lunes, 25 de mayo de 2020

Retirarse con elegancia



      E veña que hai que arriscarse, que hai que tirarse á piscina, que quen non arrisca non mama, que a vida é para os que se lanzan a campañas que semellan temerarias menos para os visionarios, que a gloria está reservada para os que ven máis alá e non só miran! 

Hai que foderse!
Ide pró carallo!

Todo iso é palabrería. É botar o carro diante dos bois, é empezar a casa polo tellado, é semellar unha tola pirada, unha desquiciada desesperada. Nin Estado de Alarma nin COVID-19 nin hostias benditas! 

O que queda, o que toca, meus, é retirarse con elegancia. 
E elegancia, queridos, non me falta!

Uol


viernes, 15 de mayo de 2020

Dream tamén é merda



Él fantasea con la idea de que soy un pibón de treinta años. 

Tampoco soy una hippy treinteañera al límite que llevará a su hijo colgado de la teta hasta que tenga dos años. 

Sólo soy una mujer. 

Pero qué felicidad imagino yo mirándonos a los ojos acodados en una barra bebiéndonos unas birras, tomando unos vinos y pinchos por el triángulo isósceles de la parte vieja; follando como locos en la siesta; qué felicidad las mañanas soleadas de domingo, casi mediodía, desayunando zumo, tostadas y café, ojeando los periódicos después de una larga mañana dedicados al buen sexo. 

Qué felicidad despedirse, darse espacio y echarse de menos; qué mariposas en el estómago al vestirme por dentro para él y correr a sus brazos, observarlo trabajar mientras leo perezosa en el sofá, mis ojos clavados en su nuca, en su espalda, en sus largos brazos que danzan mientras teclean incansables. 

En esto ocupo mis días, confinada en esta impuesta soledad por un virus aniquilador: en imaginar los días felices que vendrán. Aunque no vengan. Aunque sea estadísticamente poco probable que lleguen. 

Y tú, mientras tanto, imaginas a una que no soy, a una que ni siquiera echarás en falta en cuanto se abran de nuevo las puertas a la vida.


Uol

domingo, 3 de mayo de 2020

Lo que duele



Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
que se pierda
tanto increíble amor.
Que nada quede, amigos,
de esos mares de amor,
de estas verduras pobres de las eras
que las vacas devoran
lamiendo el otro lado del césped,
lanzando a nuestros pastos
las manadas de hidras y langostas
de sus lenguas calientes.

Como si el verde pasto celestial,
el mismo océano, salado como arenque,
hirvieran.
Que tanto y tanto amor
y tanto vuelo entre unos cuerpos
al abordaje apenas de su lecho, se desplome.

Que una sola munición de estaño luminoso,
una bala pequeña,
un perdigón inocuo para un pato,
derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas
y desgarre el cielo con sus plumas.

Que el oro mismo estalle sin motivo.
Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa
se destroce.

Que tanto y tanto, una vez más, y tanto,
tanto imposible amor inexpresable,
nos vuelva tontos, monos sin sentido.

Que tanto amor queme sus naves
antes de llegar a tierra.

Es esto, dioses, poderosos amigos, perros,
niños, animales domésticos, señores,
lo que duele.
Eduardo Lizalde: El tigre en la casa. (1970)