martes, 24 de julio de 2012

Otra vez, el Magnum

        Tomás ha querido inaugurar la temporada playera regresando a la cala tranquila que descubrimos casi al final del verano pasado. 
 Bajamos por el caminito entre los pinos con la bolsa de las toallas, la sombrilla, la neverita-mochila y la silla de Tomás, que dice que está harto de destrozar codos y lumbares para leer el periódico. Me río de él, dentro de poco tendremos que traerte la mesa, la baraja y el botijo. Ja ja, qué graciosa, cuando me la pidas para leer esos tochos que te traes, te lo recordaré. Nos conocemos bien, empezamos en el instituto y aunque con un par de abandonos mutuos, aquí estamos quince años después. 

  − ¡Vaya! −exclama en cuanto dejamos atrás el pinar y pisamos la finísima arena−. Este año el del chiringuito ha puesto hamacas. 

Es cierto que sólo eran una docena, pero desvirtuaba nuestro recóndito lugar que, como ya conté, tenía chiringuito, pero artesanal, de los de temporada, y sin musiquita insufrible.

− ¡Joder, no se salva nada!− rezongó Tomás que, aunque comodón e incapaz de renunciar a su cervecita helada en el chiringuito, amaba las playas poco masificadas.

El camarero o dueño del chabolo era el mismo fulano del verano pasado y el hamaquero, un chico de unos veinticinco, derecho como junco, de bañador a medio muslo y con esa barba que se puso de moda este invierno entre los más cool. El Poseidón del Cabo Artemisio, pensé al verlo. 

Poseidón del  Cabo Artemisio
− ¿No querrás alquilar unas? –es muy propio de Tomás preguntar algo con la negación explícita.  
−No, el comodón eres tú.  

Nos alejamos un poco más de lo habitual del chiringuito. Me pregunté si Tomás quería apartarme del dios griego reconvertido en hamaquero. Algo le debía rosmar porque me preguntó:  

− ¿No dará mucho calor esa barba?. 
− ¿Qué barba? –me hice la loca.
 − La del hamaquero trivago.

¡Pillada! Había comentado un par de veces lo bueno que estaba el chico del anuncio de Trivago y Tomás lo había despreciado alegando que esa barba era sucia e incómoda. Déjame a mí con él en el ascensor y ya te diré lo que le hacía yo en la barba, pensé. 

Christian Göran, chico Trivago

Montamos nuestro campamento base, que cada año es más completo. Aún recuerdo cuando todo nuestro equipamiento era una toalla descolorida y la neverita con los cubitos de hielo para mantener gélidas las cervezas de Tomás. Ahora estamos a un paso del quitavientos, los flotadores, el pareo-cambiador y la abuela. ¡Uf! 

Tomás se repantigó en la silla de rayas azules bajo la sombrilla y yo me acerqué a la orilla, me senté y dejé que las calmadas olitas me lamieran los pies. De reojo miré a Poseidón, que hablaba con el del chiringuito. Apenas había veinte personas en toda la cala. Me tumbé allí mismo sobre la arena, con los pies en remojo. El silencio era case absoluto, un finísimo rumor de agua (el mar era un espejo), el sol me adormecía. 

− Te vas a quemar. Debes echarte crema solar. 

Una sombra se alzó sobre mí.

El hamaquero-poseidón me sonreía con picardía y dulzura. Su pelo castaño brillaba con el sol sobre su cabeza y a mí me pareció un emperador coronado por oro. En la mano tenía un cubo de plástico y una especie de barra de hierro. 

(Ojalá me untases tú enterita) 

−No te preocupes −respondí cuando recuperé el habla−. Me puse protección 50 antes de salir de casa. 
−Voy a coger mejillones −y señaló las rocas que cerraban la cala por la izquierda−. ¿Me acompañas? 

Miré hacia atrás. Tomás había dejado la silla y estaba tumbado en la toalla, a la sombra del parasol. Dormía. 

− ¿Hay mejillones aquí? –intenté ser racional. 
−Sí, claro –y me sonrió con una expresión que parecía decir qué cosas preguntas

Hice ademán de levantarme y él me ofreció su mano derecha. 

− ¿Pero se pueden comer?, es decir, ¿no tienen que pasar por una depuradora? –parecer normal, parecer normal
− ¿Y por qué no se podrían comer? 
− Bueno, si tienen una bacteria, te da cagalera, como mínimo. 

Se rió. Íbamos caminando por la orilla hacia las rocas. Tomás quedaba ya atrás, y las hamacas, y el chiringuito. Todo. 

−Yo los como y nunca me ha pasado nada. 

Pero tú eres un dios, el dios del mar, pensé. Y comes ostras y almejas y te camelas a sirenas y brujas marinas. 
Por el agua rodeamos unas rocas y llegamos a una pequeña abertura de arena. Ciertamente, allí había mejillones, aunque pequeños, y sus filos amenazantes me recordaron que no me había traído unas fanequeras. Él calzaba unos escarpines como de escalada o buceo. 

− No puedo subir− le señalé mis pies desnudos de uñas pintadas de color coral. 
− Ya los cojo yo, tú sujétame esta malla –y sacó una de dentro del cubo. 

Se metió unas rocas más allá y con el hierro escarbaba y arrancaba los bivalvos. 

Miré hacia la playa. No se veía, quedaba escondida. Lo miré a él: bronceado, bruñido, potente, con aquella barba tan desconcertante que lo hacía algo mayor en aquel cuerpo palpitante. 

Me senté de nuevo con los pies en el agua. Algo dentro de mí se estaba esponjando, esa sensación archiconocida. ¡Que coño tendrá esta playa que siempre me pongo cachonda! 

− Por cierto, me llamo Hugo −descargó el cubo de mejillones en la red. 
− Lou. 

Volvió a sonreír y se alejó de nuevo. ¿Por qué sonríe tanto este chico? ¿No se da cuenta de que le quita protagonismo al sol? 

Cogí un mejillón. No eran muy grandes, es verdad, pero olían a mar; casi se sentía su carne acuosa palpitar allá adentro, temerosa y expectante. Exactamente como yo latía, como mi carne palpitaba, como mi vagina se licuaba. Sentía presión en mi coño, sentía ese dolorcito que se tiene momentos antes de decir, joder, fóllame ya. 

Cerré los ojos. 

Hugo Poseidón estaba tumbado a mi lado. Sus manos un poco ásperas por el filo del hierro y los moluscos subían por mis muslos. No se anduvo con rodeos y deslizó sus dedos bajo la braga del bikini. Toda yo lo esperaba. Me retorcí de deseo. 

Con la yema de su dedo corazón presionó en círculos mi clítoris, ya excitado desde que el dios me habló. Después metió un par de dedos en mi coño. Con su boca invadió mis labios sedientos. Me introdujo su lengua. Sabía salada. Me sentí invadida, llena. Palpitaba como el mejillón en la red. Entonces se giró (¿cuándo se despojó del bañador?) y me puso encima. Tiró de las cintas del sujetador y la breve pieza de tela se soltó. Mientras me besaba, una mano acaricia mis pezones yendo de uno a otro, y sentí el otro brazo pasando sobre mí y agarrándose a mi culo. Su largo brazo era capaz de alcanzar mi vagina. Me vi a mí misma desde fuera. Me vi tumbada sobre él, las piernas entreabiertas; vi su brazo y su mano sobre mi espalda y dentro de mi coño. Sentí una excitación feroz mientras me frotaba sobre su polla, gorda y ansiosa. Me enloquecía verme y sentirme así, espatarrada sobre él, el trasero al aire, su mano horadando mi interior con cuidado pero con decisión. Me senté sobre él, lo cabalgué. Me miraba con ojos perdidos. Yo le ocultaba el sol. A su espalda, como un decorado artificial, yo veía las rocas y los mejillones. Los mejillones en sus conchas parecían aliviados porque era otra quien había caído en la red de Poseidón; era otra quien latía, quien se contoneaba, quien gemía. ¡Pobres estúpidos! Yo quería más y más, dios, esa sensación de que nada es suficiente, follar y follar hasta quedar agotada, exhausta, desvanecida y aún así querer volver a empezar. 

Calor. Calor. El sol, el sol,
 aaaaaaahhhhhhhhhhhhh!!!!!!!! 

− Te vas a quemar. Debes echarte crema solar. Mira qué te he traído. 
(¡Joder, noooooo, otra vez, no!*) 
− ¡Hummmmm! 
− Te has dormido, estás colorada. Toma. 
(¡Joder, otra vez el puto helado!) 
− Cari, tu Magnum almendrado
− Ah… sí, gracias. 
− Oye, he visto que en el chiringo tienen mejillones. ¿Pedimos una tapita? 
− ¡Ni de coña!

Uol Free


(*Véase el relato Un Magnum Almendrado.
A continuación viene ¿Qué fue del Magnum Almendrado? Léelo clickando en aquí)

11 comentarios:

  1. Mmmmmm, un helado fresquito... ¡que rico!

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  2. Es que el helado es el postre.

    Primero va la entrada, luego el primer plato, despues el segundo, y terminamos con el postre. Vamos, lo que se dice una buena comida.

    Ahora toca merienda...

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    1. Así me gusta! Hay que hacer las 5 comidas. La merienda especialmente. :-)

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  3. Bienvenido, Carlos. Espero que te encuentres a gusto por aquí ¡y no te prives de hacer comentarios! Son bien recibidos. Me pasaré ahora mismo por tu blog.
    Saludos!

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  4. ¡Fantástico! Me ha encantado :) Por cierto, no sé por qué de repente tengo ganas de comer mejillones :P Saludos.

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  5. Fran: Y a mí compartirlos :D
    Gracias por el halago

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  6. Buenísimo. Me he reído y me ha excitado.

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  7. Ains....malita me ponen estas historias y lo bien que las describes!
    No soy mucho de comer helados, pero creo que a los Magnum almendrados les voy a coger manía.
    Coñi, otra vez era un sueño? Pues déjame soñar y él que se meta el magnum en...en....la boca, por supuesto

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    1. A mí me encantan los Magnum Almendrados.
      Besos.

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