domingo, 4 de agosto de 2013

Alborada atlántica

   Se había levantado temprano, más temprano  de lo normal, quiero decir. Aquel hotelito tan mono de la foto cuyos gerentes eran unos jubilados alemanes era en realidad una casa destartalada y encalada que daba el pego sólo de lejos, menos mal que la climatología ayudaba para que los mal tapados desconchones y junturas no dejasen colarse lluvias y humedades. La mujer, Ingrid, de unos sesenta años, conservaba su delgadez pero en pago su cara era una cascada de pliegues sobre pliegues, un visillo plegado en los que brillaban pícaros dos ojillos azules. Vestía con túnicas de colores y llevaba el pelo sin teñir, todo blanco y recogido en un moño con cintas de colores, muy hippie ella. A él la barriga se le veía dos pasos antes que a su cara, colorado y rubicundo; uno temía que se desplomara por un infarto en cualquier momento, pero reía todo el rato y la jarra de cerveza parecía ser una parte más de su anatomía. 

Le dieron el cuarto con terracita al mar, y la brisa nocturna refrescaba la habitación, pues al parecer el aire acondicionado se había estropeado y a ella casi le da un patatús, tan mal soporta el calor húmedo, y a punto estuvo de cambiar de alojamiento. Pero la vista de la playa solitaria allá abajo, con pequeños juncos y dunas, le hicieron persistir en la elección. En ese momento, después de dos semanas de débiles lluvias inesperadas, todavía no había más gente alojada en los otros tres cuartos disponibles. Ella se preguntó de qué viviría todo el año aquella pareja de alemanes, hasta que recordó sus nada exiguas pensiones en su lugar de origen. Según le contaron, ella había sido una habilidosa cirujana oftalmóloga y él gerente de una gran multinacional. Y helos aquí, en un pueblo perdido del sur de Portugal, en una casita blanca frente al Atlántico. Si nuestra protagonista acabó allí no fue sólo por la foto de la coqueta y rústica casita con vistas sobre el mar que descubrió en una página alemana en internet. Vivió allí hasta los dieciocho años: sus padres eran emigrantes; cuando regresaron, la obligaron a retornar con ellos y ella no tuvo argumentos para negarse. Lo que en realidad inclinó la balanza por aquel hotelito no fueron las vistas ni la supuesta eficacia alemana de los gerentes sino porque admitían perros. Y ella no iría a ninguna parte sin su Vera. 

Por qué a los cuarenta y dos años ella viajaba sola con su perra sería largo de contar. Pero podría resumirse en una palabra: exceso. Exceso de vitalidad, de independencia, de pasión, de exigencia, de lucidez.

Durante dos días paseó por la playa, fue a cenar al pueblo un tamboril de pescado y mariscos; leyó tumbada y semioculta en las dunas, la mirada bajo una gran pamela extravagante y ridícula que compró precisamente por eso. Quería sentirse mujer misteriosa de buen ver que viaja sola y esconde un gran misterio. Sólo faltaba que como en las pelis apareciera el galán de turno, joven, desde luego. Ella sería una especie de Diane Lane pero culona, no te engañes Sara.

Como he dicho ya, ella madrugó esa mañana. ¡Cómo es la vida! Siempre aborreció madrugar, ella era noctámbula: todas sus brillantes ideas surgían en cuanto las luces de las farolas se encendían al atardecer. Aún ahora, cuando al final de la playa veía iluminarse las luces retorcidas del puerto del pequeño pueblo, aún ahora se encendían las luces de su pensamiento como flashes que la deslumbraban y la conducían a una vorágine de ideas que debía reprimir. Tampoco quiso nunca un perro, nada más odioso que una mujer sola con su perrito faldero. ¿Qué venía después? ¿Darle besitos en la boca al perrito? Aggg, ni muerta. Pero el médico le había recomendado que debía responsabilizarse de un ser vivo, algo más que las plantas de su piso, y el perro llegó a su vida. Bueno, Vera, que no tiene pedigree ni es cachorro, sino una grandota perra abandonada y algo tristona, como ella en ese momento, que había roto con Duarte, harta de apatía y desapasionamiento. Y aquí estaba, sola, con su perrota, que ya trotaba golfa y alegre, su evolución más rápida que la de ella. 

Había escuchado ruidos tardíos, no sabría decir si Hans había bebido más de la cuenta o algún inquilino había recalado tarde, pero lo cierto es que durmió mal  y Vera, para más inri, se puso a arañar la puerta muy de mañana. A punto estuvo de exigirle que se lo hiciera sobre la maceta de geranios de la terraza, pero su cordura se impuso y decidió sacarla a mear y darse un paseo  a las ocho de la mañana.

Hacía fresco, la brisa del Atlántico era evidente, húmeda y persistente. Las altas hierbas, que crecían misteriosamente entre las dunas, se mecían relajantes a la vista. Planeaban gaviotas, y sus graznidos y el olor a mar la llenaban de una forma tan intensa que no podía sino recordar que ella era mujer atlántica, abrupta y fuerte, resistente y húmeda, excesiva

Vera correteaba persiguiendo a las gaviotas que se posaban en pequeñas bandadas y parecía divertirse cuando todas salían volando al unísono. Después se paró en lo alto de una duna y gruñó. Sara la llamó, Vera la miró y volvió a fijar su mirada al otro lado de la duna, pero no ladró. Sara sujetó la pamela y subió la cuestecita. Allí estaba. Un dios con el culo al aire. 

dios con el culo al aire
El dios desnudo o no las oyó o estaba absorto en la contemplación del mar rizado. ¿Dónde se inscribe una como sacerdotisa de este efebo? ¿Qué hago? ¿Me hago la encontradiza? ¿Le hablo? ¿Le ofrezco mi pamela para taparse las vergüenzas? ¿Es un náufrago? ¿Mi regalo de vacaciones? ¿Me arrojo sobre él y lo violo? 

Por fin, el hombre giró la cabeza y las vio, a ella y a Vera, que corrió a husmearle la entrepierna, ¡quién fuera perra!, coño, soy algo perra, pensó colorada, veo aquí a un hombre en pelotas y sólo pienso en rebozarlo como croqueta sobre la arena. Perra bonita, dijo él acariciándole el lomo. Ay, que es a Vera, no a mí, cabrona, ya me estás robando las atenciones, perra desagradecida. ¿Es suya, señora? Mal empezamos, ¡señora!, ¿éste no ve las pelis de Diane Lane o qué? Sí, lo siento, me temo que es una descocada, es una hembra algo apasionada. Pues dicen que los perros se parecen a sus dueños. ¿El qué? Ayyy, que me está coqueteando, que sí soy la Lane. ¿Podré husmearle la entrepierna? Se llama Vera. ¿De Verónica? Más bien de "vera", verdadera. ¿Es usted italiana? Paso atrás en el abordaje, ¿será que estoy más cerca y me nota la edad? No, soy… bueno, atlántica. Él era portugués, desde luego. Lo decía por el nombre. Sí, ya, en fin, cosas mías. Vera seguía poniéndole ojitos y se dejaba acariciar. ¡Será perra la muy perra! ¿Se aloja en el hotel de los Grass? Sí. Yo vivo en el pueblo, bueno durante el verano; en invierno estudio en Coimbra. ¿Por qué se me vino a la mente aquella canción "O sacristán de Coimbra facía mil diabluras…"  ¿Y qué estudias? Empresariales. Ah… ¿y no te queda más cerca la universidad de Lisboa? Él calló y la miró, ella ya estaba a su lado y de pronto se sintió extravagante con el biquini negro bajo el caftán blanco, la pamela trenzada y las gafas XXL. Nada de Diane Lane, una cuarentona culona. Señorita, a veces es mejor irse muy lejos. ¿Ahora soy señorita? ¿Eso es bueno o es malo? No supe muy bien qué decir porque la desnudez del portugués me había dejado turulata. No sé si mi presencia –ojalá-, los lametones de Vera o lo que estaba haciendo en soledad el mancebo tenían que ver, pero aquello estaba en vías de estar esplendoroso, muuyyy esplendoroso. Y él nada cortado por la hermosura.

La he visto en el pueblo. ¿A mí? Sí, en "O Tamboril", anteayer, cenando, sola. Ah, sí, muy sabrosa la cena, pero no creo haberte visto. Es que también soy cocinero. ¡No me digas! El restaurante es de mis abuelos, trabajamos toda la familia; por eso me fui a Coimbra, si me quedara en Lisboa tendría que venir todos los fines de semana a echar una mano. Claro, y tú quieres ser economista. No. ¿No? Bueno, no sé, no estoy seguro de que me guste la carrera; me gustaría ser músico. Toco en la tuna, allá en Coimbra. ¡Coño!, ¡Un tuno! Los tunos me dan arcadas: no soportaba los tunos por unas malas experiencias allá en la ciudad milenaria, qué le iba a hacer. Aahh… ¿y ahora estás… de descanso? Es que en la playa del pueblo da que hablar tomar el sol desnudo y por aquí apenas hay nadie. De hecho, es usted a la primera persona que veo. ¿Conque esas tenemos, de nuevo el usted? Comprendo, la desnudez es buena, ¿qué tiene de malo la desnudez? (sobre todo si se es un efebo cañón como tú, hijo mío, que te hacía yo un traje de saliva aggg, una acuarela de besos, un pastiche de sabores). Vera se había aburrido de la charla, que no entendía, perra es al fin y al cabo, y seguía asustando a gaviotas tontainas por la orilla. Eso digo yo, el sol es bueno en todo el cuerpo, y a estas horas más, que no quema ¿No quieres tomar el sol? ¿Ahora toca tuteo? Este chico no se aclara, tendré que tomar cartas en el asunto.  Es buena idea, pero no me he traído la crema solar, quizás tengas que echarme tú de ésa que tienes en ese tubo, y señalé su falo, ahora un poco más relajado. ¡Toma! ¡Si le vacilas a una cuarentona culona por muy Diane Lane que sea, atente a las consecuencias! João sonrió y me tendió una mano. ¡Recoño, que va a ser verdad!

Hans Grass nos descubrió una hora más tarde desayunando tostadas con mantequilla y mermelada de arándanos azules en la cocina de la casita. Sonrió coloradote y dijo algo en alemán que no voy a traducir. Estoy segura de que no sabía de mi pasado en tierras teutonas.

Uol 

Diane Lane
Música: O sacristán de Coimbra.

4 comentarios:

  1. Va a ser verdad eso de que a quién madruga...

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    1. Sería un gran estímulo para los que no nos gusta madrugar jajaja.
      Saludos!

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  2. O sea...¿al final hubo lío o no?
    Ains....qué historia! Dan ganas de mirarse el enorme culo en el espejo, comprar una perrita (bueno, creo que puedo conseguir una fácilmente) e irse a un hotelito tranquilo y apartado.
    Soy pesimista por naturaleza, creo...a mí no me saldría como a Sara, pero bien valdría la pena intentarlo....quizás aún no sea demasiado tarde

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    1. Hubo hubo ;-)
      ¡Y no veas el mercado que hay para culos grandes! Y si no es un efebo, será un medium o un sénior!!!
      Y ni siquiera hace falta perrita!!
      A lanzarse, Belkis!!
      Un beso y buenas vacaciones.

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