jueves, 3 de julio de 2014

La sala de espera

Estaba allí desde que tuve uso de razón. En la pared de la sala de espera. Aquella ilustración inquietante.

El médico y la Muerte
 Al principio lo que me llamó la atención no fue la mujer desnuda en medio del cuadro sino el esqueleto que intentaba arrebatarla de los brazos de aquel hombre, un hombre vestido de blanco. Yo me quedaba ensimismada ante él, tirando de mis coletas y retorciéndolas hasta que mamá me arrastraba a la consulta para ponerme alguna vacuna o por una medicina para mis catarros, mis mocos o mi garganta inflamada.

Pero a los seis años, cuando mi hermano (el que me precede)  y yo estábamos en la sala de espera de don Enrique, flipados por la fiebre y los picores, ya tenía yo pudor, y me daba como vergüenza mirar a la mujer desnuda, me producía una dulce laxitud que no sabía explicar, y al tiempo no podía dejar de observarla, de contemplar a aquella mujer doliente que se asía a los hombros del doctor, porque ya sabía que era un médico aquel hombre vestido de blanco. Y el esqueleto le disputaba la pieza. Mamá me vio mirando y aquella vez me atreví y le pregunté:

―¿Por qué está desnuda?

Ella miró el cuadro.  Mi hermano se sonrojó hasta las orejas.

―Representa a la Enfermedad. Quizás por eso aparezca en figura de mujer. Y el esqueleto, bueno... es la Muerte. ¿Comprendes lo que significa?

Yo lo comprendía. Asentí.

―Ella está malita y el médico la quiere curar, pero ¿por qué la Muerte no quiere que se cure?

Creo que mamá no quería contarme esa parte, y por suerte para ella saltó mi hermano, que ya sabéis que es casi seis años mayor que yo.

―Porque todos nos vamos a morir.

―¿Cuándo?

―Cuando nos toque―respondió rascándose y mirándome con inquina, creo que me culpaba de la varicela, él que se había librado del contagio de todas las enfermedades infantiles por las que pasaron mis hermanos mayores.

Mamá intervino.

―Lo que la imagen comunica es que la medicina puede salvarnos de las garr... de que nos muramos antes de tiempo, por eso venimos al médico, para curarnos.

―¿Y el médico nos va a curar ahora y la muerte ya no nos llevará? ―yo también me rascaba y mamá me apartaba las manos.

―¡Que no nos vamos a morir, boba!―mi hermano se reía, pero mi madre lo miró ceñuda haciéndolo callar.

―Claro, y tienes que tomarte las medicinas que te mande don Enrique.

A mí todo aquello me turbaba.

―¿Pero por qué está desnuda?

Mamá suspiró y miró a hurtadillas la puerta de la consulta de don Enrique, pero seguía cerrada. Mateo también parecía aguardar su respuesta.

―Porque... ante la Muerte estamos desnudos, nada nos llevamos, ni ropa, ni dinero, ni joyas... sólo las buenas obras. Y en la enfermedad... pues igual, estamos desvalidos, y eso es lo que se quiere mostrar a través de la mujer desnuda.

―¿Y por qué no aparece un hombre desnudo?―pregunté, mi hermano se descojonaba.

―Ya te lo he dicho, la enfermedad es una palabra femenina y  por eso la representa una mujer. Ya lo comprenderás cuando seas mayor.―Mi madre ya se había rendido.

―Yo tampoco lo entiendo ―mi hermano Mateo siempre fue un pillo―. ¿Por qué no aparece ahí un tío en bolas? Uolcita tiene derecho a ver a un hombre en hoja de parra.

―Tú a callar, y pasa ya adentro ―la puerta se había abierto y salía doña Vicenta con una bolsa vacía, le habría llevado de nuevo longanizas a don Enrique―, que ya te daré yo después, pasa, anda, pasa, que las vas a llevar...―Mateo se reía y me guiñaba un ojo.

Yo no entendía por qué se enfadaba mamá. ¿Qué tenía de malo ver a un hombre desnudo si ya estaba harta de ver a mis hermanos sin ropa?

A mí el desnudo me daba igual, yo veía a veces a mamá. Pero el esqueleto... el esqueleto se quería llevar con él a la mujer. Y ella no quería, bien se veía que se agarraba al doctor. ¿Por qué se la tenía que llevar? Era joven y guapa, no una viejecita que se tuviese que morir.


El cuadro del doctor y la muerte me acompañó  durante toda la infancia en mis visitas a don Enrique, hasta que se reformó el edificio y el cuadro desapareció de la sala de espera. Pero para entonces yo ya vivía lejos, don Enrique se había jubilado y mis hermanos ya hacía tiempo que no andaban en pelotas por casa.

Uol

(El cuadro que acompaña este texto es idéntico al que yo veía de niña, sólo que aquel era en blanco y negro -imagino que sería un carboncillo-, lo que le daba un aire más tétrico a la imagen)

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