viernes, 15 de mayo de 2020

Dream tamén é merda



Él fantasea con la idea de que soy un pibón de treinta años. 

Tampoco soy una hippy treinteañera al límite que llevará a su hijo colgado de la teta hasta que tenga dos años. 

Sólo soy una mujer. 

Pero qué felicidad imagino yo mirándonos a los ojos acodados en una barra bebiéndonos unas birras, tomando unos vinos y pinchos por el triángulo isósceles de la parte vieja; follando como locos en la siesta; qué felicidad las mañanas soleadas de domingo, casi mediodía, desayunando zumo, tostadas y café, ojeando los periódicos después de una larga mañana dedicados al buen sexo. 

Qué felicidad despedirse, darse espacio y echarse de menos; qué mariposas en el estómago al vestirme por dentro para él y correr a sus brazos, observarlo trabajar mientras leo perezosa en el sofá, mis ojos clavados en su nuca, en su espalda, en sus largos brazos que danzan mientras teclean incansables. 

En esto ocupo mis días, confinada en esta impuesta soledad por un virus aniquilador: en imaginar los días felices que vendrán. Aunque no vengan. Aunque sea estadísticamente poco probable que lleguen. 

Y tú, mientras tanto, imaginas a una que no soy, a una que ni siquiera echarás en falta en cuanto se abran de nuevo las puertas a la vida.


Uol

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