La primera vez que la vio, su
profesor de arte le puso las manos en ambas tetas. La mitad de la clase se ruborizó
y la otra mitad quedó fascinada.
− Ésta es la representación de
la fertilidad, éste es el ideal de belleza de nuestros ancestros. He aquí una
Venus.
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Venus de Willendorf |
Nunca había visto nada igual,
era sorprendente. El profesor permanecía con las palmas de las manos sobre aquellas
tetas desbordantes y excesivas, y las risitas eran ya ahora claramente
perceptibles. La Venus oscilaba sobre la pantalla y en la calva del vehemente
profesor se reflejaba lo que parecía un casco.
− Menudo peinado más moderno
lleva, a base de trenzas −apuntó a mi lado Lou.
Pero mis ojos y los de toda la clase
se fueron a la vulva, marcada y visible.
− Podría representar la fecundidad, la madre-tierra, quizás protegía a los campos
y las cosechas. Hay quien opina que era una cazadora-recolectora, alguien con
poder− el profe lascivo había soltado por fin las piezas.
− O una tía buena, ¡no te jode!−
siseó Javi, y Lou lo miró despectiva.
− Parecen las peras de mi
abuela − dijo Marcos, y media clase, que lo había oído, se descojonó.
− Pues no le extrañe, García, pudiera
ser que los prehistóricos amasen estas formas voluptuosas como canon de belleza
femenina, asociada a la maternidad. Perpetuarse era imprescindible en aquellas
épocas tan azarosas y aciagas.
−Más bien amasasen− casi ni se le escuchó a Fer.
− Le pones un bañador negro con
cazos y es mi vecina la Mary –esta vez fue Pili la que se lanzó a opinar.
Pero yo seguía pasmado, no podía
apartar la mirada de aquella mujer diminuta mientras el profe seguía dando detalles
más técnicos de altura, tamaño y calidad de la piedra. Lou apuntaba todo a mi
lado y me miraba de reojo.
− ¿Te pongo un babero? – se burló−.
No sabía que te gustasen las gordas.
¿Qué podía explicarle? Había
algo significativo que se me escapaba en aquella figura paleolítica, algo que
llamaba mi atención como un enigma que no sabía resolver.
− Es llamativa −dije
estúpidamente por salir del paso.
Lou me miraba burlona, con esos
ojos que te atravesaban de cabo a rabo y volvían tu cerebro del revés,
descifrando de paso toda tu información antes de que uno mismo supiese que
estaba allí.
−Parece… –balbuceé a mi pesar−
parece que inclina la cabeza, como mirándose o como si se avergonzase.
− Quizás a pesar de estar
despelotada, es tímida –me acabaron de taladrar las pupilas increíbles de Lou.
− Quizás su novio la esté mirando−me embalé−. Quizás es su primera vez: se expone ante él. Y a pesar de lo que dice el columnas, no se siente poderosa y
maternal, sino cohibida y sensual.
Me pareció percibir que las
pupilas de Lou se dilataban, su boca se curvó casi imperceptiblemente. El corazón
me dio un vuelco. ¿Y si…? Fue sólo unos segundos. Entonces ella atacó de nuevo:
− Claro, por eso aprieta las
piernas y junta las rodillas, no vaya a ser que se le cuele dentro el maromo y
le haga un bulto. ¡Tal que ahora, la Venus ésa!
− A veces da asco que lo resuelvas
todo – mi voz sonó más dura de lo que pretendía. Sé que ella no lo hacía por
joderme, es que no se le escapaba una.
Palideció. Le tembló la
barbilla. Esta vez no vi sus pupilas, desvió la mirada hacia la siguiente venus
esteatopígea.
A
todos los que a los diecisiete (y a los… taitantos)
confunden timidez con soberbia.