martes, 13 de enero de 2015

El ermitaño (I)

NO PUDO soportar tanta injusticia, tanto dolor, tanta orden arbitraria, tanta miseria a su alrededor. Decidió, pues, que era la hora. Hizo su hatillo y no se despidió de nadie, no tenía familia y, al cabo, para el resto, esos pocos conocidos, sería como si hubiese muerto. Eso decidió, morir para el mundo antes de que el mundo lo reclamase para alguna de aquellas empresas enloquecidas que el amo del señorío ordenaba. Las sombras de la noche se lo tragaron y sólo los canes lo despidieron con ladridos que no inmutaron a ninguno de los desgraciados que dormían cansados y reventados en los jergones, mientras el viento se colaba por todas y cada una de las rendijas que las piedras mal selladas de sus pallozas amplificaban con sonidos inquietantes.

Pallozas
Ervigio se encaminó a través de las montañas hacia el sur. Si sus fuerzas no lo abandonaban, en tres o cuatro días alcanzaría aquellos lugares de los que le había hablado un fraile que recaló por la aldeíta para bautizar a los nacidos y realizar confesiones, en aquellos lugares perdidos entre montañas siempre surgía el riesgo del nacimiento de herejías, brujas y demonios campaban a sus anchas por lugares dejados de la mano de Dios. 
Pallozas de O Piornedo, Os Ancares (Lugo) Galicia, España

Es un lugar sagrado, le había dicho, una Rivoira Sacrata. Allí la paz es inmensa, el silencio brutal, es un lugar creado por Nuestro Señor para la oración. No tendría problema para que en alguno de los monasterios que bordeaban el río lo acogiesen en su comunidad. Y allá dirigía sus pasos el joven Ervigio sin saber muy bien qué iba a encontrarse, sin pensar fríamente si tenía vocación religiosa, si podría soportar no tener contacto extramuros. Sólo sabía que si permanecía en su aldea se convertiría en un asesino, lo que sus ojos tenían que contemplar día a día era insoportable, inhumano, sentía una ira feroz que le hacía apretar dientes y puños. Ya había tenido enfrentamientos con los guardias del Señor cuando azotaron a un mozalbete que había robado un pequeño atado con nueces y castañas. ¡Era un niño, tres puñados de frutos había en el fardel! Resultó vana su mediación y él mismo recibió golpes y empujones por inmiscuirse. Aquel día la ira subió por su médula y le estalló en la cara enrojeciéndola. Sintió deseos de romperle la crisma a aquel desalmando que azotaba a un muchachito flaco como un palo que se moría de hambre. Aquella noche, mientras ululaba el viento y los lobos aullaban en la lejanía, decidió partir. Si Dios había abandonado al mundo, él abandonaría su mundo. 

El viaje fue duro, ni senderos había, pero el paisaje era extraordinario, lo acercaba a Dios. Ervigio se percató entonces de que también su aldea era hermosa, sólo ahora, apenas a una jornada de distancia de ella, lo reconocía. El horror de la pobreza y la injusticia le habían impedido advertir lo dolorosamente hermosa que era su tierra. Le asombraron aquellas construcciones, los monasterios eran magníficos, pero aún más descubrir cómo horadaban la tierra los campesinos, cómo cultivaban el vino en bancales sobre el río, aquellos socalcos hacían posible el cultivo en laderas tan empinadas. Probó ese vino de camino y le pareció sabroso como ningún otro. Pensó quedar en Ferreira de Pantón, pero decidió en el último momento cruzar el río como quien cruza el Mar Rojo y pedir acogimiento en Santa Cristina de Ribas de Sil
Santa Cristina de Ribas de Sil (Ourense)

El monasterio era espléndido, Ervigio advirtió que sus piedras labradas se veían nuevas, sin musgos ni hierbas. Los benedictinos estaban aquel día recogiendo castañas en el souto, vareaban con la baloira aquellos ourizos que no se desprendían de los castaños. En el suelo amontonaban los erizos para que acabasen de secarse y extraer las castañas. Todas las operaciones las realizaban en silencio. Ervigio creyó llegar al paraíso. Y allí se quedó. 
Santa Cristina de Ribas de Sil (Ourense) Galicia, España

Era un hombre joven y fuerte, y ayudó con las piedras, siempre quedaban detalles sin rematar en la construcción, ayudó en las bodegas y en la pequeña huerta trasera. Ervigio quiso aprender a leer y a escribir. Y le fueron enseñaron. Ervigio se sintió un hombre. Pero el encierro le pesaba y pronto acompañó habitualmente a los fámulos encargados de la recogida de las provisiones en las granjas que abastecían al monasterio. Y ahí surgieron las primeras dudas, los campesinos daban de mala gana los productos al monasterio, bien se veía, ¿es que nadie estaba a salvo de sufrir injusticias? Quiso preguntar las condiciones de estas prebendas pero fray Orentino obvió explicaciones con un resuelto pertenecen al foro

Fue en una lechería cercana al monasterio donde la conoció. Hacía un frío de mil demonios, la escarcha perlaba cada hoja de los árboles del camino, la helada cubría con un manto blanco los prados y rompía las piedras del camino. En los cortellos, sin embargo, ante las puertas había un barrizal que infructuosamente trataron de rodear. Allí dentro la temperatura era ligeramente más cálida gracias a los animales. Tenían que recordar al granjero que se retrasaba en la entrega y que la cuota lechera había subido. Llamaron y, al no recibir respuesta, entraron.


Lo primero que vio de ella fue sus pies dentro de las chancas de madera, que los aislaban de la humedad y los orines de las vacas que impregnaban el piso de tierra. Estaba ordeñando. Al oírlos tan cerca se alzó desde el tallo. Un pañuelo cubría su cabello y el mantelo cruzado sobre el pecho no ocultaba sus formas de mujer joven y lozana. Su tez era tan blanca que le recordó a la leche cuajada, tenía una cremosidad especial, sintió ganas de lamerla. Con el frío que hacía tendría que estar colorada, pero lo único que delataba la baja temperatura eran sus manos ateridas y amoratadas. Sintió el repentino deseo de rodearlas con las suyas y darles su aliento, hacerlas entrar en calor. La moza iba a hablarles cuando el granjero apareció tras ellos en la puerta con mala cara. Fray Orentino se acercó para comunicarle las nuevas y entonces Ervigio se fijó mejor en la mujer que había vuelto a sentarse para continuar con el ordeño. 
―¿Cuántos litros dan las vacas? ―necesitaba conocer el sonido de su voz.
―Depende.
―¿De qué?
Ella alzó la ceja y lo miró burlona o desconfiada, no sabría decir. No respondió.
―¿Eres nuevo en el monasterio?
―Llegué hace tres meses. Sólo soy un lego. Me llamo Ervigio. ¿Y tú?
―Navia ―respondió lacónica. El pañuelo se había deslizado hacia los hombros y puedo observar su cabello castaño claro. Ella lo miraba de reojo. Sus ojos eran, en contraste, de un marrón muy oscuro, perfectamente almendrados y rodeados de largas pestañas que bailoteaban con cada parpadeo.
―¿Es cristiano ese nombre?
Ella dio un respingo y entrecerró los ojos.
―¿Acaso podría ser de otra manera?
Él sonrió tranquilizador, sólo pretendía alargar la conversación, y le extrañó el palpable temor que la mirada y la voz de la muchacha dejaron traslucir. Ervigio conocía ese miedo, el miedo de las mujeres que allá en su aldea temían ser acusadas de brujería. Le preguntaría a fray Orentino si por la zona se produjeron autos de fe. Y Navia era muy hermosa, si tenía enemigos bien podrían atacarla por ahí. Y Ervigio ya había visto de todo y la inocente hija de un granjero bien podía ser codiciada por gente sin escrúpulos.
―Es un hermoso nombre, como su portadora―intentó tranquilizarla. Navia se irguió con el recipiente repleto de cálida leche. 

Fray Orentino y el granjero habían regresado al establo. Ninguno parecía satisfecho y el granjero echó a Ervigio una mirada cargada de inquina.
―Quizás tu padre te deje venir un día por el monasterio―le susurró a Navia.―Tenemos muchas gallinas y podría darte una docena de huevos. Con la leche podrías hacer un dulce.

Navia abrió los ojos un segundo sorprendida y desvió la mirada hacia el granjero antes de bajarlos enseguida.
―No es mi padre, es mi marido―aclaró antes de dirigirse a la puerta dejando a Ervigio extrañamente desazonado.

Uol 
Esta historia continúa aquí.


Ermitaño: Persona que gusta de vivir en soledad, sin relación con los demás.

Vídeo sobre la zona de la Ribeira Sacra by Minube.
 

4 comentarios:

  1. Está interesante, Lou. A ver cómo continúa la historia.

    Besos.

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    1. Bueno, Alea Jacta Est!
      De todos modos, visto que sólo tú comentas, parece que no crea mucha expectación :-(

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  2. Bueno. El mundo del blog ya no es lo que era. Ahora casi nadie comenta. Te ponen, como mucho, un me gusta en el Facebook o un + en el Google+, pero la gente lee. Seguro que tienes muchos lectores silenciosos.

    Besos.

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    1. Twitter acaba con todo jajajaja. Todo el mundo busca una frase ingeniosa que colgar, ¡qué cansino!
      Pero gracias por los ánimos. Seguiremos en el tajo, miestras haya tajo.
      Bicos.

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