En algunas ocasiones durante
los últimos años recreé tu rostro en mi mente (no, nunca nos hicimos fotos juntos
en ese año y medio de idas y venidas) y se me escapaban algunos rasgos. Pero en
cuanto nos cruzamos te reconocí sin la menor vacilación a pesar de tu pelo
pintado de canas aquí y allá. Siempre supe que no sufrirías de alopecia precoz:
tu cabello crecía entonces fuerte y sin claros, abundante y oscuro. Tú también me
reconociste, te lo leí en los ojos. Hace muchos años aún nos saludábamos al
encontrarnos casualmente en las calles, a pesar de ir acompañados de nuestras
nuevas parejas. Pero de eso hacía tres lustros. Me reconociste y desviaste la
mirada; yo tampoco hice ademán de pararme. Porque nos cruzamos en el vestíbulo de un
hospital. Yo salía y tú entrabas llevando en brazos a un recién nacido envuelto en toquillas. Tenías
rostro de padre primerizo y asustado. Lo asías con miedo y veneración, una
cabecita diminuta muy tapada. Pensé, sí que ha tardado años. La mujer que caminaba un par de pasos detrás,
ocupada en cerrar su bolso o cogiendo algo en él, sin embargo no mostraba
aparente preocupación. Incluso esbozaba una media sonrisa. Juraría que no era
aquélla con la que ibas de la mano cuando nos cruzábamos antaño. Ésta era más joven,
más alta, distinta.
Siempre pensé que
serías padre mucho antes, que no llegarías a los 42 sin serlo. ¿Qué ocurrió? A
los 25 eras un muchacho serio y reservado, de ésos que llevan mal la iniciativa
femenina; pero también amable y respetuoso. Siempre te desconcerté. Siempre
erraste en todas las hipótesis que hiciste sobre mí, las que me confesaste e,
imagino, las que te guardaste para ti. Y, sin embargo, no podías evitar
acercarte a mí, dejarte arrastrar por mi vehemencia, mi impulsividad, mi irritante
manía de adelantarme a tus deseos. Me gustabas mucho, te diste cuenta, -nunca
lo disimulé o callé, eso también te prevenía contra mí-. Adoraba tus labios gruesos, tus mejillas
ruborosas, los ojos sensibles, oscuros y profundos, tu timidez; el tatuaje con
el que yo no contaba - no te pegaba nada- y que descubrí aquella primera vez en el sofá. Anhelaba, sin ceder en intensidad, nuestros encuentros apasionados, tu rubor y tu dulzura; y me enternecían las vueltas que dabas para tratar de quedarte a solas conmigo.
Te fuiste retrayendo,
medio insinuaste que estábamos en distinta onda y fase de vida. Fuiste galante
hasta para no decirme que no estabas enamorado de mí, al menos no tan enamorado
como para plantearte una relación más convencional que la que mantuvimos
durante casi año y medio (sé que para ti no era una relación, fuimos amantes,
un romance, un rollete). Y eso es lo que yo pensé, que tú querías otro tipo de
relación, más previsible, más como la de todos,
ser padre joven, una vida más tranquila, con visitas a la casa familiar y
domingos de sofá y manta ( y yo no era a tus ojos candidata). Quizás me equivoqué. Porque has sido padre
ahora. ¿Cómo si no explicar el modo como llevabas a tu hijo en brazos -un
frágil cristal valioso que alguien acaba de ponerte en brazos- si no fuese tu primogénito?
Entonces me pregunté
por qué derroteros te habrá llevado la vida. No volvimos a coincidir. ¿Te trasladaste
a otra ciudad? ¿Se estropeó aquella relación y con ella tus primeros sueños?
¿Te divorciaste? ¿Fue un matrimonio sin hijos y ahora te has apresurado a ser
padre con la siguiente? Tú entrabas al hospital y yo salía, también acompañada,
pero no por mi pareja sino por uno de mis hermanos. ¿Habrás pensado que es mi
marido? ¿Habrás pensado está mayor, está
igual, qué hará aquí, me ha visto y reconocido? Sé que no, ibas a alguna consulta
pediátrica con tu hijo y tenías rostro preocupado de padre primerizo. Pero me
reconociste y desviaste la mirada.
Yo sí lo pensé. Que a
pesar del tiempo transcurrido seguías igual de guapo, y de frágil, y de
follable. (Así son los desvaríos fantasiosos, pensar eso como si hubiese la más
mínima posibilidad). Pero ahora eres padre. Intocable.
Al final yo también
erré en mis suposiciones. Y me he quedado un poco melancólica toda la jornada:
tu vida no ha sido como yo me imaginé.
Uol
Ademais de "bueno", "riquiño", "guapo", "interesante", atractivo...está a de "follable". Se os homes poidéramos ter un traxe para cada ocasión; estou convencido que habería un que ía estar sempre moito máis gastado...
ResponderEliminar😮
EliminarMe ha encantado lo que he leído. Las personas jugamos perpetuamente entre los dos planos de la experiencia y la imaginación, queriendo profundizar en la vida ideal de la gente que conoce y conocer a las personas cuya vida a tenido que imaginar.
ResponderEliminarHola, Pitt Tristán, gracias por pasarte por aquí y comentar. Eres muy amable.
EliminarCasi todos hacemos suposiciones poco realistas sobre la vida de los demás. Sobre todo cuando afectan a esas parejas "ideales". Porque no lo son. He conocido los entresijos de
varias y bueno, para mí no servirían, no es lo que me haría feliz.
Imaginar vidas posibles es una entretenida afición.
Saludos!