viernes, 8 de junio de 2018

Siete




Nací a media tarde. Hacía calor. Hoy hace siete años. Un escolar, diréis. Pues no, porque cada año de vida de nuestra especie corresponde a siete de vida humana. Casi como los perros. Así que, en realidad, no soy un picaruelo sino un adulto hecho y derecho. La edad media de vida que alcanzamos es una incógnita y depende en gran medida de lo sanos que estemos, la vitalidad depende de la alimentación, savoir faire y de los cuidados de nuestros progenitores, por lo que  mientras algunos a los dos años ya están muy debilitados, existen otros que alcanzan los diez. Nunca se sabe. Todavía no hay estudios científicos que demuestren la probable edad tope de nuestra raza, nuestros límites vitales. Pero en ello andan, estoy seguro. He leído algunos informes y parece que muchos estudiosos en distintos países se dedican a indagar sobre el asunto. A veces pienso que nos lo ocultan para que no suframos al conocer la fecha de nuestra mortalidad.

Por lo demás, existe cierta semejanza entre nuestro proceso evolutivo y el de los humanos, como ya advertiréis.  Yo tuve suerte. Sobreviví a mi infancia. La estadística confirma que  6 de cada 10 de los nuestros mueren durante el primer año de vida. Nos atacan enfermedades mortales, la más conocida es la pentabloggeritis displásica,  un verdadero síndrome que incluye dolencias como  el desinterés, la dejadez, la apatía, la desidia y la pereza. Cursan con dolor y mayor presencia de una u otra y acaban provocando la muerte vital. En ocasiones arrastran al coma. Y cosas del destino, en casos excepcionales puede llegar a producirse una súbita recuperación al cabo del tiempo, pero es tema que la ciencia médica aún no ha resuelto. Les llamamos los resucitados. Se han dado casos de muestras de repentino y extraordinario vigor productivo para acabar feneciendo apenas un par de meses después, un pequeño canto de cisne. 

Como he dicho, yo tuve suerte, porque durante ese primer año de vida mi madre me mantuvo fuerte y vigoroso alimentándome continuamente. Ella buscaba animosa y perseverante alimentos que mantuviesen alejada la pentabloggeritis displásica y me nutría con imaginación, anécdotas, recuerdos, vivencias y percepción de calle. Así fui saliendo adelante. Y es de aquella época de la infancia de donde conservo mis amistades más antiguas y fieles, poco importa que la vida nos haya alejado, perdidos en las bifurcaciones y meandros del destino. 

Los tres años siguientes fueron los de mi enérgica juventud, ah, no había día que no sucediese algo venturoso en mi espléndida lozanía, alegrías, fiestas, pasión, amor, también pesares e incertidumbres. Yo me sentía robusto, resistente, con las emociones a punto y el cuerpo presto. Sabéis de lo que hablo: esa percepción de poseer brío, ímpetu y resolución. Todo parecía factible, al alcance de la mano. En fin... vosotros tenéis un dicho que lo resume muy bien: Xuventude e leña verde, todo é fume. Porque el humo se disolvió inapreciable en la inmensidad del cielo internético y, como toda vida, llegan las atapas de la madurez y la vejez. 

Ya en la madurez sufrí un decaimiento al sexto año. Es lo normal en nuestra especie. Nos ataca otro síndrome que, si bien no es mortal de necesidad, nos deja debilitados en la salud, pero sobre todo, muy tocados anímicamente, se cierne sobre nosotros el abatimiento porque se vislumbra el final del camino. Uno nunca espera ser de esos privilegiados que alcanzan los diez u once años, verdaderos Matusalén. Cada vez que alguno alcanza el octavo o noveno año, la esperanza arraiga en nosotros y nos aferramos a ella esperando reunir las fuerzas suficientes para seguir alimentando la máquina, el motor que nos permita seguir vivos. El síndrome Retrorrepeticioncele acaba afectando, como he mencionado, a casi el ochenta por ciento de los nuestros, es por tanto usual y yo no fui ajeno a él. En mí se manifestó con una caída del tono vital, piel apagada y desgana y rutina alimenticia: hablaba siempre de lo mismo, cargaba las tintas en los recuerdos de mi juventud perdida y me quejaba. Creo que a vuestros abuelos les sucede algo parecido, batallitas les llamáis. Para superar el Retrorrepeticioncele los expertos aconsejan lecturas nuevas de géneros y/o autores  nunca elegidos en primera instancia; viajar, apuntarse a actividades lúdicas, tanto intelectuales como físicas, hacer spinnig, pilates, senderismo, acuagym, apuntarse a clubs de cata de vinos o manualidades. Con mi habitual escepticismo, entendí que lo recomendado era conocer gente nueva para generar experiencias, percepciones y vivencias nuevas que siguieran nutriendo a la máquina. Pero no fue tarea sencilla. Porque ya previsoramente llevaba realizando alguna de esas actividades sugeridas y el resultado era nulo. Puede que se endureciesen las piernas, pero la agenda telefónica no aumentaba. Sí es cierto que la percepción de calle volvía a nutrirse de circunstancias entrevistas, oídas y visualizadas, pero seguía faltando la pizca de sal que aportaría sabor al menú. A trancas y barrancas fue pasando el tiempo, y aquí me hallo. En mi séptimo año. Hoy es mi cumpleaños e inicio ese descenso imparable al infierno del síndrome del Animo albo o como decimos ahora de la Mente en Blanco. Poco a poco ya no se ocurre qué contar, qué decir que suene a novedoso, ya no se experimenta más que una repetición de lo ya vivido, pero a diferencia del Retrorrepeticioncele, ya ni ganas hay de contarlo, la mente se vacía poco a poco y un gran vacío blanco lo llena todo, cada oquedad, cada recuerdo, cada esperanza. 

Mis amigos más jóvenes me felicitan por haber alcanzado esta edad, ¡tantos han caído en el camino!, y se congratulan del fenómeno, pues como ya he dicho, les abre la puerta de la esperanza a ellos mismos. Los mayores me animan asimismo, y añaden que cada vez somos más los supervivientes, que diez años ya no es una fecha infranqueable, que en realidad hace tiempo que se ha superado y no de forma excepcional. 

Así que estoy en un momento de incertidumbre. El cuerpo me pide dejarme llevar, como hoja posada en las aguas finales y mansas de un río, insinuando que ya se verá qué sucede, si vivo o me apago. La mente mantiene cierta lucecita de bullicio por ahí escondida, indócil y expectante. Así que... ¡cualquiera sabe! En todo caso, gracias a todos por acompañarme en este periplo.

Uol 

(Para los que os incorporasteis más tarde, os dejo aquí mi nacimiento)


 

8 comentarios:

  1. Bufff, he visto pasar muchísima gente por estos mundos, algun@s de ell@s se quedaron por el camino, nosotros resistimos...
    Bico.

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    1. Bien dices, resistimos.
      Gracias por estar y acompañarme!
      Bicos!

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  2. Enhorabuena y felicidades.
    Un placer releer esa primera entrada.
    Tus siete años animan a intentar contarme un día entre los "resucitados", aunque de momento esté con los de Animo albo.
    Un abrazo

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    1. Gracias,Vlixes!
      Cualquier momento es bueno para resucitar, así que ... adelante!
      Un fuerte abrazo!!

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  3. Un pracer coincidir no parvulario e ver como en ocasións interseccionamos meandros de xuventude madura (ou madura xuventude, que tanto monta).
    E de agora en diante que non pare esta música, aínda que ás veces sexan repeticións de temas xa tocados; pois todo o fermoso merece ser repetido. Recunquemos ledicias, pois "La luna está en lo alto, reflejando su brillo en la superficie dura del mar".

    7 bicos para o blogue e 49 para a autoría!

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    1. 😄
      Grazas, Chousa!
      Repitamos o fermoso, pois a ver se me nace.
      Ti si que sabes de valentía e lonxevidade, es dos que perdura no tempo
      Bicos para ti tamén!!

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  4. ¡Enhorabuena por tan atractiva madurez! Confío en que seas tú quien eleve el listón de longevidad. Siempre valdrá la pena leerte, sea cual sea la frecuencia con que te nazca contarnos algo.

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