Estuvo indecisa sin
saber qué meter en la maleta. El verano pasado no, el verano pasado no hubo
indecisión, ropa de playa como había hecho durante la última década. Tomás era
de playa, bueno, de chiringuito y cabezadas en la playa: dormía por la mañana
tras el paseo por el arenal quilométrico al que lo arrastraba ella; siesta tras
las raciones de chipirones, gambas y mejillones; adormilamiento tras los baños
de la tarde antes de contemplar embelesados la puesta de sol a las 22:00 horas,
única ventaja de tener un desfase de casi tres horas solares. Pero este verano pudo
plantearse qué ropa metía en la maleta y, traicioneramente, sintió en el
estómago una punzada de melancolía. Este verano Tomás no exclamaba alzando las
cejas mostrando su desacuerdo "¿¡otro biquini nuevo!?", ni se
enteraba de la docena de tops y camisetitas que escamoteaba a su control en la
mochila. Este verano ella se cuestionó si no debería ir a la montaña, quizás un
albergue o un bungaló en Pirineos. Caminar hasta el lago y el refugio de
Certascán, por ejemplo.
Refugio de Certascán (Lleida) |
Sólo tenía que comprar un equipamiento de Decathlon,
las botas ya las tenía, necesitaba un pantalón con cremalleras y camisetas de
fibra, el algodón es ecológico pero tarda más en secar. Se probó todo y ante el
espejo se sintió más falsa que una modelo del Coronel Tapioca. Su entusiasmo se
enfrió tan rápido como adolescente al que el profe le manda sacar el ordenador
del armarito para acto seguido pedirle que busque información sobre un tema y
que redacte una página sobre el mismo. Llevaba siete u ocho años sin hacer
planes veraniegos con sus amigas. Al principio se prometió que no se iba a
desvincular del grupo, reservaría unos días para ir juntas a la playa, o de
excursión o a festivales cañeros. Pero Tomás ocupó más y más sitio. Y con el
tiempo los planes con sus amigas se redujeron a tomar en alguna ocasión una
caña tras el trabajo o compartir tres o cuatro
cenas al año. Y además la familia, que si pasa una semana en casa de
papis por las fiestas patronales, que si a los padres de Tomás les haría
ilusión que fueran a la casa del pueblo a pesar de que jamás habían vivido
allí... Total, que las amigas hacían planes sin ella y ahora era tarde para
apuntarse al carro, al menos este verano.
Un circuito, necesito un circuito al que me pueda apuntar sola. Curioseó
por aquí y allá, recordó que una compañera del curro había ido sola a Islandia
uniéndose a un grupo al que se apuntaba gente interesada en el mismo destino.
Ella siempre había querido conocer otras rías, las rías del norte, los fiordos.
Llevaba años queriendo visitar los fiordos y glaciares noruegos, subir a Cabo
Norte, llegar a Laponia, contemplar las auroras boreales, empaparse de verde y
azul. Pero Tomás no era nada imaginativo, a él el chiringuito le ofrecía todo
lo que aspiraba a soñar. Distintas distancias mentales. Entró en la página,
buscó, consultó itinerarios y actividades, alucinó con los precios, echó
cálculos y reservó. Después se tomó un ansiolítico. Dios, estaba loca, loca de remate. En fin, no llegaría a Cabo
Norte, ya era tarde para ver las auroras boreales en su esplendor, pero
visitaría Oslo, Bergen y otras ciudades y pueblos, cruzaría varios lagos en
ferry, haría trekking por bosques, atravesaría un glaciar con crampones y
viajaría en 4x4. ¡Si me viese Tomás!
Finalmente, hubo de
pasar por la tienda y comprar lo desechado, la lluvia es habitual en Noruega y
el algodón tarda mucho en secar. Por inercia, metió un biquini en la mochila. Y
pensó en Tomás. Seguro que se hubiese divertido. Pero era poco imaginativo. Antes
no le importaba, pero ahora... Sus amigas ya habían visitado media Europa y
ella no arrancaba a Tomás del chiringuito.
La noche anterior, tras
tragar otro ansiolítico, una locura, una
locura irse sola, fantaseó con la idea de conocer a algún tipo que también
estuviese desparejado. Pero sabía por sus amigas que los hombres no viajan
solos, que si hay un par que vayan juntos existe un 95% de probabilidades de
que sean gays. Los heteros planean sus viajes con la novia y, si van con un
amigo van en coche, con mapas, en albergues y con escalas en macrofestivales o
campings, nunca en circuitos organizados por muy plan B que sean.
Su hermano mayor la
dejó en el aeropuerto con la mirada reprobatoria de "esto no es necesario,
no tienes por qué irte tan lejos tú sola". Nadie parecía darse cuenta de
sus renuncias, de que ella siempre había deseado viajar y que, a pesar de los
ansiolíticos, era él y no ella quien echaba raíces en la hamaca de cualquier
chiringuito que estuviese 100Km. a la redonda.
Contra todo pronóstico,
el grupo no lo formaban treintañeros post-adolescentes. Sólo le ganaban en
juventud una muchachita que iba con sus padres y un par de chicas de edad
indefinida, lo mismo podían tener 30 que 40. En un primer momento no supo si
iban varones sin pareja, en el punto de encuentro charlaban animadamente
hombres y mujeres. Fue cuando se distribuyeron en los coches cuando advirtió
que casi todas eran parejas de entre 50 y 60 años, todos ágiles y fibrosos,
pertrechados con ropa de montaña y bastones telescópicos, delgados, sonrientes
y arrugados como pasas. Sólo espero no
hacer tremendo ridículo y cargarme el menisco el primer día.
Pronto desconectó, la
ansiedad se había desvanecido, miraba embobada todo cuanto la rodeaba, todo lo
que salía a su encuentro, disfrutaba, lo que menos le llamaba la atención era
el ser humano, bueno, el autóctono del lugar sí, pero de igual modo que
admiraría un zorro polar o una morsa, con curiosidad zoológica. Atendía a las
indicaciones del guía y por lo demás iba a su bola cámara en mano, riéndose
sola y con cara de continua alucinación. Resistió bien la caminata por el
sotobosque hasta las cascadas de Hivjufossen. Allí se alejó para cantar una
cancioncilla celta en honor a los dioses nórdicos, saltó por piedras, mojó las
manos en las aguas gélidas del lago Stolsvatn, se emocionó en el fiordo
Nærøyfjord, le gustaron las visitas a iglesias y museos tradicionales y
no se mareó en el ferry a Hardangea.
El Púlpito |
Solamente flaqueó el cuarto día ante los
crampones.
―Yo casi que no... ―le dijo al guía―. Mejor rodeo por allí―y señaló los bordes ocres y verdes que enmarcaban la lengua del glaciar Folgefonna.
―Yo casi que no... ―le dijo al guía―. Mejor rodeo por allí―y señaló los bordes ocres y verdes que enmarcaban la lengua del glaciar Folgefonna.
Glaciar Folgefonna |
―Pero mujer...―escuchó
a su espalda― si esto lo hace hasta un niño pequeño, no tiene dificultad.
Quien le hablaba de niño no tenía nada, el pelo canoso en su totalidad, rostro moreno de recibir mucho sol de montaña y patear trochas, un cincuentón alto y escurrido. Ella sonrió por educación pero no le respondió.
―El problema es que rodeará mucho y nosotros llegaremos antes, tendríamos que esperar por usted―fue el guía quien argumentó en contra.
―Ya...―se resignó desalentada. De mala gana sacó de la mochila las polainas impermeables.
El canoso seguía a su lado.
―No te desanimes, es divertido, ya verás.
Ella no tenía ganas de intercambiar opiniones sobre lo que le parecía divertido o no, así que volvió a forzar una sonrisa de compromiso sin mirarlo siquiera mientras se ajustaba las correas de los crampones de acero de 12 puntas que le había dado el guía.
―Al principio se hace raro caminar, debes separar bien los pies para evitar enganchones en los pantalones, presiona con los pies planos, el terreno ya ves que no tiene casi pendiente y ayúdate con los bastones.
―Se ve que entiende usted mucho de esto.
Él obvió el trato distante del usted.
―Un poco, sí―y sonrió mirándola fijamente.
Quien le hablaba de niño no tenía nada, el pelo canoso en su totalidad, rostro moreno de recibir mucho sol de montaña y patear trochas, un cincuentón alto y escurrido. Ella sonrió por educación pero no le respondió.
―El problema es que rodeará mucho y nosotros llegaremos antes, tendríamos que esperar por usted―fue el guía quien argumentó en contra.
―Ya...―se resignó desalentada. De mala gana sacó de la mochila las polainas impermeables.
El canoso seguía a su lado.
―No te desanimes, es divertido, ya verás.
Ella no tenía ganas de intercambiar opiniones sobre lo que le parecía divertido o no, así que volvió a forzar una sonrisa de compromiso sin mirarlo siquiera mientras se ajustaba las correas de los crampones de acero de 12 puntas que le había dado el guía.
―Al principio se hace raro caminar, debes separar bien los pies para evitar enganchones en los pantalones, presiona con los pies planos, el terreno ya ves que no tiene casi pendiente y ayúdate con los bastones.
―Se ve que entiende usted mucho de esto.
Él obvió el trato distante del usted.
―Un poco, sí―y sonrió mirándola fijamente.
Ella se desconcertó un
poco, porque los ojos caramelo eran cálidos y ningún otro color de iris se ajustaría mejor a su rostro enjuto, de
líneas marcadas.
Un listillo, pensó, y ahora me irá dando instrucciones todo el camino, casi prefiero esnafrarme de una vez y que me considere una inútil total, a ver si se larga.
Ella se rezagó. Realmente caminaba con torpeza, la nieve no es su medio. Miró al grupo que se alejaba a buen ritmo. No sabía si le admiraba o le jodía ver cómo avanzaban aquellas mujeres de pelo corto y blanco que le sacaban veinte años, joder, qué energía. Ella empezó a perder el resuello.
―Acompañas mal la respiración, por eso te sofocas.
¡Y dale!, ¿es que no se va a callar nunca?
―Es que me pesa el pandero―atajó ella. ¡A ver si encima me confunde con una de esas flacas arrugadas de pelo blanco!
Él miró entonces su culo.
¡Será cretino!
―Tu trasero puede soportar esto y más, es que no estás acostumbrada. Por cierto, me llamo Arturo.
Un listillo, pensó, y ahora me irá dando instrucciones todo el camino, casi prefiero esnafrarme de una vez y que me considere una inútil total, a ver si se larga.
Ella se rezagó. Realmente caminaba con torpeza, la nieve no es su medio. Miró al grupo que se alejaba a buen ritmo. No sabía si le admiraba o le jodía ver cómo avanzaban aquellas mujeres de pelo corto y blanco que le sacaban veinte años, joder, qué energía. Ella empezó a perder el resuello.
―Acompañas mal la respiración, por eso te sofocas.
¡Y dale!, ¿es que no se va a callar nunca?
―Es que me pesa el pandero―atajó ella. ¡A ver si encima me confunde con una de esas flacas arrugadas de pelo blanco!
Él miró entonces su culo.
¡Será cretino!
―Tu trasero puede soportar esto y más, es que no estás acostumbrada. Por cierto, me llamo Arturo.
¡Por
los clavos de Cristo, me ha tomado de pupila!
―Oye, que se nos escapa la tropa.―Ella avanzó fingiendo una agilidad que no sentía.
―Oye, que se nos escapa la tropa.―Ella avanzó fingiendo una agilidad que no sentía.
Él ya estaba de nuevo a
su lado como si tal cosa.
―¿No me vas a decir cómo te llamas?
―¿Eh? Ah, sí... Lou, mi nombre es Lou.
―¿Sueles viajar sola?
―No―respondió seca sintiendo calor en la cara―y espero no arrepentirme.
Él sonrió. Desde luego, no era hombre de fácil desánimo.
―También para mí es la primera vez.
―¿No me vas a decir cómo te llamas?
―¿Eh? Ah, sí... Lou, mi nombre es Lou.
―¿Sueles viajar sola?
―No―respondió seca sintiendo calor en la cara―y espero no arrepentirme.
Él sonrió. Desde luego, no era hombre de fácil desánimo.
―También para mí es la primera vez.
Lou no sabía por qué se
sentía irritada. Aquel hombre no tenía la culpa de su irritación, era amable,
le daba conversación y no parecía molesto con su falta de entusiasmo. ¿Se debía
a que la había abordado un hombre en el que ni había reparado? ¿Era porque
estaba oxidada en el arte del ligoteo? ¿Era porque después de tanto tiempo con
Tomás descubría ahora que era objetivo de hombres canosos? ¿Cuándo había pasado
de ser bocadito para treintañeros a pieza de caza de cincuentones? Se le cayó
el alma a los pies, que arrastraba con dificultad por el hielo pisoteado.
―Este tipo de viajes suelo hacerlos con un amigo, pero hace una semana se rompió la clavícula: una caída de la bici. Se le cruzó un perro en una comarcal.
―Un peligro las comarcales, los perros y la bici―sentenció ella con sorna.
Él soltó una carcajada.
―Sí, es que nos gusta vivir peligrosamente.
Ella también se echó a reír.
―Sí, joder, ¡qué vida peligrosa!
―¿Así que no eres aventurera, Lou?
Ella lo miró de reojo. Arturo sonreía con gesto de burla, pero sus ojos castaños seguían siendo cálidos.
―En realidad, esto es lo más fácil que he hecho en mi vida. He vivido peligrosamente, ¿sabes? Diez años en un desierto en el que de repente se abren arenas movedizas. ¿Recuerdas eso en las películas? ¡Arenas movedizas, arenas movedizas! Y se tragaban al tonto de la película o al malo, con suerte. Bueno, eres demasiado mayor para recordarlas ¿no?
―¿No crees que tendría que ser más bien muy joven para no conocerlas?
―Hummm...
La distancia con el grupo se iba incrementando.
―¿Tendríamos que apurarnos, no?
―¿Te has divorciado y por eso vienes a este viaje?
¡Pero bueno! ¡Joder, es un perro de presa!
―No creo que eso sea de tu incumbencia.
―Yo sí empecé a viajar cuando me divorcié. De eso hace ya mucho tiempo.
¿Pero a mí qué me importa? ¿Por qué me cuenta su vida?
―Siempre me gustó viajar, pero en fin... las condiciones no eran propicias. Ahora... lo disfruto mucho.
―Ya... la vida en pareja acarrea renuncias. Y uno lo hace hasta que...
―Hasta que no compensa.
Él la miraba ahora serio. Lou no quiso comentar nada a esto y siguió avanzando. Ambos callaron admirando el maravilloso paisaje que se abría ante ellos, el cielo plomizo, el silencio liberador sólo roto por el crujido del hielo aplastado por sus pies.
El grupo estaba liberándose de los crampones y ellos se acercaban al final del recorrido.
―No disfrutarás del viaje si sientes peso en los pies.
―No es tan sencillo como liberarse de unos crampones.
―No..., pero tampoco más difícil.
En la cena Arturo se sentó a su lado con toda naturalidad y decidieron compartir un vino tinto de un Château francés, una estafa de 35 euros. Conversaron con sus compañeros de mesa y al acabar se dirigieron sin preguntar al bar del hotel.
―¿Duermes si tomas café a estas horas?―preguntó Lou ante el solo que Arturo pidió.
―Gracias por preocuparte por mi salud, pero no pienso dormir mucho esta noche.
Lou sintió arder sus mejillas.
―¿Y eso por qué? ¿Vas a ojear osos polares?―que se sonrojara no significaba que se mordiera la lengua.
―Bueno... ya que presumes tanto de ser más joven que yo, eso espero... que me des mucha caña y no me dejes dormir.
―¡Oohh...! Mucho fantaseas tú.
―¿Fantasía? Yo confío en que sea una realidad.
―La realidad puede ser muy decepcionante.
―Pero yo soy optimista.
Lou lo observó. Arturo estaba perfectamente rasurado y se había vestido con vaquero y polo naranja. Irradiaba fortaleza y energía. No te engañes, Lou, es el color naranja, ya conoces la teoría de los colores.
―¿Y bien...?
Este hombre era un mastín, no soltaba el diente. ¿Es que no se rendía nunca?
―¿Qué?―Lou se hizo la sueca.
―¿No quieres que bebamos un vodka en tu habitación?
―¿Ahora se dice así? En tu época no era "¿tomamos un café en tu casa?"
―Un vodka irá mejor. Aquí es carísimo, así que me he traído una petaca. Y antes de que me lo preguntes, mi hígado está perfectamente y las transaminasas de fábula.
A Lou no le quedó otra que reírse. Sí, la verdad es que tenía buen color. ¿Y si...?
Uol
―Este tipo de viajes suelo hacerlos con un amigo, pero hace una semana se rompió la clavícula: una caída de la bici. Se le cruzó un perro en una comarcal.
―Un peligro las comarcales, los perros y la bici―sentenció ella con sorna.
Él soltó una carcajada.
―Sí, es que nos gusta vivir peligrosamente.
Ella también se echó a reír.
―Sí, joder, ¡qué vida peligrosa!
―¿Así que no eres aventurera, Lou?
Ella lo miró de reojo. Arturo sonreía con gesto de burla, pero sus ojos castaños seguían siendo cálidos.
―En realidad, esto es lo más fácil que he hecho en mi vida. He vivido peligrosamente, ¿sabes? Diez años en un desierto en el que de repente se abren arenas movedizas. ¿Recuerdas eso en las películas? ¡Arenas movedizas, arenas movedizas! Y se tragaban al tonto de la película o al malo, con suerte. Bueno, eres demasiado mayor para recordarlas ¿no?
―¿No crees que tendría que ser más bien muy joven para no conocerlas?
―Hummm...
La distancia con el grupo se iba incrementando.
―¿Tendríamos que apurarnos, no?
―¿Te has divorciado y por eso vienes a este viaje?
¡Pero bueno! ¡Joder, es un perro de presa!
―No creo que eso sea de tu incumbencia.
―Yo sí empecé a viajar cuando me divorcié. De eso hace ya mucho tiempo.
¿Pero a mí qué me importa? ¿Por qué me cuenta su vida?
―Siempre me gustó viajar, pero en fin... las condiciones no eran propicias. Ahora... lo disfruto mucho.
―Ya... la vida en pareja acarrea renuncias. Y uno lo hace hasta que...
―Hasta que no compensa.
Él la miraba ahora serio. Lou no quiso comentar nada a esto y siguió avanzando. Ambos callaron admirando el maravilloso paisaje que se abría ante ellos, el cielo plomizo, el silencio liberador sólo roto por el crujido del hielo aplastado por sus pies.
El grupo estaba liberándose de los crampones y ellos se acercaban al final del recorrido.
―No disfrutarás del viaje si sientes peso en los pies.
―No es tan sencillo como liberarse de unos crampones.
―No..., pero tampoco más difícil.
En la cena Arturo se sentó a su lado con toda naturalidad y decidieron compartir un vino tinto de un Château francés, una estafa de 35 euros. Conversaron con sus compañeros de mesa y al acabar se dirigieron sin preguntar al bar del hotel.
―¿Duermes si tomas café a estas horas?―preguntó Lou ante el solo que Arturo pidió.
―Gracias por preocuparte por mi salud, pero no pienso dormir mucho esta noche.
Lou sintió arder sus mejillas.
―¿Y eso por qué? ¿Vas a ojear osos polares?―que se sonrojara no significaba que se mordiera la lengua.
―Bueno... ya que presumes tanto de ser más joven que yo, eso espero... que me des mucha caña y no me dejes dormir.
―¡Oohh...! Mucho fantaseas tú.
―¿Fantasía? Yo confío en que sea una realidad.
―La realidad puede ser muy decepcionante.
―Pero yo soy optimista.
Lou lo observó. Arturo estaba perfectamente rasurado y se había vestido con vaquero y polo naranja. Irradiaba fortaleza y energía. No te engañes, Lou, es el color naranja, ya conoces la teoría de los colores.
―¿Y bien...?
Este hombre era un mastín, no soltaba el diente. ¿Es que no se rendía nunca?
―¿Qué?―Lou se hizo la sueca.
―¿No quieres que bebamos un vodka en tu habitación?
―¿Ahora se dice así? En tu época no era "¿tomamos un café en tu casa?"
―Un vodka irá mejor. Aquí es carísimo, así que me he traído una petaca. Y antes de que me lo preguntes, mi hígado está perfectamente y las transaminasas de fábula.
A Lou no le quedó otra que reírse. Sí, la verdad es que tenía buen color. ¿Y si...?
Uol
(Esta historia continúa aquí)
Agardamos pola segunda entrada para valorar que tal lles présta o vodka.
ResponderEliminarBicos
Mañá saberemos en que acabou o conto. Pero pra min que houbo danzas rusas...
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