viernes, 23 de enero de 2015

El ermitaño (III y final)

 (La primera parte de esta historia puedes leerla aquí y la segunda acá)



Fray Bartolomé estaba contento con sus avances en las letras y quería que Ervigio lo ayudase en la biblioteca. Bien es cierto que su ayuda sería más bien de fuerza bruta, le ayudaría a trasportar los pesados manuscritos de acá para allá. Pero fray Orentino se opuso tajantemente. El hombre era demasiado fuerte y joven para no aprovecharlo en trabajos más físicos y pesados. Ayudaba en el monte, en la huerta, en las idas y venidas por las granjas abastecedoras; había destacado como matarife en la matanza y no se quejaba de nada. Para la biblioteca bien servía alguno de aquellos legos melifluos y alabanceros que rondaban al escribano. No se le escapaban al fraile las escapadas del monasterio que el recién llegado hacía y hasta presumía conocer el motivo, pero fray Orentino tenía su particular modo de ver las cosas y no pensaba renunciar a los brazos del joven por unas lubricidades disculpables por la edad. Además Ervigio aún no había tomado los hábitos. Ojalá lo hiciese. Lo otro era de menos. Que siguiese copulando con la joven. Sólo rezaba porque el marido no los descubriese.

Encontrarse a solas era misión espinosa. Entre el trabajo de Navia en la granja, sus propias ocupaciones en el monasterio y la estrecha vigilancia del granjero, amén de los niños pululando alrededor, verse se había convertido en tarea de engarce fino. Aún así pudieron estar juntos  media docena de veces en los dos meses siguientes. Mas cuando junio iba iniciar sus días con mañanas templadas y tardes calurosas, Ervigio decidió que no podía aguantar más. En su camastro de la celda monacal se imaginaba a Navia en brazos del granjero, a expensas de su lujuria, en aquel lecho matrimonial que ambos compartieron una vez; y ese hombre no tenía derecho, ella no lo había elegido,  la habían vendido al mejor postor como a una becerra. En las hogueras del 24 la rescataría, se fugarían juntos aprovechando el jolgorio de la noche de san Juan. 


Navia vivía aquel amor con temor y dicha a la vez. Ella no había pedido aquel matrimonio en el que se veía atrapada, pero quizás si el granjero hubiese sido más amable y afectuoso, ella no se sentiría tan desgraciada y triste. Ervigio la apremiaba para tomar una decisión radical, pero Navia conocía las penas por adulterio, sentía pavor ante la Justicia, también ella había comprobado de qué parte se ponían los jueces: de los poderosos, por supuesto, y desde luego no de una mujer pobre y adúltera.

Ervigio tramaba todo en secreto. Robaría el carro más viejo del monasterio. Lo encontró arrumbado en las caballerizas y furtivamente lo reparó lo suficiente para que prestara su oficio pero no tanto que llamara la atención.  Robar un borrico le preocupaba más, por mucho que eligiese al más desastrado de los cinco que había en los establos. Era un grave delito. Ya imaginaba las caras decepcionadas de los frailes cuando se enterasen de la noticia. Día a día durante esas semanas sisó comida en las cocinas: queso, carne seca, pescado salado, manzanas verdes, castañas y nueces. Todo lo distribuyó en saquitos que ocultó en el propio carromato. Robar el vino llamaría más la atención, ¡buenos eran los frailes para eso!, y aun así escamoteó un odre y una jarra de cerveza que podrían rellenar con agua de las fuentes y riachuelos con los que se fuesen encontrando. A dónde ir fue motivo de noches en vela.  Pensó entonces que se encaminarían  hasta el mar. Allí las aldeas eran más grandes, pasarían desapercibidos y para todos la pareja sería un matrimonio que buscaba asentarse en el lugar. Navia debía fingir alguna indisposición para quedarse sola en la casa mientras el granjero y los niños iban a ver la hoguera que los aldeanos hacían a las puertas del monasterio, más para fastidiar a los frailes que otra cosa. Eso le contó el Hermano Rosalino entre risas, que los frailes toleraban el desafío a cuenta de las dádivas que por la mañana dejaban en la caja de las limosnas o en las propias cocinas. Él recogería a Navia mucho antes de la noche y partirían. Para cuando el granjero se percatase de la ausencia de su esposa, sería noche bien cerrada y no podría salir a buscarla. 

Estuvo con el corazón encogido durante todo el día. Tuvo que escabullirse dos veces de fray Bartolomé, que lo reclamaba inclemente, y atender una a fray Orentino, que le mandó descargar un carro con cajas de fresas. Por fin, mezclándose entre los novicios, salió a escondidas hasta las caballerizas y amparándose en la entrante oscuridad, destapó el carro y aparejó a Molinero, el pollino elegido. No sintió a su corazón latir con cierta normalidad hasta que Navia subió a su lado en el pescante, apenas un hatillo en las manos, no fuera a acusarla el granjero encima de ladrona. Apenas hablaron, en silencio y a oscuras dejaban a Molinero seguir a su aire el camino que el asno conocía bien, al menos de momento. Navia suspiraba de vez en cuando y Ervigio tomaba su mano y la apretaba fuerte para que no flaquease en su decisión. Quería llegar pronto al Camino Real; una vez allí se desviarían  por rutas secundarias, temía que ya hubiesen partido en su búsqueda. Ervigio pensaba ir escondiéndose por el día en vaguadas y bosquecillos y reanudar la marcha al anochecer.

Ya asomaba la luz del alba cuando un caballo a todo galope los alcanzó. Ervigio se desmoronó, aquel burro era verdaderamente viejo y no habían logrado esconderse.
―¡Alto! ¡Alto!
―¿Quién va? ―preguntó Ervigio asiendo un cuchillo con disimulo en la diestra.
―Me envía fray Bartolomé. Me ruega que regresen ustedes a la aldea. El granjero Buíde se ha desplomado esta noche, parece que ha sufrido un cólico miserere. Está moribundo.
Navia dejó escapar un gritito.
―Pero ¿cómo...? No podemos...
―Dice Fray Bartolomé que nadie se ha percatado de su fuga, que él ha afirmado ante la congregación que a usted lo envió a por unas hojas de pergamino a la villa. Y que en la Misa del alba escuchó a la mujer decir que no podría ir a las hogueras porque el granjero le había ordenado ir a recoger una mantequera a casa de su fallecida suegra.
 
Mantequera
―Pero... han pasado horas ―se desconcertó Navia.
―Han llevado al granjero a la enfermería del monasterio. Nadie en la aldea sabe quién lo está acompañando― el fámulo bajó la voz. 

Ervigio y Navia se miraron. La joven tenía una mirada entre expectante y asustada. Después Ervigio alzó la vista hacia el camino aún sombrío que tenía enfrente mientras a su espalda el sol del alba se despegaba de la línea del horizonte en su andadura hacia el cénit en el cielo.



Uol

Vídeo: Ribeira Sacra, zona lucense.

10 comentarios:

  1. No te mato porque me gustan los finales abiertos. Y porque me ha sorprendido el desarrollo de los acontecimientos.
    Logras mantener la atención desde el principio al final del relato. Me ha gustado mucho.

    Besos.

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    1. Espero que "tu" final sea optimista. En mi cabeza sólo había uno posible jejeje.
      Si he conseguido mantener tu interés, ¡objetivo alcanzado! ¡Gracias!

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  2. Con el corazón en un puño hasta el final.
    Qué maravilla! Qué romántico!
    Y qué decir de la adecuación histórica. Una mujer adúltera en aquellos tiempos... Condena eterna, para esta vida y la otra, poco menos que una bruja
    Cuando se me ocurra algo para rebotarlo sin desvelar nada, lo hago. (Con tu permiso)
    No me gustaría estropear tan bonito trabajo con un desliz tonto.
    Enhorabuena.
    Besos.
    PD: Preciosa tierra, y el video, magnífico.

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    1. Really? jajajaja
      ¡Cuánto romántico hay por aquí! ¡Me gusta!!!

      Tú no estropeas nada, sé que eres pulquérrimo!
      Gracias por todo.
      Biquiños!!

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  3. Precioso relato Uol Free... ¡Yo también quiero fugarme con mi amada en la Noche de San Juan! Intento hacerlo todos los años, pero siempre acabo bañándome en el frío mar solo (y desnudo).

    No sé porque pero el personaje de Navia me parece fascinante y atrayente. Creo que tiene mucha fuerza (y quizás algo de ti).

    Gracias por escribir tan bien. Un beso.

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    1. Es una noche para hacer locuras, desde luego. Yo he llegado a arrojar, saltando una hoguera, unas bragas a la lumbre para deshacer el nudo de una pasión demoledora, pero nada, ¡no hay manera!
      Acabar desnudo y en el mar es una formidable manera de acabar esa noche a falta de otros alicientes (peor es solo, vestido y en la barra de un bar)

      ¿Algo de mí Navia? Hummmm, no sé. Espero que no pienses que la infidelidad jajajaja, porque lo cierto, Jack, es que soy fiel porque amo y me siento amada. Y si no me siento o no lo soy yo, me largo, no soy de medias tintas.

      Creo que psicológicamente es más atrayente el personaje de Ervigio. ¿Qué opina el resto?

      Muchas gracias por el piropo!!! Estos sí que gustan y enorgullecen :D
      Bicos miles!

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  4. Muy chulo. Me deja inquieto. No sé si fiarme del mensaje. Me da miedo regresar para encontrar al granjero y las autoridades esperando.

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    1. Es una posibilidad, claro. Quizás por eso el final parezca abierto. Aunque en mi cabeza no lo es. Está claro y varias pistas así lo indican.

      Ya te funciona el ordenador?
      Bicos

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    2. Sí, ya está arreglado. Ya puedo volar, y posarme por aquí de vez en cuando, y replicar con algún trino emocionado al esplendor de este perpetuo amanecer de la lírica y la prosa.

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    3. Oh la la! C'est magnifique!
      Qué bonitos amaneceres!
      (Aun si te choteas de mí, bendito choteo)
      Vuela hasta esta ramita cuanto quieras.
      Bicos e apertas!!

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