jueves, 25 de marzo de 2021

Los malvados

 


Cuando has sido educada en el respeto a los demás, pero al tiempo en el orgullo de ser quien eres; en el respeto al trabajo y al esfuerzo y en el orgullo de defender lo propio; cuando en tu casa has visto la bondad y la compasión, pero también la crítica hacia lo superfluo si supone gasto de dinero y energías; cuando se valora la honradez, la lealtad, y al tiempo se celebra la alegría, el baile, las risas, la unión familiar, una crece fuerte en lo afectivo. Después, obviamente, la vida te hace ver otras familias, otras casas, otras realidades. Y eso es también vivir, ver que no todo es como una piensa.

En mi vida y hasta los once años no conocí la manifestación de la maldad. Los malvados eran los de las películas de la tele, los villanos, no había más. Claro que me enfadaba a veces con mi madre en ese tira y afloja de los recados y la desobediencia (¡a ver si pensáis que mi casa era el edén celestial!), pero no había maldad; claro que me peleaba con mis hermanos y solía salir perdiendo (yo soy la pequeña con tres hermanos grandotes), pero nunca hubo maldad. A los once años me enfrenté por primera vez al poder de los malvados, esos seres maquiavélicos (o simplemente estúpidos) que disfrutan (o eso parece) del poder de retorcerlo todo para provocar el caos y el desaliento, la incomprensión, porque es en ese revolutum donde ellos se sienten en su salsa, cómodos, porque si los demás buscan el porqué, ellos buscan el cómo; porque cuando los demás sufren, ellos gozan: maldad en estado puro.

La maldad que conocí a los once años, fuera de mi entorno familiar, me preparó seguramente para la vida, pero yo lo viví con desconcierto. No fue nada trágico, no temáis, pero de pronto aparecieron esas niñas que mentían para intentar fastidiarme, esa gente que por delante me decía una cosa y después aseguraba otra; esos adultos que me daban coba, pero después me desvalorizaban sin atender mis logros; esas personas que te alababan pero añadían un pero que intentaba anular todo lo anterior; esas nuevas compañeras que te decían o conmigo o contra mí, eso, eso, yo no lo había vivido antes. Podréis decir que, simplemente, había entrado en la adolescencia, con sus celos, sus rivalidades, sus inseguridades. Puede ser, pero repito, eso yo no lo había visto antes en el entorno de mis hermanos mayores.

Esas pequeñas maldades me prepararon para la vida, es cierto, y me convirtieron en una mujer que huye de los mentirosos, de los trepas, de los inútiles que prosperan con triquiñuelas y mentiras; eso hizo que aborrezca a los políticos (en general) y a los mandamases. Eso hizo que escape de cargos y mandos. Todos caen tarde o temprano en la autocomplacencia, en el mejor de los casos, y en corruptelas varias, en el peor. No es para mí. Lo sé porque una vez rocé esa idea de yo tengo más derecho. Me di cuenta entonces de lo sencillo que es autoengañarse y me horroricé. Poco tiempo después pude compensar esa acción y la resarcí ampliamente. Tampoco era nada grave, no creáis, pero para mí fue significativo. Desde entonces me reafirmo en la idea de que tengo por bandera la honestidad, tengo valores y pocas tragaderas. No sirvo para puestos de peloteo.

Hay otra maldad, la maldad de los grandes malvados. Emponzoñan el agua del pozo con su lengua, vierten veneno día a día a su alrededor; a veces de forma selectiva, a veces en explosión en cadena, alcanzando por igual a objetivos y a colaterales. El agua se vuelve turbia y turbia a cada paso. Y esos malvados no se percatan de que el agua de ese pozo que remueven con su mierda es la propia fuente en la que ellos han de beber. Y beben ese agua. Y se envenenan más, convirtiéndose en monstruos que ya no reconocen el agua limpia, el agua pura que sacia la sed y limpia el cuerpo. Viven emponzoñados. Y casi nada se puede hacer, porque el agua de ese pozo en el que se miran está turbia, refleja una imagen deformada, ya no ven su rostro, ya no hace de espejo, solo ven mierda y mierda por todos lados. Y ya creen que la mierda es de otros y no la suya, la que han vertido durante meses y años. Acaban por no comprender por qué la gente les rehúye, por qué pierden amigos, familiares, compañeros. Por eso muchos acaban por tener dos caras, para no caer en el riesgo de verse a sí mismos, como una gorgona que se horrorice de su propio rostro. Y es así como engañan a muchos. Y hasta a sí mismos.

¿Qué disfrute hay en herir, perjudicar, espantar, entorpecer, molestar a otro? ¿Qué carencias tapa esta actitud? ¿Qué les falta? ¿Qué les sobra? ¿Qué vida miserable viven?



Creo que sé de una persona que es un futuro malvado psicópata (que es otro tipo de malvado), de verdad. La mirada errática cargada de odio, de conspiraciones bullendo en su cabeza, fraguando mentiras que acallen su culpa, ya con problemas graves a su alrededor, queriendo vengarse de un mundo que no valora sus despóticas creencias, su arrogancia, su mediocridad.

Hoy lo he visto pasar y me ha lanzado una mirada cargada de loco odio.

Uol

2 comentarios:

  1. Sabes lo que pasa Uol, que al final, Los Malvados los hay en todas las épocas y en todos los sitios, a pesar de que tu "primera experiencia" haya sido con 11 años.
    Creo que a mi ya me conoces un poco y últimamente estoy bastante saturado de este tipo de gente, porque tristemente tienen más peso social que, los que intentamos, como mínimo, ser buenas personas y no dañar a nadie.
    PD: Cuando te miren con odio, contesta con ignorancia.

    Bicos.

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    1. A mí me dan ganas de usar el rayo exterminador. El malvado no es el que piensa diferente; el malvado no es el diferente. El malvado destruye porque sí, porque no se soporta a sí mismo. Porque no soporta la vida en los ojos de los demás.
      Sí, últimamente veo malvados por doquier. Y dan miedo. Porque si son mayoría su poder siempre va dirigido a controlar y destrozar as resto. Y eso sí da miedo.
      Bicos!

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