jueves, 19 de noviembre de 2020

Jugar la partida

 

Quizás sí es cierto que con el tiempo nos volvemos cobardes: cuando tienes veinticinco años vas a pecho descubierto. Yo lo hacía. Pero eso no significó que lo valorasen, se ve que a los muchachos les advierten para que piensen que todo son imposturas; los aleccionan para desconfiar de las verdades, sobre todo de las que dicen las chicas, pues al parecer urdimos un papel que representamos y que no hay que creer demasiado. Yo no era así. Incluso a un novio le escribí un decálogo que incluía no sólo las cosas que me gustaban y algunas posibles virtudes sino, sobre todo, mis manías y defectos, para que no se viniese a engaño, para que me conociese de antemano. Así de radical era yo, un horror, lo sé, siempre hay que dejar espacio para el misterio y el descubrimiento. Yo pensaba que pese al decálogo todavía quedaba mucho margen para el misterio. Es que entonces me consideraba muy misteriosa. Hoy sé que solamente era miedosa. Y cobarde. 

Pero entonces yo me pensaba valiente, valiente y segura como para confesar los propios defectos y pecados. Sin embargo, con los años uno se vuelve cobarde; se da cuenta de que todas las bondades van borrándose como las anotaciones de un viejo ticket de compra, todas las lindezas estropeándose de forma irremediable, y eso nos vuelve cada vez más apocados: comenzamos a retrasar la partida. 

En la época del decálogo muy mal se tienen que dar los naipes para que no llegue a tus manos algún as o al menos una sota. Si la partida acaba mal te retiras del juego un tiempo, pero irremediablemente la vida te lleva de nuevo al tapete y un día estás barajando y mirando tus cartas con esperanza. ¿En qué momento el mazo oculta sus mejores triunfos para ti? Ni siquiera un mísero ocho de bastos para hacer un arrastre. Te quedas fuera de juego. Y es en esas circunstancias cuando decides no jugar. Ya no es divertido participar porque nunca ganas, nunca. Así que te retiras del tapete y casi casi de la vida. Buscas otras aficiones. Y están bien. Te dicen que están bien. Al principio tú no lo crees, pero con el tiempo te percatas de que sí están bien. Bueno, es algo, vida también. Pero, como los jugadores adictos a la vida, echas de menos aquella emoción, aquellas expectativas esperando que en el reparto de la suerte caiga en tus manos un as, un tres, un rey, un caballo, la sota de oros... Y comenzar, una vez más, la partida.

Uol


3 comentarios:

  1. Lo peor es jugar a las siete y media, que no sé si su inocencia ignora, señora, que a más de una hora las siete y media es un juego. Y un juego vil, pues juegas cien veces, mil, y de la mil ves febril que te pasas o no llegas. Y no llegar da dolor pues significa que mal tasas y eres del otro deudor, mas, ay de tí se te pasas ¡Si te pasas es peor!

    Como la vida misma o no llegas o te pasas.

    Saludos

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    1. Tasar mal, sí, grave inconveniente, origen de muchas frustraciones. Yo suelo pasarme en el optimismo valorador jajajaja
      Pero, chico, así es el juego!
      Saludos!

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  2. Que otros ganen... Pero si yo quiero ser la elegida jajajajajaja. Si yo ya no elijo nada jajajajajaja
    Bicos!

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