jueves, 28 de agosto de 2014

Casa paterna




En la casa de mis padres vuelvo a ser una niña, no una mujer que toma sus decisiones. En casa de mis padres vuelvo a ser la muchacha que derriba con un mazo uno a uno los sueños que pienso que imaginaron para mí. Lo que en la ciudad me hace fuerte y me distingue, aquí me señala y me humilla. Seguramente no es ni una cosa ni la otra, pero así lo vivo. En la casa  de mis padres, en el pueblo, florecen todas mis carencias, crecen desde el estómago como hiedras que alcanzan mi garganta y amenazan con asfixiarme.

Recorro una a una las habitaciones vacías -aunque perfectamente amuebladas-  y me pregunto qué será de todos esos silencios, qué será de mí. Yo creía que cumplía mis sueños y acaso alguno de los suyos, y resultó que los suyos son los que verdaderamente pesan sobre mí. No cumplir alguno de los míos no me duele en absoluto, pero leer en sus ojos, por veces tan tristes, la sorpresa de la decepción o la incomprensión ante el presente al que hemos llegado, la incertidumbre del camino recorrido tan ajeno a lo posible -y esto a pesar de su inquebrantable amor y orgullo- me hunde en la desesperanza.

En casa de mis padres el legado patrimonial tiene paredes y ventanas luminosas con cortinas imposibles siempre recogidas enmarcando un edén de verdor, mesitas con fotografías en blanco y negro, ecos de risas de niños ya adultos, figurillas de barro compradas en rastros portugueses, platos y postales de viajes a sitios muy lejanos o cercanos, libros de aventuras de Bruguera, enciclopedias obsoletas y estancias reformadas para los que nunca llegaron o llegarán.

La casa de mis padres es patria y se espera que no se la traicione. Nos lanzan al mundo, nos enseñan a volar, nos piden que construyamos nidos en algún otro lugar y, de pronto, cuando estás en ese proceso, sin saber cómo, sus miradas envejecidas sólo anhelan que la casa vuelva a ser ocupada, que abandonemos guaridas propias, nidos lejanos, que volvamos a servir a la patria, con fervor y sin preguntas. 

La casa de mis padres es una losa, tan hermosa con sus flores y su luz y sus recuerdos, una tumba que espera tu regreso. La casa de mis padres es el paraíso perdido y la lápida final. Entremedias quiero huir de su influjo. Pero sus miradas expectantes, de sorpresa y desaliento, tiran de mí hacia el pudridero. Y maldigo diciendo que ojalá no existiesen esas cuerdas y esas hiedras, estupideces que no siento, porque no puedo ser sino quien soy. Y entonces miento: digo que en verano volveré a leer en la terraza rodeada de geranios rojos y frente a la lareira en invierno viendo arder la leña de carballo; digo que escribiré y leeré en la buhardilla (aunque no sea sobre el Sena); digo que cultivaré rosas y lechugas; geranios, tomates y pimientos; gerberas y petunias, judías, berzas y calabacines. Miento y sus ojos se alegran mientras los míos se humedecen de tristeza, de melancolía e impotencia; de rabia y frustración. 

Pero entonces surge la duda,  un cabo lanzado al náufrago. ¿Y si en el fondo no miento? ¿Acaso mis mentiras de hoy no pueden convertirse en simples certezas alguna futura mañana? 

Quiero creer que es eso lo que piensan cuando me miran y sonríen, confiando.

Uol 


 Sobre las casas y el abandono trata un poema de Gina Saraceni  que puedes leer aquí.

lunes, 25 de agosto de 2014

Navío

Marinero by  R. Mapplethorpe



Navío  desvelado, corazón mío,
que atraviesas la anchura de la desolación con tanta
tenacidad como inconsciencia.
Alguna vez, un faro tropieza en su barrido con tu
titubeante vaivén y, entonces, te sonríes y empavesas
tus mástiles para saludar a un quimérico puerto.
Resuenan, en la niebla, las bocinas, ebrias ante el
presentimiento de la proximidad y la brújula olfatea,
serpentea, recorre cada radio, atraviesa los círculos,
cerca el confín de la distancia.
Pero el horizonte, imperturbable, sólo muestra tu íntimo
precipicio, tu inabarcable desierto interior.

Ana Rossetti: Punto Umbrío (1996)  



jueves, 21 de agosto de 2014

Calma





Calma, calma, agua cristalina, pájaros piadores. El agua en mis pies. Arena fina, blanca. La serenidad tiene que llegar en algún momento, alguna vez. Y no provocar este miedo atroz; la serenidad como calma, agua entre los dedos de los pies, agua deslizándose por el rostro. ¿Por qué huyo de la calma? ¿Por qué la calma ha sido muerte y decrepitud?  La calma con su manto cubriendo mis ojos cansados, la calma inesperada, la calma que he rechazado una y otra vez, huyendo, huyendo siempre y, sin embargo, inmersa en ella. ¿Quién puede comprender tal contradicción? Inmersa en la calma como en un útero, calma que no percibía, atenta sólo al latido del corazón, a los tambores en mis sienes, retumbando sin cesar, la vida corriendo por las venas, palpitando en los pulsos, en las sienes, en las ingles. Calma, calma. Calma huidiza, calma que no he entendido ni comprendido y que, no obstante, siempre ha estado dentro de mí, como cuerpo extraño que hay que rodear, encapsular para que no haga daño, cuerpo extraño que hay que expulsar.

La calma, la calma del mar lamerá las heridas, sosegará el alma, la calma después de la tormenta, una vida de tormenta en tormenta, faro esquivo azotado por los vientos, la calma que sé que un día llegará.

¿Pero puede un faro dejar de desear ser azotado por los vientos? ¿Puede un faro dejar de soñar con olas besando sus cimientos?¿Puede evitar guiar a los extraviados? ¿Puede un faro dejar de otear en lontananza, dejar de ser quien es, de gritar avante, avante? ¿Puede?


Uol 
Música: Calma, de Ocean Blue

domingo, 17 de agosto de 2014

Respirar





 
Era una tarde de abril
con tiempo de primavera
juntos fuimos hasta allí
a recordar algo nuestro.
Era como empezar
a sentir lo que hoy siento,
tú jugando junto a mí,
yo ahogándome en el tiempo.
 

Necesito respirar,
descubrir el aire fresco
y decir cada mañana
que soy libre como el viento.
 

Cantamos una canción
y juntos pudimos ver
que después de nuestra voz
sólo se quedó el silencio. 

Comenzamos a soñar,
volaron los pensamientos
y al mirarte comprendí
que tu sueño era mi sueño.
 

Necesito respirar,
descubrir el aire fresco
y decir cada mañana
que soy libre como el viento.

Necesito respirar,
descubrir el aire fresco
y decir cada mañana
que soy libre como el viento. 


Música: Necesito respirar del álbum Sin Tiempo (1992) by Medina Azahara.

miércoles, 13 de agosto de 2014

África

A ÁFRICA

Se le escapó el sol.
Le cayó la plaga.
Y bichitos invisibles
se le escapan 
por los humores
hasta cuando se seca
las lágrimas. 

Excreta veneno
tu cuerpo moreno, África.

Pero son los fusiles
los que te matan,
botas de polvo,
boinas odiadas,
parodias de ejércitos
te desangran, África.

Uol
África helada

sábado, 9 de agosto de 2014

Es difícil




Es difícil de explicar, todas las cosas que nos importan en la vida son difíciles de explicar,  porque para nada sirven las palabras si lo que cuenta es el sentimiento, porque una definición de diccionario no desvela el sentir, porque unas letras no trasmiten la palpitación, el temblor, el deseo, la ira, el temor, lo inasible, lo inexplicable, la sensación, la intuición, la vibración. Nos esforzamos en buscar y poner palabras, porque nos han dicho que las palabras lo encierran todo, incluso  el misterio y lo infinito, pero resulta que la misma cosa tiene tantos nombres como lenguas hay en el mundo, y si no es la nuestra, resulta que no es lo mismo, incluso aunque esa palabra se refiera a algo concreto y tangible, no es lo mismo. No provoca en nosotros lo mismo. Por eso es complicado explicar qué siente un gallego al escuchar esta canción. Por eso es difícil explicar que las borracheras tienen en mi tierra una tristeza subyacente, que son un canto y una exaltación de la melancolía; que cuando escuchas esta canción, cunca de vino en mano, se erizan los vellos, se nublan los ojos, los ollares se inundan de olor a verde, a hierba, o a salitre y a viento. Ya sé que es difícil de entender, mucho más de explicar. Quizás por eso sólo nosotros comprendemos que esta canción sea nuestra bandera y nuestro pañuelo (tanto seca ojos como recoge mocos), nuestra canción de borrachera.

Uol
A Roda

Música: O andar miudiño, by A Roda.



Éche un andar miudiño,
miudiño, miudiño,
miudiño, miudiño,
o que eu traio.

 Que eu traio unha borracheira
de viño, que auga non bebo.
Mira, mira, Maruxiña,
mira, mira, como eu veño.

Éche un andar miudiño... (Bis)

lunes, 4 de agosto de 2014

Un viaje... y un Magnum (II)



 (Esta historia comienza aquí)

Vaciaron la petaca de vodka. En el cuarto de Lou estuvieron hablando mucho rato, temas triviales que lograron que se sintiesen cómodos, casi como viejos conocidos que se han reencontrado después de un tiempo.
―Mañana voy a tener resaca además de agujetas―se quejó Lou.
―Para lo primero agua y las agujetas te las elimino yo con unos masajitos.
―¿También das masajes?
¿Aún funciona lo de los masajes?
―Soy muy terapéutico―Arturo estiró los brazos y entrelazó los dedos largos.
―No es necesario, de verdad. 
Si ya sabemos en qué va a acabar esto. 
―No lo es, pero me apetece. ¿A ti te apetece un masaje? 
¿Me apetecía? Sí, me apetecía. 

Lou se descalzó, se sacó los vaqueros y se tumbó boca abajo sobre la cama. Las bragas negras semitransparentes quedaron a la vista. Cuando hizo la maleta descubrió que toda su ropa interior era casi transparente, con encajes, troquelados, tules... ¿Qué iba a ponerse si tenía que ir al médico? Su madre clamaría al cielo por no tener un par de conjuntos decentes de algodón. Él no dijo nada.
―¿Tienes aceite?
―No, demasiado peso. Prueba con la crema corporal, ese frasco chiquito de ahí. He metido todo "tamaño viaje".
―Servirá. 
Para lo que va a durar el masaje... 

Arturo comenzó a masajearle los pies. Ay, qué gusto, Dios mío, ese pulgar en la planta, en el punto exacto del arco, ay. Subió a los gemelos, algo doloridos, y ascendió por las corvas hasta los glúteos. Se lo estaba tomando en serio, nada de caricias, un masaje profesional. Estuvo así sus buenos veinte minutos. Lou fue relajándose, relajándose.
―Te vas a quedar dormida.
―Humm...
―Por cierto, unas bragas muy bonitas. Y un pandero...
―¡Ojito con lo que dices!―le advirtió Lou con cara risueña.
―Un pandero... durito, como todo lo demás.
Lou medio se giró.
¿Qué demás? 
Lo que no se ve.
Lou alzó una ceja.
―Soy optimista.
Lou se irguió un poco y lo atrajo hacia si.
―¡Tienes un morro! 

Le gustaron los besos de Arturo, su lentitud y sensualidad. El canoso no mostraba prisas, le besó la barbilla, subió a la oreja, mordisqueó el lóbulo, descendió por el cuello, le sacó la camiseta morada, recorrió sus clavículas, y en cada movimiento la miraba unos segundos a los ojos. Está hipnotizándome. No es un perro de caza, es un encantador de serpientes. 

El canoso

Arturo se detuvo mucho rato en sus senos, cogió las tetas en sus manos, las pesó, miró, acarició, chupeteó y besó.
―Preciosas, preciosas, firmes, humm... 
¿Por qué no iban a estar firmes? 

Arturo se quitó el polo naranja y Lou pudo observar su torso moreno, casi sin vello, estrecho, flaco y fibroso como todo él; acarició sus costillas, su abdomen apenas saliente. ¿Es así la piel de un cincuentón? Siempre había pensado que todo era cuestión de piel. Pues esta piel le gustaba, suave, fina, con el brillo aceitoso de la madera curtida, con canas en el vientre y... erecto. No sé cómo será habitualmente, pero hoy Arturito está espléndido. ¿Y cómo sabrá su piel? Su piel sabía a bosque, a madera, a barrica noble. Le gustó el sabor de su cuello, de sus tetillas, de su ombligo, de su sexo turgente. ¿Qué hago? ¿Me subo sobre él? ¿Y si piensa que soy una dominadora? ¡Tonterías, ha entrado a saco todo el rato!


―¿De qué te ríes?―le preguntó divertido Arturo al ver sus comisuras imposibles.
Lou abrió los ojos.
―Nada... tu trasero.
―¿Qué le pasa?
―Es... jajaja, es pequeñito y suave.
―¡Oye!, ¡cuando estés en la cama con un hombre no menciones que una parte de su cuerpo es pequeña y suave! ¡Todo tiene que ser grande y duro! 

Los dos estallaron en carcajadas.
―¿Como esto?―Lou atrapó su polla con la mano.
―¡Eso sobre todo!―suspiró él.
―De acuerdo, prometo no quejarme si me lo das a probar.
―Todo tuyo, hermosa, todo tuyo. 

Lou se arrodilló entre sus piernas e inspeccionó la zona. Lengüita por la base, lengüita por...
―Seguro que tú eres de los que dice que no le toquen los cojones.
―No, yo no, a mí me encanta que me toquen los cojones―Arturo fingía ansiedad.
―¿Seguro?
―Tócame los cojones, seguro. 
Lou se rió.
―Mejor te los lamo.
―¡Mucho mejor! Ahh...
―¿Y eres de los que dice chúpamela cuando te enfadas?
―No... ¿eh?, bueno, espera...sí, sí. 
Lou se rió de nuevo.
―¿Entonces es no o es sí? 
Arturo irguió la cabeza y vio desnuda a Lou entre sus piernas, la melena roja desparramada y tremenda cara de pilla.
―¡Entonces es que te vas a enterar!
―Jajajaja. 

El flaquito la alzó, giró y tumbó de espaldas.
―Pues a mí me la suda si eres o no de las que dice no me toques el chocho, porque te lo voy a comer sí o sí.
―Eres un déspota.
―Sí.
―Un tirano.
―De los peores.
―Un...un... ah, un... aprovechado... ah ah... un opresor... ah ah ah ah, un... 

Arturo la acalló con su lengua y ella probó su propio sabor. Después se asió al culito del hombre mientras entraba en ella, rodeó con sus piernas su cuerpo moreno y nervudo, sintió punzante y ardiente su polla en un baile que él conocía bien; miró su cabello plateado, y el brillo de caramelo de sus ojos cegó cualquier visión de las arrugas de aquel hombre maduro y apasionado.


Ella se estiró larga y sudorosa. Él, a su lado, le apartó mechones húmedos del rostro.


―Nunca había estado con un canoso.
―Ni yo con una patosa.
Ambos rieron. Después quedaron en silencio.
―¡Quién me lo iba a decir a mí!―y Lou se rió de la paradoja―. ¿A qué no sabes que me apetecería ahora?
―No, ¿qué?
―Un Magnum almendrado.
―¿Un helado?
―No, un Magnum almendrado.
Él la miró sin comprender.
―Es larga historia―dijo ella.

Uol 
(Para los que como Arturo no conozcáis la paradoja de Lou, leed los otros relatos de la saga Magnum. Ya sabéis, clickad en los títulos, van por orden: Un Magnum almendrado; Otra vez, el Magnum e incluso ¿Qué fue del Magnum almendrado?)