Dicen que sólo el 0,7% de la población tiene el pelo rojo. Es un gen que se pierde al combinarse con otros. Mal asunto en una época donde la mezcla intercultural y racial es habitual, incluso deseable. Pero hay millones de mujeres que se tiñen el pelo de color cobre, desean ser pelirrojas. No sé de hombres que hagan lo mismo. ¿Será porque en el ideario masculino las pelirrojas somos apasionadas y volcánicas en el sexo?
Yo soy pelirroja, genes celtas, of course! Lo raro es que en este instante soy la única de mi familia. Mi bisabuela también lo era. No soy la primera a la que le suceden este tipo de saltos genéticos en su árbol genealógico.
Ser pelirroja es mi cruz. Soy una pelirroja típica, eso incluye cejas y pestañas, piel de alabastro y pecas. Sí, también mi vello púbico es rojizo, ya sé que os lo estabais preguntando. Mis ojos, en cambio, no son grises, eso al menos compensaría mi tribulación; pero son del mismo color panocha que las pilosidades de mi cuerpo.
Ya sé que las miles y miles de mujeres que se tiñen de color caldera la cabeza e incluso las cejas no entenderán mi queja. Ya tengo por delante la etiqueta de apasionada, los hombres se acercarán a mí para iniciar la conquista; sólo tengo que menear mi abundante cabellera ondulada a lo Gilda y los hombres caerán rendidos a mis pies. Ya. Seguro. Soy pelirroja y bien parecida. Tengo buen cuerpo. No va por donde pensáis mi escepticismo.
Desde hace siglos se ha marcado a las pelirrojas. Se las ha estigmatizado desde los primeros tiempos. Las de cabello rojo eran malas mujeres. La escasez de ese color supongo que las hacía únicas y especiales. Así, pintaron a María Magdalena como a una putilla de cabello rojo que tentó al mismísimo Hijo de Dios. Desde entonces no hemos levantado cabeza. La Inquisición también colaboró en fijar esta idea en la iconografía mental e hizo su trabajito: se dedicó a quemar en la hoguera nuestras blancas y pecosas carnes, pues nuestro pelo rojo no era más que la marca del trato carnal con el mismísimo diablo. Claro que primero las violaban para ver si la leyenda que ellos mismos se encargaban de propagar era cierta, quizás así podrían exorcizar al demonio a través del sometimiento del cuerpo de las pobres infelices. Es lo que tenían aquellos curitas sádicos y libidinosos, que eran hombres lascivos, reprimidos e hipócritas. De ahí que las madres obligaran a ocultar los cabellos pelirrojos de sus hijas con pañuelos para no delatarse, no fuera a ser que se las llevaran o las acusaran a ellas mismas de tener hijas del demonio, tanto valía para quemar la madre como la hija. En resumen, las pelirrojas eran brujas que lascivamente fornicaban con Satán o directamente eran hijas de Lucifer. Bonito
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La joven de la Perla de Vermeer |
panorama. Así durante siglos. Si hasta la criada de Vermeer ocultaba su mata roja por vergüenza y el artista se la meneaba sin descanso. Bueno, eso es lo que han intentado hacernos creer, todo por explicar el misterio de la joven, otra calumnia más sobre las pelirrojas.
A los pintores, en cambio, les encantaba dibujar Magdalenas semidesnudas y arrepentidas (¡ay, esa censura eclesiástica, cuánto hizo discurrir!), con su hermosa y espesa mata de pelo rojo y rizo cayendo sobre el torso y apenas ocultando los senos gráciles o llenos, según la moda del momento. A la otra María, a ésa no la pintaban pelirroja, no. La madre de Dios era inmaculada, ¡cómo iba a ser pelirroja!
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Magadalena penitente de Giampietrino |
La que no se libró de la representación fue Eva. Sí, que mayor pecadora que ella, la que con su sabia curiosidad e inteligencia nos expulsó del paraíso, que de paso, menuda mierda de Edén, todo el día pasmando con risa boba, dando saltitos entre las flores del jardín y sin hacer otra cosa que dar gracias a Dios. Eva fue otra magnífica y putísima pelirroja. Y si no la ponen en plan zoofilia con la serpiente es porque ya era demasiado, pero la consabida escena fijó otro estigma para mis congéneres: la de la pelirroja boba. Eva fue boba porque se dejó seducir por las promesas de la serpiente. ¿Aún pensáis que no tengo razones para quejarme por ser pelirroja?
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Eva, por Durero |
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Adán y Eva, por Tamara de Lempicka |
Los cómics han retomado el tópico sobre la fogosidad insaciable de las pelirrojas ya popularizada y extendida hasta la saciedad por el cine. Si hasta un pobre dibujo se queja de que sus excelencias no son tales, es que la han dibujado así. Pobre Jessica Rabit, yo te comprendo. A nadie le gusta que su carta de presentación sea: soy pelirroja y por ello, un putón verbenero.
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Jessica Rabit |
¿Y que me decís de los video-juegos? Las heroínas sangrientas de este milenio, las corta-cabezas, las brujas lúbricas que decapitan, ensartan y mutilan son pelirrojas en cueros.
¿Comprendéis ahora mi desconsuelo?
Pero he decidido que nunca más un fulano va a abordarme preguntándome si tengo la pelambrera de abajo de color rojo. Lo malo es que no me decido entre las dos opciones que valoro. Quizás vosotros podáis ayudarme:
a) Me cubro el pelo para siempre con una toca. Sí, me meto a monja de clausura.
b) Viajo hasta algún lugar recóndito del planeta donde acaso mi cabello me convierta en reina de tribu analfabeta.
Pensándolo bien, las dos son buenas. Me han dicho que el confesor del convento de las Agustinas del Santo Martirio está cañón y tiene un hisopo que vale un potosí. Y en la tribu siempre puedo instaurar como prueba de hombría para todos los varones en su paso a la edad adulta yacer con la reina pelirroja y dejarla satisfecha. ¿Qué? ¿No soy pelirroja? Pues eso.
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