viernes, 14 de mayo de 2021

Parálisis

Como si me leyera los pensamientos,  se interrumpió y nos miramos de esa forma en que lo hacen las personas que se han visto desnudas y todo lo demás. Se mordió los labios, pero yo sentí que mordía los míos.

Benjamín Prado: Los treinta apellidos.


No me atreví a alzar la cabeza y a mirarlo directamente a la cara. Me temblaban las manos, que recogí la una sobre la otra, en un burdo intento de darse mutua calma y de paso hacerlo yo también. No me atreví a alzar el rostro y a mirarlo a los ojos, tan próximo estaba. Temí leer en ellos indiferencia, desinterés, o lo que era peor, ignorancia de mi persona, desconocimiento del pulsante latido en mi cuello, en mis pulsos, en mi acelerado corazón. Cuando lo veía, instintivamente llevaba las yemas de mis dedos a la yugular para sentir mis pulsaciones aceleradas. ¡Estaba tan cerca y yo tan bloqueada!

Y allí permanecí, sin moverme, aparentemente ajena a él, fingiendo estar muy atenta a la conferenciante de pelo violáceo, que explicaba con mucho detalle las peripecias sufridas hasta que había sido posible traer a la ciudad la exposición.

No sólo lo sentí a mi lado, también percibí claramente su aroma. Y esto me noqueó, llegué a pensar que me lo imaginaba; ¿acaso no llevábamos todos puestas las obligatorias mascarillas a las que nos había condenado esta desesperante pandemia? Así de concentrados mis sentidos en él, así de abismados mis receptores ante su presencia a escasos centímetros de mí. Y sí, me llegó su aroma fresco, como agua clara. Quise de nuevo mirarlo, lo juro, quería hacerlo. Estuve a punto, pero entonces llegó la estocada a mis débiles propósitos: oí un quedo suspiro. Y en ese instante mi conciencia se trasladó a algún otro lugar. A un lugar donde él y yo nos mirábamos sin fin, sin prisas; un lugar donde nuestros suspiros se acompasaban, se acompañaban de caricias, de miradas ahora apasionadas, ahora tiernas. Fue un segundo, el suspiro, casi un gemido; fue un segundo, el sueño.

Se apartó.
Me quedé.
Se fue.
Aguanté.

Pero no olvido el perfume y su suspiro.

Y muero por volver a olerlo, por volver a escucharlo; ansío provocarlo, el gemido, el suspiro, mientras lo miro, ahora así, eternamente a los ojos.

Uol


2 comentarios:

  1. Me encanta la transcripción serena de los sentimientos serenos, dentro de las paredes mentales, sin manifestaciones, dejando que poco a poco vayan erosionando la razón dando paso a la locura irracional.
    Me encantó tu texto...

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