martes, 13 de diciembre de 2011

La sirenita

         Era el último tramo del trayecto previsto. No todos extendían el camino hasta el mar, pero a él le parecía impensable no cumplir con el último ritual, llegar al Finisterrae. Pero la tormenta se había desatado encima apenas a unos cinco quilómetros de la meta. El viento arreciaba y arrastraba agua que caía con fuerza e intensidad. No tenía donde refugiarse y decidió continuar hasta su destino. La noche cayó al tiempo que percibía el olor marino. Empapado y ya desanimado, vio de pronto alzarse la torre en lo alto del promontorio y la luz del faro estalló ante sus ojos. Empujó la puerta pero estaba cerrada, la golpeó y tocó el timbre que descubrió, pues percibió luz en lo alto de la torre. Al poco le franquearon la entrada. Una mujer de rostro asustado lo contemplaba como quien ve un fantasma. Iba a decir algo cuando se fue la luz dentro de la torre y el generador silbó al activarse. Entonces la mujer lo tomó de la mano y lo introdujo algo bruscamente en el cuarto que cobijaba el arranque de la escalera hacia el mirador de la torre. 


    Tenía una mirada alucinada, parecía un espectro, con la negra melena desaliñada. Me despojó de la mochila y el impermeable empapado y yo me dejé hacer sin preguntar nada, tenía la sensación de estar en medio de una escena cinematográfica. Era muy guapa, de grandes ojos negros y el deseo desbordaba su mirada. Yo tenía las manos muy frías y ella las cobijó en sus axilas. Aquello me pareció raro y tierno a la vez. No sabía qué hacer, ella me besó y tiró de mí escaleras arriba. Fue el polvo más alucinante de mi vida. Sexo con una hermosa desconocida en lo alto de un faro en plena tormenta, con el viento y la lluvia golpeando los vidrios y su mirada felina prendida en la mía. Sexo sin preguntas, sólo goce. 
      Pero las preguntas llegaron después. Y las formulé yo, sorprendentemente. 
      Ahora ella viene a verme, después de meses de correos-e y videollamadas. 


       Se preguntaba si sería lo mismo. Ahora era ella la que estaría fuera de su ambiente. Aquellos meses de charlas pretendían mantener conectado el fino hilo que los ligaba al recuerdo de aquellos días ajenos a su realidad en el faro atlántico. A ella no le parecía conveniente mantener una relación epistolar, pero no había otra manera, ¿cómo justificar la visita si no había una continuidad en su relación? ¿Podía decirle, oye, Anker, que me voy a echarte un polvo, que el invierno se me cae encima? Estoy desconocida, pensó. Pero hasta ahí llegó toda reflexión; los besos, la piel de Anker, sus habilidosas manos y su polla siempre dispuesta eran argumentos indiscutibles.


           

        Los días previos ella consultó la previsión meteorológica, esperanzada ante el recibimiento de una ciudad nevada, pero la temperatura mínima no iba a bajar de tres grados positivos y no se esperaban lluvias. 

     Anker la esperaba puntual en el aeropuerto y la sala de llegadas fue testigo de besos alegres y desenfadados. No hubo resquemor, no hubo indecisión, no hubo dudas ni incertidumbre después de casi nueve meses. Nada parecía haber cambiado, excepto el tatuaje que el danés se había hecho en el brazo. Ella lo había descubierto cuando le arrancó la ropa en un arrebato similar al de la primera vez. Sin planearlo parodiaron aquel primer contacto: la llegada del joven al faro tras el Camino, pero ahora con premeditación y teatralidad, siguiendo un guión que ambos conocían.

 ¡Ah, de la torre! Abrid a este pobre caminante que se presenta humilde en esta santa casa.
 Decidme, ¿qué pretendéis? ¿cuáles son vuestras intenciones?
       Busco cobijo, la noche es boca de lobo y de buen cristiano es alojar a un peregrino que apela a la bondad de vuestro corazón.
        ¿Expiáis pecado acaso?
 Todos somos pecadores, aunque seguro vuestra escasa edad os ha impedido cometer pecado alguno.
  (Gentil es el mozo y educado parece) Os ofrecería cobijo, mas estoy sola en este mi castillo y mi buen nombre protejo con ahínco. 
 (Hermosa es la doncella, ¡pardiez si no aprovecho ocasión tan venturosa e hinco yo otra cosa en honradez tan trabajosa!) Nada debéis temer, mi señora, que soy caballero que en nada puede ofenderos. Pero si es por pudor, poca cosa necesito, la cuadra de las acémilas será mi cuarto esta noche, y quizás una taza de sopa ardiente que calme el frío de este mi cuerpo doliente.
    (¡Qué labia tiene el doncel! Nada me fío de él, pero es apuesto y gallardo y harta estoy de insulsos caballeros honrados) Pasad, pues, al hogar. Yo mismo os serviré un potaje caliente y una hogaza de pan, que nunca una Ordóñez ha dejado al raso a un cristiano desamparado.
        Muy honrado, señora.
        ¿Y vuestro caballo?
  Robármelo han a diez leguas de aquí, pero bien hecho está si por ello mis pasos me han traído hasta vós.
  ¿Dónde habéis aprendido galanuras tales? (Nuestra Señora me asista, qué cuerpo tiene el tal, despojado de la capa parece colosal)
  En corte vikinga he morado y allí he aprendido costumbres singulares (qué piel, qué labios, qué senos se intuyen bajo el manto labrado).
    Acercaros a la lumbre, pero... ¡el Señor nos valga!, estáis empapado, sacaos las calzas, mester es que a secar las pongamos, no vaya a ser que los humores fríos atrapen vuestras médulas vitales.
    Ni un segundo me tardo, vuestras palabras son órdenes celestiales. (Picarona me va pareciendo la dama, qué extraño)
     Estáis helado (el diablo me confunda, qué brazos, qué cuello de toro, qué manos...); yo os ayudo sin reparo.
−  ¡Qué delicadas vuestras manos! Y qué sedosas las guedejas que de la toca caen enmarcando rostro tan claro.
        Atrevido sois, mas dejadme que el calor de mis manos devuelvan el color a vuestros labi...
        ¿Decíais?
  Que unas friegas os doy para desentumecer vuestros brazos que, de paso, os digo, qué fuertes son, qué torneados, qué bravos.
  Vós también estáis fría, ¿no tenéis acaso acomodo más cálido?
      A mis aposentos, pasad, romero norteño, que descubrir quiero... el resto del paño.
        (Vencida la tengo, pardiez, ya es mía esta gacela sin amo). Vuestro soy y mostraros quiero, lo que para vós guardo.
        ¿De qué se trata?
        Vuestra mano dadme y tocad sin reparo.
 ¡Cielos, tremendo tamaño! (Más cerca quiero verlo, esto perderlo no pienso). Prieto estáis bajo calzas mojadas, mejor las ropas quitad y meteos en la cama.
        (Con tino habla la desvergonzada) Así lo haré, señora, mas a vós también os estorban las sayas. Venid a mi vera, señora, que muerto de amor me tenéis al contemplar hechuras tan placenteras.
  Mi boca llama a vuestros labios; apagad esta sed que tengo desde que al portón de mi torre os habéis acercado. (Qué locura, qué arrebato, perdida estoy, me lanzo a sus brazos)  ¿Qué dulce néctar habéis depositado en mis labios que sólo quiero perderme en la fuerza de vuestro abrazo?
    Es la pasión que inunda nuestro ánimo. Señora, os lo pido, ¡dejad que os muestre cuánto os amo!
        ¿Y puedo yo ahí besaros?
        No solo podéis, sino que debéis, es manjar grato para paladar tan delicado (loco estoy, no me lo creo).
        ¡Hummm!  Sabroso sois, ¡yo me relamo!
    Chupe, fermosa mía, chupe y verá que regalo.
     (Nunca tal cosa vi, parece de caballo) ¿Así le complace, mi doncel gallardo
  Lo hacéis muy bien (Parece que ha practicado).
        ¿Y no tengo yo semejantes regalos?
     (Curiosa es, no puedo negarlo) Tumbaos, pues, y relajaos.
        Ayyyy, mi caminante eslavo, cosquillas me hacéis, voy derecha al infierno malo.
  (Ésta, de la cabeza, me arranca los pelos ralos) Calmaos, calmaos, que aún no he rematado.
        ¿Más hay... y no me habéis contado?
 En vós quiero entrar, mas no quiero deshonraros (a ver si obligado me veo después a remediar lo pasado).
    Permiso ya os he dado, dejaos de lindezas, caballero, que está el caldo esperando el nabo.
−  (Loco me tiene, es dulce y perversa la damisela). Aquí empuño mi ariete para derribar la puerta cerrada. (Suave está la condenada, más mojada que de fraile copa sagrada)
        Oh, mi señor, qué dulce muerte, qué goce, qué éxtasis siento en mi vientre, no ceséis ni un momento en clavarme vuestro miembro lozano.
        Pronto, señora, descargaré lo que para vós he guardado.
        Detente, valiente, que aún no es momento de dejaros.
  ¿Cansada no estáis, mi señora? (Lo que aguanta la doña es cosa maligna, ¡está claro!)
        Seguid, seguid, que ya noto que sube algo desde abajo y en la cabeza me estalla tal arrebato.
        (Si salgo de ésta, pardiez, me hago monje franciscano) Me voy, mi señora, ya el éxtasis alcanzo. AHHHHHHHHH
        AGGGGGGGGGGG....
 (Rosada está como granada en pleno verano).
        Ahora a Santa Teresa comprendo...
        (¡Y yo al diablo!)
      Besadme de nuevo, mi dueño. Estoy feliz como gata en el tejado.
        (Gata era, me queda claro, pero también hermosa y amorosa; perdido me veo en este lugar apartado) Todos los de mundo pienso yo daros, si consentís, señora, en que sea vuestro esclavo.
        Sea, si permitís que yo la vuestra, mi amo.



− ¿Me he dormido?
− Un buen rato.
− Hummm...
− ¿No quieres ver la sirenita antes de irte? 

− Psss...
− ¡Pero si es un monumento nacional! 
− La verdad es que ya la conozco. Hace tres años me hice una caminata infame y casi ni la descubro en esa orilla sucia de ramas y piedrajos. ¡Es enanita! ¡Al fondo sobresalen chimeneas! ¡No sé a que viene tanto revuelo!
¡Oh! 
−En realidad pensaba visitarla de nuevo, pero porque imaginaba que con nieve se vería más bonita e idílica. 
− Hum! 
− Ya que no ha nevado ¿por qué no jugamos en vez de visitar la sirenita? 
− ¿Jugar, a qué? 
− Yo soy la sirenita y tú el náufrago de un barco.


Uol Free

Esta historia comienza en El Faro

Reencuentro
El Faro

4 comentarios:

  1. ¡Qué buena eres! Otro relato excepcional. Y te lo habrás pasado genial escribiéndolo. Tiene toda la pinta del tipo de historia que te partes de risa mientras la compones.

    Sé que la había leído hace años, y me cuesta entender que la hubiera olvidado. Es magnífica.

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    Respuestas
    1. Gracias, Cristian!
      Es cierto, me reí muchísimo escribiendo este texto y jugando a usar un estilo antiguo. Mucho.

      Me alegra ver que revuelves en el baúl para leer textos pasados. Como si tomaras el libro del estante 😄 . Pero es normal que no te acuerdes, tampoco es para tanto 😂😂

      Moitos bicos!!

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    2. Por cierto, es verdad que estuve en Copenhague y que la Sirenita no era del tamaño que pensaba. No es para tanto, me dije. 😎

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    3. Sí, eso de la sirenita ya me lo habían comentado varios. Yo todavía no he podido estar en Dinamarca. Este invierno envié mensajes a algunas granjas a ver si me empleaban para recoger fresa esta primavera, pero no hubo suerte. Y es un tipo de aventura que me gustaría probar algún año.

      Espero que sigas disfrutando al escribir, siempre. :-)

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