martes, 24 de junio de 2014

Ulises cuestionado



TESTIMONIO DEL GAVIERO

Si he de decir la verdad,  
me pareció otro gesto de presunción, 
muy suyo, 
aquella urgencia con que nos pidió  
que lo atásemos al mástil 
para escapar al canto de las sirenas.

Las sirenas cantaban, eso es cierto,  
pero no precisamente para seducirlo a él.

¿Y por qué no a cualquiera de nosotros? 
¿Por qué tendrían que pretender seducir a alguien? 
¿Quién puede asegurar que no cantaban simplemente?
¿O que guardaban silencio y cada uno oía 
su propio canto de sirenas dentro?

Era él quien luchaba contra su vocación de perdidizo.  
Era él quien creía que las sirenas lo amaban. 
Era él quien, con cualquier pretexto, 
nos ponía a sus órdenes. 
Era él quien no sabía qué inventarse 
con tal de demorar nuestro regreso a Ítaca.

Yo quería volver a mi patria, abrazar a mi esposa,  
cuidar a mis padres ya ancianos,  
ver crecer a mis hijos.

Nos lo ordenó y lo atamos.  
Si hubiera sido por mí lo habríamos dejado en alta mar,  
hubiésemos puesto rumbo a Ítaca y allí se habría quedado,  
atado al mástil, solo, de nuevo a la deriva.

Y habría muerto así, atado a su extravío, 
mientras que las sirenas seguían, seguirán,  
cantando para nadie, como siempre.

Juan Vicente Piqueras: Atenas. Visor, Madrid, 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión me interesa. Es tuya.