sábado, 10 de septiembre de 2011

El modelo

     Había aceptado aquel trabajo tan desconcertante porque quería comprarse el último modelo de iPod touch de 64GB y debía apoquinar 400 €. Sólo iba a estar allí unas cuatro semanas, dos horas, tres días por semana. Pero entonces se le antojó una tableta digital y ya llevaba sentado en aquella peana tres meses.

            Ella comenzó las clases cuando sus músculos llevaban entumecidos  seis horas y diez minutos. Lo que quiere decir que comenzó a asistir a las clases con una semana de retraso respecto a los otros alumnos de ese nuevo grupo formado. En realidad era una academia privada; seguro que la matrícula costaba una pasta respecto a lo que le pagaban a él, pero es que los alumnos de aquella academia se salían del perfil de jóvenes universitarios de Bellas Artes que siguen los cauces académicos habituales. Ésta era gente ociosa que amaba pintar, modelar, o que se aburría y pretendía cumplir fracasados sueños  juveniles. Pero ella tenía algo especial. Llegó silenciosa y perfumada y se colocó en la segunda fila en diagonal con él. No miró a nadie, sólo saludó, buenas tardes, y colocó su tela en el caballete. El lienzo era excepcionalmente pequeño, si se comparaba con las pretensiones vanidosas de los otros alumnos, que parecía que iban a pintar El Guernica. Tomó un lápiz o carboncillo en su mano derecha y sólo entonces lo miró. Él, que la había observado a hurtadillas, desvió la mirada y se mantuvo en la posición indicada por el profesor. Sentía sobre él la mirada escrutadora de ella. Otros se lanzaban desde el primer momento a pintar no se sabía qué sobre los lienzos, como drogatas con mono, pero ella sólo miraba. Todo el rato. Sintió unos nervios extraños en su estómago. ¿Por qué no dibujaba? ¿Era una vojeur? Por el rabillo del ojo la miró un segundo. Estaba seria y concentrada, observaba su cuerpo, sus piernas flexionadas, los brazos abrazando las rodillas, su miembro asomando entre sus talones. 
By Robert Mapplethorpe

Sintió excitación. No la había experimentado antes, ni siquiera ante la rubia cachonda que se le había insinuado descaradamente al final de la primera clase. Cuando apenas faltaban quince minutos para el final de la sesión, ella esbozó unas líneas en el lienzo. Fue un trazo continuo y delicado. Después sonó el timbre y ella recogió la tela, la metió en un portafolios y se quitó la bata blanca. Él la observó con detalle mientras se ponía el albornoz, ya liberado de su obligación de mantener la postura, pero ella evitó el contacto visual y se alejó lanzando al aire un buenas noches educado e impersonal. Él se fue al vestuario, intrigado. Nunca había experimentado tanta curiosidad por saber qué había dibujado ella.
            Para la siguiente clase él se hizo el remolón en el vestuario, esperando a que ella se instalase en el aula. Cuando se despojó del albornoz para sentarse de nuevo en la peana, la miró serio e inquisidor. Ella no rehuyó en esta ocasión la mirada, oscura y profunda, insondable y un punto altiva. La clase se desarrolló por derroteros similares a la anterior, no siendo que en esta ocasión ella trazó más líneas en la tela, aunque tampoco demasiado. Cuando el profesor se acercó a valorar el trabajo de la mujer, él giró la cabeza para mirar sin disimulo aunque fingiendo relajar el cuello, y advirtió un gesto de asentimiento en el profesor, que aunque no era exigente con aquellos alumnos aficionados, tampoco hacía plácemes gratuitos. Aquello debía ser bueno. Cuando la clase llegó a su fin, la escena de despedida se repitió sin la más  mínima variación. Él no se atrevió a hablarle y ella se fue sin pararse a charlar con los grupitos que se formaban a la salida.
            El cuadro avanzaba. Dos sesiones más y cambiarían de tema, tocaría un bodegón. Él se decidió a abordarla. La curiosidad por ella y su cuadro eran ya insoportables. Como ella se llevaba el pequeño lienzo y no lo dejaba sobre el caballete, nunca pudo echarle un ojo, como hacía a veces con los otros, que según su inexperta opinión, eran bastante malos en general. Cuando el reloj de la sala marcaba las 19,55h. , él giró la cabeza y la miró. Ella se dio cuenta y él le sonrió. Ella pareció quedarse perpleja y a él le pareció que se ruborizaba un poco. Mientras ella recogía los bártulos, él se acercó y le dijo, espérame, sólo tardo diez minutos. Ella quedó clavada en la sala. Él fue al vestuario con el corazón galopándole en el pecho, se vistió apresurado y temiendo que a su vuelta la sala estuviese desierta. Pero ella se había puesto el abrigo y aguardaba al lado de la puerta con el portafolios en una mano y el paraguas en la otra. Descendieron las escaleras en silencio. Vivo aquí cerca, dijo ella, y lo cobijó bajo el paraguas. Su piso no era un cubículo extravagante ni un remedo de ático parisino o loft londinense: era un confortable hogar burgués. Con gusto y estilo, pero nada alternativo. Ella le ofreció una cerveza de importación sin preguntar. Era una Grimbergen tostada Optimo Bruno. Ella bebió Nestea al limón sin azúcar.

      Tienes las medidas perfectas para ser modelo de Bellas Artes, me dijo ella. Y tu piel es de una calidad excepcional. Lo digo por la luz que refleja. Después se calló y me tomó de la mano. La pintora estaba acostumbrada a mandar, estaba claro.
             
            Me desnudó lentamente, valorando cada detalle que veía, como si no llevara semanas viéndome completamente desnudo. Yo estaba empalmado desde el momento en que la vi aguardando por mí bajo el dintel de la puerta del aula de dibujo. Trasmitía una sensación de seguridad y dominio que me ponía a cien. Acarició mi pelo cortito y dijo que la textura del pelo de los negros era única, que ese roce la excitaba. Nunca me habían dicho tal cosa y sonreí. La besé. Ella se desnudó y su cuerpo era como la línea continua que yo imaginaba que dibujaba, un trazo firme y sinuoso a la vez.
            Me folló, sí, lo admito, ella me folló. Escogió cómo, dónde e incluso cuánto. Me arrinconó contra la pared, me chupó la polla hasta la extenuación, me cabalgó, me hizo mamarle el coño y beber sus jugos. Yo estaba fuera de mí, obedeciendo en todo lo que me ordenaba, inmerso en una locura orgiástica que me llevó a lamerle el ano, a darle todo lo me que pedía, a aguantarme las ganas de correrme sólo por saciar aquel ansia que ella tenía. Llegué a un punto de fogosidad y delirio que temí hacerle daño; entraba y salía de ella con ímpetu y ella pedía más y más. Temí volverme loco de placer. Ella se corría gritando y volvía a la carga, sin dejarme a mí llegar al orgasmo, hasta que no pude más y me descargué dentro de ella. Fue una locura total. Estábamos empapados, desquiciados de deseo y placer. No lo esperaba. Ni siquiera imaginaba lo que se encerraba dentro de aquella mujer ya no tan joven, lo que podía llegar a suceder dentro de aquel perfecto piso pequeñoburgués. Ella no me preguntó nada. Nada me pidió después. Fui yo quien en el umbral de su casa me giré y le pregunté ¿habrá otra vez? Ella se quedó de nuevo perpleja, como si no esperase más interés por mi parte. Claro, dijo, pasado mañana tenemos otra clase.
            Me fui a casa pensando en qué otro aparato debía comprarme para justificarme el seguir con aquel trabajo ocasional. Pero sobre todo, ansiando ver el pequeño lienzo que ella tan afanosamente ocultaba.

Uol Free

12 comentarios:

  1. Buen relato erótico. Lleno de sensaciones.

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  2. El erotismo es el mundo de las sensaciones; me alegro de haber conseguido trasmitírtelas. Gracias, anónimo.

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  3. Lastima que ya no tenga uno cuerpo para que lo pinten.

    Ni para que lo arrastren a una casa y dejar que lo follen.

    Ni...

    Cuerpo no, pero fantasía, si.

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  4. Oh, ¿seguro que no tienes a mano una de tus frases? Por ejemplo, los volcanes sólo están dormidos, latentes. Su magma perdura candente y sólo necesita una pequeña grieta por la que brotar. :D

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  5. Uno, ante una grieta revive.

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  6. ya ya, la cuestión es si queda lava ja ja ja

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  7. Queda, estoy en disposicion de demostrarlo.

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  8. Ja ja ja, la disposición cuenta mucho, desde luego; no obstante, espero que no esté en la linea de fantasía que mencionaste antes. ;)

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  9. Hay maneras de comprobarlo.

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  10. Lo había buscado justo como me decías y no me salía nada. Me dijiste cómo y ya me salió. Será que necesitaba tu permiso.

    El chico consigue algo realmente íntimo con la chica y sin embargo sigue curioso con el cuadro, sabio de que siempre hay una intimidad más allá.

    La próxima vez que se vean, que le pida a ella que le muestre el cuadro. ¡No todo va a ser follar!

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    Respuestas
    1. ¡Cómo se nota que estás servido! Ja ja ja
      Me gustaría traspasar el umbral de tu blog.

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