucción coronaria. 

¿Qué queréis? Es a mí a quien encargan estas putaditas.

Uol, en el III aniversario, decidiendo el futuro de este blog. 

Música: E lucevan le stelle (Tosca, de Puccini) en boca de Giuseppe Campora.