Música: Lullabye by Goran Bregovic.
ES OTOÑO y yo debería estar enamorándome. Las hojas se vuelven ocres y marrones. Caen.
Es otoño y yo debería experimentar el hormigueo de la ilusión. Porque yo me
enamoro en otoño. La gente dice que la primavera es la estación del amor, se renuevan
los campos, la savia recorre cada tallo y cada hoja despertando a las plantas,
logrando la eclosión de las flores. Pero no, la estación adecuada para enamorarse
es el otoño, cuando el cuerpo clama por la calidez de unas manos entre las tuyas,
de unos pies que se enreden en los tuyos ofreciéndoles su calor; cuando el alma implora una mirada tierna y apasionada bajo el
edredón, saltar juntos los charcos, las
bufandas flotando en el aire, la nariz colorada por el frío. El otoño y la amenaza del invierno exigen el calor
humano, los besos, los abrazos furtivos en los soportales que han visto
abrazados, generación tras generación, a parejas de enamorados, entorpecidos los
deseos por lo abultado de abrigos, jerseys y manoplas. El otoño reclama la proximidad
de otro ser humano. Y yo, como ya sabéis, soy muy primitiva. Mi sangre reclama
seguir lo que mis ancestros señalaron. Llega el otoño y yo debería estar
enamorándome.
Como aquella primera vez,
cuando él me llevó a ver aquella película japonesa de la que no recuerdo nada,
apenas el título. Y después, en su diminuto piso de estudiante, comimos queso,
bebimos vino blanco y compartimos una minúscula cama-nido de 80 cms. Nunca un
otoño comenzó con una pareja más apretadita y juntita, Dios, qué bien cabíamos
en aquella camita de niño, tú y yo, mirando en el techo las estrellas
fluorescentes que pegaste para mí y que brillaban al apagar la luz.
También en octubre, de
madrugada en una disco oscura, me apreté a mi segundo amor para susurrarle al
oído. Y él me contó algún tiempo después que mis saltitos intentando alcanzar
su oreja lo conmovieron, porque yo era una chicarrona del norte, pero parecía
pequeñita abrumada por el deseo. A ti, sin embargo, no te
gustaba el otoño, "es un desustanciado", me dijiste, a pesar de que
sin él, añadiste, "no habría
castañas ni castañeras, ni tendrían
color los cementerios, ni Descubiertas las Indias, ni la Guardia Civil celebraría
su patrona; Miguel no sabría cuando se celebra su santo y se pondría en duda el
misterio de la Inmaculada Concepción". A ti, en realidad, no te gustaba
tener que tomar decisiones importantes en otoño, y el destino te llevaba a ello
una y otra vez. Sin embargo -me besaste con dulzura-, el otoño esta vez era
distinto porque había parecido yo, tu Lou.
Un invierno la marea te arrastró a otra playa y yo seguí mi camino, ajena a todo lo que no fuese mi dolor, hermética y airada, un dolor lacerante que me cambió para siempre. Yo todavía no sabía que todo dolor puede ser superado, como toda felicidad aumentada.
Un invierno la marea te arrastró a otra playa y yo seguí mi camino, ajena a todo lo que no fuese mi dolor, hermética y airada, un dolor lacerante que me cambió para siempre. Yo todavía no sabía que todo dolor puede ser superado, como toda felicidad aumentada.
Y otro otoño me trajo a Míster Hermoso. Saliste de entre las aguas como Neptuno para arrebatarme. Tus
ojazos claros, agua sobre aguas, charquitos donde me bañé una y otra vez, donde
navegué, buceé, licor que bebí y saboreé. Las aguas te trajeron como a Moisés a
mi orilla, el niño perdido. Curé tus heridas curando al tiempo las mías. Fue
tanta la felicidad como devastador el tormento en el que me dejaste. Te dejé partir, yo
te dejé partir. También tú tuviste que buscar tus orígenes, regresar a tu
pueblo. Sentí caer sobre mí todas las
plagas de Egipto, mis lágrimas se volvieron sangre, mis cabellos arrancados, mi
lengua se tornó plomo derretido. Tu ingratitud me partió en dos. Desde ese
momento renuncié a la felicidad. Tan sólo aspiro a bellos momentos: respirar el
olor de la tierra mojada, soñar con el aroma de la noche besando al alba, sentir
la lluvia en el tejado, mis puestas de sol, nadar y nadar en las aguas -líquido
amniótico en el que me pregunto si aún estarás- , bailar y bailar en la oscuridad,
besar unos labios...
Pero, ay, ¡cuán débiles
somos los humanos! He renunciado a la felicidad y, sin embargo, aquí estoy, es otoño y pienso que yo debería estar enamorándome, debería estar enamorándome.
h
Muy romántico el texto. Precioso. Yo me he enamorado en todas las estaciones, pero más en otoño y con mejores resultados.
ResponderEliminarTodavía quedan días de otoño, no desesperes. Hay tiempo.
Besos.
No desespero, simplemente no espero. No se dan las condiciones. Lo demás es pura melancolía.
EliminarBesos.
Pues ya somos dos. Bicos.
EliminarIgual de eso, ya hemos tenido bastante.
ResponderEliminarBicos.
¿De melancolía?
EliminarAssum, que soy gallega jajajajajajaja, la melancolía nunca nos sobra, nunca es demasiada ;D
Soy un poco al revés. Siempre vendría bien la proximidad de otro cuerpo, pero si he de sacrificar el sexo en una estación, sería entre finales de octubre y principios de marzo. Da más pereza desnudarse cuando hace frío. Se me hace más deseable ahora, aunque lo mejor es con tiempo templado. Esa primera mitad de octubre en que, por aquí, todavía no llega el frío, y toda la primavera.
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