jueves, 29 de agosto de 2013

sábado, 24 de agosto de 2013

Tocadiscos



Cuando escuchó aquella canción sufrió un mazazo. Y recordó la habitación y aquel tocadiscos. Durante un año el disco giró en el plato. La música tiene un sobrecogedor, inimaginable poder evocador.

Esa noche buscó en youtube el disco y lo escuchó una y otra vez mientras las lágrimas alcanzaban la sonrisa melancólica de su boca.

Y sonaba en su mente sin cesar, llámame, baby, mientras recordaba los besos y las risas, los abrazos y los goces.

Giraba el plato una y otra vez, giró su vida, pero la música permanece. Y con ella, los recuerdos.

Uol


Música: Please Call Me, Baby by Tom Waits, de su álbum  The Heart Of Saturday Night (1974)




Tom Waits: The Heart Of Saturday Night (1974)



martes, 20 de agosto de 2013

Iguales

Eran tres. Tres edades. Tres fisonomías. Tres mentalidades. 
Pero los tres gritaron ¡¡¡al agua, patos !!!
Y se les alegró el cipote.
¿Por qué? ¡Ah!, no veis a la morenaza que está delante de ellos. Disculpadlos, es la primera vez que van a una playa nudista.


Uol

Esta historia continúa aquí.

miércoles, 14 de agosto de 2013

El féretro

 
Romería de Santa Marta de Ribarteme, As Neves, Pontevedra, Galicia (España)

Nunca lo hubiera creído posible. Negaría tal posibilidad apostando su mano diestra. Pero lo cierto es que allí estaba ella: dentro de un ataúd. Viva.

El sol caía implacable en vertical. No podía abrir los ojos pero tampoco deseaba hacerlo. Llevaba lentes oscuros, más para ocultar su identidad que para protegerse de la hiriente claridad, pero nada podía impedir que cualquier persona leyese en sus mejillas (que oscilaban entre la palidez cada vez que sentía el movimiento del féretro bajo su espalda, y el sonrojo que experimentaba al ser consciente del desatino de su decisión) su rostro hipócrita de descreída.

Ella, dentro de un féretro -sin tapa por supuesto-, forrado de seda blanca, las manos entrelazadas sobre el abdomen. Un ataúd portado por cuatro hombres desconocidos. Cuando la alzaron sintió pánico y aferró las manos a los bordes de la caja. Acostumbrarse al suave bamboleo le costó varios minutos. Estaba rígida y tensa allá arriba, los ojos cerrados bajo las gafas de sol, escuchando oraciones y responsos.

Romería de Santa Marta de Ribarteme, As Neves, Pontevedra, Galicia (España)

El féretro se movía a ritmo de procesión, con el bamboleo bailarín que ella conocía de las andas de los santos o el de la virgen del Carmen que portaban las mozas solteras allá en el pueblo en el día señalado. Pero en ella nada apuntaba a la santidad por mucho que él dijese que era muy bueniña.
− Boíña eu? Eu quero ser mala malísima.(1)

Cuando se lo pidió, la miró con incredulidad y espanto. ¿Ofrecida? ¿Dentro de un ataúd? ¿En procesión alrededor de la iglesia? Después le entró la risa. ¿Ella, la claustrofóbica? ¿Ella, la agnóstica?
− Debes cumplirla. Una ofrenda es una ofrenda.
− Pero yo no hice tal promesa, abuela, ni loca de atar haría tal cosa. Yo no…no creo en eso.          
− No crees, pero lo dijiste. Pediste Sálvalo,  Dios mío, sálvalo. Yo te oí como lo decías llorando tras el cristal. Un día y otro, asida después a su mano. Pedías su salvación. 

Ella no supo qué decir, no podía negarlo: lo pidió. Lo pidió como se pide que lleguen las nubes con su carga húmeda o a las mariposas que cesen su vuelo.

− Sí, abuela, pero…yo no hice esa promesa, ir en un ataúd es de locos. ¿Cómo iba yo a ofrecerme para tal locura?
− Lo hice yo.
− ¿Qué?
− Yo te ofrecí. Y debes cumplir la promesa.

Y ahora estaba allí, día 29 de julio, dentro de un ataúd alquilado a la parroquia, oculta tras unas gafas de sol, esperando que nadie la reconozca. Su abuela y él a los lados del féretro, acompañándola.

Él al principio también se negó a contemplar tal horror. Pero los ojos serios de la abuela y su propia cicatriz reflejada en el espejo atravesándole la cabeza de lado a lado, lo obligaron a participar de la pantomima.

Otros tres féretros iban en procesión: dos mujeres más y un hombre, todos mayores que ella. Sólo el hombre mencionó un hijo recuperado del coma tras un atropello. Como él, pensó ella. Doce días en coma. Puñetera moto. No le pidió que no se volviese a subir a una. De momento estaba destrozada en un desguace. De momento, no tenía dinero para otra. Pero ella sabía que todo era de momento.

Romería de Santa Marta de Ribarteme, As Neves, Pontevedra, Galicia (España)

Y por la moto y por la devoción de su abuela, ella estaba metida en un ataúd atravesando el atrio de la iglesia de santa Marta de Ribarteme camino al cementerio. Sudaba, tenía sed. Su abuela le había ofrecido un abanico, pero ella imaginó la escena: una muerta abanicándose, y le pareció demasiado surrealista. No quería verse al día siguiente en una foto en el periódico comarcal, una instantánea que nada tendría que ver con las de Cristina García Rodero. Pero cedió ante el calor asfixiante. Sólo pedía que aquello acabara ya. ¿Serviría de algo esa payasada? Sin fe, ¿por qué se prestaba a aquello? ¿Quedaría cubierta la promesa o permanecería pendiente en el Libro Divino en la casilla de Debe? ¿Sabría Dios de su escepticismo? Pero ¿qué escepticismo? Desvariaba ¡qué lío! Sin verla, sabía que su abuela rezaba con un rosario entre las manos caminando a su lado. Él iba también, pero avergonzado, con los ojos bajos. ¡Era él quién debería estar en su lugar! Ay, pero no, estuvo tan grave que verlo ahora dentro de un féretro sería impactante: sólo pensarlo le hacía daño. Porque durante aquellos doce días lo pensó, pensó que inexorablemente seguiría a una comitiva como aquella,  pero tras  un féretro cerrado, respirando el olor pegajoso de las flores que todo el mundo llevaría a pesar de la indicación expresa de que no se recibían.

¿Qué se sentiría? Muerta, quería decir. ¡Qué tontería! La muerte es el no-sentir. Por eso le espantaba, no sentir, no sentir el viento en la cara, la lluvia en  los pies, el calorcito tras el baño en la playa; la caricia cálida de las grandes manos de su abuela, el abrazo del amado, los besos robados de su adolescencia, el deseo de su hombre contra su vientre. No sentir. No sentir es para ella la muerte. Pero ella sí percibe la dureza del cajón, el bamboleo contra los bordes. Él le aconsejó que se dejase llevar, igual que si fuese de paquete en la moto. Pero ella de paquete sólo fue una vez. Argumentó que le daba miedo. Sin embargo, la verdad era otra: no confiaba en él, en su pericia pilotando la máquina o en su sensatez, no sabía. Pero era  falta de confianza. Y no quería decirle eso. No quería. Y, bueno... allí estaba ella, dentro de un ataúd a causa de la puta moto. 

Romería de Santa Marta de Ribarteme, As Neves, Pontevedra, Galicia (España)

Ayyy, no debería pensar esas cosas en medio de una procesión. Y además él no tiene la culpa, la culpa es de su abuela. Su abuela de manos calientes que la metía en su cama en tardes pesadas de tormenta y rezaba oraciones contra el poder del rayo y el trueno. La abuela y sus oraciones. La relajaban. Bueno, eso o aquellas oraciones eran narcolépticas, mantras adormecedoras, porque siempre se dormía escuchándolas. Se dormía calentita y protegida. Era su abuela y su cercanía, claro, pero ya nunca podrá desligarla de aquellos rezos y oraciones de los que nunca prestaba atención a las palabras, sólo al ritmo, ese ritmo adormecedor. Al parecer ésa es la función de los rezos en voz alta: la necesidad de concentrarse en las letras, en las respuestas, hace que la respiración se regularice y la ansiedad disminuya o desaparezca.

Y sí, ahora, cuando tiembla de miedo y angustia, ahora añora aquellas noches con su abuela y sus palabras relajantes. Su abuela ya no la convoca a su cuarto; ya ella no se refugia en su regazo: le saca dos cabezas. Pero en ocasiones, lo reconoce, cuando la angustia le aprieta, cierra los ojos y reproduce aquel ritmo hipnótico y se siente protegida en sus brazos.

La comitiva se detiene. Las salmodias incrementan su intensidad Virxe Santa Marta, estrela do norte, traémosche os que viron a morte (2). Ella vuelve a asirse a los bordes del cajón. Huele de pronto a cera derretida. ¿Olerán los muertos la cera y las flores? ¿Olerán las lágrimas de los deudos? ¿Escucharán las caricias sobre la caja? ¿Olfatearán los besos al aire? Mira al cielo, una nube se ha interpuesto entre el sol y ella. Siente el viento en la cara.

Tu abuela es una beatona, le dijo él. ¡Ni a mi madre se le hubiese ocurrido tal cosa!

Sí, era un desatino, pero ¿quién era él para opinar? Su abuela…bueno, su abuela era su abuela. Él se había recuperado y ella estaba cumpliendo una promesa.

De súbito los cantos cesan y el féretro desciende. Han regresado a la iglesia. Descubre en los ojos de los mozos que la depositan en el suelo una mezcla de conmiseración y regocijo. La sonrisa de su abuela es protectora y cariñosa, un manto que la cubre, que la trasporta a su infancia feliz. Él no la mira. Está abochornado, claro. Bueno, no ha visto a nadie conocido, pero hay feligreses haciendo fotos, o quizás sean meros turistas alucinados por estas macabras costumbres locales. Pero la que está dentro de un ataúd es ella. Y él le rehúye la mirada. Quiere salir ya de allí, pero la abuela le hace un gesto y ve como se acerca el sacerdote que recita latinajos y bendice a los ofrecidos con el hisopo. Una gota de agua bendita le cae en la comisura de la boca. Sin pensarlo, la recoge con la lengua. Y en ese momento lo sabe. Sabe que nunca más habrá puta moto ni puto novio.

Sonríe a su abuela cuando por fin sale del ataúd.
− E os mortos gozarán deste paseíño no cadaleito, avoa?
 − Os mortos senten, neniña, senten. E compadécense de nós.
− Avoa!
− Xa, xa… xa sei. (3)

(1)  -¿Muy buena yo? Yo quiero ser mala, malísima.
(2) Virgen Santa Marta, estrella del norte, te traemos a los que han visto la muerte.
(3) − ¿Y los muertos disfrutarán con este paseíto en el ataúd, abuela? 
− Los muertos sienten, hijita, sienten. Y se compadecen de nosotros.
− ¡Abuela!
− Ya, ya… ya sé. (3)

Uol

NOTA: Agradezco efusivamente a los autores del blob "Un paseo, una foto" la cesión de las fotos que llevan su nombre. Si queréis ver más imágenes y la entrada que sobre esta romaría elaboraron ellos, podéis hacerlo clicando  aquí.

viernes, 9 de agosto de 2013

Permanencia




EL  HILO

No sé qué andas haciendo cada tarde,
lejos de mí, quizá sin un recuerdo
memorable que nos junte un instante
más allá de la vida cotidiana.
Pero sí que en mis manos permanece
el brevísimo calor de tu carne,
en mis ojos el fulgor de los tuyos
y en el fondo de mi sangre, serena
y misteriosa, una música extraña,
la certeza de haber sido una rama
donde hallaste, fugaz, el merecido
descanso de tu vuelo inalcanzable.
Fue muy breve cada vez, pero late
desde entonces incesante y eterno.
Que tú no lo percibas es superfluo:
hay un hilo en el aire que nos une.
Una vida feliz.
                        Polvo de oro
que el viento disemina a su capricho.


Alfredo Buxán: La transparencia (2012)


Permanencia: s.f.: Duración firme, perseverancia, estabilidad, inmutabilidad.

domingo, 4 de agosto de 2013

Alborada atlántica

   Se había levantado temprano, más temprano  de lo normal, quiero decir. Aquel hotelito tan mono de la foto cuyos gerentes eran unos jubilados alemanes era en realidad una casa destartalada y encalada que daba el pego sólo de lejos, menos mal que la climatología ayudaba para que los mal tapados desconchones y junturas no dejasen colarse lluvias y humedades. La mujer, Ingrid, de unos sesenta años, conservaba su delgadez pero en pago su cara era una cascada de pliegues sobre pliegues, un visillo plegado en los que brillaban pícaros dos ojillos azules. Vestía con túnicas de colores y llevaba el pelo sin teñir, todo blanco y recogido en un moño con cintas de colores, muy hippie ella. A él la barriga se le veía dos pasos antes que a su cara, colorado y rubicundo; uno temía que se desplomara por un infarto en cualquier momento, pero reía todo el rato y la jarra de cerveza parecía ser una parte más de su anatomía. 

Le dieron el cuarto con terracita al mar, y la brisa nocturna refrescaba la habitación, pues al parecer el aire acondicionado se había estropeado y a ella casi le da un patatús, tan mal soporta el calor húmedo, y a punto estuvo de cambiar de alojamiento. Pero la vista de la playa solitaria allá abajo, con pequeños juncos y dunas, le hicieron persistir en la elección. En ese momento, después de dos semanas de débiles lluvias inesperadas, todavía no había más gente alojada en los otros tres cuartos disponibles. Ella se preguntó de qué viviría todo el año aquella pareja de alemanes, hasta que recordó sus nada exiguas pensiones en su lugar de origen. Según le contaron, ella había sido una habilidosa cirujana oftalmóloga y él gerente de una gran multinacional. Y helos aquí, en un pueblo perdido del sur de Portugal, en una casita blanca frente al Atlántico. Si nuestra protagonista acabó allí no fue sólo por la foto de la coqueta y rústica casita con vistas sobre el mar que descubrió en una página alemana en internet. Vivió allí hasta los dieciocho años: sus padres eran emigrantes; cuando regresaron, la obligaron a retornar con ellos y ella no tuvo argumentos para negarse. Lo que en realidad inclinó la balanza por aquel hotelito no fueron las vistas ni la supuesta eficacia alemana de los gerentes sino porque admitían perros. Y ella no iría a ninguna parte sin su Vera. 

Por qué a los cuarenta y dos años ella viajaba sola con su perra sería largo de contar. Pero podría resumirse en una palabra: exceso. Exceso de vitalidad, de independencia, de pasión, de exigencia, de lucidez.

Durante dos días paseó por la playa, fue a cenar al pueblo un tamboril de pescado y mariscos; leyó tumbada y semioculta en las dunas, la mirada bajo una gran pamela extravagante y ridícula que compró precisamente por eso. Quería sentirse mujer misteriosa de buen ver que viaja sola y esconde un gran misterio. Sólo faltaba que como en las pelis apareciera el galán de turno, joven, desde luego. Ella sería una especie de Diane Lane pero culona, no te engañes Sara.

Como he dicho ya, ella madrugó esa mañana. ¡Cómo es la vida! Siempre aborreció madrugar, ella era noctámbula: todas sus brillantes ideas surgían en cuanto las luces de las farolas se encendían al atardecer. Aún ahora, cuando al final de la playa veía iluminarse las luces retorcidas del puerto del pequeño pueblo, aún ahora se encendían las luces de su pensamiento como flashes que la deslumbraban y la conducían a una vorágine de ideas que debía reprimir. Tampoco quiso nunca un perro, nada más odioso que una mujer sola con su perrito faldero. ¿Qué venía después? ¿Darle besitos en la boca al perrito? Aggg, ni muerta. Pero el médico le había recomendado que debía responsabilizarse de un ser vivo, algo más que las plantas de su piso, y el perro llegó a su vida. Bueno, Vera, que no tiene pedigree ni es cachorro, sino una grandota perra abandonada y algo tristona, como ella en ese momento, que había roto con Duarte, harta de apatía y desapasionamiento. Y aquí estaba, sola, con su perrota, que ya trotaba golfa y alegre, su evolución más rápida que la de ella. 

Había escuchado ruidos tardíos, no sabría decir si Hans había bebido más de la cuenta o algún inquilino había recalado tarde, pero lo cierto es que durmió mal  y Vera, para más inri, se puso a arañar la puerta muy de mañana. A punto estuvo de exigirle que se lo hiciera sobre la maceta de geranios de la terraza, pero su cordura se impuso y decidió sacarla a mear y darse un paseo  a las ocho de la mañana.

Hacía fresco, la brisa del Atlántico era evidente, húmeda y persistente. Las altas hierbas, que crecían misteriosamente entre las dunas, se mecían relajantes a la vista. Planeaban gaviotas, y sus graznidos y el olor a mar la llenaban de una forma tan intensa que no podía sino recordar que ella era mujer atlántica, abrupta y fuerte, resistente y húmeda, excesiva

Vera correteaba persiguiendo a las gaviotas que se posaban en pequeñas bandadas y parecía divertirse cuando todas salían volando al unísono. Después se paró en lo alto de una duna y gruñó. Sara la llamó, Vera la miró y volvió a fijar su mirada al otro lado de la duna, pero no ladró. Sara sujetó la pamela y subió la cuestecita. Allí estaba. Un dios con el culo al aire. 

dios con el culo al aire
El dios desnudo o no las oyó o estaba absorto en la contemplación del mar rizado. ¿Dónde se inscribe una como sacerdotisa de este efebo? ¿Qué hago? ¿Me hago la encontradiza? ¿Le hablo? ¿Le ofrezco mi pamela para taparse las vergüenzas? ¿Es un náufrago? ¿Mi regalo de vacaciones? ¿Me arrojo sobre él y lo violo? 

Por fin, el hombre giró la cabeza y las vio, a ella y a Vera, que corrió a husmearle la entrepierna, ¡quién fuera perra!, coño, soy algo perra, pensó colorada, veo aquí a un hombre en pelotas y sólo pienso en rebozarlo como croqueta sobre la arena. Perra bonita, dijo él acariciándole el lomo. Ay, que es a Vera, no a mí, cabrona, ya me estás robando las atenciones, perra desagradecida. ¿Es suya, señora? Mal empezamos, ¡señora!, ¿éste no ve las pelis de Diane Lane o qué? Sí, lo siento, me temo que es una descocada, es una hembra algo apasionada. Pues dicen que los perros se parecen a sus dueños. ¿El qué? Ayyy, que me está coqueteando, que sí soy la Lane. ¿Podré husmearle la entrepierna? Se llama Vera. ¿De Verónica? Más bien de "vera", verdadera. ¿Es usted italiana? Paso atrás en el abordaje, ¿será que estoy más cerca y me nota la edad? No, soy… bueno, atlántica. Él era portugués, desde luego. Lo decía por el nombre. Sí, ya, en fin, cosas mías. Vera seguía poniéndole ojitos y se dejaba acariciar. ¡Será perra la muy perra! ¿Se aloja en el hotel de los Grass? Sí. Yo vivo en el pueblo, bueno durante el verano; en invierno estudio en Coimbra. ¿Por qué se me vino a la mente aquella canción "O sacristán de Coimbra facía mil diabluras…"  ¿Y qué estudias? Empresariales. Ah… ¿y no te queda más cerca la universidad de Lisboa? Él calló y la miró, ella ya estaba a su lado y de pronto se sintió extravagante con el biquini negro bajo el caftán blanco, la pamela trenzada y las gafas XXL. Nada de Diane Lane, una cuarentona culona. Señorita, a veces es mejor irse muy lejos. ¿Ahora soy señorita? ¿Eso es bueno o es malo? No supe muy bien qué decir porque la desnudez del portugués me había dejado turulata. No sé si mi presencia –ojalá-, los lametones de Vera o lo que estaba haciendo en soledad el mancebo tenían que ver, pero aquello estaba en vías de estar esplendoroso, muuyyy esplendoroso. Y él nada cortado por la hermosura.

La he visto en el pueblo. ¿A mí? Sí, en "O Tamboril", anteayer, cenando, sola. Ah, sí, muy sabrosa la cena, pero no creo haberte visto. Es que también soy cocinero. ¡No me digas! El restaurante es de mis abuelos, trabajamos toda la familia; por eso me fui a Coimbra, si me quedara en Lisboa tendría que venir todos los fines de semana a echar una mano. Claro, y tú quieres ser economista. No. ¿No? Bueno, no sé, no estoy seguro de que me guste la carrera; me gustaría ser músico. Toco en la tuna, allá en Coimbra. ¡Coño!, ¡Un tuno! Los tunos me dan arcadas: no soportaba los tunos por unas malas experiencias allá en la ciudad milenaria, qué le iba a hacer. Aahh… ¿y ahora estás… de descanso? Es que en la playa del pueblo da que hablar tomar el sol desnudo y por aquí apenas hay nadie. De hecho, es usted a la primera persona que veo. ¿Conque esas tenemos, de nuevo el usted? Comprendo, la desnudez es buena, ¿qué tiene de malo la desnudez? (sobre todo si se es un efebo cañón como tú, hijo mío, que te hacía yo un traje de saliva aggg, una acuarela de besos, un pastiche de sabores). Vera se había aburrido de la charla, que no entendía, perra es al fin y al cabo, y seguía asustando a gaviotas tontainas por la orilla. Eso digo yo, el sol es bueno en todo el cuerpo, y a estas horas más, que no quema ¿No quieres tomar el sol? ¿Ahora toca tuteo? Este chico no se aclara, tendré que tomar cartas en el asunto.  Es buena idea, pero no me he traído la crema solar, quizás tengas que echarme tú de ésa que tienes en ese tubo, y señalé su falo, ahora un poco más relajado. ¡Toma! ¡Si le vacilas a una cuarentona culona por muy Diane Lane que sea, atente a las consecuencias! João sonrió y me tendió una mano. ¡Recoño, que va a ser verdad!

Hans Grass nos descubrió una hora más tarde desayunando tostadas con mantequilla y mermelada de arándanos azules en la cocina de la casita. Sonrió coloradote y dijo algo en alemán que no voy a traducir. Estoy segura de que no sabía de mi pasado en tierras teutonas.

Uol 

Diane Lane
Música: O sacristán de Coimbra.