Los fantasmas nunca se
van. No desaparecen. No se desvanecen en la memoria. Sólo se han refugiado en
el desván. Y basta una ligera brisa para que se abra la puerta y salgan a la
casa, confundiéndolo todo.
Yo tengo mi fantasma. No se va. Aparece y deambula por mi casa cuando le apetece. Para cuando regresa al desván, mi hogar es el reino del caos, la incertidumbre y la rabia.
¡Quiero exorcizar este fantasma! ¡Vete! ¡Vete ya!
¡Por Dios, vete y no vuelvas nunca más! Borra tras ti las huellas en el camino, quema los mapas, destruye toda señalización, que no conozcas la vuelta a casa, el lugar de partida, tu lugar de acogida.
Esfúmate. Desintégrate. No te quiero en los cuartos cerrados de mi casa. No te quiero en la salita de mi corazón ni relegado al trastero: tu lugar está fuera, en el campo o la nieve, en el hierro de Bilbao o en el desierto de Gobi. Pero vete, no quiero que mi casa sea nunca más el reino del espanto.
¡Fuera!
Uol
Giorgio de Chirico: Orfeo trovador cansado |
Por un momento creí que estabas soñando :)
ResponderEliminarY yo!
EliminarSaludos.
Tu fantasma, como mi rescoldo, no se desvanece fácilmente...
ResponderEliminarEs lo malo de tener buena memoria
Eliminar:'(
Como los temores y los oscuros deseos, los fantasmas aguardan, pacientes, el momento en el que se distraigan nuestras defensas para recordarnos que están ahí...
ResponderEliminarY lo hacen muy bien.
EliminarSaludos, Manolo.
Como los clavos, a veces un fantasma desplaza y sustituye a otro.
ResponderEliminarO a lo peor, se une al anterior y ambos cohabitan y se alternan para visitarnos.
Espero que como deseas, se esfume el que te atormenta.
Un abrazo
A ver si se aburre de mi fingida indiferencia jajaja
EliminarAbrazos.