Volanderas, letras
volanderas.
Una cafetería gélida de
una estación de autobuses vacía. Último ómnibus, el nocturno. Toda la noche
arrebujado en la cazadora, los ojos cerrados, pensando, sin saber qué hacer.
Le quemaban los papeles
en el bolsillo, aquellos que escribió mientras aguardaba la partida. ¿Por qué
la partida si debía ser el reencuentro? ¿Por qué tenía aquello algo de
despedida cuando nadie estaba en el andén? Y además, en todo caso, sabía que
ella no era mujer de despedidas con pañuelo al viento; ella era mujer de
recibir en el andén, con sonrisa y pupilas brillantes, no de lágrimas. Bien
sabía que las lágrimas se las tragaba a solas.
Ella no estaría esta
vez en la estación, no sabía de su llegada.
La cafetería aumentaba
su desasosiego, ¿hay algo más triste y melancólico que una cafetería semivacía
en una noche tan señalada?
El tipo de la barra lo
mira con cara rara. Debe esperar que pida el sándwich “intercontinental” de la
foto grasienta que pende sobre el mármol que amarillea. Descubre tras la
cristalera a unos niños gitanos que cantan canciones sobre niños gitanos que
venden pañuelos en los semáforos.
Y entonces lo piensa,
era uno de esos días en los que lo que menos te apetece del mundo es esperar
solo un autobús en una cafetería desierta. Lo único que él deseaba era quedarse
en casa buscando alguna (quizás sólo una, la única) fuente de calor. Y era ella
ese refugio, ese calor. Era eso lo que debía hacer, quedarse en casa. Ella era
su casa. Pero para eso debía subirse a ese autobús, esa noche del 25, porque
mañana tocaba trabajar. Regresaba sin avisarla. Los papeles escritos en la mesa
de la esquina están en su bolsillo. Le queman. Porque saben a despedida. ¿Qué
espera él? Añora su calor, su calidez, su mirada amorosa, su pasión generosa. Y
sin embargo, sabe que esas letras volanderas son una despedida. ¿Por qué? No lo
sabe. O no quiere saberlo. ¿Lo comprenderá ella? ¿Lo comprende él?
No duerme. La madrugada
le pesa encima como los quilómetros que el ómnibus traga en la oscura noche
glacial.
Entonces, como una
ráfaga, lo piensa, ¿qué sentirá ella cuando reciba esas letras violetas escritas
sobre humildes servilletas de papel? Y, sobre todo, ¿qué será de él cuando las lea?
Uol
Uol
Parece que él va a su encuentro, además sin previo aviso. Entonces para qué la escribe? ¿Realmente es una despedida? ¿Y por qué, si va, no se lo dice frente a frente? Me quedan dudas.
ResponderEliminarÉl, como el turrón, fue a la casa familiar por navidad. Pero ahora vive y trabaja en otro sitio y ella le espera.
EliminarPero él escribió palabras tristes. ¿Sabe él que son una despedida? Ella nunca lo descubrió.
¿Que por qué no las dijo frente a frente? ¿Qué pregunta es ésa, Belkis? ¿Cuándo un hombre es valiente cuando tiene que serlo? Sólo despliegan las plumas en la conquista, después se repliegan en cobarde silencio.
Lo dejó todo en sus manos. Tristes palabras crípticas escritas con tinta violeta que amarillean en un cajón.
Las dudas, por suerte, amarillean también en un cajoncito dentro del corazón.
A mi tampoco me queda muy claro si viene o va, pero sospecho que ahí está la clave...
ResponderEliminarLéase más arriba.
EliminarA ver... ¡anda, pues es verdad, había un relato!
Eliminar¿A qué viene ese sarcasmo?
EliminarSabes que me refería a la respuesta que doy a Belkis, pues ambos compartíais la misma duda.
Uol, nuestra relación cambió drásticamente cuando empezaste a pensar que mi ironía era sarcasmo, y debo decirte que no es así.
EliminarA veces estamos tan empeñados en buscar dobles sentidos, que no vemos las obviedades que tenemos ante los ojos.
Recuerdo que una sabia bloguera me dijo una vez que las ironías saben como la peor medicina cuando van dirigidas hacia uno mismo.
Esta vez sí, besos.
1) Oído cocina: haré acto de contrición. (¿Teníamos una relación? Me acaban de temblar las rodillas ;)
Eliminar2) Soy un poco miope (leo demasiado y de noche).
3)A los jarabes amargos siempre les tuve que echar azúcar. Soy más de dulce que de salado.
4) No sabes cómo te agradezco los besos. Sé que te cuesta horrores mandármelos, por eso te los agradezco más.
5) Espero recuperar ispso facto el sentido del humor, te lo mereces.
6) Tengo en tu blog una respuesta pendiente para ti. Pero ya la conoces.
Un abrazo de disculpas!!
uol... me gusta mucho...
ResponderEliminarhace poco estuve en una cafetería semi vacía de una estación (de trenes en este caso) y la melancolía se apoderaba de mi. has creado una atmósfera muy real para mi.
Gracias, Mr. BlackMouth.
EliminarEs real, la atmósfera, todo... aunque para que la melancolía se apodere de mí es necesario bien poco: una mirada desde la ventana, un paseo en el bosque entre la niebla, las pisadas sobre piedras milenarias en la madrugada... ¿Por qué tiene tan mala prensa la melancolía? A mí no me atenaza, me hace sentir, un modo más de sentir... ¡hay tantos!
¡Te envío un beso nada melancólico!
Melancolía = Principio de depresión. :-(
Eliminar¡Mierda! Me has pillado. No me decido entre el lexatin y el lingotazo. Mejor el ligoteo. Me voy a bailar, que me sube la moral.
EliminarNo te preocupes, Amo. No estoy depre.
Un beso
Melancólica forma de anticipar la despedida. Yendo al encuentro.
ResponderEliminarYendo y huyendo.
EliminarFelicidades Uol, este texto junto con el del blogero-poeta fallecido han sido los que más me han gustado.
ResponderEliminarTe ha quedado redondo, me ha dejado un punton de desasosiego, intriga y tristeza.
Un abrazo.
Gracias, Ishtar, puede que compartamos un punto de espíritu melancólico. Será cosa de la bruma.
EliminarLa realidad suele superar la ficción.
Besos.