martes, 30 de octubre de 2018

Martillo pilón




Fue en la última visita a mi tío querido, el más joven de los hermanos de mi madre, del que ya os he hablado aquí en otra ocasión. 
―¿Oye, y al final en qué se ha matriculado Daniel? 
―Una ingeniería. 
―¡Qué bien! ¿En Vigo? 
―Sí. 
―Estarás contento, ¿no? 
―Lou, un jubilado no debería tener un hijo imberbe que comienza la universidad. 
―¡Anda ya, si estás estupendo! 
―¡Y una mierda!
―¡Quéjate, quéjate!
Humm... 
―¿En qué piensas? 
―En que es él ahora quien empieza la fase martillo pilón.

Uol

Vídeo: Martillo pilón versión mi tío:




Martillo pilón, modelo mi primo:

jueves, 18 de octubre de 2018

Incompatibilidad

¿Eres alondra o búho?




―¿Y por qué? 
―Él siempre estaba cansado por la noche y yo estoy comatosa a las siete de la mañana. 
―Un matutino y una vespertina. 
―Pues sí, alondra y búho. Clara incompatibilidad. 
―Mujer, existen las siestas. 
―Postergar el sexo para las posibles tardes de domingo es reducir mucho las posibilidades. 
―Ya verás cómo no dices eso dentro de diez años. Firmarías ahora mismo por esa frecuencia dentro de diez años. 
―Que no, que tenemos biorritmos diferentes. ¿Cómo alguien puede querer sexo dormido y con legañas sabiendo que en media hora tienes que estar duchado y salir pitando al trabajo? Eso es pura descarga, nada más. Yo necesito ir calentándome durante el día, la pila se recarga con la energía de las situaciones del día y se desborda a la noche. 
―¿Y él? 
―Se duerme en el sofá. 
―Al menos sabes dónde está. El mío trajina con el ordenador quizás chateando sabe Dios con qué extraña con la fantasía de querer follar y nunca hace nada, al menos conmigo no. 
―Somos el día y la noche. Distintas necesidades, distintos caracteres, distintos planteamientos, quizás hasta sueños y ansias. 
―¿Y entonces? 
―El camino se bifurca. 
―¿Os separáis? 
―En realidad hemos caminado por vías paralelas. 
―Es triste. 
―Lo es, sí. A veces amar no es suficiente. 
―Lo triste es que dentro de quince años para vosotros eso ya no tendría ninguna importancia. 
―¿Me dices que debo vivir quince años en el desaliento y la insatisfacción sólo para que me compense para entonces? 
―Así dicho... La parejas que lo soportan son las que perduran. 
―¿Y por qué hay que perdurar? 
―¿Para no estar sola en la vejez? 
―¡Qué bonito! 
―Míralo bien, a los sesenta y pico la libido estará por los suelos. Seguro que ya te dará igual que él esté cansado por la noche porque también lo estará por la mañana. Los encuentros serán así... cuando surja, alguna vez. Tú tampoco tendrás ganas por las noches. 
―¿De verdad? Entonces se acaba, se acaba del todo. 
―Eso parece. Es inevitable. 
―¿Y la gente no se desespera? 
―Te estás olvidando de que el cuerpo se rinde, ni te darás cuenta, es como con las arrugas, aparecen sin darte cuenta, es inevitable. El cuerpo, en general, ya no demanda pasión. O muy de pascuas en ramos. 
―Estoy segura de que la mente no se resigna, no olvida. Quiero decir que la ideíña no desaparece. 
―Todos vivimos de recuerdos. Pablito y yo no parábamos y ahora... si nos damos un piquito ya es mucho. Claro que lo echo de menos, pero, no sé, no me imagino la vida sin él. 
―¡Es que lleváis juntos desde el instituto! No conozco a ninguna otra pareja como vosotros. Dime, ¿nunca te apeteció follarte a otro? ¿Soñar en cómo te trataría otro en la intimidad? 
―Alguna vez sí. Pero, sabes, me daba una pereza horrible. Lo reconozco, nunca he tenido grandes expectativas al respecto. No sé, no soy como tú. Lo que tenía me bastaba, era suficiente para mí. Nunca me he planteado si podría ser mejor. Siempre he sido poco imaginativa. Pero me sentía feliz, así que no he echado de menos otra cosa, otro hombre. Ni siquiera otro tipo de hombre. 
―Eres muy afortunada. 
―No lo sé. Seguro que me he perdido mucha pasión en mi vida, otras emociones, pero no cambiaría lo que tengo por nada. Soy así. Ya está. ¿Y tú? 
―No sé, supongo que estaría diciendo lo mismo si hubiera sido compatible. 
―¿Tu insatisfacción es por la falta de compatibilidad? 
―¿No lo crees así? 
―Te cansas enseguida... 
―¡Pero si soy constante, voluntariosa, incluso muy disciplinada para según qué cosas! 
―Menos en el amor. Ahí te rindes enseguida. No he conocido mujer que le dejara la puerta abierta a la siguiente con la facilidad que tú. Te sacabas de en medio a la menor duda. He visto piltrafillas defender con ahínco a su hombre, pero tú... huyes, te vas. Tienes miedo a luchar. O a perder. 
―¿Y por qué debo ser yo la que luche? ¿Por qué no ellos? ¿Por qué siempre se espera que sea la mujer la que luche por su hogar, por su nido? ¿Por qué no demuestra ese hombre lo que yo valgo para él? 
―Pues no lo sé, pero si un hombre no siente, no percibe que su novia lucha por él, que lo necesita, se resquebraja, su virilidad se resiente, echa cuentas y piensa que esa mujer no lo quiere. Debe ser algo trasmitido en los genes para la perpetuación de la especie. 
―¡Y una mierda! Son muy cómodos. Que se maten las tontitas por mí, que se peleen, que se me disputen. 


―A algunas mujeres también les pone eso, que los machos se peleen por ella. 
―No a mí. 
―Eso es lo malo. 
―¿Qué cosa? 
―Que no trasmites necesidad. 
―¿Cómo? 
―Pues eso, Lou, los hombres, así en general, necesitan creer que los necesitamos, debe ser que arrastran aquella impronta de que son los proveedores de la manada. A los más evolucionados se les llena la boca diciendo que quieren mujeres independientes y seguras, pero no es cierto. En el fondo necesitan creer que es tu roca, tu refugio, tu amarre. Da igual que ganes una pasta gansa, incluso más que él, que si ve tu debilidad, que te refugias en su resolución, que tiras de él para solucionar problemas, si te descubre débil, entonces se sentirá seguro, el león de la manada. Hay mujeres especialistas en alentar esa creencia, lo saben hacer genial, ese teatrillo de la debilidad, de hacerles creer que la idea es suya, que son ellos los que deciden, pero la realidad es que son ellas las que hacen lo que les da la puta gana; algunas hasta se aprovechan y los manipulan, pero les hacen creer que son ellos los que llevan el timón. Hay docenas de dichos populares que se centran en esa idea: fingir que es él el que manda. Las madres de antes se lo decían clarito a sus hijas casaderas: que él piense que es el que decide, y tú lleva el mando de todo de forma sutil, oculta. Tenían que ocultarlo porque si no, entonces, si era evidente, la sociedad se mofaba de ellos y les llamaban calzonazos. Aún hoy. Aún hoy si una mujer se impone en el matrimonio, sus conocidos dicen de él con desprecio que se deja mangonear, que es un calzonazos, que es ella la que lleva los pantalones en casa. Lo critican cuando en realidad, en la mayoría de las ocasiones, si ella no tomase las riendas esas casas serían un caos total. Tú jamás has fingido. Y ellos lo notan. Se alejan emocionalmente de tu falta de necesidad. 
―Pues yo cuando he hablado de esto con conocidos siempre me dicen que ellos están encantados de que las mujeres seamos tan independientes, que ellos estarían encantados de ser unos mantenidos
―Siempre saltan a lo de ser mantenidos. Asocian la independencia de la mujer, su autonomía, con mantenerlos a ellos y no dar golpe. ¡Tienen una cara dura! Hay sociedades en las que la mujer lo hace todo, son el único sostén de la familia, las ves todo el día trajinando de aquí para allá, con los hijos, con las compras, la comida, la limpieza de la casa, a veces hasta pedir fiado o trabajar muchas horas de asistentas, hablar con los maestros, ayudar a las vecinas... y ellos todo el día reunidos en la terraza del bar, bebiendo y mirando pasar el tiempo. Son unos verdaderos mantenidos y encima se creen superiores a ellas y las desvalorizan, no les tienen respeto ninguno y después, con toda la hipocresía del mundo dicen tenerlas en un altar, que son el centro del hogar, la reina de la casa. Hostias les daba yo. 


―Y lo que duele es que esos hijos, que han visto a sus madres esclavizarse por ellos, reproducen lo mismo y desprecian a sus madres también. ¿Cómo es posible? ¿No han visto el sacrificio de sus madres, cómo los aman y se preocupan por ellos? Y las hijas a heredar el papel servil de sus madres. No se rompe el círculo de opresión. 
―Duele e indigna.
―¿Sabes lo que no acabo de entender, Mary? La mentalidad de esas otras mujeres que a sabiendas se supeditan a su marido. Ellas no son ningunas apocadas, pero lo hacen. Ellos suelen ser hombres brillantes, artistas. Sólo se dedican a sus ideas, a su arte,  la literatura,  la escultura, a brillar. Ignoran la cotidianidad del hogar, de la vida en general. Esas mujeres parecen anularse. Deben llevar el peso de todo porque ellos viven aislados en su mundo, incluso lo declaran abiertamente, que no saben ni lo que cuesta un café, ni en qué curso van sus hijos; dicen que es su mujer quien lleva las cuentas de la casa, hasta sus contratos, exposiciones y las fechas de sus obligaciones laborales. Parecen inútiles para todo aquello que no sea su pasión artística. Leo en las entrevistas que les hacen que dan las gracias a sus esposas, puesto que les sacan de delante cualquier contratiempo para que se centren sólo en su labor, en su arte. Dime, Mary, ¿cómo lo soportan ellas, ser siempre las que van arreglando y recogiendo todo en sus vidas? ¿Cómo se siente ser la segundona, la que vive en la sombra, la que nunca se lleva los honores, la que nunca es lo primero? ¿Consiguen ser felices así? ¿Nunca desean ser alguien? ¿Cómo soportan esa vida de ser la secretaria? Dime, ¿cómo no se sienten un cero a la izquierda? Ya sé, ya sé que se habla siempre de la admiración, de la idealización, los ven como a dioses. Pero yo leo esas entrevistas y me irrito, no lo entiendo, ellas dejan su trabajo, su vida, dejan todo por quedar en la sombra, esperando que él baje a la tierra, sabiendo que a ellos nada les importa más que su arte, su gloria. Viven para eso. Quizás incluso para alimentar su ego.  Y ellos sólo declaran: no sabría hacer nada sin ella, me permite centrarme en lo mío. Ha sido una gran compañera. ¿Compañera? Criada, asistenta, secretaria, amante. ¿Y eso es suficiente para llenar una vida? No lo entiendo, de verdad no lo entiendo.

―Para algunas personas admiración y amor es lo mismo, las dos caras de la misma moneda.. 
―¿Pero la admiración debe conllevar que te anules? ¿Qué tipo de mujeres son?
―Todas somos distintas, Lou. Nadie te pide que tú hagas lo mismo. Tú te sentirías anulada. Yo también, ¡divos a mí! Pero ellas no. Se sienten necesitadas. Volvemos a lo mismo de antes. Necesidad.
―Mary, ¿y tú has hecho eso alguna vez, ocultar que llevas las riendas? 
―Por supuesto. En nuestro caso es una impostura que los dos hacemos. Es como una farsa. Pablo sabe que soy totalmente autónoma, pero finge tragarse el paripé de que lo necesito y me salva del caos. Y yo simulo creer que él es mi roca. 
―Pero lo es. 
―Lou, cariño, ¿de los dos cuál crees que sobreviviría mejor si nos divorciamos? 
―Tú, sin duda. 
―Pues eso. 
―Pero antes has dicho que no imaginas tu vida sin él. 
―Y es cierto. A estas alturas Pablo es como una parte de mi cuerpo. Si me cortan el brazo, ¿puedo vivir? Sí, pero notaría la falta. Mucho. 
―El amor debe ser eso. 
―Sí, debe. 
―¿Y entonces? ¿Qué hago yo con mi compatibilidad? 
―Si ya lo sabes, Lou, tía, si ya lo sabes...

Uol

miércoles, 10 de octubre de 2018

Señor cura



Esta historia brotó en mi lengua natal. Así la siento. En castellano tiene otro ritmo, otra cadencia. Las traducciones son imprescindibles, pero ciertos matices se diluyen. Estoy convencida de que podréis entender el texto en gallego. De todos modos, he hecho una versión en español que pongo al final.

SEÑOR CURA


―Papá, por que tes máis botóns na petrina ca min? 

―Porque son maior e teño o pito máis grande. 

―Pois logo como o terá o señor cura! 



―Ave María Purísima. 

―Sen pecado concibida. 
―E en que ofendiches ao Noso Señor, Marisiña? 
―O de sempre, don Agenor, meu pai berra comigo porque non fago todas as tarefas e eu rosmo polo baixo. 
―Xa, rapaza, xa, tes que ser máis dilixente. 
―É que meu pai é un brután, señor cura. 
―Non rosmes, Marisiña. Unha rapaza debe obedecer aos seus pais. E que máis? 
― Siseille dúas perras gordas á mamá. 
―E logo para que as querías? 
―Era a festa na aldea de miña nai. 
―E fuches ao baile? 
―Fun 
―E bailaches o agarrado? 
―Claro, don Agenor. 
―Co mozo? 
―Si... 
―E apretouse a ti? 
―... 
―Responde. 
―Eu son unha rapaza seria. 
―Frotouse contra ti? 
―Un pouco. 
―E despois? 
―Despois? 
―Fostes ao eido? 
―Eu non quería. 
―Pero fuches. 
―E que podía facer? É o meu mozo. Pronto imos casar. 
―Confesa os teus pecados, Marisiña. Que fixestes? ¿Tocoute? 
―... 
―Tocouche os peitos? 
―Tocou. 
―E deixácheste? 
―É meu mozo. 
―E tocouche por riba da roupa ou por debaixo? 
―Por debaixo. É que Melecio é moi home. 
―Moi home, si, pero está a ofender ao Noso Señor e ti caes en grave pecado de luxuria. E que máis che fixo? Tocouche as túas partes? Meteuche os dedos? Confesa todo! 
―Ai, iso non, don Agenor, que Melecio respéctame moito! 
―Xa, xa, xa, iso decides todas e despois hai que casarvos a toda présa para que non se vos note o pecado. 
Diolofaghamellor!, non diga iso, don Agenor, eu son unha rapaza seria. 
―Anda, anda, deixa de persignarte e marcha e reza catro Ave Marías e tres Pai Nosos. Xa falarei eu con Melecio 
―Non, non, señor cura. Non volvo pecar, non volvo. 
―Pois que sexa certo, Marisiña. 



―Ave María Purísima. 
―Sen pecado concibida. 
―E en que ofendeu ao Noso Señor, dona Élida? 
― Falei mal da miña sogra. Esa muller sácame de quicio, don Agenor. Sempre se mete nas miñas cousas. 
― Debe ter paciencia, dona Élida. A Virxe valora os nosos sacrificios. 
―Certo, certo. 
― E do asunto do seu home...? 
―Ai, don Agenor, non cambia de opinión. Meu home é un xudas, un librepensador. Di que el vai votar a quen lle dea a gana. 
―Pero non ve que a súa alma está en perigo? Debe vostede traelo ao rego, ao bo camiño, dona Élida, debe consagrarse a salvar a súa alma das lapas do inferno, do oprobio, do rexeitamento social. 
―É moi teimudo, padre Agenor, non me fai caso e... ademais está o de... 
―Non me diga que segue a pedirlle esas indecencias! 
―Eu xa non sei como paralo! Empeza e segue e dálle e... despois xa... 
―E que lle pediu esta vez? 
―Ai, non me faga contarllo, padre Agenor, porque se me vai a alma. 
―Debe contarmo todo, dona Élida! Como quere que o Noso Señor a perdoe? 
―Dame moito apuro. Euloxio ponse toliño e báixame a cabeza para que lle... xa entende... Ben, ao mellor non sabe, como vostede é cura... 
―Non debe, resístase, dona Élida. O sacramento non todo o desculpa. Por que cede? 
―Vaia, eu... meu home é moito home, don Agenor, e unha... a carne é débil, Deus me perdoe. 
―Por iso Deus a castiga e non lle concede o don dos fillos. 
―Non me mortifique, don Agenor, xa sabe o que eu sufro por non darlle herdeiros ao meu home. 
―Pois rece máis e non ceda ás lubricidades de don Euloxio e xa verá como preña! 
―Deus o queira! 
―E agora marche e rece dous rosarios e ofreza dúas Misas polas ánimas do purgatorio. 
―Como vostede mande, padre Agenor. 



―Ave María Purísima. 
―Sen pecado concibida. 
―E volves estar aquí, Vidalia? 
―Estou. 
―E para que vés se volves pecar? Non tes remedio, rapaza. Dis que te arrepintes e volves andar no muíño cos homes a che facer porcalladas, mala pécora. 
―E como sabe vostede iso, padre Agenor? 
―Logo non sabes que os homes tamén se confesan? Arrepíntense de caer nas túas malas artes, demo de muller. 
―E logo por que veñen? Eu non os chamo. 
―Pois viste con decencia, recolle os cabelos e deixa de menear o cu e xa verás como non acoden a ti como as moscas ao mel. 
―E de que ía vivir eu entón, padre Agenor? Teño que manter a miña nai eivada e ao neno. 
―Aínda che han facer máis, malpocada. Marcha, marcha e paga catro Misas. Deixa os cartos no peto das Ánimas. 
―Catro? E non serán moitas? 
―Son cartos do demo. Non valen nada. 
―Pois non o parece, padre Agenor. 
―Cala, cala, pendanga, non sabes o que dis, arrepíntete dos teus pecados como fixo María Magdalena. 




Laus tibi, Christe
― Hoxe debería ser un día de gran felicidade. Hoxe a Nosa Señora debería estar feliz coas nosas boas obras nun día tan sinalado no que conmemoramos a Visitación que lle fixo á súa curmá, santa Isabel. Hoxe celebramos que a Virxe María levaba no seu santo seo ao Noso Señor, que veu a este mundo para salvarnos do pecado, cando se encamiñou á cidade de Judá onde vivía a súa curmá Isabel co seu esposo Zacarías. E ante a chegada de María exclamou Isabel, tal como acabamos de ler nos santos Evanxeos: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. E digo debería ser un día feliz para a Nosa Señora, pero o certo é que non o é: A Virxe María anda este días moi atribulada, co corazón ferido polas gravísimas ofensas desta parroquia. E aínda que Ela é unha nai, aínda que roga por nós ante o Noso Señor, os pecados son de tan alta ignominia que nin a compaixón da mesmísima Madre de Dios pode interceder ante Cristo para lavar tan vergonzosas manchas. Fillos desta terra, como deixades que as vosas almas se arrastren polo lameiro de impudicia? Como consentides que as vosas fillas caian no grave pecado da concupiscencia? As mesmas que deberían tomar exemplo da Nosa Purísima Nai! Dela que aceptou humilde os designios do Noso Señor! A Virxe ten atravesado o corazón cos puñais dos vosos pecados, pecados que son froito destes tempos... estes tempos de libertinaxe... onde as parellas andan a agocharse tralos matos, tralos valos das eiras para deixarse levar pola impudicia, pola máis vergonzosa luxuria. Eses mesmos que finxen ante os demais un amor puro, pero que se deixan levar polo pecado da carne. E non faltan tales pecados dentro do mesmiño seo dos fogares cristiáns, onde se antepoñen as tentacións do demo antes do deber de forxar un fogar digno, un fogar puro e cristián que debe ser reflexo do fogar cristián de María e Xosé, un amor recatado e decente, un amor entregado a Deus. Contención, esposos, contención, non convirtan as súas esposas en legais concubinas. Vixíen tamén as tenras pólas do fogar, enderecen os moles troncos da súa prole antes de que sexa tarde e o verme da deshonestidade destrúa a súa casa e a maledicencia convirta as súas vidas nun inferno, antesala do que, de non correxirse, virá co postreiro alento. E agora recemos todos... Credo in unum Deum, Patrem omnipoténtem... 



― Non te aplicas como debes, Monchiño. Dime a túa avoa que es un lacazán e que xa se che escaparon as ovellas tres veces. Despois vaslle co conto de que a que falta a comeu o lobo. Pero non hai tal, Moncho, non hai aquí máis loubán ca ti. Que o Nicanor devolveulle a ovella á túa avoa. Por riba faslle pasar un mal rato á vella, condenado rapaz! Vas por mal sendeiro, Monchiño, xa o falamos moitas veces. E non rectificas! Queres acabar coma teu pai? Queres ser un lampantín, un calaceiro, un borracho ao que xa non lle fían en ningures e ante o que pechan as portas con noxo? Va que non, Monchiño? Tes que facer acto de contrición. Ven aquí á miña beira. Aos nenos coma ti hai que endereitalos. E non protestes. Por riba que eu fago tanto por ti para salvarte de te convertires nun facinoroso! Ven aquí que xa sabes como desagraviar ao Noso Señor. 


― Pero é certo o que din, Ermitas? 
―E que din? 
―Que atoparon morto na sacristía a don Agenor. 
Diolofaghamellor! E logo deulle un mal? 
―Ca! Seica tiña un tallo e botaba o sangue coma un porco na matanza. 
¡Alabado sea el Santísimo! Que me dis? 
―Como cho conto, Ermitas. 
―E como foi? Foi mala morte logo? 
―Da peor. Seica botou as tripas e todo. 
―Roubaron na igrexa entón? Ai, señor, e non levarían a custodia? 
―Disque non falta nada, nin unha candea da patroa. 
―Logo non o entendo! Quen lle quería tan mal ao señor cura? 
―A Garda Civil andou a trompadas cos de sempre e nada. Non sae o matarife. 
―Xente de tan mal xorne non hai na parroquia, han de ser de fóra. 
―Non che sei, Ermitas. Agora anda a parella a dicir na taberna que os asasinos foron uns anarquistas deses que viñeron da vila para captar incautos. 
―Ai, ho! E que mal lles fixo o cura, digo eu? 
―Meu home di que lles botan as culpas por andaren a facer ruído
―E será... 
―O raro... 
―Que? Fala, Dosinda! 
―Seica non só lle faltaban as tripas no bandullo ao párroco. 
―Vaites! Que queres dicir? 
―O Nemesio foi o que lle acudiu primeiro, e non deixou pasar a ninguén, pero Manoliño, que viña cando el para tocar a misa de sete, dixo despois que don Agenor tiña a boca chea de sangue. 
―Ai, ho! Pois de darlle unhas morradas, claro está. 
―Seica tiña algo metido na boca. 
―Na boca? 
―O Manoliño estaba branco coma a cera, malpocado, déronlle na taberna uns grolos de augardente porque non piaba. E foi cando dixo que don Agenor tiña a colloada metida na boca, Dios me perdone, que o caparan coma a un porco. 
¡Virgen Santísima
―O que oes! 
―Imos buscar ao Manoliño, a ver se o que conta é certo. 
―Escusas, da taberna sacouno Nemesio e non se lle viu o pelo desde onte. 
Señoras, que hacen aquí paradas? Circulen, circulen si no quieren ir al cuartelillo! 

Uol

Traducción al español por la propia UolFree:

Señor cura

―Papá, ¿por qué tienes más botones en la petrina que yo? 
―Porque soy mayor y tengo el pito más grande. 
―¡Pues entonces cómo lo tendrá el señor cura! 


―Ave María Purísima. 
―Sin pecado concebida. 
―¿Y en qué ofendiste a Nuestro Señor, Marisiña? 
―Lo de siempre, don Agenor, mi padre me chilla porque no hago todas las tareas y yo murmuro por lo bajo. 
―Ya, muchacha, ya, tienes que ser más diligente. 
―Es que mi padre es un bruto, señor cura. 
―No protestes, Marisiña. Una muchacha debe obedecer a sus padres. ¿Y qué más? 
― Le sisé dos perras gordas a mamá. 
―¿Y para qué las querías? 
―Era la fiesta en la aldea de mi madre. 
―¿Y fuiste al baile? 
―Fui 
―¿Y bailaste el agarrado? 
―Claro, don Agenor. 
―¿Con tu novio? 
―Sí... 
―¿Y se apretó a ti? 
―... 
―Responde. 
―Yo soy una chica seria. 
― ¿Se frotó contra ti? 
―Un poco. 
―¿Y después? 
―¿Después? 
―¿Fuisteis a la era? 
―Yo no quería. 
―Pero fuiste. 
―¿Y qué podía hacer? Es mi novio. Pronto vamos a casarnos. 
―Confiesa tus pecados, Marisiña. ¿Qué hicisteis? ¿Te tocó? 
―... 
―¿Te tocó los pechos? 
―Los tocó. 
―¿Y te dejaste? 
―Es mi novio. 
―¿Y te tocó por encima de la ropa o por debajo? 
―Por debajo. Es que Melecio es muy hombre. 
―Muy hombre, sí, pero está ofendiendo a Nuestro Señor y tú caes en grave pecado de lujuria. ¿Y qué más te hizo? ¿Te tocó tus partes? ¿Te metió los dedos? ¡Confiesa todo! 
―¡Ay, eso no, don Agenor, que Melecio me respeta mucho! 
―Ya, ya, ya, eso decís todas y después hay que casaros a toda prisa para que no se os note el pecado. 
― ¡Dios no lo quiera!, no diga eso, don Agenor, yo soy una muchacha seria. 
―Anda, anda, deja de persignarte y márchate y reza cuatro Ave Marías y tres Padre Nuestros. Ya hablaré yo con Melecio. 
―No, no, señor cura. No vuelvo a pecar, no vuelvo. 
―Pues que sea cierto, Marisiña. 



―Ave María Purísima. 
―Sin pecado concebida. 
―¿Y en qué ofendió a Nuestro Señor, doña Élida? 
― Hablé mal de mi suegra. Esa mujer me saca de quicio, don Agenor. Siempre se mete en mis cosas. 
― Debe tener paciencia, doña Élida. La Virgen valora nuestros sacrificios. 
―Cierto, cierto. 
―¿Y del asunto de su marido...? 
―Ay, don Agenor, no cambia de opinión. Mi marido es un judas, un librepensador. Dice que él va a votar a quién le dé la gana. 
―¿Pero no ve que su alma está en peligro? Debe usted traerlo al redil, al buen camino, doña Élida, debe consagrarse a salvar su alma de las llamas del infierno, del oprobio, del rechazo social. 
―Es muy terco, padre Agenor, no me hace caso y... además está lo de... 
―¡No me diga que sigue pidiéndole esas indecencias! 
―¡Yo ya no sé cómo pararlo! Empieza y sigue y dale y... después ya... 
―¿Y qué le pidió esta vez? 
―Ay, no me haga contárselo, padre Agenor, porque se me parte el alma. 
―¡Debe contármelo todo, doña Élida! ¿Cómo quiere que Nuestro Señor la perdone? 
― Me da mucho apuro, padre. Eulogio se pone encendido y me baja la cabeza para que le... ya entiende... Bien, a lo mejor no sabe, como usted es cura... 
―No debe, resístase, doña Élida. El sacramento no todo lo disculpa. ¿Por qué cede? 
―Vaya, yo... mi marido es muy hombre, don Agenor, y una... la carne es débil, Dios me perdone. 
―Por eso Dios la castiga y no le concede el don de los hijos. 
―No me mortifique, don Agenor, ya sabe lo que yo sufro por no darle herederos a mi esposo. 
―¡Pues rece más y no ceda a las lubricidades de don Eulogio y ya verá como preña! 
―¡Dios lo quiera! 
―Y ahora márchese y rece dos rosarios y ofrezca dos Misas por las ánimas del purgatorio. 
―Como usted mande, padre Agenor. 



―Ave María Purísima. 
―Sin pecado concebida. 
―¿Y vuelves a estar por aquí, Vidalia? 
―Estoy. 
―¿Y para qué vienes si vuelves a pecar? No tienes remedio, moza. Dices que te arrepientes y vuelves a estar con los hombres en el molino haciendo porquerías, mala pécora. 
―¿Y cómo sabe usted eso, padre Agenor? 
―¿Acaso no sabes que los hombres también se confiesan? Se arrepienten de caer en tus malas artes, demonio de mujer. 
―¿Y entonces por qué vienen a mí? Yo no los llamo. 
―Pues viste con decencia, recoge los cabellos y deja de menear el culo y ya verás cómo no acuden a ti como las moscas a la miel. 
―¿Y de qué iba a vivir yo entonces, padre Agenor? Tengo que mantener a mi madre inválida y al niño. 
―Aún te han de hacer más, miserable. Márchate, márchate y paga cuatro Misas. Deja el dinero en el cepillo de las Ánimas. 
―¿Cuatro? ¿Y no serán muchas? 
―Es dinero del diablo. No vale nada. 
―Pues no lo parece, padre Agenor. 
―Calla, calla, pendanga, no sabes lo que dices, arrepiéntete de tus pecados como hizo María Magdalena. 



Laus tibi, Christe
― Hoy debería ser un día de gran felicidad. Hoy Nuestra Señora debería estar feliz con nuestras buenas obras en un día tan señalado en el que conmemoramos la Visitación que le hizo a su prima, santa Isabel. Hoy celebramos que la Virgen María llevaba en su santo seno a Nuestro Señor, que vino a este mundo para salvarnos del pecado, cuando se encaminó a la ciudad de Judá donde vivía su prima Isabel con su esposo Zacarías. Y ante la llegada de María exclamó Isabel, tal como acabamos de leer en los Santos Evangelios: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. Y digo debería ser un día feliz para Nuestra Señora, pero lo cierto es que no lo es: La Virgen María está estos días muy atribulada, con el corazón herido por las gravísimas ofensas de esta parroquia. Y aunque Ella es una madre, aunque ruega por nosotros ante Nuestro Señor, los pecados son de tan alta ignominia que ni la compasión de la mismísima Madre de Dios puede interceder ante Cristo para lavar tan vergonzosas manchas. Hijos de esta tierra, ¿cómo dejáis que vuestras almas se arrastren por el lodazal de la impudicia? ¿Cómo consentís que vuestras hijas caigan en el grave pecado de la concupiscencia? ¡Las mismas que deberían tomar ejemplo de Nuestra Purísima Madre! ¡De Ella que aceptó humilde los designios de Nuestro Señor! La Virgen tiene atravesado el corazón con los puñales de vuestros pecados, pecados que son fruto de estos tiempos... estos tiempos de libertinaje... donde las parejas se esconden tras los matorrales, tras los muros de las eras para dejarse llevar por la impudicia, por la más vergonzosa lujuria. Ésos mismos que fingen ante los demás un amor puro, pero que se dejan arrastrar por el pecado de la carne. Y no faltan tales pecados dentro de incluso el mismo seno de los hogares cristianos, donde se anteponen las tentaciones del demonio antes del deber de forjar un hogar digno, un hogar puro y cristiano que debe ser reflejo del hogar cristiano de María y José, un amor recatado y decente, un amor entregado a Dios. Contención, esposos, contención, no conviertan a sus esposas en legales concubinas. Vigilen también las blandas ramas del hogar, enderecen los tiernos troncos de su prole antes de que sea tarde y el gusano de la deshonestidad destruya su casa y la maledicencia convierta sus vidas en un infierno, antesala del que, de no corregirse, vendrá con el postrero aliento. Y ahora recemos todos... Credo in unum Deum, Patrem omnipoténtem... 



― No te aplicas como debes, Monchiño. Me dice tu abuela que eres un vago y que ya se te escaparon las ovejas tres veces. Después le vas con el cuento de que la que falta se la comió el lobo. Pero no hay tal, Moncho, no hay aquí más lobo artero que tú. Que Nicanor le devolvió la oveja a tu abuela. ¡Encima le haces pasar un mal rato a la vieja, condenado chiquillo! Vas por mal sendero, Monchiño, ya lo hablamos muchas veces. ¡Y no rectificas! ¿Quieres acabar como tu padre? ¿Quieres ser un holgazán, un badulaque, un borracho al que ya no le fían en ninguna parte y ante el que cierran las puertas con asco? ¿A qué no, Monchiño? Tienes que hacer acto de contrición. Ven aquí a mi vera. A los niños como tú hay que enderezarlos. Y no protestes. ¡Encima que yo hago tanto por ti para salvarte de que te conviertas en un facineroso! Ven aquí que ya sabes cómo debes desagraviar a Nuestro Señor. 



―¿Y es cierto lo que dicen, Ermitas?
― ¿Y qué dicen? 
―Que encontraron muerto en la sacristía a don Agenor. 
― ¡ Dios no lo quiera! ¿Y entonces le dio un mal? 
―¡Ca! Al parecer tenía un tajo y echaba sangre como un cerdo en la matanza. 
― ¡Alabado sea el Santísimo! ¿Qué me dices? 
―Como te lo cuento, Ermitas. 
― ¿Y cómo sucedió? ¿Fue una mala muerte? 
―De la peor. Parece que echó las tripas y todo. 
―¿Robaron en la iglesia entonces? Ay, señor, ¿ y se llevarían la custodia? 
―Por lo visto no falta nada, ni siquiera una candela de la patrona. 
― ¡Entonces no lo entiendo! ¿Quién le quería tan mal al señor cura? 
―La Guardia Civil estuvo a golpes con los de siempre y nada. No aparece el matarife. 
― Gente de tan mala entraña no hay en la parroquia, tienen que ser de fuera. 
―No lo sé, Ermitas. Ahora anda la pareja diciendo en la taberna que los asesinos fueron unos anarquistas de ésos que llegaron desde la villa para captar incautos. 
―¡Sí, claro! ¿Y qué daño les hizo el cura, digo yo? 
― Mi marido dice que les echan las culpas por estar haciendo ruido. 
― Y será... 
―Lo raro... 
―¿Qué? Habla, Dosinda! 
―Dicen que no sólo le faltaban las tripas en la barriga al párroco. 
― ¡Vaya! ¿Qué quieres decir? 
―Nemesio fue el que acudió primero, y no dejó pasar a nadie, pero Manoliño, que venía con él para tocar a misa de siete, dijo después que don Agenor tenía la boca llena de sangre. 
―¡Pues vaya! De darle puñetazos, claro está. 
―Parece que tenía algo metido en la boca. 
―¿En la boca? 
―Manoliño estaba blanco como la cera, pobrecillo, le dieron en la taberna unos tragos de aguardiente porque no piaba. Y fue cuando dijo que don Agenor tenía los cojones metidos en la boca. Dios me perdone, que lo caparan como a un cerdo. 
― ¡Virgen Santísima! 
―¡Lo que oyes! 
―Vamos a buscar a Manoliño, a ver si lo que cuenta es cierto. 
― Excusas... de la taberna lo sacó Nemesio y no se le ha visto el pelo desde ayer. 
Señoras, ¿qué hacen aquí paradas? ¡Circulen, circulen si no quieren ir al cuartelillo!



Uol