miércoles, 19 de junio de 2019

sábado, 8 de junio de 2019

Ocho




Ocho. Ya son ocho. 

Como predije, en el transcurso de este año, caí en el síndrome del Ánimo albo. Ya está, no pasa nada. Era previsible. 

Pero no voy a hablar de eso sino de qué han supuesto estos ocho años.

Cuando inicié este cuaderno, mi relación de pareja saltaba por los aires. No por ello, ciertamente. Fue una coincidencia. O más bien me puse a ello porque me aburría. Estaba hastiada, necesitaba una motivación. Algo solitario, pero al tiempo que fuese una ventana abierta. En realidad, una mirilla en la puerta. Yo me asomaría a ella, pero desde fuera no me verían. Eso pensaba entonces. La ruptura no fue especialmente dolorosa. Mis sentimientos hacía tiempo que habían cambiado. No me sentía plena ni feliz. Dejarlo marchar fue una liberación, aunque el hecho de distanciarnos no estuvo exento de melancolía por los sentimientos perdidos, añoranza por lo que ya no sería.

Hubo un momento en el que pensé que gracias a este cuadernillo conocería a gente, personas con intereses parecidos a los míos. Pronto me percaté de que era una idea estúpida. Uno no se puede acercar a otra persona desde el anonimato, desde el velo, desde el misterio. 

Me he sentido satisfecha escribiendo desde mi cueva (que es confortable, en realidad, y nada oscura). He gozado, me he reído, he sufrido insomnio enfrascada en alguna historia que bullía en mi cabeza y he dejado que el tiempo transcurriese raudo. Fui consciente de la irrealidad en la que uno puede caer a través de las palabras que de los demás llegas a recibir. Pero la realidad siempre se me ha impuesto, una es como es. Y yo nunca he fantaseado más que despierta en la cama y ante el papel (o la pantalla). Así que no perdí la perspectiva. Me dediqué a rememorar historias pasadas, viví unas nuevas y seguí con mi vida. No me puedo quejar. Desde aquella pasada ruptura he vuelto a amar. Y a desear. Y a deleitarme con pequeñas locuras, cuando incluso no lo creía posible. He tenido una buena vida en estos ocho años, que han incluido enamoramiento, desencanto, arrebatos pasionales, nuevas ilusiones y decepción. Nada nuevo bajo el sol. 

Este año me he sentido apática a la hora de seguir escribiendo en mi cuaderno. No sé por qué. Ni me han abandonado las musas ni la ilusión. Simplemente, no me apetece. Tampoco es que nuevas actividades hayan substituido a este cuaderno. En ese caso tampoco serían incompatibles, toda la vida he compaginado intereses varios. Es más bien una sensación de inefectividad: la emoción de observar por la mirilla resulta que me acabó por aburrir. No hay interactuación, no hay reciprocidad. Se pierde el impulso.

Con todo, hay días en el que una imagen, contemplar una escena en la calle, en el autobús, en el cine, me provocan una oleada de ideas burbujeantes. Recuerdo el cuaderno y sus hojas satinadas. Pienso en mi boli de punta media. Y entonces creo que aún es posible. Así que... quién sabe, ¿por qué no?

Uol