martes, 27 de octubre de 2015

La trampa



Es una  trampa.  Creer que puedes darte la vuelta sólo por la voluntad de darla, sólo porque piensas que es lo adecuado, o lo mejor para ti, o lo que se espera que hagas.  Crees ciegamente que podrás dar la vuelta y partir hacia otro horizonte, siempre hay un horizonte al que dirigirse, da igual que sea una sierra inhóspita o un mar en ocaso, tú crees con firmeza que es posible erguirse de la silla y ponerse a caminar. Es lo que te han enseñado, es lo que te venden en películas, en publicidad, en libros de autoayuda. Es lo que quieres creer para al menos pensar que tienes en tu mano las riendas de tu vida, o parte de ella, al menos.

Y entonces sucede. Llega ese momento en el que sabes que tu cabeza te dice hasta aquí hemos llegado, esto no puede ser. Pero no quieres levantarte de esa silla, no quieres tomar camino aunque sabes que debes hacerlo. Y te cuesta horrores, valoras pros y contras aunque ayer habías decidido que en la balanza no había pros que sopesar, te justificas una y otra vez. Y aceptas que has caído en la trampa. En la celada del amor. 

Uol

Música: Slave To Love by Bryan Ferry. 

jueves, 22 de octubre de 2015

El grillo


NO ES INSOMNIO

No es insomnio.
Hay un grillo en mi casa que no encuentro.
No me deja dormir.

Tendría que taparme y tú no estás
para hacerlo con tu cuerpo.
No puedo dormir
y leo
lo que otros escribieron.

Quiero evitar el frío
que pasan los autores de esos libros.
Quiero olvidar que yo soy como ellos.

Escriben para salir del infierno.

No hablaré más del frío.
Mi problema es un grillo que no encuentro.
No me deja dormir.
 


Rafael Suárez Plácido:  Simulacro. Ediciones de la Isla de Siltolá (2013)

lunes, 12 de octubre de 2015

Nómadas



Hay seres que jamás encuentran una tierra, un país, un sueño, un ser humano donde quedarse a vivir. Nómadas del alma que llevan consigo su cabaña. 
Ulpiano Ros
(Cuadernos de Ulpiano Ros)

miércoles, 7 de octubre de 2015

El desgarro


Enredada en sus hebras
                 adicta al roce
de los actos
             -su trayecto-

el
hilo de saliva al
encuentro del viento
propicio para anclarse

cómo re-
componer

Chantal Maillard: La herida en la lengua. (2015) Tusquets Editores.

jueves, 1 de octubre de 2015

El síndrome de George y Mildred



Cuando descubro a una pareja que vive en perpetua tensión y sin separarse, lanzándose sarcasmos en cadena y fulminándose con miradas aceradas siempre me pregunto si sufrirán el síndrome de George y Mildred (los Roper de la tele). A algunos me los encuentro en cafeterías o restaurantes, pues no se cortan en lanzarse pullas hirientes en público. Otros, por desgracia, creo tenerlos más cerca, aunque nadie se ofrece a confirmar mi diagnóstico, como es comprensible. Pero yo me fijo en los hombres de esas parejas, y hago hipótesis sobre por qué no follarán con sus mujeres. Es sabido que las pullas y desprecios que Mildred Roper le echaba a George durante el día eran motivados por lo que él NO le hacía durante la noche. 

Mildred Roper pasa hambre


En aquellos tiempos una mujer insatisfecha sexualmente no solía romper un matrimonio: el miedo a ser apartada de los hijos, la falta de experiencia laboral fuera del hogar y el qué dirán bloqueaba y atenazaba a estas mujeres, a las que quedaba como salida pinchar al marido durante el día. Más tarde llegaron los terapeutas sexuales y el divorcio. Los cuernos también.

Los maridos insatisfechos por la escasez de sexo en el hogar no suelen despreciar  por norma a sus mujeres por la sencilla razón de que "fuerzan" el encuentro sexual, y ellas "ceden" ante el temor al abandono o porque asumen que es su obligación, el famoso débito conyugal. Además, el hombre insatisfecho o buscador de nuevas emociones siempre ha podido buscar fuera del hogar todo eso que le falta, y la sociedad se ha encargado de darle a entender que es disculpable por ser varón, siempre y cuando siga protegiendo a la prole legítima.

Pero yo quiero hablar del síndrome de George y Mildred, porque de la apatía sexual de algunas mujeres ya se han escrito carros y carretas. 

¿Por qué George nunca tiene ganas? Bien, enumeremos:  

1. Tiene muy vista a Mildred y no le excita.
2. Se aburre en la cama, es lo de siempre.
3. Disfunción sexual.
4. Prefiere la cerveza.

Bien es cierto que las parejas de largo recorrido pierden con los años esa atracción visceral y salvaje del principio, y es la voluntad y la complicidad lo que hace que se sigan amando y deseando; pero seamos sinceros, hay Georges que no han sido cascabeles ya ni al principio. La mayoría de las mujeres de antaño no conocían a su hombre hasta fijada la fecha del casorio o en la mismísima noche de bodas. No tenían con qué comparar, y no me refiero al tamaño de su pene, que es en lo único en lo que piensan los hombres cuando hablamos las mujeres de comparaciones; me refiero a que no sabían cómo podía ser otro hombre en la intimidad: los besos, las caricias, la forma de abrazar, de gemir, de provocar... El  chico les gustaba o no, y si era sí se ennoviaban. Quizás sí habían probado otros besos..., pero en general se decían... bueno, mejorará, será así, no lo haré bien... Nadie les explicaba nada, cada uno aprendía con su propia experiencia.

Los George de la vida hablan mucho de sexo pero practican poco, no sé si por poca testosterona o porque tienen otros intereses tan válidos en la vida como el propio sexo: la ornitología, la pesca con mosca, la crítica literaria, las tertulias políticas de la tele o beber cerveza hasta caer en el pub de la esquina. Pero si eso te gusta infinitamente más que practicar sexo con tu pareja, pues díselo antes, no le hagas creer que eres  el macho man de las alcobas, o ella se convertirá en una Mildred de manual y os amargaréis la existencia los dos.



Vistos los apartados en que el hombre George se aburre con Mildred, no se excita y prefiere la cerveza, lo que hace que evite el sexo, queda tocar el tema de la disfunción sexual. Enumeremos: 
1. No tiene erección.
2. Tiene erección pero no lo suficiente para el coito.
3. Tiene erección, pero se le baja en cuanto hay penetración.
4. Eyaculación precoz. 

Veo todas estas posibilidades (excluyo patologías extremas porque George es un hombre corriente y moliente) y me digo que todas ellas no son motivo para que George evite una y otra vez follar con Mildred. Pero claro, George ha centrado durante toda su vida el sexo en su pene. Y si el rabo deja de funcionar como lo hacía a los 20, a los 30 y a los 40, pues resulta que para la abnegada Mildred se acabó la fiesta y que se joda.


Algunos hombres están tan seguros de su rabo, tan orgullosos de su tranca que no han explorado la verdadera sexualidad de la mujer. Hay hombres con un pene soberbio que consideran secundario acariciar el clítoris de su pareja, lamerlo, chuparlo. Siempre es algo así como entremés rapidito para el plato principal, que es su verga erecta. Si Mildred es golosa (o si llevaba tiempo en barbecho), estará encantada al principio (qué alegría descubrir un pollón al que has puesto así de contento), pero al cabo dirá, Oye, y mis partes qué, ¿las ves? Para algunos de estos hombres incluso las tetas son exclusivamente un adorno para la excitación visual y se acabó, unas chuchis cuya visión se la ponga dura, después directa y entrada en carrera, a lo suyo, ram, zaca, puf, a su puta bola, descarga de gasolina y parada en meta. Para estos hombres cualquier disfunción sexual que aparezca con la edad es un drama interno que provoca la elusión del acto sexual. Si no hay polla dura, se acabó el sexo. Y a Mildred le queda arañar las paredes de noche y lanzar pullas de día al impertérrito George, que finge ignorar de donde procede tanta inquina.




Os preguntaréis por qué Mildred no echa una mano a George. Seguro que se la echa, pero la echa al único lugar que George le ha demostrado durante décadas que le importa: su polla. Y como el pene no responde, más drama. Ergo, George mantiene alejada a Mildred del miembro, no vaya a ser que se percate ella de que no es un gatillazo corriente, sino fallo de motor en toda regla. Y ahí empiezan las excusas, el alejarse, el ir tarde al lecho, las reuniones... y ya, directamente, hacer sentir a Mildred que es por su culpa, está mayor y no le pone (los humanos somos así de miserables), si fuera una jovencita, una tía buena... y en ese momento nacen los George que se pavonean y hablan de sexo delante de los amigos: si ésa quisiera, yo la ponía a cuatro patas... A ésa le hacía yo un traje de saliva;  a ésa me la trajiné; estas chicas de ahora sí que son...  Pero que salen corriendo si una se planta y les dice, ¿qué pasa? Aquí estoy. 

Si George hubiese sabido cómo se activa, funciona y se desarrolla el deseo en una mujer, conseguiría que Mildred por la mañana luzca sonrisa en vez de rabia feroz. Usaría la lengua, los dedos, las manos, un dildo -si ella quiere polla gorda dentro- y Mildred encadenaría orgasmo tras orgasmo. Pero para eso George tiene que pensar que existe algo más allá de su rabo. Y Mildred tiene que conocer su cuerpo y acariciarse ella, guiar a George y no pensar que la mujer se tumba en la cama y está todo hecho, que es lo que él le ha hecho creer toda la vida.

Pero quizá, entonces, amigos míos, no existirían tantas parejas que parece que disfrutan enfermizamente en castigarse durante el día por lo que no ocurre durante la noche.

Uol