miércoles, 22 de julio de 2020

Verano soñado



Desde que retiraron los periódicos de bares y terrazas siempre se llevaba consigo su libro electrónico (o en papel si no pesaba mucho) para poder disfrutar tranquilamente de su lectura mientras tomaba café o cerveza sin sentirse sola, cuestionada, incluso observada. Ese día también lo llevaba y estaba enfrascada en su lectura al tiempo que comprobaba de vez en cuando los mensajes de su WhatsApp cuando sintió su mirada. Le pareció extraño sentirse observada por primera vez desde hacía mucho tiempo. ¿Se sintió observada o simplemente al alzar los ojos vio que la miraba? Casualidad o no, lo cierto es que su corazón se desbocó, pensando -otra vez el sesgo de confirmación- que él sí la estaba observando desde lejos. Y surgió esa extrañeza que se origina cuando piensas que alguien observa cómo te estás comportando, que analiza tus gestos, tu forma de sentarte o cómo llevas puesta encima la cazadora. 

Después de ese día algunas mañanas esperaba desde su esquina a ver si volvían a cruzarse sus destinos, sus fortunas, y sí, sus pasos coincidieron en alguna otra ocasión, pero no sus miradas, confirmando que las casualidades solo se dan una vez, y comenzando así el lento camino, el descenso imparable hacia el olvido. 

Siempre soñó con un verano diferente, un verano lleno de pasión y ardor, sin preocupaciones familiares, sin tener que atender a nada más que a sus instintos; un verano de comidas y de cenas en pareja; de paseos y de tardes inolvidables sobre las sábanas; un verano de excursiones, de salidas a la playa; un verano de dos meses. Un verano de planes sin hora de regreso, sin llamadas intempestivas ni quejas familiares. Es triste cuando se tiene tiempo y dinero y no con quién. Pero ese verano, a pesar de las veces en las que estuvo enamorada, nunca se produjo como lo había soñado: o no había tiempo o no había dinero o no coincidían sus vacaciones o había que atender a la familia porque llegaban parientes o había que echar una mano. Lo cierto es que ese verano soñado, ese que se sueña en la adolescencia, nunca se produjo. Quizás, y a pesar de viajes y de excursiones y de amores (y los hubo, no sé por qué ahora no te parecen suficiente), a pesar, repito, quizás el verano soñado fuese uno de aquellos de la adolescencia, donde sí, cada plan era un mundo abierto, y no los de ahora, que deberían ser los que había imaginado en la adolescencia y que realmente no se han cumplido jamás. Es extraño querer algo y no poder torcer el destino; es extraño sentir la curiosidad y no poder satisfacerla; es extraño sentir un hilo de conexión con alguien que no es más que imaginario; es extraño saber de antemano que no hay batalla, que no hay posibilidad de lucha, que solo puede haber aceptación y resignación. Todo es extraño. 

¿Llegará algún día ese verano?

Uol