sábado, 11 de octubre de 2014

El indiano (III parte y final)

(Esta historia comienza aquí y la segunda parte puedes leerla acá)


―¿Has venido?
―Es evidente.
―¿Quieres aprender?
―¿Tiene algo que enseñarme?

Don Pedro rió y sacó un brandy.

―De las mujeres he aprendido muchas cosas. A lo mejor yo puedo enseñártelas a ti.

Irimia bebió el brandy, hubiese preferido el anís.

―Nunca me casaré contigo.

Don Pedro alzó las cejas.

―No he regresado a mi tierra para buscar esposa, aunque sé que todos lo esperan.
―Mejor.
―¿Puedo preguntarte qué te desagrada de mí? No soy un anciano. Soy muy rico y no tan inculto como algunos piensan. Tus padres estarían encantados si te pidiera como esposa― don Pedro sentía verdadera curiosidad. Intuía que Irimia no mentía, que no era una estrategia calculada.
―Eres un muy buen partido, es cierto. Pero no es lo que yo quiero.
―¿Y qué quieres?
―Sentir.

Irimia alzó su vestido. Se puso de espaldas y sacó las enaguas, deslizó las bragas hasta el suelo, pero se dejó puestas las medias oscuras. Don Pedro se extasió ante las posaderas de la joven, tan redondas y plenas, tan blancas como lunas llenas.


En Cuba había aprendido las virtudes de la lentitud. Y aunque el deseo espoleaba su impaciencia, se tomó su tiempo para besar a Irimia en el cuello turbador, en los párpados temblorosos, en los labios entreabiertos. Después se desnudó y a Irimia el indiano ya no le pareció tan enclenque. Tenía brazos resistentes que la alzaron hasta un diván, su sexo grueso florecía entre el vello denso y rizado. Sintió deseos de saborear aquel falo prohibido. Don Pedro se lo ofreció exultante y ella lo aceptó gozosa. Lo introdujo en su boca y lo chupó como a un caramelo. 



―¡Oh, Irimia!, así mismo es, lámelo, chúpalo, aprétalo entre tus labios.

El indiano gemía. La apartó un poco.

―Espera, espera, golosa. Tenemos tiempo. Quiero probar tus pechos.
―¿Y a mí, puedes tocarme y chuparme?
―¡Oh, Irimia! ¿De dónde sales tú? Claro que puedo, en realidad debo si quieres sentir el goce total. O al menos eso me decían las mujeres allá en Cuba.

Irimia se estremeció de placer cuando los dedos expertos del indiano la tocaron en lo más íntimo, buscando, explorando, hundiéndose en su carne tibia. Ella a su vez volvió a introducir el pene de don Pedro en su boca, necesitaba sentirla llena mientras su cuerpo se esponjaba y lo sentía tensarse en lo más hondo, una ola que buscaba una roca en la que estrellarse, un rugido que pedía gruta por la que salir. Irimia experimentó el goce. Gritó. Las rocas fueron rebasadas por el mar. Después el indiano la penetró con ímpetu una y otra vez y ella sintió crecer la marea, oleadas de placer buscando la arena.



―¿Qué voy a hacer contigo, Irimia?
―¿Es que podemos hacer más cosas?
―Jajaja, sí, unas cuantas más. Pero no me refería a eso.
―Ya sé que no te referías a eso. Pero tenemos un acuerdo.
―Si tus padres se enteran... Eres una señorita de buena familia.
―¿Se lo vas a decir tú? Sigo siendo una señorita. ¿O ya no lo crees?
―Siempre serás una dama.

Don Pedro le acariciaba el cabello, desnudos los dos.

―Puede haber consecuencias.
―Dijiste que sabías cuidarte.
―Sí, pero... nunca se sabe. Me pones loco, y tú eres joven y sana.
―Calla, ni lo mientas.
―Irimia, si eso sucediera, yo...
―¡Que calles te digo!

El indiano obedeció. Estaba inquieto. Llevaban meses de intensa relación clandestina. Sabía a lo que se arriesgaba la muchacha y no acababa de comprenderlo, no en este país ni entre las de su clase. Irimia podía ser dulce e inocente y al rato salvaje y desinhibida. No había doblez en ella. Y él... él empezaba a sentirse responsable. Responsable de su suerte y... enamorado.



Desde su regreso a tierras patrias, el indiano don Pedro se sentía un hombre tocado por los dioses, premiado después de una vida dura y complicada, afortunado y feliz, cuando de repente se enteró en el Casino: Irimia Tuy de Osorio estaba prometida con el hijo del socio catalán de don Telmo. La boda se celebraría el próximo otoño y vivirían en Barcelona, donde el joven se haría cargo de alguno de los negocios de la familia. Don Pedro se sintió enloquecer. De pronto se percató de que no quería compartir a Irimia, que no quería verla casada con otro, que lo único que deseaba en este mundo era hacerla señora de la casona, que por nada del mundo renunciaría a ella, que no soportaría verla partir.


―Mi padre lo organizó―. Irimia estaba pálida pero entera.
―Le pediré tu mano. Aún estamos a tiempo.
―No puedes hacer nada. Está todo apalabrado. Son negocios. Además... te dije que nunca me casaría contigo.

Don Pedro palideció, pareció encogerse dentro del traje blanco.

―Pero...
―No te preocupes, Pedro, estaré bien.
―¿Y yo? ¿Cómo voy a estar yo? ¿Es que acaso no me amas? ¿Y por qué no quieres casarte conmigo? ¿Por qué? ¿Te sirvo para fornicar pero no para marido?―don Pedro estaba fuera de si.
―¿Pero tú te estás oyendo? Hablas... hablas como...
―¿Como qué, di, como qué?― el indiano la zarandeaba.
―Me voy, Pedro, ya no puedo volver a verte. Ya es tarde para todo, ya es tarde. Te deseo que seas feliz. Guiomar es buena chica, te dará hijos robustos que herederán tu apellido y tu hacienda.
―¿Qué  apellido? Mi padre hacía toneles de vino, mi madre vendía cirios, ¿qué mierda de apellido? No te vayas, Irimia, no tienes derecho a irte así. No me dejes.―El indiano tenía los ojos inyectados en sangre―. No quiero hijos que no sean tuyos. Dile a tu padre que ya estás prometida conmigo.

Irimia lloraba.

―Ya es tarde, Pedro. Elegiste el día que me enviaste aquella nota. Elegiste. Y yo también lo hice cuando acudí a tu reclamo. Pero el trato se cumplió. Puedes estar satisfecho porque sentí. Sentí para toda una vida. Y ahora adiós.

Isla Pancha, Ribadeo (Lugo), Galicia, España.

La casona se cerró el día que encontraron a don Pedro entre las rocas de Isla Pancha. Unos primos suyos de los que nunca se supo antes reclamaron la mansión indiana.

Uol 
Isla Pancha, Ribadeo (Lugo), Galicia, España.


Indiano, adj. Se usa también como sustantivo. Dicho de una persona: Que vuelve rica de América.

(Nota: esta historia es de ficción, inspirada en una mansión indiana que existe en realidad en Ribadeo (Lugo). Es la llamada Torre de los Moreno, que fue propiedad de dos hermanos retornados de Cuba, indianos ricos que mandaron construir esa mansión. También es real el doctor Coronado Interian, descubridor del paludismo en Cuba. Otras casas indianas que aparecerán ilustrando el relato están ubicadas en otras zonas de Galicia. También existió el cura Basilio Álvarez, fundador del sindicato labriego Acción Gallega y promotor de la revolución agraria de principios del siglo XX en Galicia. El poeta Ramón Cabanillas escribió beligerantes poemas apoyando al cura revolucionario y animando a la rebelión)

8 comentarios:

  1. Qué final más romántico. Me ha sorprendido el desenlace, la verdad. Esperaba que se liaran y terminaran comiendo perdices. Este final me gusta más.

    Así era la vida, aunque creo que, en el fondo, así sigue siendo.

    Besos.

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    1. Mmmm... ya me han dicho por aquí que soy una romántica jajajaja, no sé no sé.

      Espero que, al menos, nadie acabe entre las rocas de Isla Pancha :(

      Besos y gracias por comentar.

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  2. No dejas de sorprendernos.
    Inesperado final para tan apasionante historia.
    Y como nos tienes acostumbrados, plagada de frases memorables: ...una ola que buscaba una roca en la que estrellarse, un rugido que pedía gruta por la que salir..; Las rocas fueron rebasadas por el mar...
    Exquisito, con ganas de más me quedo.
    Besos

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  3. Se te echaba de menos por aquí, Vlixes. ¡Gracias!

    Tendré que escribir más relatos y menos sobre vivencias.
    Bicos!

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  4. Un final demoledor, que a mí me deja un poco descorazonado, pues apostaba por la pareja de Pedro e Irimia.
    Me gustó mucho esta historia, ahora me dejas con la intriga de qué harás de aquí en más.
    Un abrazo grande.
    HD

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    1. Va a ser que el romántico eres tú, Humberto :)

      Ya dije que era un folletín y, en fin, los folletines no dejan de reflejar un Romanticismo tardío.

      Ahora seguiré con mis cavilaciones y nuevos textos. Se aproxima el mes de Santos, para mí el peor de todo el año, sombrío y negro en el que alma se retuerce.y grita. Tendré que irme de fiesta para superarlo... o tirar de amigos que me alegren las pupilas y el corazón :)

      Besitos, HD, nos leemos!

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  5. Haya o no amor, si hay ocasión (y como dice don Pedro, "la pintan calva"), disfrútese cuanto se pueda...

    He ahí la receta mágica de la pasión: aprovechar el momento.

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