jueves, 21 de junio de 2012

La silla de mimbre

     Desde Emmanuelle, esa silla de mimbre ha encarnado la lascivia, la lujuria en el ideario masculino. Sobre esa silla se han sentado sublimes posaderas apenas cubiertas por sedas semitransparentes. Mimbres trenzados dejados al natural o barnizados de blanco inmaculado, acúmulo de ácaros en todo caso. Desde los años 70 hermosas mujeres se han fotografiado en pose erótica en una silla de mimbre. Pero la saga la inició ella en una con respaldo de abanico; sentada allí se reclinaba indolentemente aquella mujer sensual que descubrió a los reprimidos españoles que las mujeres gozaban masturbándose, que llegaban al orgasmo sin la injerencia del pene y que se podía ser sexy con el cabello tan corto y las tetas pequeñas: Emmanuelle y su silla de mimbre; la hizo tan famosa que acabó dándole su nombre. Y desde entonces se han fotografiado sentadas en ella, mirando al objetivo con actitud lasciva, desde aspirantes a chica PlayBoy hasta pícaras folclóricas pasando por actricillas de telenovelas.


Sylvia Kristel es Emmanuelle

Miles de hogares en el mundo añadieron a sus salones la famosa silla o sillón Emmanuelle, quién sabe si arrastrados por la fantasía de contemplar a sus mujeres con las perlas y las enaguas tocándose hasta el frenesí como hacía en la pantalla Sylvia Kristel. Nada importaba la cierta incomodidad del asiento y la dificultad de la limpieza en una superficie trenzada. Nada importaba su incoherencia entre el resto del mobiliario: la silla de mimbre acabó teniendo su rincón kitsch con la mesita a juego y detrás, a modo de cuadro, un cartel de playa con palmera, hortera photocall de los 70 y que perduró en los primeros años 80.


Silla o sillón Emmanuelle

La actriz sucumbió al personaje, algo similar a lo sucedido con Maria Schneider y su papel en El último tango en París; mujeres devoradas por un papel que no consiguieron arrancar de la piel y que las persiguió siempre, abanderadas de una época de liberación sexual que, sin embargo, las discriminó para representar ningún otro personaje. Hipocresía burguesa en quienes cruzaban la frontera para ver a la Kristel gemir en un cine francés; qué  importaba no comprender el idioma, el idioma universal no necesita traducción. O la mantequilla de un Brando ajado y sexual. Eres buena para la silla (o la mantequilla), pero no para papeles serios, se les dijo a ambas. Y quizás fuese cierto, quizás no eran grandes actrices, pero nunca lo sabremos, no podemos confirmarlo.

El caso de Emmanuelle tiene su intríngulis: en los 70, como ahora, se estilaban las melenas foscas y los senos grandotes y algo caídos por su peso (ahora no pueden: llevan cemento armado dentro), los cuerpos voluptuosos, con grandes caderas y cintura fina. Emmanuelle era diametralmente opuesta al estereotipo de tía buena de la época: cabello cortito, senos breves, longilínea y frágil. Aunque este estilo ya había hecho un primer asalto en el 68 con el pelo de Mia Farrow en La semilla del diablo, pero se ve que la Farrow no tenía el sex-appeal de la Krystel, o todavía no era el momento adecuado, quién sabe. 
Mia Farrow

Hubo cantantes y actrices que aprovecharon el tirón para cortarse la pesada melena; al parecer, la mera contemplación del cabello cortito a lo chico con raya al lado provocaba en los hombres la asociación Emmanuelle y el consabido subidón. Cosas del cine y el inconsciente colectivo. Otras no se atrevieron a tanto y se quedaron en la foto con el sillón de mimbre. 

Rocío Dúrcal a lo Emmanuelle

Sara Montiel  y silla Emmanuelle

Las connotaciones sexuales de la silla Emmanuelle perduran en nuestros días y, aunque ha desaparecido de las casas con un mínimo sentido estético, sigue utilizándose como decorado para sesiones eróticas o pseudoeróticas. 

Sienna Miller y silla Emmanuelle

Y no sólo mujeres la han utilizado para esos fines; también varones se han dejado arrastrar por su poder hipnótico: no hay más que ver a Julio Iglesias, presumido seductor que alardeaba de latin lover y sus tres  mil conquistas. También él se dejó fotografiar en la silla de mimbre, la silla Emmanuelle.

Julio Iglesias y sillón Emmanuelle

El film Emmanuelle tuvo variopintas secuelas, imagino que sin la frescura de la primera. Incluso se hicieron versiones étnicas, como la Emmanuelle negra o asiática. Algunas ya eran declaradamente películas porno, pero que conservaban el nombre para arrastrar a los espectadores a las salas, sugestionados por la esencia de la primera.












Decidme, ¿hubo en vuestras casas una silla o sillón Emmanuelle? ¿Habéis protagonizado un asalto erótico en ella? ¿Os habéis fotografiado sentadas en este símbolo erótico enseñando el potorro o... quizás os lo han pedido y os moríais de la risa?  ¿Ni sabíais de su existencia? Contadme, necesito saber.


Cuatro meses después de escribir esta entrada, falleció Sylvia Kristel, nuestra Emmanuelle. (18-10-2012)
Descanse en Paz. 

Uol Free

14 comentarios:

  1. Doy la bienvenida a un nuevo miembro de nuestra pequeña comunidad de erotómanos. Saludos, Fran Hidalgo, espero que te sientas a gusto entre estas páginas. :)

    ResponderEliminar
  2. Después de ver a Julio Iglesias sentado en el armatoste de marras, poco sex appeal le queda al sillón. Por lo demás, muy cinematográfico, pero incómodo a más no poder hasta para sentarse, así que ni hablar de otros menesteres. Ya estoy mayorcito como para dejarme las lumbares en ese trasto, quiero una cama como Afrodita manda. Y en caso de apuro, hasta una mesa me vale más que esto.
    Besos!!

    ResponderEliminar
  3. ja ja ja,Sheldon,eres terrible, qué culpa tiene el sillón de que Julio sea un oportunista. El Iglesias... siempre he pensado dime de que presumes y de diré de que careces, así que... jua.
    Ok, idea de post para cama.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Uol, darling... mi imaginación visual es un descontrol, y si veo un armatoste de ésos (lleno de ácaros, encima), me daría repelús. Iglesias es indescriptible en todos los sentidos, pero en el sexual es un fantasma que incita a la facecia desenfrenada. Y tienes razón con respecto a lo de presumir jejejejejeje
      Cama o mesa de cocina, no olvides a Nicholson y ese polvazo mítico...

      Eliminar
    2. No lo olvido, pero los cuchillos, machetes, raspadores y demás adminículos cortantes al lado de la carne desnuda me produce algo de inquietud.

      Eliminar
    3. Podió, todo eso va al suelo de un manotazo un momento antes de coger a la chica por la cintura y sentarla en la mesa...
      ¿Tú tienes machetes en la cocina? No te hacía en la jungla :P

      Eliminar
    4. ¿Y el picador de hielo? Tenerlo a mano es tentador.

      Filos y brillos. Hummmm, buen nombre para una entrada. Me ponen. Y sí, vivo en la jungla. Necesito despejar el camino y descabezar cuellos de pollos :/

      Eliminar
  4. Pobre silla, acostumbrada a sostener las posaderas de Sylvia kristel tener que aguantar al Julio Iglesias jajajaja, se habrá llenado de caspa.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Desde luego, no es lo mismo! De todos modos, la silla ya es casposa en si misma, aunque con esto de los revival y el vintage, nunca se sabe.
      Te conozco, Macarronazo. Da gusto, verte caer por aquí :)

      Eliminar
  5. Pues yo recuerdo que en mi casa, cuando era pequeña, había una silla de mimbre. Lo que me hace pensar en muchas cosas sucias que a lo mejor hacían mis padres en ella. Jajaja.

    ¡Me encanta como escribes!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Seguro, seguro...

      Gracias por el piropo. Yo también te leo en La Pluma...

      ¡Nos leemos pronto!

      Eliminar
  6. Me encantaba la Krystel, uno de mis mitos sexuales de la adolescencia. Hubiera convertido en erótica a una silla recta de mimbre y no creo que hubiera estado menos incómoda. Claro que, cuando el deseo aprieta, no hay incomodidad y picor que valga. Y si no que les pregunten a nuestros abuelos, usuarios habituales de los pajares. Y a nuestros padres, de los pajares y estesos. :P

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuanso el deseo llega, uno busca acomodo en las mismas piedras.
      Bicos.

      Eliminar

Tu opinión me interesa. Es tuya.