Tragedia
Desayunamos café y tostadas con mermelada de albaricoque
en la cafetería de debajo del apartamento. Ciento treinta
kilómetros con el estómago vacío y aguantando las ganas.
El mar lamiendo levemente los troncos
podridos del malecón. Habían sido tres semanas
por una auténtica gilipollez. Tres semanas sin dirigirnos
la palabra. Nos desvestimos presurosos no como adolescentes sino porque
el termómetro de pared catorce grados. El ritual aprendido
de nuestras reconciliaciones. Cuando descorrió la colcha y
la manta vimos la enorme mancha en la sábana. ¡Dios!, dijo,
y barrunté el desastre. ¡Dios! ¡Por qué les dejaste el apartamento!
¡Pero has visto qué cerdos...! ¡Joder, también son tus amigos!, dije.
Apartó la sábana bajera y en el colchón la flor surreal desentonando
en el jardín tapizado. Así que comenzó a vestirse en silencio, ya me olía
otros ciento treinta kilómetros de regreso al menos con el estómago
lleno aunque aguantando las ganas. Cogió las llaves del coche y
salió del apartamento ajustándose el talón izquierdo. Seguro que
esta vez ocho semanas de inhóspita soledad. Estaba de nuevo
aniquilado, barrido por la furia de mi mujer, jurándole a mi imagen
en el espejo del armario que esta vez era la última, que ya no estaba
dispuesto a tolerar más desplantes. En lo sucesivo iba a cantarle
las cuarenta y que ojo o separación definitiva. Hasta que me di
cuenta de lo penoso que resultaba tratar de convercerle al espejo.
Así que salí a la terraza y le grité a la gaviota: ¡Y a ti qué coño te pasa!
Juan Gil Bengoa: La noche cerca. 2012.
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