Las casas mueren cuando se vuelven árboles,
cuando una mancha vegetal las recubre
y convierte en jardines verticales.
De sus ventanas brotan raíces
que rozan el filo de las nubes.
La casa muere con el verano en la garganta.
Hubo luz, un tiempo, en esa casa.
Hubo vidrios limpios que acogían una
mano temerosa de que el viento los quebrara.
Hubo niños oliendo a pinos y olivares
y una puerta grande donde entraba
todo el pasado y su memoria.
Los muertos regresan a la casa.
Hablan una lengua incomprensible y
levantan el polvo acumulado de los años.
Puede que aquí el tiempo se detenga
y sólo exista el instante en que la casa
se torna un paisaje fugitivo.
Todo se mueve en su cuerpo de piedra,
hasta la hoja más pequeña que se asoma
a la intemperie y se abandona.
No hay dónde agarrarse
para seguir de pie ante la casa;
para no caer delante de sus ruinas
y volverse una planta más que la recorre.
No se puede mirar tanto pasado
sin perder la lengua
en el hueco vertical de sus paredes.
No se puede mirar en ese quiebre
sin pensar que alguna vez
alguien fue feliz en esta casa,
alguien aferrado al canto de los grillos.
Gina Saraceni: Casa de pisar duro (2013)
cuando una mancha vegetal las recubre
y convierte en jardines verticales.
De sus ventanas brotan raíces
que rozan el filo de las nubes.
La casa muere con el verano en la garganta.
Hubo luz, un tiempo, en esa casa.
Hubo vidrios limpios que acogían una
mano temerosa de que el viento los quebrara.
Hubo niños oliendo a pinos y olivares
y una puerta grande donde entraba
todo el pasado y su memoria.
Los muertos regresan a la casa.
Hablan una lengua incomprensible y
levantan el polvo acumulado de los años.
Puede que aquí el tiempo se detenga
y sólo exista el instante en que la casa
se torna un paisaje fugitivo.
Todo se mueve en su cuerpo de piedra,
hasta la hoja más pequeña que se asoma
a la intemperie y se abandona.
No hay dónde agarrarse
para seguir de pie ante la casa;
para no caer delante de sus ruinas
y volverse una planta más que la recorre.
No se puede mirar tanto pasado
sin perder la lengua
en el hueco vertical de sus paredes.
No se puede mirar en ese quiebre
sin pensar que alguna vez
alguien fue feliz en esta casa,
alguien aferrado al canto de los grillos.
Gina Saraceni: Casa de pisar duro (2013)
Precioso, Lou.
ResponderEliminarEs un poema que a mí me llega muy adentro, un tema que me toca el alma y me afecta profundamente.
EliminarMe han dado a conocer hace poco a esta autora.
Tengo un sentimiento parecido al tuyo cuando visito algunos lugares de mi pasado. Por suerte, no me ocurre en casa de mis padres, así que puedo evitarlos.
ResponderEliminarMe ha encantado el texto.
Besos.
Tengo otros lugares que "revisito", sí, pero la sensación es distinta, es como una melancolía de lo fúgido, pero no me hiere.
EliminarPara mis padres, mi casa es SU casa. La mía no cuenta, es una morada de tránsito, aunque no lo sea en absoluto.
Ir a mi pueblo (y voy continuamente) supone una lucha contra la desesperanza que me embarga. Y eso a pesar de la belleza del lugar, que es inmensa.
Gracias por leerme y opinar. Me alegra que te haya gustado el texto "Casa paterna".
Bicos.