martes, 8 de diciembre de 2020

Vida tras las ventanas

 

En muchas ocasiones he llegado a una ciudad desconocida caída ya la noche. El autobús o el taxi me acercaba desde la estación o desde el aeropuerto a mi destino, al hotel o a casa de algún allegado. Cuando llegas a una ciudad desconocida una vez que la oscuridad ya se ha apoderado del horizonte, uno no puede de todos modos dejar de observarlo todo. Atisbando tras los vidrios del vehículo, lentamente aparecen polígonos silenciosos, suburbios, y finalmente la autopista va adentrándose en barrios periféricos de la urbe. Es extrañamente melancólico observar desde lo alto de puentes elevados en las circunvalaciones, las ventanas iluminadas en los edificios de estos barrios populosos. El silencio se apodera de todo, pero uno contempla esas ventanas iluminadas, y yo no puedo dejar de imaginar las vidas que discurren tras esas ventanas. Cortinas, alguna pobre lámpara, la esquina de una estantería, la blanquecina luz de los fluorescentes de las cocinas, la más cálida del salón; bombonas de butano o unas flores en balcones humildes. A veces la sombra de una cabeza, el brillo azulado de televisores encendidos; un hombre fumando, asomado en la galería de aluminio. Yo observo esos marcos de luz con curiosidad, mientras el autobús o el taxi avanza hacia el hotel o el hospedaje amigo y la calzada, devenida en calle, comienza a estar transitada. Las ventanas se ven más cercanas, más amplias, las luces más intensas, más nítidos los interiores, sobre todo en las ciudades norteñas europeas, donde escasean persianas y cortinas y optan por lamparillas y velas sobre alféizares, pues para ellos la luz diurna es vital y el ansia de ocultar la intimidad menos acuciante. Me imagino sus vidas. Fantaseo. O no me las imagino, quisiera conocerlas. ¿Qué hacen en su vida cotidiana mientras yo llego a un lugar desconocido? Me invade entonces -siempre me sucede- una conocida melancolía. La vida transcurre lejos de mí, en esos pisos donde vive gente que no sabe de mi existencia. Es la sensación absurda de que la vida es algo que sucede ajena a mí.

 Nunca pienso que acaso ellos ven pasar (el hombre que fuma en el balcón, la mujer que parece fregar los platos de la cena y alza la cabeza mirando en ese instante por la ventana) a una mujer, que vislumbran en la tenue ventana iluminada de un autobús, dirigiéndose a algún lugar; que acaso ellos también se imaginen mi vida, la visitante que de dónde vendrá o a dónde irá. Quizás ellos quisieran huir de esos pisos diminutos, de esas ventanas iluminadas que a mí, sin embargo, me evocan el hogar, el calor, la vida. 


He empezado a experimentar esa sensación arribando a mi ciudad. Soy yo ahora la que conduzco, soy yo ahora la que retorno a mi hogar. Y, sin embargo, sigo experimentando melancolía al observar las ventanas iluminadas. La vida está tras ellas. Y yo no sé dónde estoy ni a dónde voy.
Uol



4 comentarios:

  1. Me ocurre lo mismo, aunque no llego a imaginar con tanto detalle lo que podría estar sucediendo tras las cortinas o los cristales. Suelo pensar que en algunos de esos lugares, a un tabique de mí, habrá gente besándose, metiéndose mano, o follando, y me viene esa sensación de que la vida transcurre a mi alrededor sin conseguir entrar en ella por completo. Y también tiendo a imaginar líneas de fuga, como si cada imagen fuera un posible dibujo, que a cada centímetro que me muevo es otro distinto. Lo siento en parte melancólico, y en parte encantador, misterioso, y de una belleza abrumadora. Ir de noche por ahí, especialmente por la ciudad, me cautiva. Ya sea caminando o conduciendo. Quizá siempre mantengo una pequeña ilusión de que ocurra algo mágico, que básicamente consistiría en conocer a una chica atractiva y tener sexo. Sabes que es altamente improbable y, sin embargo, le está ocurriendo a tantísima gente a pocos metros de por donde vas pasando...

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    1. Hola, Cristian! Cómo me alegra verte de nuevo por aquí! :D
      Espero que sigas bien y que esta pesadilla en la que se ha convertido este infame año no te haya tocado demasiado cerca.

      Hablas muy bien de las líneas de fuga. Son dibujos, sí. Hay algo mágico y triste a la vez en una ventana iluminada, ese rectángulo o cuadrado brillante que promete unha calidez que la negra noche se come fuera. Fuera/dentro. Y por una vez lo de dentro promete y no lo de fuera. Y ya es raro, porque a mí me atrae lo de fuera. Y sin embargo, cuando circulas por una carretera solitaria y ves las casas iluminadas, añoras estar dentro, pertenecer a un hogar.

      Es curioso (bueno, no), pero casi todo el mundo piensa en lo mismo, en tener sexo. Creo que es lo último a lo que el ser humano renuncia (aunque sea en el pensamiento).
      Un abrazote y bicos!
      Y si no nos "vemos" antes, Feliz Navidad!
      Muac!

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    2. ¡Gracias! No, por ahora nadie cercano a mí lo ha tenido, parece ser. Y eso que mi pueblo ha sido uno de los 20 o 30 más afectados de la provincia durante esta segunda ola. Espero que a ti tampoco te toque cerca.

      Cada vez que arranco el coche siento la tentación de "no parar" hasta Alsacia y tirarme dos o tres meses recorriendo el centro de Europa. Si hubiera tiempo y dinero...

      ¡Feliz navidad! 😉🙂

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