Nos pasamos la vida juzgando,
opinando, valorando no sólo las actitudes y aptitudes de los demás, sino sobre
todo, su vida y decisiones. No solemos pararnos a pensar que los demás hacen lo
propio con nosotros. En este último caso siempre esgrimimos el argumento de la
ignorancia de los otros para saber lo que nos conviene, o el más visceral de
que quién son ellos para opinar.
Paralelamente, hay personas que se pasan la vida tocándote... la paciencia, y
como coletilla intrascendente, a continuación te sueltan perdón. Un perdón, como digo, de boca pequeña, un perdón de frase
hecha en la que no se repara. Te dan bofetadas con un perdón detrás. Así día
tras día.
Muchas personas (quizás
vosotros mismos) desempeñan, además,
profesiones que implican hacer valoraciones sobre el trabajo, la dedicación o
las habilidades de los demás, incluso sobre las decisiones que toman sus
subalternos. ¡Qué difícil es! Pero después lees los tuits del personal que pulula
por la red y te das cuenta de que parece que no: parece que todos llevamos
dentro un juez incorporado, conectado a orejas y boca pero sin pasar el cable
por el procesador del cerebro. Bueno, ya lo sabéis, siempre se ha dicho que en
este país todos somos jueces, árbitros, economistas y profesores. (Jueces... da piolla, decimos en mi tierra, que
viene a ser algo así como profesores do
carallo -o cualquier otra profesión-, que viene a ser algo así como calla la boquita, zapatero a tus zapatos, ¿cuándo te has sacado tú el título, licenciado Vidriera? ¿Dónde aprendiste todo,
bachiller Sansón Carrasco?
Ya he dicho por aquí en
alguna ocasión que no me cuesta pedir perdón, lo difícil es darme cuenta a
veces de que he errado, de que he hecho daño. ¡Alto! ¡Claro que sé cuando he
hecho daño! Cuando ha sido intencionado, lo sé. Ay, esas palabras como torpedos
bajo la línea de flotación. No, no hago daño tramando y maquinando maldades.
Mis daños son más de andar por casa, explosiones impulsivas verbales. Y aquí va mi justificación
(ésa -cualquier ésa- que todos nos creemos como excusa): mis ataques son más
bien defensas. Ataco cuando me siento atacada. Mi carácter me impide ser
cándida sumisa, resignada mártir, sufrida víctima. Ésta es mi excusa: pensar
que sólo hago daño porque me lo han hecho primero.
La sociedad camina en esta vía: el maltratador ha
sido primero maltratado; al ladrón lo obliga la miseria; al desinteresado, la
falta de oportunidades; al indolente, lo absurdo de la feroz competencia; al
aburrido, al insulso, lo necio del obligado hedonismo. Para todos tenemos
excusa, justificación. Porque, también
tenemos que justificar (asombraos) si somos aburridos, sosainas, haraganes o
conformistas.
Todos tenemos un alto
concepto de nosotros mismos. Vale, por supuesto existen personas con la autoestima por los suelos,
pero incluso la mayoría de esas personas lo esconden con un fingido hago lo que me da la gana. Así que
estaréis pensando que yo creo que no
me cuesta perdonar, que yo no hago
daño y los malos son los otros; y que
sólo por decir eso se me ve el plumero de que me lo tengo muy creído. Y tenéis
razón, no os habéis equivocado. Yo creo que, en esencia, soy buena persona.
Craso error. Soy persona. Punto.
¿Y a qué viene toda
esta pobre disertación? Pues a los propósitos de Año Nuevo. Sí, no habéis leído mal: para mí los propósitos de Año Nuevo son en septiembre, después del verano, -sigo teniendo en mi cabeza el ritmo escolar-. Además soy septembrina hasta la médula: sufro la melancolía del final del verano y me recargo avanzado el otoño; creo en las posibilidades del otoño, ya os lo he comentado por aquí-. Así que ya veis, he hecho ¡oh lalá, un
propósito de Año Nuevo! He decidido dejar de poner mi rasero como medida para
valorar el comportamiento de los demás (de mis
demás, claro está, porque demás hay
millones que a mí ni me van ni me vienen, o me caen lejos y poco puede importar
mi rasero o mi opinión al respecto, o no tienen repercusión alguna en mi vida.
Habría que preguntarse hasta qué punto esos demás
ajenos influyen en nuestras vidas, pero ya estoy cayendo en otra digresión.
Quizás debería ampliar el propósito de Año Nuevo a evitar digresiones -y de
paso paréntesis-, volver al tronco e impedir que unas ideas me lleven a otras y
éstas a otras hasta que el ovillo se enrolla del todo).
Llegado a este punto,
si seguís leyendo y no os habéis marchado a cocer lentejas y colgar de paso un
cuadro por puro aburrimiento, estaréis juzgando que yo debo de ser rigurosa con
mi rasero. Esta tía debe creerse doña
perfecta. Seguro que es de las que piensa que los demás hacen todo mal. Debe
ser insoportable, un sufrimiento vivir a su lado, compartir experiencias. Una
mujer de ésas de las que se dice no hay
quien la aguante. Porque... ¿qué mierda de propósito de Año Nuevo es ése?
He aquí el quid de la cuestión. Estoy hecha un lío.
¿Porque si soy exigente, severa y rigurosa en mis juicios, en mi trato con los
demás, cómo casa esto con el hecho de que paso
de lo que hagan, que ando a mi bola,
que no impongo mi criterio, que suelo ceder y después hago lo que yo creo, que no doy la matraca (Really?), que me
desentiendo y allá se las den todas, con
su pan se lo coman y a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga?
¿Será entonces que soy
inflexible en mi mente pero poco estricta en la vida real? ¿O será que en el
fondo ese desentenderse esconde un cierto desprecio que escondo bajo el
trampantojo del pasotismo? ¡Menudo cacao!
En todo caso, éste es
mi propósito de Año Nuevo: mejorar mi tolerancia hacia las elecciones de los
demás aunque a mí me parezcan despropósitos; ser generosa en mis apreciaciones
sobre vidas antagónicas a la mía; dejar de ponerme yo en ese lugar, cuando es evidente que no es el mío. Seguir
viviendo bajo mi máxima de vive y deja
vivir, pero sin el menor tufillo de menosprecio hacia esos otros vivires.
Uol
Bravo. Y yo te dejo un abrazo. Ha sido un placer leerte 😘
ResponderEliminarMuchas gracias, Ginebra Blonde!!
EliminarTe mando yo también un abrazo!
A veces parece que escribes desde mi interior. Me veo reflejado en casi todo. También siento que el año empieza en septiembre. Así, el invierno es una enfermedad pasajera. Sé que acabaré el año en uno de sus mejores momentos.
ResponderEliminar¡Otro fuerte abrazo!
Este verano ha sido raro por aquí, pero yo cada vez soporto peor el calor extremo, me asfixia, me atonta, me paraliza.
EliminarPrefiero tener que abrigarme a no soportar el calor.
Buen principio de año, Cristian! 😉
Un fuerte abrazo!!
Aquí, en la provincia de Alicante, el invierno llega de un día para otro durante la tercera semana de octubre. El 15 o 16 todavía, en las horas centrales del día, te bañas perfectamente en el mar (y yo soy friolero). Y de repente, el 17 o 18 hace un frío del carajo. Hace una década que me fijo, y siempre sucede abruptamente en esa semana. Apenas hay otoño, aunque sí que caen las hojas de los árboles, desde finales de septiembre a inicios de noviembre. Es curioso, ver el suelo cubierto de hojas y estar bañándote en el mar.
EliminarYo soporto peor el frío. Pero es que aquí te abonas por 40 euros a la piscina municipal de cualquier pueblo, que abren hacia el 20 de junio y cierran al empezar septiembre, y pasas el verano bien. Cada tarde, a nadar.
¡Feliz y próspero año nuevo! 🙂
A mí me encantan los días de frío y sol. Te abrigas y te pones al sol de una terracita como los lagartos.
EliminarNo me imagino ir todas las tardes del verano a la piscina, me aburriría. Pero el calor al que me refiero es a ése que te impide hacer vida normal, trabajar,pasear, facer recados, cocinar y dormir. Bochorno y bochorno.
Es cuestión de temperaturas corporales. También hay quien se aletarga con el frío y no lo tolera.
Un abrazo!