sábado, 28 de abril de 2012

domingo, 22 de abril de 2012

La bañera




Había invertido su buen dinero en aquel cuarto de baño. Otras lo hacían en la cocina, pero ella era mujer de escasos recursos culinarios, algo que no había subsanado con el tiempo por falta de motivación. El baño se había comido metro y medio de cocina, decisión que hizo quedar ojiplático al constructor. Elegir la bañera le llevó semanas de consultas en catálogos de lujo. Quedó satisfecha con la elección, a pesar de las advertencias sobre la incomodidad de las salpicaduras que su madre le señaló insistentemente, ya escandalizada tras la hecatombe de la cocina. No podrás ducharte sin inundar el baño, le señaló una y otra vez. Ella le sonreía con dulzura, sin ganas de discutir con una mujer con la que nunca tuvo nada en común. La sonrisa era su arma, lo único que sacaba de sus casillas a su dominante madre. Poder decidir el tamaño, forma y mobiliario de su casa sin atender a ninguna de sus recomendaciones, fue su pequeña venganza tras años de críticas a todo aquello que a ella le hacía ilusión. Y la bañera se quedó, ocupando el centro de un baño a todas luces exagerado para el tamaño de su piso. En realidad, dos estancias dominaban su hogar: el baño y el salón. Su madre rezongó preocupada porque no había diseñado un cuarto de invitados. Implícitamente había esperado que le reservase alojamiento, pero ella se hizo la sueca, diciendo que todos sus amigos tenían vivienda en la ciudad. La madre nada añadió. La chica se había pasado toda su adolescencia escuchándole decir lo tranquila que se quedaría cuando ella se fuese de casa. Y ese día llegó. ¡Y ahora espera que le reserve un cuarto! No puede decir que odie a su madre, no es eso. Es que cuando se miran, no se ven. Ella piensa que para su madre es un proyecto inacabado, ¡si ella hubiese tenido las oportunidades de la chica! La madre no alcanza a comprender las renuncias de la hija ¿y por qué debe cumplir ella los sueños irrealizados de la otra? La madre es perfeccionista; la hija lo será, ese baño lo confirma, pero todavía no ha alcanzado la edad en que uno, muy a su pesar, acaba pareciéndose a sus padres. De momento, mantienen las distancias. La hija ni siquiera está convencida de que sus logros laborales satisfagan a la madre. La madre es incapaz de valorar una profesión que no existía hasta hace cuatro días. A la madre le gustaría que la hija se emperifollase más, sin percatarse de los pequeños detalles que adelantan que la hija no está tan lejos de la original. Pero no se ven. ¡Quién sabe si algún día lo harán! 

Hoy ha llegado tarde a casa, pero no tanto como para cenar algo rápido y meterse en la cama de un cuarto al que también robó espacio en beneficio del amplio y luminoso salón. Abrió los grifos cromados y el agua hirviendo salió a borbotones. Echó unas sales aromáticas y ajustó la temperatura. Silenció el teléfono móvil y se descalzó. Frente al gran espejo frontal fue desabrochando los botones de la ligera blusa azul. Lo hizo de forma lenta y sensual, premeditadamente, como si tras el espejo hubiese un habitáculo desde el que un hombre la mirase lascivamente. Le gustaba pensar eso, que un hombre perverso la observaba oculto tras el cristal. El sostén de encaje malva pálido emergió y ella recorrió el borde con el dedo corazón. Los senos se veían realzados por las copas con relleno. Se quitó la falda, que cayó como una gasa tenue, sin un murmullo. Hacía un mes se había comprado un liguero por primera vez: una cita amorosa fallida que le dejó muy mal sabor de boca. Aún no había aclarado si ella había visto señales inexistentes o si el hombre de marras se había asustado un poco por su osadía. Lo cierto es que él nunca llegó a ver el liguero. Hoy se lo había puesto otra vez, porque descubrió que se sentía más sensual con él. Caminaba de otra manera, sintiendo entre los muslos un roce que la excitaba, aunque quizás todo se debiese a la idea lujuriosa de que nadie sabía que lo llevaba puesto, y fantaseaba imaginando qué pensaría o haría algún compañero de trabajo de saberlo. Sobre todo aquél, Rubén, el que lo escrutaba todo y se hacía el tímido. A ése bien seguro que le gustaría conocer la excitación que ella sentía entre sus piernas al contacto de la blonda y la gasa, el frufrú del roce del encaje contra la tela de la falda. Se imaginaba a Rubén colando sus manos entre aquellas sedas buscando con sus dedos la humedad que las traspasa. Suspiró.




Acabó de desnudarse y comprobó una vez más la temperatura del agua. En vez de relajarla, el baño aumentó sus ansias. Cerró los ojos para ahuyentar a los fantasmas, pero le hacían muecas como tras una persiana. 

Decidió que el remedio estaba en el cajón segundo de la mesita auxiliar con ruedas que aproximó a la bañera. Sacó de su guarida a Pepe, su vibrador en forma de patito, sumergible y amarillo, un remedo de aquellos infantiles con los que jugaba en la bañera hasta que su irritante madre la sacaba a la fuerza envolviéndola en toallones, ya arrugados los deditos. Cuando lo vio en el escaparate de aquel sexshop de Ámsterdam, no se lo pensó dos veces y lo compró. Ahora Pepe ya ha perdido algo del amarillo canario, pero sigue proporcionándole alegrías incondicionales.


Ven aquí, pequeñín, le dice picaruela, tú sí que sabes hacerme olvidar los problemas. Nada de plácidas singladuras, velocidad de crucero, en el agua se pierde parte de la sensación de presión y ella necesita una rápida travesía. Pepe se puso a ello, mientras sus ojillos azules ya algo borrosos parecían rotar alucinados. Inició la inmersión, Pepe acercó su colita suave al lugar preciso y la vibración se expandió por todas las oquedades del vientre de su dueña, que estiró las piernas y se dejó llevar por la sensación placentera del masaje. El agua caliente relajaba todos sus músculos, pero Pepe los volvía tensionar. Ella estiraba las piernas, incapaz de permanecer impasible al despertar de su epicentro; sus pies buscaban una salida, periscopios inspeccionando por barlovento futuras islas que hollar. Siempre le emocionaba comprobar como esa vibración se expandía en círculos concéntricos como una piedra lanzada en un estanque. Desde el centro de su cuerpo, las oleadas de calor y placer radiaban en ondas hasta los extremos del mismo, alcanzado la cabeza y la punta de los pies cual bomba nuclear que va arrasando todo a su paso. Pepe hacía muy bien su trabajo y ella percibía nítidamente ese avance cinético por todo su cuerpo. En ocasiones, como hoy, algún comando de vanguardia buscaba un atajo y lanzaba su ofensiva en línea recta: era la élite y conquistaba y aseguraba zonas subiendo por la médula, avanzando a saco, para alcanzar su objetivo antes que la propia onda expansiva, tropa más lenta pero igualmente segura. Era entonces cuando se producía el maremoto, brazo izquierdo y piernas chapoteando en espasmo descontrolado por la llegada al punto de encuentro; grito ronco que anuncia torpedo a las doce, torpedo por estribor, torpedo por babor, auhhhh, auhhhhhhhh y después, asegurada y conquistada la posición, se aproxima la onda expansiva, las réplicas del terremoto acuático, el colapso de la montaña, oculta en pliegues de carne tibia, cargas de profundidad, cargas de profundidad, inmersión, auhhhh auuhhhhh, inmersión. La explosión del Krakatoa. Pepe es zarandeado una y otra vez. Sabe que la nave está condenada a la destrucción. Ella gime y gime, el terremoto submarino ha alcanzado varias veces sus máximos, el tsunami es imparable y la alfombrilla verde lima ha sido anegada una vez más, tierras bajas destinadas a la devastación. 

Cuando las aguas de la bañera se han por fin calmado, Pepe emerge desde las profundidades y flota un poco más descolorido, sus ojillos aún extasiados, la sonrisa inalterada pero orgulloso del deber cumplido, con la serenidad del que se ha sacrificado conocedor de que ése es su destino.

Ella permanece un ratito más en la bañera. Coge de nuevo a Pepe y lo mira con cariño. El pato se derrite de amor y suelta un afónico cuak cuando ella lo aprieta. A su alrededor, el baño es un estanque en el que sobrevive, como un nenúfar, la alfombrilla que absorbe el agua derramada. Suspira. Toca pasar la fregona y arreglar el desastre.

-Al final, tenía razón mi madre, pero maldita sea si es por lo que ella pensaba. 

Y sonrió.

sábado, 14 de abril de 2012

La pregunta XI

-Cari, ¿te has acordado de ir a pagar el karate de la niña?
-Hu...
-¿Bajas tú la basura o la bajo yo?
-Hu...
-¿Mañana vienes a comer o te quedas en el centro?
-Hu...


De madrugada...
-A veces parece que de mí sólo te interesa mi pene.
-Es que él me responde.

martes, 10 de abril de 2012

Pavo real

         Lo espiaba desde la ventana, a la misma hora. Su atractivo y rico vecino descansaba, manejaba su tablet o se ejercitaba. Ella se lo comía con los ojos.

        Un día la descubrió. Y al otro, a la misma hora, distinguió sus ojos tras los pulcros cristales del apartamento situado encima del suyo, el edificio  que hacía ángulo, no tan lujoso, quizás.
       Ella no se dejaba ver más que como una sombra. Pero él sabía que sus escrutadores ojos lo observaban.

       Entonces, un día, inició un baile tan antiguo como el mundo. El ritual del baile de apareamiento. Pavo real enseñando sus plumas coloridas y hermosas. Movimientos de atracción para la hembra, selección natural. La llamada del macho. Por una vez.
Decidido, arrogante, mostró sus cartas.
Pavo real.
Hermoso. Potente. Soberbio.
        Inasequible, quizás, pensó ella desde su atalaya.
Definido, fibroso, elegante.
Selección natural.

     Él le sonreía, vanidoso y más pavo real que nunca, hinchado de orgullo, altivo, mostrando a la hembra sus cualidades de semental.

    Nada ha cambiado desde entonces. Machos y hembras, desplegando sus plumas de pavo real.

jueves, 5 de abril de 2012

Yankinización


Rogad a Dios por el alma de
Doña Carmen Pérez Blanco
(Viuda de José Campos García )
            
                    Que falleció el 4 de abril de 2012 en Ponferrada, a los 83 años, confortada con los Santos Sacramentos
          ___________ D.E.P.  __________


Hermana, Dolores Pérez Blanco. Sus hijos, Mari Carmen, María Rosa, José Manuel, Juan Rodrigo y Fernando Luis; hijos políticos, Ramón Rodríguez, Alberto Fernández, María José Vidal, Teresa Prieto y Ana Álvarez; nietos, Juan y Laura Rodríguez Campos; Alberto, Sonia y Christian Fernández Campos; Jennifer y Jonathan Campos Vidal; Jessica Campos Prieto y Karen Campos Álvarez; biznietos, Kevin José, Bryan Merwin, Connor y Evelyne; sobrinos, primos y demás familia 

Ruegan una oración por su alma y la asistencia a la conducción, MAÑANA VIERNES, día 6, a las DIEZ Y MEDIA de la mañana, desde la sala n°1 del Hospital El Bierzo, hasta la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Encina, donde se celebrarán los funerales y seguidamente el traslado al panteón familiar del cementerio municipal, favores por los que les anticipan gracias. 

Ponferrada, 5 de abril de 2012 

www.servicioslagloriaeterna.es