Fray Bartolomé estaba
contento con sus avances en las letras y quería que Ervigio lo ayudase en la
biblioteca. Bien es cierto que su ayuda sería más bien de fuerza bruta, le
ayudaría a trasportar los pesados manuscritos de acá para allá. Pero fray
Orentino se opuso tajantemente. El hombre era demasiado fuerte y joven para no
aprovecharlo en trabajos más físicos y pesados. Ayudaba en el monte, en la
huerta, en las idas y venidas por las granjas abastecedoras; había destacado
como matarife en la matanza y no se quejaba de nada. Para la biblioteca bien
servía alguno de aquellos legos melifluos y alabanceros que rondaban al
escribano. No se le escapaban al fraile las escapadas del monasterio que el
recién llegado hacía y hasta presumía conocer el motivo, pero fray Orentino
tenía su particular modo de ver las cosas y no pensaba renunciar a los brazos
del joven por unas lubricidades disculpables por la edad. Además Ervigio aún no
había tomado los hábitos. Ojalá lo hiciese. Lo otro era de menos. Que siguiese
copulando con la joven. Sólo rezaba porque el marido no los descubriese.
Encontrarse a solas era
misión espinosa. Entre el trabajo de Navia en la granja, sus propias ocupaciones
en el monasterio y la estrecha vigilancia del granjero, amén de los niños
pululando alrededor, verse se había convertido en tarea de engarce fino. Aún
así pudieron estar juntos media docena
de veces en los dos meses siguientes. Mas cuando junio iba iniciar sus días con
mañanas templadas y tardes calurosas, Ervigio decidió que no podía aguantar
más. En su camastro de la celda monacal se imaginaba a Navia en
brazos del granjero, a expensas de su lujuria, en aquel lecho matrimonial que
ambos compartieron una vez; y ese hombre no tenía derecho, ella no lo había
elegido, la habían vendido al mejor
postor como a una becerra. En las hogueras del 24 la rescataría, se fugarían
juntos aprovechando el jolgorio de la noche de san Juan.
Navia vivía aquel amor
con temor y dicha a la vez. Ella no había pedido aquel matrimonio en el que se
veía atrapada, pero quizás si el granjero hubiese sido más amable y afectuoso,
ella no se sentiría tan desgraciada y triste. Ervigio la apremiaba para tomar
una decisión radical, pero Navia conocía las penas por adulterio, sentía pavor
ante la Justicia, también ella había comprobado de qué parte se ponían los
jueces: de los poderosos, por supuesto, y desde luego no de una mujer pobre y
adúltera.
Ervigio tramaba todo en
secreto. Robaría el carro más viejo del monasterio. Lo encontró arrumbado en
las caballerizas y furtivamente lo reparó lo suficiente para que prestara su
oficio pero no tanto que llamara la atención.
Robar un borrico le preocupaba más, por mucho que eligiese al más
desastrado de los cinco que había en los establos. Era un grave delito. Ya imaginaba
las caras decepcionadas de los frailes cuando se enterasen de la noticia. Día a
día durante esas semanas sisó comida en las cocinas: queso, carne seca, pescado
salado, manzanas verdes, castañas y nueces. Todo lo distribuyó en saquitos que ocultó en
el propio carromato. Robar el vino llamaría más la atención, ¡buenos eran los
frailes para eso!, y aun así escamoteó un odre y una jarra de cerveza que
podrían rellenar con agua de las fuentes y riachuelos con los que se fuesen
encontrando. A dónde ir fue motivo de noches en vela. Pensó entonces que se encaminarían hasta el mar. Allí las aldeas eran más
grandes, pasarían desapercibidos y para todos la pareja sería un matrimonio que buscaba asentarse
en el lugar. Navia debía fingir alguna indisposición para quedarse sola en la
casa mientras el granjero y los niños iban a ver la hoguera que los aldeanos
hacían a las puertas del monasterio, más para fastidiar a los frailes que otra
cosa. Eso le contó el Hermano Rosalino entre risas, que los frailes toleraban
el desafío a cuenta de las dádivas que por la mañana dejaban en la caja de las
limosnas o en las propias cocinas. Él recogería a Navia mucho antes de la noche
y partirían. Para cuando el granjero se percatase de la ausencia de su esposa, sería
noche bien cerrada y no podría salir a buscarla.
Estuvo con el corazón
encogido durante todo el día. Tuvo que escabullirse dos veces de fray Bartolomé,
que lo reclamaba inclemente, y atender una a fray Orentino, que le mandó descargar
un carro con cajas de fresas. Por fin, mezclándose entre los novicios,
salió a escondidas hasta las caballerizas y amparándose en la entrante oscuridad,
destapó el carro y aparejó a Molinero,
el pollino elegido. No sintió a su corazón latir con cierta normalidad hasta
que Navia subió a su lado en el pescante, apenas un hatillo en las manos, no fuera
a acusarla el granjero encima de ladrona. Apenas hablaron, en silencio y a
oscuras dejaban a Molinero seguir a
su aire el camino que el asno conocía bien, al menos de momento. Navia suspiraba
de vez en cuando y Ervigio tomaba su mano y la apretaba fuerte para que no flaquease en su decisión.
Quería llegar pronto al Camino Real; una vez allí se desviarían por rutas secundarias, temía que ya hubiesen
partido en su búsqueda. Ervigio pensaba ir escondiéndose por el día en vaguadas
y bosquecillos y reanudar la marcha al anochecer.
Ya asomaba la luz del
alba cuando un caballo a todo galope los alcanzó. Ervigio se desmoronó, aquel
burro era verdaderamente viejo y no habían logrado esconderse.
―¡Alto! ¡Alto!
―¿Quién va? ―preguntó
Ervigio asiendo un cuchillo con disimulo en la diestra.
―Me envía fray Bartolomé.
Me ruega que regresen ustedes a la aldea. El granjero Buíde se ha desplomado
esta noche, parece que ha sufrido un cólico miserere. Está moribundo.
Navia dejó escapar un
gritito.
―Pero ¿cómo...? No
podemos...
―Dice Fray Bartolomé
que nadie se ha percatado de su fuga, que él ha afirmado ante la congregación
que a usted lo envió a por unas hojas de pergamino a la villa. Y que en la Misa
del alba escuchó a la mujer decir que no podría ir a las hogueras porque el
granjero le había ordenado ir a recoger una mantequera a casa de su fallecida
suegra.
―Pero... han pasado
horas ―se desconcertó Navia.
―Han llevado al granjero
a la enfermería del monasterio. Nadie en la aldea sabe quién lo está acompañando―
el fámulo bajó la voz.
Ervigio y Navia se
miraron. La joven tenía una mirada entre expectante y asustada. Después Ervigio alzó la
vista hacia el camino aún sombrío que tenía enfrente mientras a su espalda el
sol del alba se despegaba de la línea del horizonte en su andadura hacia el cénit
en el cielo.
Uol
Vídeo: Ribeira Sacra, zona lucense.
No te mato porque me gustan los finales abiertos. Y porque me ha sorprendido el desarrollo de los acontecimientos.
ResponderEliminarLogras mantener la atención desde el principio al final del relato. Me ha gustado mucho.
Besos.
Espero que "tu" final sea optimista. En mi cabeza sólo había uno posible jejeje.
EliminarSi he conseguido mantener tu interés, ¡objetivo alcanzado! ¡Gracias!
Con el corazón en un puño hasta el final.
ResponderEliminarQué maravilla! Qué romántico!
Y qué decir de la adecuación histórica. Una mujer adúltera en aquellos tiempos... Condena eterna, para esta vida y la otra, poco menos que una bruja
Cuando se me ocurra algo para rebotarlo sin desvelar nada, lo hago. (Con tu permiso)
No me gustaría estropear tan bonito trabajo con un desliz tonto.
Enhorabuena.
Besos.
PD: Preciosa tierra, y el video, magnífico.
Really? jajajaja
Eliminar¡Cuánto romántico hay por aquí! ¡Me gusta!!!
Tú no estropeas nada, sé que eres pulquérrimo!
Gracias por todo.
Biquiños!!
Precioso relato Uol Free... ¡Yo también quiero fugarme con mi amada en la Noche de San Juan! Intento hacerlo todos los años, pero siempre acabo bañándome en el frío mar solo (y desnudo).
ResponderEliminarNo sé porque pero el personaje de Navia me parece fascinante y atrayente. Creo que tiene mucha fuerza (y quizás algo de ti).
Gracias por escribir tan bien. Un beso.
Es una noche para hacer locuras, desde luego. Yo he llegado a arrojar, saltando una hoguera, unas bragas a la lumbre para deshacer el nudo de una pasión demoledora, pero nada, ¡no hay manera!
EliminarAcabar desnudo y en el mar es una formidable manera de acabar esa noche a falta de otros alicientes (peor es solo, vestido y en la barra de un bar)
¿Algo de mí Navia? Hummmm, no sé. Espero que no pienses que la infidelidad jajajaja, porque lo cierto, Jack, es que soy fiel porque amo y me siento amada. Y si no me siento o no lo soy yo, me largo, no soy de medias tintas.
Creo que psicológicamente es más atrayente el personaje de Ervigio. ¿Qué opina el resto?
Muchas gracias por el piropo!!! Estos sí que gustan y enorgullecen :D
Bicos miles!
Muy chulo. Me deja inquieto. No sé si fiarme del mensaje. Me da miedo regresar para encontrar al granjero y las autoridades esperando.
ResponderEliminarEs una posibilidad, claro. Quizás por eso el final parezca abierto. Aunque en mi cabeza no lo es. Está claro y varias pistas así lo indican.
EliminarYa te funciona el ordenador?
Bicos
Sí, ya está arreglado. Ya puedo volar, y posarme por aquí de vez en cuando, y replicar con algún trino emocionado al esplendor de este perpetuo amanecer de la lírica y la prosa.
EliminarOh la la! C'est magnifique!
EliminarQué bonitos amaneceres!
(Aun si te choteas de mí, bendito choteo)
Vuela hasta esta ramita cuanto quieras.
Bicos e apertas!!