También Ersilia llegó del
mercado con el cuento, que don Pedro Cadorniga había desembarcado hacía días en
el puerto de La Coruña y estaba ya en la villa para ultimar los detalles de las
obras de la mansión de la calle de Ibáñez. Vendrá a plantar la palmera, comentó
con sorna Irimia Tuy de Osorio, que estaba harta de los dimes y diretes que
aquella mansión indiana había provocado durante año y medio en la villa. Dio
para conversaciones de taberna y salones fidalgos
aun antes de erigirse la primera piedra en aquel solar tan bien situado, con
vistas a la plaza, su padre lo decía, que hacerse con aquella esquina habría
costado un dineral.
Pero si las dimensiones eran espectaculares y el emplazamiento
inmejorable, las particularidades de la edificación desataron la locura en las
mesas camilla de las oscuras casas de rancio abolengo, y en el Casino, el Liceo
y el Ateneo, nunca tal cosa se había visto edificar por allí. Hormigón armado,
nada menos, con hierro forjado, de estilo modernista, y don Telmo, el padre de Irimia, se mesaba los
bigotes calculando los costes.
Torre de los Moreno, Ribadeo (Lugo), Galicia, España. |
Que si tenía
seis patios y tres escaleras, que las tejas eran de cerámica vidriada,
que si por dentro habían instalado un ascensor, que si los suelos eran de
mármol... cada día Ersilia, Herminia e incluso su prima Guiomar llegaban a la
casa de los Tuy de Osorio con nuevos detalles de la mansión indiana. Y las cariátides esas van a ir revestidas de
oro, se burlaba Irimia ante el estupor de la criada y la cocinera. Me refiero a las mujeres que sostienen la
cúpula, Herminia, así de paso tapan las vergüenzas. Irimia quería a aquellas
dos mujeres que habían ejercido de madre para ella más que la propia, pero le
irritaba que se impresionaran con tanta facilidad; sobre todo le disgustaban
las fabulaciones que la villa hacía con la identidad del tal don Pedro. Nada se
sabía de aquel hijo pródigo que volvía rico, al parecer no era de noble
alcurnia como ella misma y como su madre insistía cada vez que inspeccionaba y
rechazaba a sus pretendientes, sino un hijo de la tierra que había hecho
fortuna en Cuba y que retornaba a demostrar a sus paisanos lo que era triunfar
allende los mares. Pero la falta de linaje antiguo ya no contaba cuando de la
riqueza pasada ya solamente quedaba el blasón y el escudo pétreo en el pazo
arruinado, y por ello todas las madres pudientes con hijas casaderas de la
comarca, e incluso de las propias ciudades de La Coruña y de Lugo, esperaban
ansiosas la llegada del indiano, anhelando que fuese soltero o viudo y no muy
mayor, aunque eso tampoco importaba demasiado. Y si era casado, que tuviese
hijos casaderos al menos.
A Irimia aún le irritaban más las ensoñaciones de su
prima Guiomar, una jovencita lánguida que se imaginaba al indiano apuesto y
galante como un personaje de folletín. Seguro que es un bruto, le derribaba la
fantasía Irimia, y un gañán, un inculto y un fanfarrón. ¡Pero Irimia,
protestaba Guiomar, un bruto no diseña una casa tan hermosa, es imposible! ¡Bah,
rechazaba la muchacha, con dinero se paga un buen arquitecto y más estos
indianos pretenciosos! Un gañán y bien feo, te lo digo yo. Guiomar movía la cabeza,
pero no se desesperanzaba, más bien se sentía inquieta, porque aunque se sabía
más hermosa que su prima, Irimia desprendía algo que atraía a los hombres y
nada tenía que ver con la belleza, ella no sabía qué era, algo oscuro y salvaje,
animal, y que ella vagamente relacionaba con lo que sucedía entre un hombre y
una mujer dentro de la alcoba.
Guiomar apartó tan turbios pensamientos de su
mente, quería a Irimia, eran amigas desde niñas y jamás su prima había mostrado
interés por algún muchacho que gustase a Guiomar. Claro que tampoco esos
muchachos contaban con la aprobación de don Teófilo, quien, acuciado por la
falta de ingresos desde que ese malnacido cura alentó a los campesinos a no
pagar foros ni arriendos, necesitaba insuflar dinero fresco americano a su caja
de caudales. Al padre de Guiomar se lo llevaban los demonios cada vez que oía
mencionar el nombre de Basilio Álvarez, ese renegado crego que provocó una verdadera revolución agraria, así lo parta un
rayo. Su heredero casó con una distinguida dama pero de familia tan apurada de
fondos como ellos, aunque nada se supo hasta después de los esponsales, lo habían
ocultado muy bien. La sorpresa ante las carencias fue mutua y desconcertante, pero
al menos los muchachos se gustaban y ya tenían dos hijos. Sin embargo con
Guiomar no quería sorpresas. Nadie en la comarca tenía el capital que la
familia ya acrecentada necesitaba. Si este indiano no se fijaba en su hija pensaba
mandarla con unos parientes a Salamanca, hum... aunque allí habría muchos
pícaros estudiantillos tunantes, pobres como ratas que podían embaucar a su
romanticona hija. Quizás debería mandarla a Oviedo, o mejor a Madrid con su tía
monja, para que le busque marido apropiado. El clero, ya se sabe, se codea con
gente de posibles, huele el dinero, bien lo sabe don Teófilo. Su cuñado don
Telmo conoce sus apuros, pero él mismo tiene tres hijas por casar, menos mal
que casadera sólo Irimia, aunque el tiempo pasa deprisa, así que a nadie le va
a recomendar.
―Dicen que en cada
planta hay espacio para dos viviendas.
―Se traerá a las queridas y no querrá que se peleen.
―¡Irimia, qué cosas dices!― Guiomar se escandalizaba.
―O a lo mejor es para que vivan tan ricamente el loro y el monito que se traerá.
―¡Eres imposible!
―¡Es que estáis muy pesados todos con ese don Pedro! ¿Porque... qué sabemos en realidad de él? ¿Y qué os hace pensar a todos que viene a buscar esposa? En realidad ― Irimia bajó la voz como si fuese a contar algo picante, y Guiomar y sus amigas Saleta y Portal acercaron las cabezas― dicen que en Cuba las mujeres son muy ardientes, mulatas con las que no es necesario casarse.
Las tres mozas se ruborizaron y la miraron escandalizadas.
―¿Pero qué sabes tú de eso?
―Es lo que dice Secundino, que los indianos raramente retornan porque caen bajo el hechizo de la piel canela.
―¡Qué sabrá ese mozo de cuerda que jamás ha salido de la villa!―Portal presumía de haber viajado a Madrid, a Segovia, Toledo y Ávila. Incluso había ido a los baños a Santander.
―Olvidas que anda de casa en casa con las mudanzas y oye muchas cosas. Los señores piensan que el servicio no escucha o que debe olvidar todo cuanto oye, ¡ja!―objetó Irimia.
―Y tú olvidas, querida prima, que un señor sólo... se divierte con esas mujeres. Pero para formar una familia busca a una señorita decente y de noble cuna.
―Pues ya me gustaría divertirme así a mí y no ser tan decente, que mucha decencia pero no paran de cuchichear cuando se enteran de alguna comidilla indecorosa, que les brillan los ojos y les arden las mejillas mientras lo cuentan.
―¡Irimia, mira que te gusta escandalizar!
―Boh, tanta tontería por un carcamal que tiene que comprar esposa.
―Se traerá a las queridas y no querrá que se peleen.
―¡Irimia, qué cosas dices!― Guiomar se escandalizaba.
―O a lo mejor es para que vivan tan ricamente el loro y el monito que se traerá.
―¡Eres imposible!
―¡Es que estáis muy pesados todos con ese don Pedro! ¿Porque... qué sabemos en realidad de él? ¿Y qué os hace pensar a todos que viene a buscar esposa? En realidad ― Irimia bajó la voz como si fuese a contar algo picante, y Guiomar y sus amigas Saleta y Portal acercaron las cabezas― dicen que en Cuba las mujeres son muy ardientes, mulatas con las que no es necesario casarse.
Las tres mozas se ruborizaron y la miraron escandalizadas.
―¿Pero qué sabes tú de eso?
―Es lo que dice Secundino, que los indianos raramente retornan porque caen bajo el hechizo de la piel canela.
―¡Qué sabrá ese mozo de cuerda que jamás ha salido de la villa!―Portal presumía de haber viajado a Madrid, a Segovia, Toledo y Ávila. Incluso había ido a los baños a Santander.
―Olvidas que anda de casa en casa con las mudanzas y oye muchas cosas. Los señores piensan que el servicio no escucha o que debe olvidar todo cuanto oye, ¡ja!―objetó Irimia.
―Y tú olvidas, querida prima, que un señor sólo... se divierte con esas mujeres. Pero para formar una familia busca a una señorita decente y de noble cuna.
―Pues ya me gustaría divertirme así a mí y no ser tan decente, que mucha decencia pero no paran de cuchichear cuando se enteran de alguna comidilla indecorosa, que les brillan los ojos y les arden las mejillas mientras lo cuentan.
―¡Irimia, mira que te gusta escandalizar!
―Boh, tanta tontería por un carcamal que tiene que comprar esposa.
Indiano |
Don Pedro Cadorniga
tenía 35 años, un hermoso bigote, los riñones bien forrados y ningún deseo de
volver a tener esposa. Unas fiebres tropicales se habían llevado a su delicada y beata esposa a pesar
de que pagó una importante suma a un eminente médico de La Habana, el doctor
Coronado Interian, quien acertadamente diagnosticó paludismo e indicó un
tratamiento, pero su esposa era frágil como una muñeca, nunca se adaptó a
aquellas tierras del interior, y la mujer falleció. Ni tiempo tuvo de darle un
hijo. Nunca debió casarse con aquella hembra, si hembra podía llamarse a
aquella profusión de encajes llegada de la Madre Patria. Pero entonces Pedro
aún no había comprendido muchas cosas y quiso comprarse un nombre, un título
que fuese la guinda del pastel tras muchos años de durísimo trabajo. Nadie en
este mundo podía ni imaginar lo que el hijo de la vendedora de cirios y del
tonelero había sufrido para llegar a alcanzar la riqueza que ahora ostentaba.
Mucho había aprendido desde entonces, a comprender el valor de la amistad y de
lo que era importante y lo que no, y un título le parecía ahora insignificante
cuando comprobó cómo se arrastraban ante él ilustres apellidos buscando sus
ganancias mientras lo despreciaban a sus espaldas. Para el caso, lo que contaba
era el dinero y él lo poseía a espuertas. Había aprendido a reconocer a los
aprovechados que se acercaban a él por ver de sacar beneficio, a los
ventajistas que pretendían estafarlo, a las mujeres que presionadas por los
buenos padres de las antiguas familias españolas se ofrecían sumisas en
matrimonio como mera transacción mercantil mientras a sus espaldas lo tachaban
de ignorante, poco refinado o algo peor, especulador e incluso ladrón. De todo
se sentía ya a salvo. Consideró Pedro Cadorniga que al menos se había ganado
honradamente el derecho al uso del Don
y quiso volver a la patria, a su tierra, a su Galicia del alma a pesar de que
llevaba fuera la friolera de veintiún años. Que lo hiciese sin esposa ni hijos
fue algo circunstancial, aunque éstos últimos, quién sabe, nadie fue a
reclamarle, así que imaginaba que no habría, bien se había cuidado de evitar preñeces,
pero las hembras que frecuentó ya en vida de su pusilánime esposa eran gozosas,
así que nunca se sabe. Si no casó con alguna de aquellas mujeres morenas y
ardientes no fue por la raza o por su supuesta indecencia sino por falta de
amor. Don Pedro Cadorniga llegó a creer que tanto sacrificio pasado le había
adormecido el corazón. No amaba y no quiso pasar de nuevo por un matrimonio sin
amor, ser infiel a su mujer, algo que le había provocado resquemor, le parecía
innoble, así que seguía viudo. Y eso que, admitía, le preocupaba el futuro
destino de su herencia. Sin familia directa, sin sobrinos, acaso primos de los
que no se acordaba, le daba vueltas a qué hacer en el futuro. Pero ni por esas
quiso un matrimonio sin amor ni deseo. Ni por un heredero. Decidió construir en
la villa por la que tanto anhelaron sus humildes padres una mansión digna de su
recuerdo. Y después... practicaría la filantropía. Construiría en su aldea una
escuela para niños pobres y pagaría al maestro, quizás una torre de reloj que
cantase las horas para el regadío y una Casa de Socorro. O quién sabe... una
fábrica de conservas que emplease a gente humilde, ya se vería. Con lo que no
contaba don Pedro Cadorniga era con conocer a la desconcertante y algo irreverente Irimia Tuy de Osorio.
Ya lo habían invitado a
una docena de casas para tomar chocolate, a tres bailes, a hacerse socio del Casino y del Liceo, a la inauguración de una fuente con su correspondiente
lavadero techado y a un palco del teatro de la villa, pero no le habían franqueado
todavía las puertas de la casa de los Tuy de Osorio.
Le señalaron a las primas
De Osorio en la función teatral, un clásico con actores estirados y ampulosos a
los que no prestó atención. Ambas eran bonitas, como eran más o menos lindas la
docena de mozas que de manera nada equívoca le presentaron en los convites
caseros al famoso chocolate, ¡por Dios!, ¿es que no podían ofrecerle un
roncito? Eran bonitas, sí, una más que la otra. La clara era verdaderamente
linda, con su cara redondita, la boca pequeña, finas cejas y ojos miel, una
clarita de huevo. Pero la otra... la otra lo miró ceñuda cuando la prima le
susurró su presencia, estaba claro, alzó las oscuras cejas pobladas, lo observó
con ojos negrísimos un instante, pareció espantar una mosca y siguió mirando
obstinadamente el escenario a pesar de que las luces aún no se habían apagado y
no había dado comienzo la función. Una orgullosa estirada, para variar. Tenía
boca grande, de labios carnosos, seguro que eso la torturaba, le hacían parecer
una aldeana, y ahora que sólo veía su nuca, despejada por el moño flojo y algo
descuidado que le recogía el cabello castaño, le vino a la mente la idea de
morder aquel cuello algo moreno, la verdad. ¿Es que aquella criatura triscaba
por el monte como un pilluelo sin cubrirse?
Con don Teófilo
coincidió muy pronto en el Casino y bastó una tarde de puros y charla para que éste
lo invitase a conocer a su familia. Pensó erróneamente don Pedro que Irimia
estaría con su prima, mas ni ésta ni su familia aparecieron por allí. Guiomar
fue todo dulzura y caída de ojos, nada que don Pedro no conociese como las
cachas de sus pistolas. Ya se había enterado de la mala situación de los
hacendados de la zona desde que Acción
Gallega y Unión Campesiña aleccionaban
a los campesinos para no pagar a los rentistas y hacerse con las tierras. Lo
curioso del caso es que un cura estaba detrás del más beligerante de los
sindicatos labriegos, ¿de verdad estaba cambiando el país? La cosa parecía ir a
más y muchos caciques, ante la imposibilidad de la Guardia Civil de controlar
aquellos accesos de furia (parece que los exaltados habían incendiado incluso algún
pazo), habían armado cuadrillas de matones para ir a cobrar por la fuerza sus
rentas. Quizás don Telmo no se hallaba entre los más apurados, quizás ya tenía
otro pretendiente para la hija, quizás no le gustaba él, qué raro, je, lo
cierto es que un mes después de su presentación en sociedad, don Pedro
Cadorniga parecía no existir para los Tuy de Osorio.
Uol
Esta historia continúa aquí
Indiano, adj. Se usa también como sustantivo. Dicho de una persona: Que vuelve rica de América.
(Nota: esta historia es de ficción, inspirada en una mansión indiana que existe en realidad en Ribadeo (Lugo). Es la llamada Torre de los Moreno, que fue propiedad de dos hermanos retornados de Cuba, indianos ricos que mandaron construir esa mansión. También es real el doctor Coronado Interian, descubridor del paludismo en Cuba. Otras casas indianas que aparecerán ilustrando el relato están ubicadas en otras zonas de Galicia. También existió el cura Basilio Álvarez, fundador del sindicato labriego Acción Gallega y promotor de la revolución agraria de principios del siglo XX en Galicia. El poeta Ramón Cabanillas escribió beligerantes poemas apoyando al cura revolucionario y animando a la rebelión)
Aquí sí te has jugado a escribir más en extenso, y encima apenas una primera parte. Me gusta que lo hagas, porque cierta modalidad bloguera no acepta estas producciones de verdadera literatura.
ResponderEliminarLa historia me enganchó de entrada, está muy bien manejada la narración, genera buenas imágenes y los diálogos son muy creíbles. Sólo te pido una cosa, avísame cuando subas la 2° parte y las siguientes, porque en mi recorrida por los trichicientos blogs suelo perderme cosas así, ¿vale?
Un beso grande y gracias por la invitación.
HD
Muchísimas gracias por tus generosas palabras, Humberto, claro que te avisaré. Serán tres partes.
EliminarYa sé que que esta longitud no es muy apreciada ahora que todo va tan rápido, no se atiende a nada que dura más de cuatro minutos, pero no es mi estilo, a mí me gusta invertir tiempo en lo que me gusta. Y este relato necesita esta extensión, aunque, claro, lo he repartido en tres partes porque si no... jajaja, no lo lerería ni el tato jajaja
Gracias de nuevo por dedicarme tiempo.
Bicos!!
Me ha encantado.
ResponderEliminarQué ingenuo era de adolescente, cuando pensaba que las mentalidades de esa época habían quedado atrás definitivamente.
Los adolescentes tienen que ser idealistas, ¡faltaría más! Ya la vida nos va dando de morradas.
EliminarEl clasismo jamás ha desaparecido. A mí lo que en verdad me entristece es que haya desaparecido esa disposición favorable de la mayoría de los padres a educar a sus hijos para que mejoren socialmente a través del estudio y del esfuerzo. Padres desmotivados y desconcienciados pariendo y criando a vagos redomados y maleducados que acaban por insultarlos, maltratarlos o , en lo mejor de los casos, ante los que se muestran indiferentes. No puedo con eso, me hierve la sangre. En fin... me hago mayor.
Bicos!
Sí, se ve que sucede mucho. Yo no me entero directamente, pero mi hermana y dos de mis mejores amigos son profesores, y se quejan bastante de ello. Padres que delegan toda responsabilidad de la educación en el profesorado.
EliminarLa importancia de llamarse… adecuadamente. Me gustan los nombres de sus personajes. Ayudan a visualizarlos en su contexto.
ResponderEliminarHa merecido la pena emplear más de 4 minutos en su lectura ;)
Mi beso, Lady Lou.
Jajaja, juro que el relato nada tiene que ver con un tal Ernesto jajaja
EliminarLos nombres son importantes, a veces incluso pueden marcar a una persona. De la salvaje sajonización de los nombres en España trato en mi post Yankinización (http://programademanolibre.blogspot.com.es/2012/04/yankinizacion.html). A ver si algunos regresan para que se escuchen en los parques de este país, desde luego volverán a ser originales de poco usados (también los había feos, es cierto)
Gracias por ocupar tu tiempo con mi relato :D
La II parte llegará el día 6.
Bicos!
Prestaremos atención a este interesantísimo relato que nos retrotrae a los tiempos de la belle epoque
ResponderEliminarMuchas gracias, Manolo.
EliminarEspero que el relato siga siendo de tu gusto según avance la trama.
Bicos!
Espero lo que sigue. Me ha atrapado tu historia, sobre todo ese desparpajo con que los nombras, hace de ellos autenticos personajes.
ResponderEliminarSaludos Uol Free
Carlos
Gracias, Carlos.
EliminarA estos personajes los conozco bien, será por eso que se asemejan a personas cercanas.
Mañana, por fin, don Pedro e Irimia establecerán contacto y sabremos qué pasa.
Bicos.
Me pasaré por tu "casa"
Somos moitos os silentes que tamén lemos máis de 4 minutos eh; así que sigue esmerándote.
ResponderEliminarEn Antas temos unha casa indiana. Non tan pomposamente barroca como a de Ribadeo, pero podía adaptarse para a trama. A ver que vén despois e dígoche.
Bicos
Pois non sei se me esmero, escribo o que me sae... das entreteas jeje e seguirei facéndoo, así que supoño que si, que me esmerarei mentres teña ansias :D
EliminarOes, Chousa, pois como ti es tan bo fotógrafo, faille unha e envíasma e póñoa por aquí, xa se sabe que indianos tamén os había de 1ª e de 2ª, e mesmo nin todos os de 1ª tiñan gustos tan pomposos e edificaban más ao xeito, con palmeira, iso si, se non ten palmeira... non é indiana.
Bicos!!