miércoles, 4 de diciembre de 2013

Sexo oscuro


      Desde que la habían despedido del trabajo, su vida, amén de haberse vuelto espartana y a un paso de lo precario, se había teñido con la pátina de la insatisfacción y la sensación de inutilidad, un cero a la izquierda, vamos. Ella, que tenía siempre la agenda llena de actividades inaplazables y, por supuesto, un plan B para los desastres; ella, que desbordaba actividad y disfrutaba de poco tiempo de descanso para cavilar en lo que no provocaba más que titubeos; ella estaba ahora ociosa y deprimida, sin decisiones que tomar y sin nada más que dedicar las horas a pensar qué trabajo podría ella ahora realizar que la ayudase a retornar al mundo laboral. Por suerte no era derrochadora y de momento la falta de ingresos no se había vuelto acuciante. No tenía hipoteca que la aplastase como una losa porque su abuelo le dejó una casita en el pueblo que ella arregló en los tiempos boyantes, y en la que vivía. Quedaba relativamente cerca de su antiguo lugar de trabajo y siempre le había gustado refugiarse en aquella dulce tranquilidad que el campo le ofrecía. Había tenido, eso sí, que dejar el apartamento de la ciudad, claro, aquel apartamento alquilado que había sido su cubículo cuando se le hacía tarde en el trabajo y le daba pereza regresar al pueblo muy de noche, o en días con temporal de severa lluvia y viento, pero sobre todo aquel mini-apartamento, a qué negarlo, había sido su picadero cuando salía de marcha por la ciudad y ligaba. Pero hasta eso parecía haber desaparecido junto con su aureola de poder, su salario y sus inútiles trajes de chaqueta. No sabía hacer nada más que lo que hacía. Antes, cuando todo iba según lo previsto -pero ya se advertían señales de humo en el cielo-, se lo planteó,  se preguntó en qué otra cosa podría ella trabajar si la cosa se torcía y no se le ocurría nada, al menos nada que le satisfaciese. Ahora tenía que reconocerlo: era poco dúctil. Sabía mucho de lo suyo y nada más. Trataba de animarse diciéndose que el mercado laboral tendría en algún momento que volver a reactivarse, pero lo cierto es que la invadía cada día un desolado abatimiento. Tampoco sentía ánimos para arreglarse e ir a la ciudad a tomar unas copas con las colegas. 
Se encerró.
 
Para joderse más el invento, cuando el frío otoñal estaba a punto de exigir el encendido de la caldera, que ocupaba una esquina del sótano de la casita, ésta colapsó. Emitió un sonido agónico y no encendía. Temblaba sólo de pensar en la factura de la reparación, una pieza de mierda pero una pasada en mano de obra, como si lo viera. En situaciones así echaba de menos un hombre como su abuelo, que todo lo arreglaba, siempre tenía piezas para reparar el desperfecto y sabía de qué se trataba. ¿Quedarían hombres así todavía o serían tan inútiles como ella se sentía en estos momentos? Intentó localizar en el mismo pueblo a alguien que pudiese reparar la caldera para evitar tener que pagar encima el desplazamiento desde la ciudad. Y apareció él.

Él no le mostró la menor deferencia. Bueno, ella no sabía por qué pero esperaba algo de consideración, un saludo agradable, una sonrisa, no sabía muy bien por qué, si por ser ella una mujer de buen ver o por ser su abuelo persona meritoria en el pueblo; claro que aquel joven no habría conocido las dignidades de su abuelo y su familia, sería un zangolotino cuando él murió. Ni se inmutó cuando trasteó en la caldera y ella, perfumada, observaba las maniobras a su espalda. Acordaron un precio que a ella en otras circunstancias le habría parecido ajustado pero ahora le dolía en el alma. Y se fue.

Regresó a la mañana siguiente, con su mono de trabajo y su caja de herramientas. La miró desabrido como insinuando si no tenía algo mejor en qué ocuparse que quedarse allí mirando, y ella subió a la cocina algo desconcertada.


Desde arriba se escucharon algunos golpes, un par de exabruptos y después silencio. A los 45 minutos el fontanero, que se llamaba Elías, la reclamó desde el sótano.

Se secaba las manos, en el sótano había un rudimentario fregadero de cuando el abuelo tenía allí su bodega.
―¿Ya está?
―Arreglada, pero debes revisar el nivel de gasóleo, está bajo.
―Sí, ya pensaba solicitar una carga
El joven le dio la factura.
―Me pasaré mañana, si te parece bien, y de paso le echo un vistazo, a ver cómo tira.
―¿Eh? Ah, sí, vale.
Él subió las escaleras y se fue, y ella se quedó como esperando algo.


La furgoneta frenó con ruido de grava ante la verja. Él salió ágil y se dirigió sin muchas palabras hacia el sótano.
―¿Todo va bien?―le interrogó ella al cabo de unos minutos bajando las escaleras.
―Eso espero ―y se giró hacia ella prestándole atención por primera vez en tres días.
Después todo fue inesperado. La apretó contra si y ella quedó perpleja.
―Estoy seguro de que la caldera funciona estupendamente, sólo necesita una puesta a punto, lleva muchos meses sin funcionar, ¿no?
Ella parpadeó desconcertada.
―Sí... ―¿Estaban hablando de la caldera? Porque las manos de él subían por su cintura. En otras circunstancias le habría dado un guantazo al fontanero, pero lo cierto es que el mozo, sin ser un adonis, exhalaba pura animalidad y fortaleza, así que se dejó llevar, porque la verdad es que era cierto que la caldera llevaba meses sin funcionar al ritmo que ella deseaba.
Entonces él apagó la luz y ella se asustó un poquitito, pero bueno, pensó en un relámpago de lucidez, es del pueblo, saben que está haciendo reparaciones, no es un descuartizador. Además los besos que le dio empujándola contra la pared de la que arrancaban las escaleras eran sabrosos y acuciantes. En contra de su natural instinto, dejó que él tomase las riendas ya que había tomado también la iniciativa. El fontanero le sacó la vieja camiseta de algodón y palpó sus senos libres. Ay, claro, no contaba con esto y le gustaba llevar las tetas sueltas cuando estaba en casa. Él ronroneó o eso le pareció a ella mientras comenzaba a lamerle la oreja y el cuello. ¡Jopé para el fontanero, sí que sabía sacar brillo!



Fue bajando por la nuca hasta alcanzar el centro de la espalda, dejando tras de si hilillos de saliva que ardían sobre su piel y la dejaban después con frío y necesidad de más. De pronto algo cambió, la giró y sus manos atraparon con fuerza sus nalgas y la empujó con algo de rudeza contra la pared, sus dedos buscando su hendidura, frotando a través del gastado vaquero. Ella no tuvo tiempo de protestar porque el fontanero cubrió su boca introduciendo su lengua exigente y, curiosamente, eso la tranquilizó. Era un hombre, sólo eso, un hombre algo rudo. Las manos seguían recorriendo su trasero y su pelvis se frotaba hambrienta contra su vientre. A pesar de que el hombre había apagado la luz, cierta claridad llegaba desde lo alto de la escalera y ella no había dejado de buscar su mirada, pero él mantenía los ojos obstinadamente cerrados, dejando a sus otros sentidos la percepción de todo lo que allí pasaba. Ella introdujo las manos debajo de la camiseta del fontanero, ascendieron por un torso lo suficientemente fibroso como para llamar su atención y alcanzaron los pezones, los pellizcó y él abrió por fin los ojos, taladrándola, pero no dijo nada aunque se separó lo mínimo para aflojar el cinturón de la mujer y le bajó los vaqueros que, tras salvar las caderas, cayeron flojos a los tobillos. Ella se descalzó ayudándose de los pies y los apartó. Él seguía vestido y cuando ella hizo ademán de subirle la camiseta, él mismo se la quitó. Ardía. Le acarició los potentes brazos, los hombros redondeados, el estómago cubierto de suave vello moreno, tenía ganas de lamer ese vientre, de hundir la lengua en el ombligo redondo, pero él volvió a controlar la situación y le echó la cabeza hacia atrás suavemente con las manos, y la mantuvo apartada, mientras que con la boca se apoderó de un seno, succionando lo suficientemente fuerte para que ella gimiera entre el gusto y el temor; deslizó los labios apretados hasta el pezón y tiró del mismo con los dientes. Ella se quejó en bajito y él lo soltó para acudir al otro. La mujer intentaba un acercamiento de sus labios a alguna porción de piel del hombre: el cuello, el hombro, pero las manos del fontanero seguían alejándola al tiempo que le acariciaban la mandíbula. Le ardían los senos, se sentía húmeda y caliente a la vez, muy excitada y ansiosa, con ganas de sentirlo apretado contra si, restregado contra si, muy dentro de si.  El fontanero fue inclinándose mientras mordisqueaba abdomen abajo hasta el vientre de la mujer y quedó en cuclillas. Después, le separó decidido las piernas e introdujo su lengua en el coño de la mujer, que tembló. Pudo ella ya, liberadas las manos, asirse al cabello del fontanero y sujetarse, pues las lamidas incisivas de la lengua rápida por el clítoris la dejaban sin resuello y la impelían a contonearse. Pero él le sujetó los muslos y ella comprendió que no quería que se moviese. Fue difícil, no podía quedarse quieta, su cuerpo necesitaba expulsar el grito que se formaba en sus entrañas. El fontanero pareció comprenderlo porque se levantó y con una mano se soltó el pantalón, le dio la vuelta y de nuevo ella se vio con la cara contra la pared de fría piedra. 


No veía nada, escuchó el ruido de algo que se arrastraba y antes de poder averiguar qué era, él la había subido encima del maletín de trabajo. Notó entonces la polla del hombre frotándose por toda su hendidura, desde el ano hasta el clítoris, una y otra vez, empapándose de sus fluidos y notando la suavidad del glande; gemía, deseaba aquella polla como si fuese la última de gota de agua en medio del desierto, deseaba sentirse llena de aquella cosa dura y turgente. Pero él la paseaba entre sus nalgas, entre su muslos, guiándola con la mano, mientras con la otra tomaba un seno desde atrás y lo acariciaba con la palma de la mano. Ella notaba en su espalda la fuerza de su tórax, la respiración agitada en su oreja aunque nada decía. Era un hombre sigiloso el fontanero. La mano había abandonado el pecho para subir hasta su garganta y alcanzar la boca; introdujo el dedo índice en su boca y ella lo chupó, deseando tener en la boca su falo y lamerlo también. Pero el hombre, entonces, bajó la mano y con ambas abrió sus nalgas para introducir por fin la verga en el coño palpitante. La cabeza de la mujer chocó contra la pared y tuvo la sensación de que le embestida había sido por ello más profunda. Las acometidas fueron de lentas a rápidas y ella se desequilibraba, pero el fontanero no la dejaba caer, la tenía fuertemente asida y ella se dejaba hacer, loca de deseo y desvarío hasta que se percató de que se estaba rascando la cara. Dobló un brazo y apoyó la frente para protegerse mientras que con la mano derecha acabó de masajear el clítoris hasta que lanzó un grito ronco y largo que resonó como un eco en la oscuridad del sótano. El fontanero la sujetó para evitar que se desmoronase como una torre de naipes, pero siguió agitándose y ella lo sentía muy burro allí dentro agarrándose a sus delgados hombros, mordiéndole el cuello hasta que él mismo se desplomó sobre su espalda con un bronco estertor.

Cuando se apartó la soltó y ella trastabilló sobre la caja de herramientas, que se había desplazado, cayendo sobre él que, pillado de imprevisto mientras se inclinaba a recoger el pantalón, no la vio caer y ambos acabaron en el suelo.

Esto es lo que pasa por tener sexo oscuro, pensó ella riendo en la penumbra. Y curiosamente, fue entonces cuando él la abrazó inesperadamente.

Uol 


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Sexochat

Sexo guarro

14 comentarios:

  1. Cómo me ha gustado, Uol! Se me acaba de estropear el jacuzzi y voy a salir a ver si encuentro un fontanero en mi pueblo… Me siento tan, tan, identificada con esta historia...

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    1. ¿Jacuzzi? ¡Te van a florecer fontaneros como setas en el bosque! ;-)

      ¿Así que te identificas con la historia? Pecaré de curiosa... ¿por qué no nos cuentas en qué aspecto, partes...?
      Un abrazo!!

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    2. ¿Que se te ha estropeado el jacuzzi?
      Quizá podría ayudarte, y valorar la situación, hay mucho aficionado que podría engañarte, je je je je.
      Un abrazo

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    3. Mira, Assum, ya tienes un candidato para que te repare el jacuzzi. Esperemos que tenga conocimientos de fontanería. O no. ;-)

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    4. ¿Que si sé de fontanería? No empecemos con tiquismiquis
      ¿A qué temperatura quieres que ponga el jacuzzi, Assum?
      je je je
      Un abrazo

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    5. ¿Pues en qué va a ser, Uol? En el frío otoñal...

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    6. Ulyses, si el agüita está bien calientita, lo que le pasa es que el chorro no me entra....

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    7. ;-) Assum, pues el fontanero afirma que el buen mantenimiento de la caldera prolonga su buen funcionamiento y utlidad hasta el más crudo invierno y más allá, así que hay que tener siempre la caldera encendida aunque sólo sea para calentarse uno mismo.
      Muchos besos.

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    8. Desde luego, y yo añadiría que tener sistemas alternativos de calentamiento...

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  2. Uaaaooooo! Caliente caliente, cómo se agradece en este invierno frío frío.
    Ha merecido la pena la espera desde tu misterioso anuncio.
    Vaya con la intución del fontanero, que sabía que la "caldera" llevaba meses sin funcionar!
    Y qué bien y qué a fondo la ha revisado.
    Siempre preferí el sexo con algo de luz, pero tras esta morbosa historia, merece la pena probar en un sótano.
    Sólo falta una atrevida que se ose bajar conmigo a las oscuridades.

    Un abrazo

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    1. Jajaja, pues no sé si tan caliente, aquí casi nadie se moja... Voy a tener que descansar de estos relatos, tanto texto asusta al personal. Tendré que pasarme a los breves de tipo ¿ya tá? jejeje

      La intuición no siempre es certera, pero si no se lanza uno... no hay puesta a punto en el tiempo deseado.

      Los sótanos dan para mucho, aunque yo siempre desciendo con temor... mucha peli de terror adolescente jajaja, por eso me aferro al fontanero jajaja
      Besos

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    2. Sí, los sótanos para el oscuro, las buhardilas para el soleado, los prados y/o almendros para el primaveral, la playa en verano, etc, etc, etc.
      Cuándo hay ganas y se está con la persona adecuada, ambos sabemos aprovechar el entorno para aumentar el goce.
      Otr@s, en cambio, como ya hemos comentado por aquí, sólo ven inconvenientes donde los erotómanos vemos sensualidad, morbo y oportunidades mil para el disfrute en compañía.
      Un abrazo

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    3. ¡Qué razón tienes! ¡Con los múltiples decorados que hay!
      Desganad@s es lo que son.

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