Hubo un tiempo en el
que me planteé si la felicidad se hallaba dentro de una bolsa de pipas. Y esa posibilidad me
horrorizaba.
Cuando yo me pintaba la
raya de los ojos con kohl a
escondidas e iba a la primera sesión del cine los domingos por la tarde, veía al salir a aquellas parejas de novios sentadas ante la mesa de algún café y tras la
cristalera. Nosotras entrábamos riendo, porque si algo caracteriza a los
adolescentes son las risas alocadas, reíamos por todo y por nada. Y allí
estaban aquellas parejas de novios, comiendo pipas. Ellos atentos al partido de
fútbol que retransmitían por la tele, y ellas escupiendo las cáscaras en los
ceniceros con tal cara de aburrimiento que yo me prometía a mi misma no tener
jamás novio si eso era a lo que podía aspirar. A veces se sentaban en grupitos,
los hombres juntos con el fútbol a
vueltas y sus comentarios sobre árbitros y jugadores, y alzando los ojos y siguiendo
con la mirada a las chicas que pasaban al baño. Ellas con sus pipas y sus caras de tedio,
mirando melancólicas la lluvia tras las cristaleras, y siguiendo con cierta
ansiedad a las adolescentes que entraban en tropel a la discoteca cercana. En
aquel café hacíamos parada antes de entrar en aquella discoteca que abría sus
puertas los domingos por la tarde para adolescentes vociferantes.
Esas parejas de novios,
¿por qué parecían tan apáticas y aburridas? Es cierto que había otras parejas,
las que encontrábamos bajo los soportales comiéndose los morros, las manos de
ellos escondidas bajo los abrigos de ellas. Pero a esas parejas nunca las
veíamos comiendo pipas en las cafeterías los domingos a las siete de la tarde.
Los domingos por la tarde me disgustan enormemente. De muy niña haciendo deberes escolares pendientes, más tarde metida en un autobús camino a la ciudad para pasar allí la semana. Llegaba de noche y harta de oír los resultados deportivos que el conductor escuchaba en la radio a toda potencia. ¡Qué desolada morriña me producía aquel autobús! Llegábamos de noche, con las luces mortecinas de la ciudad. Y mientras arrastraba mi bolsa con las mudas limpias veía a otras parejas comiendo pipas tras las cristaleras iluminadas de las cafeterías. Las cosas no mejoraron con el transcurso del tiempo: los domingos tenía que salir disparada de algún pub para subirme a tiempo al tren y dejar en el aire besos apretados y miradas ansiosas en el joven de turno que me gustase. ¡Siempre alejados de mí mis amores por la distancia! Y aún ahora, organizando la tarea de la semana o despidiendo a mis cada vez más envejecidos padres ante la verja de su casa, sigo aborreciendo las tardes de domingo. ¡Qué tristeza me invade cuando veo por el retrovisor sus manos cansadas diciéndome adiós! Me apena dejarlos solitos y a la vez sé que están donde quieren estar, felices de estar rodeados de sus cosas y nada desamparados. ¿Se puede sentir aflicción por lo que todavía no ha ocurrido?
En fin, que Helena me aclaraba que esas parejas comedoras de pipas eran las que llevaban tiempo de novios y ya no se achuchaban en los portales. ¿Pero por qué? No sé, me decía, pero es así. Se aburren.
Ayer me he cruzado en
la calle a una pareja joven. Ella caminaba seria empujando un carrito con una
hermosa niña de apenas un año llena de lazos. Él iba un paso por delante comiendo
pipas de girasol. Me estremecí de horror. Ya he dicho que no es la primera vez que
veo algo así, pero los seguí fingiendo mirar los escaparates y vi como entraban
en una cafetería. Otras parejas con niños estaban alrededor de las mesas. Papás
treintañeros seguían el desarrollo de un partido de fútbol en la inmensa
pantalla plana del televisor. Algunos parloteaban y no parecían aburridos.
Mientras, ellas comían pipas con cara de hartazgo y daban los potitos de
merienda a niños pequeños, al tiempo que otras vigilaban las carreras de otros
chiquillos entre las mesas, obviando las caras resignadas de los camareros que
consentían de mala gana aquel descontrol infantil. Sentí un escalofrío. Nada
había cambiado. Por supuesto, era domingo.
¿Por qué yo nunca pude
hallar la felicidad en el fondo de una bolsa de pipas? ¿Qué me incapacita para
tener esa cara de aburrimiento y cambiarla disimulando cuando otras mujeres las
observan? ¿Qué me impide aceptar que exista sal en una bolsa de pipas las tardes
de domingo?
Uol
Uol
No parece que te gustan especialmente las tardes de domingo. Digo yo que aquellas que echaste un buen polvo no te parecerían tan aburridas... ;-)
ResponderEliminary ya en otro orden de cosas:
Y dijo el toro al morir: siento dejar este mundo, sin probar las pipas Facundo.
Ya he comentado aquí por activa y por pasiva que la siestas sexuales son mi debilidad ;) y las de domingo, especialmente. (¡Ay, los domingos que ya ni me levantaba de la cama!)
EliminarYo hablaba de las tardes dominicales de "pipas"... con parejas aburridas.
Y por si te quedas con la duda... pues sí, he comido alguna vez pipas Facundo jajaja, aunque no las tardes de domingo.
Saludos!
Pues a mi la voz de Pepe Domingo Castaño me agobia porque huele y sabe a Domingo, pobre hombre, he pasado de admirarle a odiarle, sin tener culpa.
ResponderEliminarA mi los Domingos me resultan tediosos hasta enloquecer, con o sin pipas :)
Saludos.
¡Lo que son las asociaciones!
EliminarPrueba con las siestas sexuales, y los domingos adquirirán otro color ;)
Más que la felicidad en una bolsa de pipas, por lo que cuentas, parece el tedio escupido y enterrado entre sus cáscaras!
ResponderEliminarTardes de domingo... tiempo de lectura y sí, a veces, si se dan las condiciones, de siesta con fiesta... aunque casi siempre a solas, ay!
Un abrazo
Eso mismo pensé yo, que me vendían la moto.
EliminarMás vale solo que mal acompañado, ¡sobre todo si no te hace fiesta!
Besos
Espléndida reflexión, Uol. No me imaginaba yo que se le podía sacar tanta cáscara a unas pipas... ni a la placidez de una tarde de domingo!
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Assum. Será que las pipas tienen mucha cáscara y poca "chicha".
EliminarY se ve que a veces no hay placidez en las tardes de domingo.
Besos.