¡Qué a gustito estoy!
Aquí, tranquilito, puro relax, el sol calienta lo justito para no molestar. Y
el agua está fresquita, pero no fría, fría no me gusta. Y siento un cosquilleo
tan grato aquí tumbado, desperezándome, ora estirándome un poquito ora sumergiéndome
en el agua salada, que esta piscina es de agua salada, no vive mal el tipo, ora
reflotando para sentir el sol. Ah... qué vidorra si durase, pero ya sé que esto
es excepcional, que me deja estar así porque sólo son unos días y de prestado.
Después volveré a andar apretado, encerrado y asfixiado todo el invierno, con
lo bien que se está así sueltito, me pasaría la vida espatarrado al sol. Pero,
claro, éste quiere que curre. Y bueno, mi trabajo me gusta, pero, claro, no
siempre es grato, porque el jefe tiene unos horarios un poco caóticos. A veces
yo estoy en disposición y a pleno rendimiento, centrado, con las ideas claras y
nada, que al final no se hace el trabajo previsto. Y me quedo ¿cómo diría? Chafado,
confuso, ¿qué hago con toda la preparación disponible? En ocasiones ha sido todo
un dosier, todo el día pensando en cómo llevarlo a cabo dignamente y de
repente, sin saber muy bien por qué, se decide que no, que se deja para mejor ocasión.
Sudo, sudo decepcionado. Pero el jefe es así, y en cambio otras veces y sin
previo aviso, allá que me llama a unas horas intempestivas y decide que para YA,
y YA es YA, tengo que salir a cien y cumplir con las expectativas sin planificación
previa ni memorándums. Bien es cierto que suelo solventar el asunto sin mayor
problema, porque, aquí entre nosotros, casi siempre los trabajos son
repetitivos; sí, es cierto, tras las sorpresas y sustos iniciales en mis comienzos,
después ha sido todo más o menos lo mismo: veo el panorama, me concentro en
cómo abordar el asunto, ¡y a echarle huevos!, no hay otra. Acabo exhausto y pringoso
de tanto esfuerzo, pero en fin, al jefe le da lo mismo que no haya hecho un
examen previo y unas valoraciones de las posibilidades de abordar felizmente el
asunto, él lo que quiere es resolución, RE-SO-LU-CIÓN y es lo que le doy. Esto no
me salva de llevar algún susto, que he pensado en alguna ocasión que no podría
rematar la faena, ¡que a veces son unas horas!, y uno está agotado y a él se le ocurre volver a llamarme cuando apenas
acabo de descansar, es un tirano mi jefe. Que yo siempre le digo que despacito
y con estilo quedamos mejor, pero él, que nanay y ¡hala! ya me veo a toda
pastilla; es de la vieja escuela, todo son prisas y rapidez y meneos y golpes,
en fin, menos mal que después se queda relajadito y no me da la lata. Aunque ya
le he avisado: si sigue sin atender a mis indicaciones, un día de éstos me pondré en
huelga y allá él. Ji ji, esto le acojona, cada vez que amenazo con la huelga de
miembros caídos, le entra el canguelo, pero le está bien empleado por explotador
e impetuoso, siempre currar cuando a él le da la real gana ¿y yo qué? Yo también
tengo momentos de esparcimiento propios y le digo, mira, creo que allí hay
posibilidades de expansión, pero el señorito dice que no, que él no mete su capital
en esa empresa, que no da el nivel, pero ¿qué sabrá él? ¡Si el entendido en fusiones
y adquisiciones soy yo! Y yo sé lo que hace elevar la cotización del capital y
subir la bolsa, pero el tipo erre que erre, que ahí no. Ahí no y allá sí, y a
veces se equivoca, que yo se lo digo, que te equivocas, que esa empresa es todo
fachada y no hay lo que tiene que haber, que el que sabe de fusiones soy yo,
pero nada, no me hace caso, es un figuras, el jefe éste. Bueno, y así a veces
pasa lo que pasa, que la bolsa no sube y se hunde con todo el equipo, menos mal
que estoy yo para salvar los muebles mínimamente y se lo digo, que aquella otra
empresa era un filón, pero él no lo ve, no se deja guiar por mi instinto, no
hay que hacer, lo he comprobado, se ciega, se ciega igual que por la
propietaria de esta piscina, que es muy mona, la piscina digo, pero ella a mí
no me hace subir la cotización y él se cabrea, que tienes que cumplir me susurra, que nos jugamos mucho, que te espabiles, ¡joder, que parece el
Arturo Fernández, será borrego! Y a mí qué, ¿quién le ha mandado meter su
capital en esta chabola por muy de
marca que sea? Que a mí me da igual la piscina y la choza, que el éxito de este mercado se valora en otras cosas, pero
nada, no consigo que lo entienda, allá él, si no invierte bien ahora, ya verá
cuando su empresa pierda valor en el mercado, que yo no voy a estar para
arreglarle todo a última hora, que me pienso jubilar. Pero es muy burro y no
hay manera. Ya aprenderá, ya.
¡Ay, qué a gustito estoy! Literalmente tocándome
los huevos, a ver si el jefe los rasca un poco y me acaricia de paso el glande, que
me lo merezco.
Uol
No le dejan guiarse por su instinto... Inspirador...!
ResponderEliminarPues en muchas ocasiones, no.
EliminarGracias, Assum, un abrazo.
En este caso, se mete la olla donde se tiene la... Eh... se come la olla donde... Joder... Bueno... ya tú sabes, mi amol.
ResponderEliminar¡Ay, no, no sé!, pero puedo hacerme una idea :P
EliminarMejor nos iría si nos dejáramos conducir más a menudo por los instintos, y menos por los intereses.
ResponderEliminarDigna continación de ¿Qué fue del Magnum almendrado?
http://programademanolibre.blogspot.com.es/2013/09/que-fue-del-magnum-almendrado.html
Un abrazo
Pues no sé que te diga, a veces los instintos se vuelven destructivos:P
ResponderEliminarPero desde luego moverse sólo por el interés suele tener una segunda parte que te estalla en la cara.
Mira, no había relacionado estas dos entradas, pero tienes razón: acallar el sexto sentido suele acarrear frustrantes consecuencias.
Gracias, Ulyses, por la promoción jajaja
Bss
De nada, como hace poco que leí la otra, me vino a la cabeza al ver ésta.
EliminarY estoy de acuerdo, si menospreciamos los instintos, lo acabaremos pagando,más pronto que tarde.
Un abrazo