jueves, 18 de octubre de 2018

Incompatibilidad

¿Eres alondra o búho?




―¿Y por qué? 
―Él siempre estaba cansado por la noche y yo estoy comatosa a las siete de la mañana. 
―Un matutino y una vespertina. 
―Pues sí, alondra y búho. Clara incompatibilidad. 
―Mujer, existen las siestas. 
―Postergar el sexo para las posibles tardes de domingo es reducir mucho las posibilidades. 
―Ya verás cómo no dices eso dentro de diez años. Firmarías ahora mismo por esa frecuencia dentro de diez años. 
―Que no, que tenemos biorritmos diferentes. ¿Cómo alguien puede querer sexo dormido y con legañas sabiendo que en media hora tienes que estar duchado y salir pitando al trabajo? Eso es pura descarga, nada más. Yo necesito ir calentándome durante el día, la pila se recarga con la energía de las situaciones del día y se desborda a la noche. 
―¿Y él? 
―Se duerme en el sofá. 
―Al menos sabes dónde está. El mío trajina con el ordenador quizás chateando sabe Dios con qué extraña con la fantasía de querer follar y nunca hace nada, al menos conmigo no. 
―Somos el día y la noche. Distintas necesidades, distintos caracteres, distintos planteamientos, quizás hasta sueños y ansias. 
―¿Y entonces? 
―El camino se bifurca. 
―¿Os separáis? 
―En realidad hemos caminado por vías paralelas. 
―Es triste. 
―Lo es, sí. A veces amar no es suficiente. 
―Lo triste es que dentro de quince años para vosotros eso ya no tendría ninguna importancia. 
―¿Me dices que debo vivir quince años en el desaliento y la insatisfacción sólo para que me compense para entonces? 
―Así dicho... La parejas que lo soportan son las que perduran. 
―¿Y por qué hay que perdurar? 
―¿Para no estar sola en la vejez? 
―¡Qué bonito! 
―Míralo bien, a los sesenta y pico la libido estará por los suelos. Seguro que ya te dará igual que él esté cansado por la noche porque también lo estará por la mañana. Los encuentros serán así... cuando surja, alguna vez. Tú tampoco tendrás ganas por las noches. 
―¿De verdad? Entonces se acaba, se acaba del todo. 
―Eso parece. Es inevitable. 
―¿Y la gente no se desespera? 
―Te estás olvidando de que el cuerpo se rinde, ni te darás cuenta, es como con las arrugas, aparecen sin darte cuenta, es inevitable. El cuerpo, en general, ya no demanda pasión. O muy de pascuas en ramos. 
―Estoy segura de que la mente no se resigna, no olvida. Quiero decir que la ideíña no desaparece. 
―Todos vivimos de recuerdos. Pablito y yo no parábamos y ahora... si nos damos un piquito ya es mucho. Claro que lo echo de menos, pero, no sé, no me imagino la vida sin él. 
―¡Es que lleváis juntos desde el instituto! No conozco a ninguna otra pareja como vosotros. Dime, ¿nunca te apeteció follarte a otro? ¿Soñar en cómo te trataría otro en la intimidad? 
―Alguna vez sí. Pero, sabes, me daba una pereza horrible. Lo reconozco, nunca he tenido grandes expectativas al respecto. No sé, no soy como tú. Lo que tenía me bastaba, era suficiente para mí. Nunca me he planteado si podría ser mejor. Siempre he sido poco imaginativa. Pero me sentía feliz, así que no he echado de menos otra cosa, otro hombre. Ni siquiera otro tipo de hombre. 
―Eres muy afortunada. 
―No lo sé. Seguro que me he perdido mucha pasión en mi vida, otras emociones, pero no cambiaría lo que tengo por nada. Soy así. Ya está. ¿Y tú? 
―No sé, supongo que estaría diciendo lo mismo si hubiera sido compatible. 
―¿Tu insatisfacción es por la falta de compatibilidad? 
―¿No lo crees así? 
―Te cansas enseguida... 
―¡Pero si soy constante, voluntariosa, incluso muy disciplinada para según qué cosas! 
―Menos en el amor. Ahí te rindes enseguida. No he conocido mujer que le dejara la puerta abierta a la siguiente con la facilidad que tú. Te sacabas de en medio a la menor duda. He visto piltrafillas defender con ahínco a su hombre, pero tú... huyes, te vas. Tienes miedo a luchar. O a perder. 
―¿Y por qué debo ser yo la que luche? ¿Por qué no ellos? ¿Por qué siempre se espera que sea la mujer la que luche por su hogar, por su nido? ¿Por qué no demuestra ese hombre lo que yo valgo para él? 
―Pues no lo sé, pero si un hombre no siente, no percibe que su novia lucha por él, que lo necesita, se resquebraja, su virilidad se resiente, echa cuentas y piensa que esa mujer no lo quiere. Debe ser algo trasmitido en los genes para la perpetuación de la especie. 
―¡Y una mierda! Son muy cómodos. Que se maten las tontitas por mí, que se peleen, que se me disputen. 


―A algunas mujeres también les pone eso, que los machos se peleen por ella. 
―No a mí. 
―Eso es lo malo. 
―¿Qué cosa? 
―Que no trasmites necesidad. 
―¿Cómo? 
―Pues eso, Lou, los hombres, así en general, necesitan creer que los necesitamos, debe ser que arrastran aquella impronta de que son los proveedores de la manada. A los más evolucionados se les llena la boca diciendo que quieren mujeres independientes y seguras, pero no es cierto. En el fondo necesitan creer que es tu roca, tu refugio, tu amarre. Da igual que ganes una pasta gansa, incluso más que él, que si ve tu debilidad, que te refugias en su resolución, que tiras de él para solucionar problemas, si te descubre débil, entonces se sentirá seguro, el león de la manada. Hay mujeres especialistas en alentar esa creencia, lo saben hacer genial, ese teatrillo de la debilidad, de hacerles creer que la idea es suya, que son ellos los que deciden, pero la realidad es que son ellas las que hacen lo que les da la puta gana; algunas hasta se aprovechan y los manipulan, pero les hacen creer que son ellos los que llevan el timón. Hay docenas de dichos populares que se centran en esa idea: fingir que es él el que manda. Las madres de antes se lo decían clarito a sus hijas casaderas: que él piense que es el que decide, y tú lleva el mando de todo de forma sutil, oculta. Tenían que ocultarlo porque si no, entonces, si era evidente, la sociedad se mofaba de ellos y les llamaban calzonazos. Aún hoy. Aún hoy si una mujer se impone en el matrimonio, sus conocidos dicen de él con desprecio que se deja mangonear, que es un calzonazos, que es ella la que lleva los pantalones en casa. Lo critican cuando en realidad, en la mayoría de las ocasiones, si ella no tomase las riendas esas casas serían un caos total. Tú jamás has fingido. Y ellos lo notan. Se alejan emocionalmente de tu falta de necesidad. 
―Pues yo cuando he hablado de esto con conocidos siempre me dicen que ellos están encantados de que las mujeres seamos tan independientes, que ellos estarían encantados de ser unos mantenidos
―Siempre saltan a lo de ser mantenidos. Asocian la independencia de la mujer, su autonomía, con mantenerlos a ellos y no dar golpe. ¡Tienen una cara dura! Hay sociedades en las que la mujer lo hace todo, son el único sostén de la familia, las ves todo el día trajinando de aquí para allá, con los hijos, con las compras, la comida, la limpieza de la casa, a veces hasta pedir fiado o trabajar muchas horas de asistentas, hablar con los maestros, ayudar a las vecinas... y ellos todo el día reunidos en la terraza del bar, bebiendo y mirando pasar el tiempo. Son unos verdaderos mantenidos y encima se creen superiores a ellas y las desvalorizan, no les tienen respeto ninguno y después, con toda la hipocresía del mundo dicen tenerlas en un altar, que son el centro del hogar, la reina de la casa. Hostias les daba yo. 


―Y lo que duele es que esos hijos, que han visto a sus madres esclavizarse por ellos, reproducen lo mismo y desprecian a sus madres también. ¿Cómo es posible? ¿No han visto el sacrificio de sus madres, cómo los aman y se preocupan por ellos? Y las hijas a heredar el papel servil de sus madres. No se rompe el círculo de opresión. 
―Duele e indigna.
―¿Sabes lo que no acabo de entender, Mary? La mentalidad de esas otras mujeres que a sabiendas se supeditan a su marido. Ellas no son ningunas apocadas, pero lo hacen. Ellos suelen ser hombres brillantes, artistas. Sólo se dedican a sus ideas, a su arte,  la literatura,  la escultura, a brillar. Ignoran la cotidianidad del hogar, de la vida en general. Esas mujeres parecen anularse. Deben llevar el peso de todo porque ellos viven aislados en su mundo, incluso lo declaran abiertamente, que no saben ni lo que cuesta un café, ni en qué curso van sus hijos; dicen que es su mujer quien lleva las cuentas de la casa, hasta sus contratos, exposiciones y las fechas de sus obligaciones laborales. Parecen inútiles para todo aquello que no sea su pasión artística. Leo en las entrevistas que les hacen que dan las gracias a sus esposas, puesto que les sacan de delante cualquier contratiempo para que se centren sólo en su labor, en su arte. Dime, Mary, ¿cómo lo soportan ellas, ser siempre las que van arreglando y recogiendo todo en sus vidas? ¿Cómo se siente ser la segundona, la que vive en la sombra, la que nunca se lleva los honores, la que nunca es lo primero? ¿Consiguen ser felices así? ¿Nunca desean ser alguien? ¿Cómo soportan esa vida de ser la secretaria? Dime, ¿cómo no se sienten un cero a la izquierda? Ya sé, ya sé que se habla siempre de la admiración, de la idealización, los ven como a dioses. Pero yo leo esas entrevistas y me irrito, no lo entiendo, ellas dejan su trabajo, su vida, dejan todo por quedar en la sombra, esperando que él baje a la tierra, sabiendo que a ellos nada les importa más que su arte, su gloria. Viven para eso. Quizás incluso para alimentar su ego.  Y ellos sólo declaran: no sabría hacer nada sin ella, me permite centrarme en lo mío. Ha sido una gran compañera. ¿Compañera? Criada, asistenta, secretaria, amante. ¿Y eso es suficiente para llenar una vida? No lo entiendo, de verdad no lo entiendo.

―Para algunas personas admiración y amor es lo mismo, las dos caras de la misma moneda.. 
―¿Pero la admiración debe conllevar que te anules? ¿Qué tipo de mujeres son?
―Todas somos distintas, Lou. Nadie te pide que tú hagas lo mismo. Tú te sentirías anulada. Yo también, ¡divos a mí! Pero ellas no. Se sienten necesitadas. Volvemos a lo mismo de antes. Necesidad.
―Mary, ¿y tú has hecho eso alguna vez, ocultar que llevas las riendas? 
―Por supuesto. En nuestro caso es una impostura que los dos hacemos. Es como una farsa. Pablo sabe que soy totalmente autónoma, pero finge tragarse el paripé de que lo necesito y me salva del caos. Y yo simulo creer que él es mi roca. 
―Pero lo es. 
―Lou, cariño, ¿de los dos cuál crees que sobreviviría mejor si nos divorciamos? 
―Tú, sin duda. 
―Pues eso. 
―Pero antes has dicho que no imaginas tu vida sin él. 
―Y es cierto. A estas alturas Pablo es como una parte de mi cuerpo. Si me cortan el brazo, ¿puedo vivir? Sí, pero notaría la falta. Mucho. 
―El amor debe ser eso. 
―Sí, debe. 
―¿Y entonces? ¿Qué hago yo con mi compatibilidad? 
―Si ya lo sabes, Lou, tía, si ya lo sabes...

Uol

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión me interesa. Es tuya.