Tiene 55 años, dos
divorcios, tres hijos. Quiere volver a casarse porque -ha dicho- ha encontrado
a la mujer de su vida. Eso les ha comunicado a sus hijos, dos de su matrimonio de 16
años con Maribel, su novia de último año de instituto, su amor de apasionados
encuentros en coches y descampados, la primera con la que fue de camping,
despelotados en la cala perdida, oyendo el implacable zumbido del viento sobre
el pinar que los ocultaba en su acampada libre y prohibida; aquélla con la que
se fue de extranjis a Ibiza; la mujer
que amuebló con primor el piso cutre que pudieron alquilar y que les pareció un
palacio porque podían follar y comer, dormir y follar, follar y follar a rienda
suelta sin ocultarse. Maribel, la que lo animó a acabar la Formación
Profesional, la que pidió dinero a sus padres para montar su taller porque
confiaba en sus capacidades; aquélla que lo hacía estar empalmado a todas horas,
aquélla a la que pidió en matrimonio el día que cumplió 26 años. La madre de
sus dos hijos mayores, dos varones sensatos, pese a todo lo sufrido con el
padre; dos hombres ya adultos que lo miran con sorna y ya no con estupor cuando
les dice por segunda vez que quiere casarse con
la mujer de su vida. A Maribel ya no le sorprende ni duele esta negación de
su participación en la historia vital de su exmarido. La partió en dos hace ya
trece años, cuando Julián la abandonó sin aviso ni discusión. Decisión que la
hundió al ver las lágrimas en sus hijos, al no poder dar una explicación ante
aquella deserción. También entonces él acertó a farfullar que había conocido a
alguien. Supone Maribel que a ella también le habrá dicho que era la mujer de su vida.
A Susana la conoció en
el gimnasio al que se había apuntado para bajar barriga. Ella daba clase de
gimnasia de mantenimiento y step. No tuvo escrúpulos en liarse con ese hombre
casado, doce años mayor, que se le insinuaba con descaro y gracia. Julián le
aseguró que hasta que la conoció a ella nunca había follado igual, que el sexo
con su mujer nunca había sido tan intenso y loco (ay, aquellos descampados,
aquellas sesiones maratonianas de sexo en la tienda de campaña, aquel viaje a
Ibiza con petas y coca). Y Susana miraba con desprecio a la legítima, esa mujer
de cuarenta años que no se lo sabía hacer a su Julián, a lo mejor ni se la
chupaba, sería una sosa en la cama (ay, aquel colchón del piso cutre que
tuvieron que cambiar a los dos años, hundido por completo de follar día sí día
también). Se fueron a vivir juntos y se casaron año y medio después, Susana preñada
de su hija Sandra. Estuvieron casados seis años y ocho meses. A Susana el sexo
ya no le parecía tan espectacular y Julián, un hombre aburrido. Y cuando la
ocasión lo dispuso, Susana se enrolló con un chico que preparaba en el gimnasio
las pruebas físicas para las oposiciones a bombero, pero lo llevaban en
secreto, hasta que Julián lo intuyó y ella no lo negó. El futuro bombero le
dijo a Susana que se fuera a vivir con él. Y Susana se largó con la niña a casa
de sus nuevos suegros. Julián quedó desconcertado y, oh, misterio, se citó
varias veces con Maribel para destilar su perplejidad y su rabia. Ella no daba
crédito, y sus hijos exigieron a Julián que dejase en paz a su madre: él le
había jodido la vida, no viniera ahora a llorarle, tan cabrón no sería ¿o sí?
Pensó Julián que apenas
rebasados los cincuenta todo el monte sería orégano, pero lo cierto es que
estaba avejentado, tampoco es que se hubiese cuidado mucho tras conocer a
Susana. Enseguida abandonó el gimnasio. Se había quedado calvo y las ojeras bajo sus ojos ya eran bolsas, no
nos engañemos; y por mucho que se enfundase los vaqueros y sus muñecas portasen
pulseritas de cuero, su aspecto no era juvenil, o acaso fuera lo ya vivido.
Otros a su edad no tenían esa cara de amargura, ese rostro de responsabilidades
pesadas, de camino recorrido. Tres años de soledades, de discusiones con Susana
para ver a la niña, por el pago de la manutención de la cría (¿por qué Maribel
nunca le dio la tabarra con eso?) y, sí, tres años de noches en barras de bar
invitando a muchachas que lo miraban con distanciamiento y sí, también a veces
con desdén y repulsión. Algún ligue trasnochado, mañanas de resaca, copas y
algún polvo -lo reconocía- en puticlubs más o menos estilosos. Hasta que un día
conoció a Saray, treinta y cinco, divorciada, una hija de nueve años, el
exmarido no le paga la pensión a la niña, trabaja en una perfumería, mona,
alegre, juvenil. Me quiero casar con ella, ¿comprendéis?, es la mujer de mi vida. Hasta que la conocí
a ella no supe lo que es el amor ni la pasión, ¿lo entendéis? Toda mi vida la
he esperado, chicos, es el amor de mi
vida.
Uol
No comenta nadie? Vaya, vaya... Este tema parece que hace pupita. ;-p
ResponderEliminarComento eu que cando dis o de "follar e comer, follar e durmir, follar e follar"; menos durmir...todo é o mesmo, non si?
ResponderEliminarTi si que sabes,Chousa!
EliminarCanto boto de menos as túas acertadas palabriñas por aquí!; pero os sabios é o que teñen: están moi solicitados.
Bicos miles!