viernes, 30 de diciembre de 2011

Inglesas

−A veces me gustaría ser inglesa.  
− ¿Por qué? ¿Para andar en medio de una ventisca en sandalias y sin medias? 
−No, porque carecen del sentido del ridículo.
−Lo sabes tú que conoces a tantas. 
−Por lo menos eso es lo que pasa en las pelis. Bridget se sube a una mesa con pompones en la cabeza y canta que es para suicidarse, y no pasa vergüenza y encima a Hugh Grant se le pone dura. 
Bridget Jones
−Son pelis. 
−Que no, ojalá yo saliera airosa de esas situaciones como los ingleses, como los ingleses de las películas, con una frase ingeniosa y cara de póker. Los españoles somos el pueblo con el sentido del ridículo más exacerbado. 
− ¿Qué te ha pasado? 
− Algo parecido. 
− ¿A qué? Explícate. 
− Yo también metí la pata en la cena de empresa de navidad. 
− ¿Bailaste y cantaste encima de una mesa? 
− ¡Que graciosa! No, me tiré a mi jefe. 
− ¿De verdad? 
− No, boba. 
− ¡Me estás liando! 
− Yo también me puse en evidencia. 
− ¡Y quien no, alguna vez! 
− Es que fue de padre y señor mío. 
− Cuenta de una vez, seguro que no fue para tanto.
Está bien, valora por ti misma. Panorama: Cena de navidad de empresa (Ok). Modelito escotado nunca visto en la oficina por lo festivo y escaso de tela (Ajá). Caña a las nueve con grupo pequeño en bar de al lado del restaurante. Chistes verdes para calentar motores. (Lo de siempre). Chascarrillos repetitivos y frases manidas (Ídem). Entramos al restaurante. Maniobras para no quedar sentada al lado del mofeta ni en el sector muermo. (¿También hay un tufas en tu oficina? Sí, chica, debe ser un personaje puesto por el ayuntamiento en todas las empresas).Vino a raudales desde los aperitivos. Intento de chistes soeces por parte del melenas. (¿Está bueno el melenas? No tiene melena, le llamamos así porque es un cuasi sesentón calvo y se deja caracolillos en la nuca, un espanto). El melenas cuenta los chistes supuestamente verdes mirándome a mí. (Ja ja ja) Pongo cara de póker. Pero para cuando me he trasegado dos albariños y tres riojas, respondo a sus provocaciones (Ay, madre). Que el sexo oral es el pan nuestro de todos los días para las que nos hemos destetado en los noventa (¡Y en los ochenta ya ni te digo!); que hacer una mamada no es una cochinada transgresora, que eso sería en los sesenta y en su pueblo (¡La rehostia! ¿le dijiste eso?); que las mujeres de ahora hace tiempo que habíamos descifrado el mensaje de la Piedra Roseta de la masturbación y que teníamos un pequeño arsenal de maquinaria sustituta del varón que nos facilitaba unos orgasmos rápidos e intensos (Me parto). Y todo esto a grito pelado hasta que me doy cuenta de que las tres cuartas partes de los comensales han dejado en el aire el rape salvaje o el solomillo y me miran con cara de guasa. (Que bestia ja ja ja, ole mi niña liberada). De repente me subió a la cara el rubí del rioja y me senté, avergonzada. Porque a mitad de soliloquio me había levantado como anfitrión dando discurso programático. 
¿Y el melenas qué dijo? 
−Ni puto caso, creo que fue el único que no me escuchó. Ya sabes como es esta gente, sólo se escucha a si misma. 
−Pues chica, no fue para tanto; peores son las exaltaciones alcohólicas en fase karaoke. 
−Es que lo peor vino después. 
−Ay, Dios, ja ja ja. ¿Y qué fue? 
−Panorama: nos saltamos la fase café en otro local y pasamos directamente a pub de edad intermedia donde las cuasi sesentonas se ponen a bailar el baile de los pajaritos o similar. 
Pa suicidarse. Sigue. 
−Ni falta hace que te diga que estaba piripi perdida. 
−Y cachonda, lo sé. ¿Qué? Nos conocemos, el alcohol te pone cachonda. A ti y a media humanidad. Sigue contando. 
−Me fui al servicio y en la cola (como siempre un puto baño para cincuenta mujeres) despotriqué con lo asexuados que estaban los tíos y la falta de tiros en la recámara; pólvora mojada, chicas, ya no hay remedio; pero nos van a fabricar unos madelmanes a medida de cada una con las prestaciones a la carta. Me giré con un ataque de risa y allí estaba él, mirándome con cara de acelga, igualito a Colin Firth cuando Bridget se burla de su jersey con reno. Aquí fue cuando me hubiese gustado ser inglesa. Pero sólo pude decir: me meo. 
−Ja ja ja, ¿y te parece poco inglesa la respuesta? 
−Una mierda clavada en un palo. 
Colin Firth (Mr. Darcy) y su jersey con reno
−Ok, ¿pero quién era el fulano? 
−El jefe de la planta segunda. 
− ¿Y estaba en la cena? 
− Y tanto, éste sí que no perdió palabra de mi discurso. Mira que hice tiempo en el servicio hasta que aporrearon la puerta las que aguardaban, pero cuando me atreví a salir esperando haber recompuesto la poca dignidad que me quedaba, allí estaba él, aguardando por mí para torturarme. 
− ¿Y está tan bueno como el Firth? 
− Sueñas mucho tú. 
− Aggggg ¿Y qué ocurrió? 
−Hice como que no lo había visto y tomé las de villadiego en dirección opuesta pero sentí un tirón en el brazo. El muy descortés me había hincado el diente y no soltaba la pieza. “No me pidas kleenex que no tengo” 
− ¿Por qué rayos le dijiste eso? 
− ¿Y qué querías que le dijese? ¿Olvidas que no soy inglesa? 
− Pero... pero... 
− Achispada, avergonzada y saliendo del wáter, no es una situación muy glamourosa, la verdad. 
− Bridget tampoco sabría qué decir. 
− Sí lo haría, cualquier estupidez supina que sin embargo quedaría de miedo. 
− En pantalla con todos riéndonos. Tú no te das cuenta de que lo que al espectador le hace reír, mortifica al personaje. 
− No me cambies de tema. 
− No cambio nada. Bueno, sigue. 
−Él hizo como que no había oído la tontería... 
− Igualito a lo que haría el encantador de Mark Darcy. 
− Igualito no, que me agarró por el codo y eso me descompone. 
− ¿Qué te garren por el codo? ¿Y qué más da? 
− ¡No da, no da! Si te ponen la mano en la cintura, rodeándola y como empujando figuradamente, es un gesto sensual o sexual, que invita a la intimidad. Si te agarran por el codo y empujan, pareces una pobre tarada a la que hay que guiar por el mundo. 
− ¿Pero no estabas borracha? ¿A qué ese análisis? 
− No lo estaría tanto porque me dio tiempo a todo. 
− Buenooooooo. 
− El caso es que me asió el codo y me empujaba pasillo adelante enseñando dientes (muy blancos por cierto) y diciendo me lo tienes que aclarar. Yo estaba negra. 
− Sigo sin saber si el tío te mola o no. 
− Pero que más da eso, déjame terminar. 
− No da igual, no da. Porque si te mola ya sé como va acabar el cuento y si no te mola, entonces foi unha desfeita
− Pues si ya lo sabes todo, no sé a que viene tanto interrogatorio. No sigo. 
− Noooo, no, me callo, me callo. Cuenta, porfi, porfi... 
− No seas niña, ja ja ja, vaaale. Yo avanzaba a trompicones hasta la barra con el codo por delante y él con la cantinela me lo tienes que aclarar. “¿Pero qué te tengo que aclarar?” “Todo”. “¿Todo?” “Todo, la Piedra Roseta, el pan nuestro de cada día y la artillería que guardas”. Me dio la risa, no lo pude evitar. De pronto la situación me pareció muy graciosa y él muy guapo. 
− Ajá, hubo tomate. 
− O te callas o no sigo. 
− Pues al grano. 
− El grano fue que le respondí que había quedado todo aclarado en exceso. “Ah, no, yo no estoy dispuesto a que me sustituyan por un maldeman de plástico, ¿era así? Uno de ésos con la pólvora mojada o sin pólvora o lo que sea. A mí me lo vas a explicar todito letra por letra”. Y me miraba serio pero sus ojos se desternillaban de risa. Y aquí entró en escena la pantera que llevo dentro... 
−...Y el gintónic sumado a lo anterior... 
−...Y mira que eres pesada... 
−...Y lo siento... 
−...Y le dije ¿y piensas que serás buen alumno, diligente, aplicado y sagaz? “¡No lo sabes tú bien!”. “Muy seguro te veo”. “Mi máxima es mejorar y aprender, así que no veo por qué no voy a ser un alumno aventajado”. Primera lección (se le abrieron los ojos como platos): no sujetes a una mujer por el codo, no es una niña desamparada a la que hay que encaminar. Le tomé de la mano, ¿tu abrigo? “Aquí”. Pues vamos y seguimos con la lección en mi casa, yo sólo doy clases particulares. 
− ¡Qué valor! 
− Ahora estoy que no respiro. El día 2 vuelvo al trabajo y me muero de vergüenza. 
− No me digas más: fue un desastre. 
− No, ¿cómo van a ser un desastre mis clases particulares? 
− Claro, claro, disculpe la señora catedrática. ¿Entonces? 
− ¿Cómo que qué entonces? Imagínate el panorama: Piedra Roseta, el pan nuestro de cada día y la artillería, todo el muestrario. A ver cómo lo miro a la cara el día 2. 
− Mirándolo. ¿Y por cierto... aprobó? 
− Con nota. 
− Te odio. Dame detalles. 
− El próximo día te lo cuento. 
− ¡Y yo me lo creo! 
− Aquí lo verás, letra a letra. 
− ¡Putas cenas de empresa, y yo que no me como un rosco! 
− Queda el roscón de Reyes, siempre te puede tocar el haba. 
− ¡Ve a que te jodan! 
− A ver si el día 2. 

Uol Free

Esta historia se relaciona con otra cena de Navidad que puedes leer aquí.

jueves, 29 de diciembre de 2011

En Navidad...

     Las celebraciones por las fiestas de navidad a veces acarrean sorpresas. 
Proximamente...

sábado, 17 de diciembre de 2011

Oscuro

Nunca comprendí por qué su deseo era oscuro y dramático como una canción de Evanescence.




Nunca comprendí por qué me buscaba.

Nunca comprendí por qué huía con la mirada esquiva.

Nunca comprendí por qué regresaba.

Nunca comprendí por qué negaba la satisfacción que en mí hallaba. ¡Si sonreía como un niño cuando se refugiaba en mis brazos!

   Pero hay personas con oscuras aguas chapoteando en sus entrañas. Y su música de fondo es el grito hacia la nada. Como una canción de Evanescence sonando en medio de una noche helada. 



martes, 13 de diciembre de 2011

La sirenita

         Era el último tramo del trayecto previsto. No todos extendían el camino hasta el mar, pero a él le parecía impensable no cumplir con el último ritual, llegar al Finisterrae. Pero la tormenta se había desatado encima apenas a unos cinco quilómetros de la meta. El viento arreciaba y arrastraba agua que caía con fuerza e intensidad. No tenía donde refugiarse y decidió continuar hasta su destino. La noche cayó al tiempo que percibía el olor marino. Empapado y ya desanimado, vio de pronto alzarse la torre en lo alto del promontorio y la luz del faro estalló ante sus ojos. Empujó la puerta pero estaba cerrada, la golpeó y tocó el timbre que descubrió, pues percibió luz en lo alto de la torre. Al poco le franquearon la entrada. Una mujer de rostro asustado lo contemplaba como quien ve un fantasma. Iba a decir algo cuando se fue la luz dentro de la torre y el generador silbó al activarse. Entonces la mujer lo tomó de la mano y lo introdujo algo bruscamente en el cuarto que cobijaba el arranque de la escalera hacia el mirador de la torre. 


    Tenía una mirada alucinada, parecía un espectro, con la negra melena desaliñada. Me despojó de la mochila y el impermeable empapado y yo me dejé hacer sin preguntar nada, tenía la sensación de estar en medio de una escena cinematográfica. Era muy guapa, de grandes ojos negros y el deseo desbordaba su mirada. Yo tenía las manos muy frías y ella las cobijó en sus axilas. Aquello me pareció raro y tierno a la vez. No sabía qué hacer, ella me besó y tiró de mí escaleras arriba. Fue el polvo más alucinante de mi vida. Sexo con una hermosa desconocida en lo alto de un faro en plena tormenta, con el viento y la lluvia golpeando los vidrios y su mirada felina prendida en la mía. Sexo sin preguntas, sólo goce. 
      Pero las preguntas llegaron después. Y las formulé yo, sorprendentemente. 
      Ahora ella viene a verme, después de meses de correos-e y videollamadas. 


       Se preguntaba si sería lo mismo. Ahora era ella la que estaría fuera de su ambiente. Aquellos meses de charlas pretendían mantener conectado el fino hilo que los ligaba al recuerdo de aquellos días ajenos a su realidad en el faro atlántico. A ella no le parecía conveniente mantener una relación epistolar, pero no había otra manera, ¿cómo justificar la visita si no había una continuidad en su relación? ¿Podía decirle, oye, Anker, que me voy a echarte un polvo, que el invierno se me cae encima? Estoy desconocida, pensó. Pero hasta ahí llegó toda reflexión; los besos, la piel de Anker, sus habilidosas manos y su polla siempre dispuesta eran argumentos indiscutibles.


           

        Los días previos ella consultó la previsión meteorológica, esperanzada ante el recibimiento de una ciudad nevada, pero la temperatura mínima no iba a bajar de tres grados positivos y no se esperaban lluvias. 

     Anker la esperaba puntual en el aeropuerto y la sala de llegadas fue testigo de besos alegres y desenfadados. No hubo resquemor, no hubo indecisión, no hubo dudas ni incertidumbre después de casi nueve meses. Nada parecía haber cambiado, excepto el tatuaje que el danés se había hecho en el brazo. Ella lo había descubierto cuando le arrancó la ropa en un arrebato similar al de la primera vez. Sin planearlo parodiaron aquel primer contacto: la llegada del joven al faro tras el Camino, pero ahora con premeditación y teatralidad, siguiendo un guión que ambos conocían.

 ¡Ah, de la torre! Abrid a este pobre caminante que se presenta humilde en esta santa casa.
 Decidme, ¿qué pretendéis? ¿cuáles son vuestras intenciones?
       Busco cobijo, la noche es boca de lobo y de buen cristiano es alojar a un peregrino que apela a la bondad de vuestro corazón.
        ¿Expiáis pecado acaso?
 Todos somos pecadores, aunque seguro vuestra escasa edad os ha impedido cometer pecado alguno.
  (Gentil es el mozo y educado parece) Os ofrecería cobijo, mas estoy sola en este mi castillo y mi buen nombre protejo con ahínco. 
 (Hermosa es la doncella, ¡pardiez si no aprovecho ocasión tan venturosa e hinco yo otra cosa en honradez tan trabajosa!) Nada debéis temer, mi señora, que soy caballero que en nada puede ofenderos. Pero si es por pudor, poca cosa necesito, la cuadra de las acémilas será mi cuarto esta noche, y quizás una taza de sopa ardiente que calme el frío de este mi cuerpo doliente.
    (¡Qué labia tiene el doncel! Nada me fío de él, pero es apuesto y gallardo y harta estoy de insulsos caballeros honrados) Pasad, pues, al hogar. Yo mismo os serviré un potaje caliente y una hogaza de pan, que nunca una Ordóñez ha dejado al raso a un cristiano desamparado.
        Muy honrado, señora.
        ¿Y vuestro caballo?
  Robármelo han a diez leguas de aquí, pero bien hecho está si por ello mis pasos me han traído hasta vós.
  ¿Dónde habéis aprendido galanuras tales? (Nuestra Señora me asista, qué cuerpo tiene el tal, despojado de la capa parece colosal)
  En corte vikinga he morado y allí he aprendido costumbres singulares (qué piel, qué labios, qué senos se intuyen bajo el manto labrado).
    Acercaros a la lumbre, pero... ¡el Señor nos valga!, estáis empapado, sacaos las calzas, mester es que a secar las pongamos, no vaya a ser que los humores fríos atrapen vuestras médulas vitales.
    Ni un segundo me tardo, vuestras palabras son órdenes celestiales. (Picarona me va pareciendo la dama, qué extraño)
     Estáis helado (el diablo me confunda, qué brazos, qué cuello de toro, qué manos...); yo os ayudo sin reparo.
−  ¡Qué delicadas vuestras manos! Y qué sedosas las guedejas que de la toca caen enmarcando rostro tan claro.
        Atrevido sois, mas dejadme que el calor de mis manos devuelvan el color a vuestros labi...
        ¿Decíais?
  Que unas friegas os doy para desentumecer vuestros brazos que, de paso, os digo, qué fuertes son, qué torneados, qué bravos.
  Vós también estáis fría, ¿no tenéis acaso acomodo más cálido?
      A mis aposentos, pasad, romero norteño, que descubrir quiero... el resto del paño.
        (Vencida la tengo, pardiez, ya es mía esta gacela sin amo). Vuestro soy y mostraros quiero, lo que para vós guardo.
        ¿De qué se trata?
        Vuestra mano dadme y tocad sin reparo.
 ¡Cielos, tremendo tamaño! (Más cerca quiero verlo, esto perderlo no pienso). Prieto estáis bajo calzas mojadas, mejor las ropas quitad y meteos en la cama.
        (Con tino habla la desvergonzada) Así lo haré, señora, mas a vós también os estorban las sayas. Venid a mi vera, señora, que muerto de amor me tenéis al contemplar hechuras tan placenteras.
  Mi boca llama a vuestros labios; apagad esta sed que tengo desde que al portón de mi torre os habéis acercado. (Qué locura, qué arrebato, perdida estoy, me lanzo a sus brazos)  ¿Qué dulce néctar habéis depositado en mis labios que sólo quiero perderme en la fuerza de vuestro abrazo?
    Es la pasión que inunda nuestro ánimo. Señora, os lo pido, ¡dejad que os muestre cuánto os amo!
        ¿Y puedo yo ahí besaros?
        No solo podéis, sino que debéis, es manjar grato para paladar tan delicado (loco estoy, no me lo creo).
        ¡Hummm!  Sabroso sois, ¡yo me relamo!
    Chupe, fermosa mía, chupe y verá que regalo.
     (Nunca tal cosa vi, parece de caballo) ¿Así le complace, mi doncel gallardo
  Lo hacéis muy bien (Parece que ha practicado).
        ¿Y no tengo yo semejantes regalos?
     (Curiosa es, no puedo negarlo) Tumbaos, pues, y relajaos.
        Ayyyy, mi caminante eslavo, cosquillas me hacéis, voy derecha al infierno malo.
  (Ésta, de la cabeza, me arranca los pelos ralos) Calmaos, calmaos, que aún no he rematado.
        ¿Más hay... y no me habéis contado?
 En vós quiero entrar, mas no quiero deshonraros (a ver si obligado me veo después a remediar lo pasado).
    Permiso ya os he dado, dejaos de lindezas, caballero, que está el caldo esperando el nabo.
−  (Loco me tiene, es dulce y perversa la damisela). Aquí empuño mi ariete para derribar la puerta cerrada. (Suave está la condenada, más mojada que de fraile copa sagrada)
        Oh, mi señor, qué dulce muerte, qué goce, qué éxtasis siento en mi vientre, no ceséis ni un momento en clavarme vuestro miembro lozano.
        Pronto, señora, descargaré lo que para vós he guardado.
        Detente, valiente, que aún no es momento de dejaros.
  ¿Cansada no estáis, mi señora? (Lo que aguanta la doña es cosa maligna, ¡está claro!)
        Seguid, seguid, que ya noto que sube algo desde abajo y en la cabeza me estalla tal arrebato.
        (Si salgo de ésta, pardiez, me hago monje franciscano) Me voy, mi señora, ya el éxtasis alcanzo. AHHHHHHHHH
        AGGGGGGGGGGG....
 (Rosada está como granada en pleno verano).
        Ahora a Santa Teresa comprendo...
        (¡Y yo al diablo!)
      Besadme de nuevo, mi dueño. Estoy feliz como gata en el tejado.
        (Gata era, me queda claro, pero también hermosa y amorosa; perdido me veo en este lugar apartado) Todos los de mundo pienso yo daros, si consentís, señora, en que sea vuestro esclavo.
        Sea, si permitís que yo la vuestra, mi amo.



− ¿Me he dormido?
− Un buen rato.
− Hummm...
− ¿No quieres ver la sirenita antes de irte? 

− Psss...
− ¡Pero si es un monumento nacional! 
− La verdad es que ya la conozco. Hace tres años me hice una caminata infame y casi ni la descubro en esa orilla sucia de ramas y piedrajos. ¡Es enanita! ¡Al fondo sobresalen chimeneas! ¡No sé a que viene tanto revuelo!
¡Oh! 
−En realidad pensaba visitarla de nuevo, pero porque imaginaba que con nieve se vería más bonita e idílica. 
− Hum! 
− Ya que no ha nevado ¿por qué no jugamos en vez de visitar la sirenita? 
− ¿Jugar, a qué? 
− Yo soy la sirenita y tú el náufrago de un barco.


Uol Free

Esta historia comienza en El Faro

Reencuentro
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