Nuestra relación flotaba como un
témpano a la deriva sobre aguas semicongeladas.
Consciente de la inminente
catástrofe a no ser que hiciera un gesto heroico, Martín decidió darle una
sorpresa a Celia y reservó una noche de hotel en aquel Parador perdido. Una
mañana entera dedicó a rastrear parajes bucólicos en lugares no excesivamente
distantes en los que avivar las brasas de una pasión que, sin saber muy bien
por qué, se les escapaba. Las fotos del lugar eran espectaculares, seguro que a
Celia le fascinaba el enclave.
No le informó del
destino, le dijo que llevara ropa cómoda para el día y un vestido elegante. A ella
le brillaron los ojos y canturreó toda la tarde, mientras revolvía el armario y
los potingues del cuarto de baño. Frunció el ceño cuando lo vio a él guardar el
portátil en su funda.
− ¿Vas a trabajar? Si sólo es una noche…
− No, sólo será un momento, tengo que
comprobar unos datos y los envío por correo, nada más, lo prometo.
Siempre decía lo mismo,
pero lo cierto es que en el último año ya no había sesión de tele nocturna arropados
bajo la manta o despelotados en la chaise
longue. Ahora se aferraban a sus ordenadores, cada uno inmerso en sus
propios pensamientos. Uno al lado del otro y, sin embargo, ajenos y distantes,
hasta que alguno cerraba la tapa y decía me
voy a la cama. Y el otro no corría detrás, sino que mascullaba, ya acabo. Indefectiblemente, el primero
dormía o se hacía el dormido cuando el rezagado llegaba. Y, no obstante, ella
añoraba su calor cuando él se le aproximaba, cuando se acoplaba y le hacía de
sillita. Y él hundía la nariz en su cuello. Pero eso era todo. Desde hacía
meses. Añoranza de ganas.
Dudó si meter su
portátil en el breve equipaje. Decidió que no, maldita sea, no iba a perder el
tiempo leyendo blogs o escribiendo en el suyo. Iba a ocuparse de pasarlo bien. Con su chico.
El sábado amaneció frío
y soleado. Se pusieron en camino. Dejaron atrás autopista y carretera nacional.
Las montañas eran suaves, viejas y redondeadas. Alcanzaron carreteras
comarcales bordeadas de árboles dorados, ocres, rojizos y verdosos. El otoño
estallaba en pleno esplendor, casi ofensivo de tan hermoso. Celia se
maravillaba de la paleta de colores que brillaban en las copas, observaba desde la ventanilla los bosques
densos; muchos castaños con los erizos reventados en el suelo, las castañas
asomando; robles con bellotas oscuras; alcornoques, los rojizos arces. El coche
avanzaba despacio, todo le parecía a Celia hermoso, sensual, profundo. Y
experimentó la esperanza.
Llegaron al destino a
mediodía. El lugar superaba lo esperado. Incluso Martín se sorprendió, hecho
como estaba al fraude de las fotografías de los catálogos, siempre mostrando el
mejor perfil y ocultando los horrores estéticos. Pero allí nada sobraba y,
desde luego, nada faltaba. El Parador estaba instalado en un antiguo monasterio
benedictino que en tiempos fue desde luego cenobio de recogimiento y oración.
Allí uno debía sentirse cerca de Dios, tan apartado estaría entonces de todo, en
aquel otero, con el río Sil abajo, retorciéndose entre cañones, y rodeado de un
bosque nada inhóspito; uno podría allí sentirse anacoreta buscando inspiración.
Celia y Martín debían expiar sus pecados cometiendo otros bien gratos.
San Estevo de Ribas de Sil (Ourense, Galicia, España) |
Comieron en el restaurante del propio
monasterio y se dejaron querer por el tibio sol otoñal en la terraza del claustro dos cabaleiros, mientras saboreaban
un café fuerte con aguardiente blanco.
Antes de que atardeciese,
dada la época, se calzaron las zapatillas deportivas y bajaron por un caminito
que descendía hacia la ribera. Los castaños estaban cuajados de frutos y los estrechos
caminitos entre muros bajos, a veces cubiertos de losas de piedra, parecían de
cuento de hadas. Por veces, el silencio era brutal. Iban cogidos de la mano y
se besaban de vez en cuando. Celia renovó sus esperanzas. Martín hablaba poco, pero respondía a las curiosas preguntas
de la mujer a sabiendas de que las formulaba para mantener conversación.
San Estevo de Ribas de Sil (Ourense, Galicia, España) |
Cuando regresaron al
alojamiento, Celia sugirió tomar un baño juntos o ir al spa. Pero Martín dijo
que no había tiempo, ya era hora de cenar. Celia empezó a inquietarse. ¿No
habían venido para follar?
Celia se esforzó por
apartar turbios pensamientos durante la cena y bebió abundante vino tinto. Todo
estaba delicioso y a ella se le veía preciosa a la luz de las velas con el
vestido de crepe de color aguamarina que realzaba su mirada. Miraba a Martín y
le pareció aún apuesto, aunque algo distraído. Se besaron mientras subían por
la grandiosa escalinata central.
Supo que algo iba mal
cuando salió del baño y le enseñó la espalda para que le bajase la cremallera y
lo vio sentado en la cama con el portátil sobre las rodillas.
−
Sólo es un momento –se excusó él ante la mirada de
reproche de ella.
Celia salió al balcón,
acalorada de pura rabia. Entonces escuchó las risas, los gritos, música y vislumbró
el resplandor de un fuego. Los habitantes de las cuatro casitas frente al
monasterio celebraban el magosto. En un segundo se decidió. Martín seguía
enfrascado en lo suyo. Se vistió de nuevo con vaqueros y zapatillas.
− Salgo un momento a ver el festejo.
− No tardes −dijo, pero no levantó la
cabeza del ordenador.
Los aldeanos bailaban
alrededor de un fuego donde se asaban castañas. Apenas eran una veintena de
personas, aunque vio a otra pareja que también se alojaba en el Parador. Intentó
mantenerse algo alejada, pero enseguida se le acercó una mujer algo mayor que
ella ofreciéndole un trozo de pan con un chorizo asado que ella rechazó
amablemente. Ya he cenado, gracias.
Castañas |
No pudo, sin embargo,
rechazar el vaso de vino y el trozo de bica mantecosa. Al rato hablaba con unos
y otros y se sentó cerca del fuego, pues la noche había refrescado. Comió
castañas calentitas y sabrosas, tan diferentes a las que vendían en la ciudad y
siguió con un chupito de licor café. Reía y se sentía flotar. Él se sentó a su
lado con la segunda copa y la tercera carcajada.
− Una mujer como tú no debería estar sola.
− No estoy sola.
− Lo parece.
− Ahora estás tú.
Celia se sintió un poco
atrevida. El hombre era guapetón y los
ojos vivaces semejaban lobunos en aquella oscuridad.
−
¿Tú estás solo?
− Lo estaba.
Apenas dijeron nada
más. Ella bebió más licor y decidió olvidarse de Martín y su frialdad. El
hombre sacaba castañas del fuego y las hacía rodar entre las manos, gesticulando
porque quemaban. A ella se le escapaba la risa. Él las pelaba para ella, que
las comía golosa. Entonces el hombre cogió un palo medio quemado y se tiznó los
dedos. Con ellos asió la barbilla de Celia y le pintó la cara. Ella se levantó
de un salto riendo, agarró otro palo e
intentó devolverle la jugada, pero el hombre salió corriendo y ella fue detrás.
La fiesta estaba en pleno apogeo y nadie les prestó mucha atención. Él se refugió
en el umbral oscuro de una puerta y ella intentó tiznarle la cara, pero él le
atenazó los brazos, la aproximó hacia él y la besó. Celia sintió la presión de
sus labios, cálidos, saboreó su lengua dulce por el licor café. Se abandonó al
beso. ¡Cómo anhelaba ser besada, acariciada, deseada! Las manos del hombre se
colaron bajo el jersey y se deslizaron por la espalda. Eran manos grandes,
fuertes y decididas. Ella se apretó contra él y notó su erección desatada, sin
complejos, exigente y desprejuiciada. También ella acarició la espalda del
hombre y era ancha y robusta. Se separaron un momento y él la interrogó con la
mirada.
− ¿A dónde vamos? –preguntó ansiosa.
La
abrazó y la condujo, mientras se paraban a besarse y sobarse, caminito arriba hasta
una casita que no era más que un galpón donde se acumulaban erizos repletos de
castañas.
Se
desnudaron apresuradamente. Celia no sentía frío, más bien ardía, y una voz
lejana le decía que aquello era una locura, pero las atrevidas caricias del
hombre la acallaron.
−
¡Qué hermosas tetas! Hummm, de vicio, están
de vicio.
A
Celia le daba vergüenza oír aquello de un desconocido, pero al tiempo le
excitaba.
− ¿Y mi coño? ¿Qué te parece mi coño?
Él
lo chupó.
− Tu coño es manjar de dioses, más sabroso
que las natillas de mi abuela y más narcótico que un licor de hierbas.
Follaron con alegría,
generosidad y goce. Para su sorpresa, él guardaba condones en un cajón de un
armarito, y su polla resultó tan decidida, osada y jugosa como había imaginado
cuando la sintió contra su vientre.
Cuando la acompañó de
vuelta al Parador, la fiesta continuaba y todos parecían bastante borrachos.
Celia tuvo que borrar
la sonrisa que permanecía en sus labios cuando advirtió que Martín seguía
despierto. En cuanto la oyó entrar, cerró la tapa del ordenador portátil.
−
Has tardado.
− Me divertía.
− Estás toda pintarrajeada.
− Claro, es la tradición. Voy a ducharme.
Se demoró en la ducha.
El agua casi hirviendo borró de su piel todo rastro de la pasión vivida, pero
no su recuerdo.
Martín la esperaba en
la cama.
−
¿Estás bien? Pareces algo bebida.
− Sí, el alcohol corría a raudales.
− Pues descansa.
La besó un segundo en
los labios y se estiró largo.
− Yo
estoy muerto –suspiró.
Eso parece, pensó ella,
muerto y bien muerto.
Por
la mañana Martín se levantó el primero.
− ¿Desayunamos aquí?
− Vale.
Avisó por teléfono en
recepción y se metió en la ducha.
Celia se asomó a la
ventana. Nubes grises ocupaban el cielo ayer límpido y claro. Amenazaba lluvia.
Cuando Martín salió
duchado y afeitado, ella escribía en su móvil con conexión a internet algo que
él no acertó a leer.
Nuestra relación flotaba como un
témpano a la deriva sobre aguas semicongeladas.
Uol
Uol
Cañones del río Sil (Ourense, Galicia, España) |
Plano de San Estevo de Ribas de Sil (Ourense, Galicia, España) |
Maridos como ése son los que se extrañan cuando un día sus mujeres les dicen "hasta aquí hemos llegado". Pero, ¿por qué, si todo iba bien, no?
ResponderEliminarNo, no iba bien. Nada va bien cuando la pasión se acaba y no se hace nada por reavivarla; pero si uno de los dos descubre la pasión que puede despertar en otros, apaga y vámonos.
Un relato genia, querida Uol (voy a tener que nominarte de nuevo! jejeje).
El sitio es magnífico, ¿lo conoces personalmente?
Ahora voy a sonarme; tu relato me ha provocado una punzada de dolor en el corazón que sólo se me ha pasado llorando.
No era mi deseo provocar lágrimas, pero este relato lo debía, digamos que yo también tengo que exorcizar fantasmas. Pero a partir de ahora voy a narrar mis aventuras más lúdicas y fiesteras, ¿vale?
EliminarConozco el lugar, es bellísimo. He tomado ese café fuerte en el Claustro dos Cabaleiros, la cafetería está abierta al público. Para lo otro, haría el dispendio si tuviese la suerte de Celia, pero a mí seguro que me tocaban los vejetes del pueblo y no existiría el joven que viene de visita para las fiestas.
Me halaga que te gusten mis relatos, Belkis, y me encantaría que lo recomendases a quien pienses que lo disfrutaría, pero mi cupo de fracasos ya lo tengo lleno en la vida real, no quieras que empiece a acumularlos en la virtual jajaja, de verdad, no hace falta que me nomines, ya me doy por bien pagá.
Besos.
Narres lo que narres, lo haces genial. Y a veces hay que leer de las duras, y a veces de las maduras.
Eliminar(Pensaré en lo de la nominación aunque yo no lo viví como un fracaso. La victoria es que más gente te lea, te conozca y llegue a ti). Besos
Qué desperdicio! Esta era la sorpresa?
ResponderEliminarCon esos jacuzzi, esas hablitaciones esplendorosas... ¿Qué había en el portátil?
Debías haberlo mandado con el portátil al galpón, y aprovechar la habitación toda la noche y el día siguiente con el castañero. Sí, cornudo y apaleado,no se merecía otra cosa.
Si es que las margaritas...
Menos mal que uno de los dos aprovechó el viaje.
Te felicito por contarlo tan bien.
Un abrazo
¿En el portátil? ¡vete a saber! Igual una bloggera que le dice que su marido ya no se lo hace. :P
EliminarGracias, siempre eres generoso conmigo.
Besos.
Moraleja: una buena castañástrofe a tiempo logra paliar los efectos de una catástrofe repentina.
ResponderEliminarBesos, Lady UOL.
Me temo que esas catástrofes no son repentinas, se ven venir, pero hay quien prefiere hacerse el sordociego.
Eliminar¿ Lady yo? No creo, en tal caso milady jajaja
Saludos!
Esta historia pide una segunda parte más feliz.
ResponderEliminarQue bello escenario, todo aromas de mi segunda tierra, el magosto, la bica, la hospitalidad y el licor de las pequeñas fiestas ... me están entrando ganas de escaparme a por una presa de castañas, y de paso a ver si me encuentro a alguien así de apuesto en la fraga.
¿Segunda parte? ¿Y feliz? :O
EliminarBueno, en realidad sí hay una segunda parte feliz: ella se dio cuenta de lo que se estaba perdiendo y a las dos semanas rompió la relación con Martín. Ahora es feliz con sus oportunidades, sus decisiones y su soledad (a veces) elegida y no impuesta.
¡Me alegra haberte recordado los aromas y sabores de Galicia! (Y las palabras je je)
Bss
Después de años de aburrida calma, se inicia una nueva etapa donde todo es nuevo y una vez más todo es posible!
EliminarCelia ya sabe que cada movimiento, cada deseo y cada minuto, ahora le pertenecen; seguro que está disfrutando el embriagador sabor de la libertad.
Un fuerte abrazo.
¿Ves como hay finales felices?
EliminarUn abrazo para ti también!!
Es así, cuando uno no quiere, dos no pueden.
ResponderEliminarUn relato magnífico, impecable, y sobre todo muy real.
Un lugar paradisíaco por lo que muestran las fotos !!, bellísimo.
Me encantan esas fiestas tradicionales.
Besos.
Cuando uno no quiere, dos nos pueden.¡Qué gran frase, TRex! Creo que la usaré en alguna entrada (si me das permiso).
Eliminar¿Real? ¡¡No lo sabes tú bien!!!
El lugar es digno de conocer, como tantos otros. Pero dejemos que el turisteo se agolpe en zonas más áridas y esquilmadas...
Besos
Ya me habían hablado del poder afrodisiaco de las castañas...
ResponderEliminarFácil, ecológico y barato afrodisíaco, ¿no crees?
EliminarPues a qué esperas... asalta hoy a alguna muchacha con un cucurucho de castañas en mano.
Besos (tú sigues sin mandármelos... menos mal que yo tengo para dar y tomar je je je)
¿Asaltar? No es mi estilo...
EliminarSuelo dar los besos en la intimidad, ya sabes, por aquello de la discreción ;)
Joooo.. Torpe, es un decir, ¿ni a unas castañas me vas a invitar?
EliminarEstá bien... dejaré los besos para la intimidad.
No vuelvo a mandártelos hasta que me los pidas.
Una buena historia que narra un momento delicioso como consecuencia del olvido de una pareja despistada que no reconocía un amor cercano.
ResponderEliminarBonito relato.
Saludos
¿Pareja despistada? Yo creo que fusibles quemados jajaja
EliminarGracias por comentar y por seguirme, aunque creo que hay mucho helado de vainilla por aquí para vosotros ja ja ja
De todos modos, agradecida.
Un marido aburrido, un apuesto desconocido, un aquí te pillo aquí te pego un polvo con sabor a castaña... uhm... me voy a dormir y me pido este sueño...
ResponderEliminarPues sí!
ResponderEliminarGracias,Teresa, por pasarte por aquí y comentar.