La tarde anterior él había bebido excesivas cervezas. A media mañana tenía una dura reunión con ejecutivos veinte años más jóvenes, bien peinados, afeitados, oliendo a perfume italiano y sin bolsas bajo los ojos.
El alba se alzaba perezosa tras los cristales. La rubia sin nombre que se acercó a él en el último garito de la noche, dormía a pierna suelta entre almohadones. ¿Qué estaría soñando?
Le dolía la espalda, los riñones; tenía resaca. Pero debía intentarlo. Ya no era lo mismo, y lo sabía. Pero no lo aceptaba. Su danza nupcial hace tiempo que había quedado atrás, engullida en el marasmo de un divorcio amargo. No es lo mismo. Ya nada es lo mismo.
La marilyn de pacotilla se despierta y lo pilla en infructuoso intento. Se ríe y le arroja un almohadón. Él quiere pensar que lo reclama en el lecho y no es una burla acerada.
También anoche lo intentó.
El espejo esta mañana se lo ha gritado. Ya no es lo mismo. ¿En qué momento dejó de ser lo mismo? No prestó atención. No lo sabe.
El espejo esta mañana se lo ha gritado. Ya no es lo mismo. ¿En qué momento dejó de ser lo mismo? No prestó atención. No lo sabe.
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