Al
principio fue algo casual y no premeditado. Cuando él decidió tomar otro
trabajo por las noches, que se presumía temporal pero que se alargó en el tiempo, ella empezó
a navegar: eran muchas las horas de soledad. Cuando las niñas estaban acostadas,
ella iniciaba búsquedas aleatorias con regocijo preadolescente, igual a como
los niños de once años buscan la palabra puta por primera vez en el
diccionario. Pollas grandes o hombres fuertes, glúteos tonificados (pero no, que aquí salían anuncios de venta de
aparatos con tías en mallas), mulatos
sexys. Después esas páginas ya le derivaban a eyaculación espectacular, 20 y
más, nabos floridos, moteros cachondos, la manguera del bombero. Le daba la risa, pero se iba a cama húmeda
e insatisfecha.
No recuerda cuándo dio
con él por primera vez. Pero la foto tenía algo sutilmente perverso que la
atrajo como la luz a la polilla. Entró. Aquella cámara fija. Se tocaba. Sólo
eso. Muy lento a veces, lento y lento. Y ella quedaba hipnotizada mirando las
habilidades del prestidigitador. Agitada otras, como si el día hubiese sido
nefasto y necesitase descargar su furia en la rápida y agresiva eyaculación.
No sabe por qué dejó de
visitar otras páginas. Aquel hombre del que no sabía nada la atrapaba. Aquel
hombre al que no se le veía la cara la desarmaba. Se sentía como una voyeur que
echa moneda en una cabina peep show para
que se abra para ella, acechando la pecera en que moraba, pez escurridizo, cebo
marcado.
Cada noche se conectaba
a la webcam de aquel hombre moreno. El decorado era siempre el mismo. Tampoco
variaba el ángulo de la cámara ni se ampliaba un centímetro más. Él no hablaba,
se desnudaba despacio, dejaba caer la ropa, se sentaba en una especie de
sillón, reclinado y relajado, y comenzaba a tocarse. Ella imaginaba que la
miraba a ella, que era ella el objeto de esos desahogos, de ese deseo. Imaginaba que se citaba cada noche con él,
que eran sus ansias de ella las que hacían que él culminase su deseo, cada uno
de sus gemidos o espasmos los provocaba ella, los convocaba ella, los absorbía
ella, dedicados a ella.
Poco a poco pasó de la
mera excitación de contemplar a aquel ejemplar de hombre -sus evoluciones la
humedecían y la impelían a tocarse a su vez hasta que el orgasmo se escapaba
ronco de su boca-, a sentirse intrigada por él. Creyó llegar a percibir e
identificar sus estados de ánimo por la forma en que se acariciaba, por la
manera que abría las palmas de sus manos y dedos o pasaba las yemas por las
venas de su pene hinchado. Pero iba más allá, la curiosidad por saber de él, de
su vida y circunstancias comenzó a roerle las entrañas. Noche tras noche pagaba
sus sucias monedas para alcanzar un trocito de cielo. Noche tras noche aguardaba
a que dieran las doce y él entrase en su vida, clandestina pero metódicamente.
Se le fue de las manos. Porque no tardó tiempo en preguntarse por él, por su
vida. Y a falta de una información que no sabía dónde encontrar, le puso un
nombre, le adjudicó un trabajo más convencional e incluso ciertos rasgos
faciales.
Se asustó. Lo necesitaba.
Lo amaba. Sí, quizás fuese esa la palabra. Lo amaba. Decidió una noche que era suficiente.
No se conectó. Y como al drogadicto al que le falta su dosis, esa noche no pudo
dormir, temblaba de nervios y ansias en su cama solitaria. Y como en cámara lenta las imágenes acudieron
rebobinándose en su mente: sus manos morenas acariciando la base de su polla, sus
dedos deslizándose despacio hasta el glande, que se abría perlado de humedad,
como una flor anhelando el rocío de su boca. La soñaba lamiéndola; la pensaba
llena en su boca, en su vientre, acogida por sus manos. Y era ella quien
acariciaba sus testículos, quien presionaba y pasaba los pulgares por las
gotitas que brotaban en su capullo, savia que ella bebía sedienta. Y el hombre salía
de la pantalla y eran esas manos morenas, que ella ya conocía tan bien, las que
buscaban sus senos, huérfanos de ellas desde el mismo día que las vio por
primera vez. Y eran sus pulgares los que rozaban sus pezones afilados, su
vientre plano, sus pliegues más íntimos, buscando su agua, sus ganas y gemidos.
Y los ahogó con la almohada. No lo soportó.
Temblaba como una niña pillada
en falta cuando regresó a él. Y diría… diría que él se había percatado de su
ausencia y la esperaba. Sí, la añoraba y esperaba. Esa noche él se lo hizo
lento, muy leeento, pausado y sensual, moviéndose como felino que ha detectado
a su presa y la observa para comprobar cómo mejor abordarla, rendirla y conquistarla. Ella
miraba extasiada la pantalla. Acercó su mano como niña de poltergeist y lo
tocó. Se bebió sus propias lágrimas.
Entonces lo supo. Se dio
cuenta. Había algo, había algo que lo hacía perversamente sensual y excitante. Algo
que se le había escapado hasta ese preciso instante. La mano del hombre se movía
como de costumbre, ahora era la izquierda, solía presionar con ella cuando la
erección alcanzaba su culmen. Algo brillaba en su dedo. Lo supo, era deliciosamente
perverso. Polla, mano, brazo, el reloj varonil, todo ello la excitaba, pero lo
que más aquello: la alianza que brillaba en su dedo anular. Aquel hilo dorado
lo humanizaba. Se sintió presa de un deseo irracional. Y cerró la web a pesar
de que quedaba saldo en su programa.
Uol
Música: Try, by Pink
Vídeo subtitulado en español de Try, by Pink
Yo pienso que las webcams son adictivas. Como el tabaco. jejeje
ResponderEliminarYo ya he hablado en algún articulo de mi blog sobre estos temas.
www.malagasensual.blogspot.com
saludos.
¡Que se ponga un parche!
EliminarMe da a mi que el otro trabajo temporal que se tomó su pareja era de modelo de automasajes frente a webcam.
ResponderEliminar:)
EliminarEs una posibilidad, lo extraño es por qué no lo reconoce. ¿O sí lo hace?
Si que lo reconoce, verlo le pone y también pensar que otras lo están mirando.
EliminarVaya vaya, retorcidita ¿eh?
EliminarA veces es necesario tomar distancia para ver bien las cosas, aunque a este muchacho se le ve venir desde lejos auggggg
Siempre es un placer leer lo que escribes. Intensas palabras.
ResponderEliminarUn saludo!
Muy amable, Hylia.
EliminarSaludos!
Coño! Digo: Nabo!
ResponderEliminarAbrir el bloguer, y encontrarse con esta foto en primer plano, impresiona. Y no soy sopechoso (creo).El anillo he tenido que buscarlo tras leer el texto, magnífico, como siempre.
No sé si en una clínica la podrán desenganchar de esto.
Va a ser difícil, sí jeje
EliminarEl señor de los anillos...
ResponderEliminary el morbo de lo prohibido...
Menuda combinación...
¡Muy bueno, Manolo!
EliminarCombinación destructiva si se vuelve obsesiva.
Un abrazo!
¿No te gustan los tatuajes?
ResponderEliminar;D
Jajaja. Nunca me defraudas, Torpe. ¿Es en eso en lo que te has fijado?
Eliminar¿No hay nada más llamativo?
(Es para garantizar el anonimato de la criatura jajaja)
Bueno, eso y la cadena quinqui...
EliminarNo aprecio nada más fuera de lo normal.
Jajaja Es que cuando hay un buen patrón...
EliminarYo es que soy muy torpe...¿por que cerro la camara?
ResponderEliminar¿Y qué te hace pensar que ella lo sabe?
EliminarGracias por quedarte, Maestro de Feria, pero aquí no hallarás respuestas, sólo preguntas.
Bueno, va, por esta vez ;-)
La pasión sin esperanza es aniquiladora. Ella tuvo miedo.
Saludos!